PRIMERA
LECTURA
Palabra del Señor.
Querido
amigos, dirijámonos en oración a la Virgen María, que ayer hemos celebrado
haciendo memoria de sus apariciones en Lourdes. A Santa Bernardita la Santísima
Virgen entregó un mensaje siempre actual: la invitación a la oración y a la
penitencia. Mediante su Madre está siempre Jesús que sale a nuestro encuentro,
para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. Dejémonos tocar y
purificar por Él, y tengamos misericordia hacia nuestros hermanos.
Fuente:
Lev 13, 1-2. 45-46
Lectura
del libro del Levítico.
El
Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando aparezca en la piel de una persona una
hinchazón, una erupción o una mancha lustrosa, que hacen previsible un caso de
lepra, la persona será llevada al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los
sacerdotes. La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los
cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: "¡Impuro,
impuro!". Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá
apartado y su morada estará fuera del campamento.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 31, 1-2. 5. 11
¡Me alegras con tu salvación, Señor!
¡Feliz el que ha sido absuelto
de su pecado
y
liberado de su falta! ¡Feliz el hombre
a quien
el Señor no le tiene en cuenta las culpas,
y en
cuyo espíritu no hay doblez!
Pero yo reconocí mi pecado, no
te escondí mi culpa,
pensando:
"Confesaré mis faltas al Señor".
¡Y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado!
¡Alégrense en el Señor,
regocíjense los justos!
¡Canten
jubilosos los rectos de corazón!
SEGUNDA LECTURA
1Cor 10, 31?11, 1
Lectura
de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos:
Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo
para la gloria de Dios. No sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para
los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios. Hagan como yo, que me esfuerzo
por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino
el del mayor número, para que puedan salvarse. Sigan mi ejemplo, así como yo
sigo el ejemplo de Cristo.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mc 1, 40-45
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Se le
acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo:
"Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano
y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la
lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole
severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote
y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva
de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el
mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar
públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos.
Y acudían a él de todas partes.
Alocución de S. Santidad Benedicto XVI . Angelus 12-02-12
El domingo pasado hemos visto que Jesús,
en su vida pública, alivió a muchos enfermos, revelando que Dios quiere para el
hombre la vida, la vida en plenitud. El Evangelio de este domingo (Mc 1,40-45)
nos muestra a Jesús en contacto con la forma de enfermedad considerada en
aquellos tiempos la más grave, tanto de hacer a la persona “impura” y de
excluirla de las relaciones sociales: hablamos de la lepra.
Una especial legislación (cfr Lv 13-14)
reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa, es decir
impura; e igualmente correspondía al sacerdote constatar su alivio y readmitir
al enfermo resanado en la vida normal.
Mientras Jesús iba predicando por las
aldeas de Galilea, un leproso se le aproximó y le dijo: "Si quieres,
puedes purificarme”. Jesús no escapa del contacto con aquel hombre, es más,
impulsado por una íntima participación de su condición, extiende la mano y lo
toca – superando la prohibición legal – y le dice: “Lo quiero, queda
purificado”. En aquel gesto y en aquellas palabras de Cristo está toda la
historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de aliviarnos, de
purificarnos del mal que nos desfigura y que deteriora nuestras relaciones. En
aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso es derrumbada cada barrera
entre Dios y la impuridad humana, entre lo Sagrado y lo que se le opone,
ciertamente no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que
el amor de Dios es más fuerte que todo mal, también de aquel más contagioso y
horrible. Jesús ha tomado sobre de sí nuestras enfermedades, se ha hecho
“leproso” para que nosotros fuésemos purificados.
Un espléndido comentario existencial a
este Evangelio es la célebre experiencia de san Francisco de Asís, que él
reasume al inicio de su Testamento: “El Señor me dio de esta manera a mí,
hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en
pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo
me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme
de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del
alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo (mundo)”. En
aquellos leprosos, que Francisco encontró cuando estaba todavía “en pecados”,
estaba presente Jesús; y cuando Francisco se aproximó a uno de ellos y,
venciendo el propio asco, lo abrazó, Jesús lo alivió de su lepra, es decir de
su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que
es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a la vida nueva!
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