lunes, 15 de octubre de 2012

Domingo 28° del Tiempo Ordinario Ciclo B 14-10-12


Jesús es la herencia de vida eterna
      El evangelio nos presenta el encuentro entre un joven rico y Jesús. Dos caminos diversos que se cruzaron en un punto. El joven recorría el camino de la Ley, Jesús enseñaba la conducta del Reino. Los dos caminos no se fundieron en uno solo, el muchacho ante la propuesta de Jesús se alejó apenado. Y, sin embargo, era un joven perfecto; Jesús “lo amó”. Diríamos que tenía todo en regla para llegar a ser un “discípulo de Jesús”. ¿Por qué falló la cosa? Marcos nos dice que “tenía muchos bienes”, que no quiere decir que “amaba la riqueza”. En el tiempo de Jesús, se pensaba que tener riquezas y ser misericordioso con los demás quería decir que estaba bendecido por Dios, como dice el libro de Proverbios (Prov 10, 22. 25). El muchacho administraba bien su hacienda y era generoso, claro signo de que Dios estaba con él, lo mismo que decía Job (Jb 31, 24-25. 35). Las palabras del muchacho manifiestan su rectitud: “qué tengo que hacer, para tener en herencia la vida eterna”. Ninguno de los discípulos de Jesús le había dicho algo parecido; Jesús lo sintió muy cercano y le hizo su propuesta. Jesús es la “herencia de vida eterna”, la verdadera riqueza. “Ser rico” consiste en unirse a él en la fe. Desde ahí se construye el Reino de la justicia y de la paz. La frase “vende y dáselo a los pobres” no es fácil de interpretar hoy. “Vender” sería como “desprenderse” y “dar a los pobres” sería como “crear fuentes de trabajo”, una idea del Papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio que podemos resumir así: cuando el capital supera ciertos niveles, el que lo tiene no puede disponer de él como quiere, sino que debe reinvertirlo creando fuentes de trabajo para sus conciudadanos.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA LECTURA
Sab 7, 7-11

Lectura del libro de la Sabiduría.

      Oré, y me fue dada la prudencia, supliqué, y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y tuve por nada las riquezas en comparación con ella. No la igualé a la piedra más preciosa, porque todo el oro, comparado con ella, es un poco de arena; y la plata, a su lado, será considerada como barro. La amé más que a la salud y a la hermosura, y la quise más que a la luz del día, porque su resplandor no tiene ocaso. Junto con ella me vinieron todos los bienes, y ella tenía en sus manos una riqueza incalculable.

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 89, 12-17

Señor, sácianos con tu amor.

Enséñanos a calcular nuestros años, 
para que nuestro corazón alcance la sabiduría. 
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...? 
Ten compasión de tus servidores. 

Sácianos en seguida con tu amor, 
y cantaremos felices toda nuestra vida. 
Alégranos por los días en que nos afligiste, 
por los años en que soportamos la desgracia. 

Que tu obra se manifieste a tus servidores, 
y que tu esplendor esté sobre tus hijos. 
Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; 
que el Señor, nuestro Dios, 
haga prosperar la obra de nuestras manos.

SEGUNDA LECTURA
Heb 4, 12-13

Lectura de la carta a los Hebreos.

      Hermanos: La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de Aquél a quien debemos rendir cuentas.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Mc 10, 17-30

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

      Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible". Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna".

Palabra del Señor.
  
En español, la alocución del Papa Benedicto XVI previa al rezo del ángelus del domingo 14 octubre 2012
         Queridos hermanos y hermanas: El Evangelio de este domingo (Mc 10,17-30) lleva como tema principal el de la riqueza. Jesús enseña que para un rico es muy difícil entrar en el Reino de Dios, pero no es imposible.
      En efecto, Dios puede conquistar el corazón de una persona que posee muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y a compartir con quien tiene necesidad, con los pobres, es decir, a entrar en la lógica del don. En este modo se coloca sobre el camino de Jesucristo, el cual –como escribe el apóstol Pablo- «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).
      Como muchas veces sucede en los Evangelios, todo inicia de un encuentro: el de Jesús con un hombre que «poseía muchos bienes» (Mc 10,22). Él era una persona que desde su juventud observaba con fidelidad todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero que no había encontrado la verdadera felicidad; y por esto le pregunta a Jesús sobre cómo hacer para «para heredar la Vida eterna» (v. 17). Por una parte él se siente atraído, como todos, por la plenitud de la vida; por la otra, estando acostumbrado a contar sobre sus propias riquezas, piensa que también la vida eterna se pueda de alguna manera «adquirir», tal vez observando algún mandamiento especial. Jesús comprende el deseo profundo que hay en aquella persona, y –señala el evangelista- posa su mirada llena de amor sobre de él: la mirada de Dios (cfr v. 21). Pero Jesús, también comprende cual es el punto débil de aquel hombre: y es el de su apego a sus muchos bienes; y por ello le propone de darlo todo a los pobres, de modo que así, su tesoro –y por lo tanto su corazón- ya no esté más sobre la tierra, sino en el cielo, y añade, «ven y sígueme» (v. 22). Aquel tal, sin embargo, en vez de acoger con gozo la invitación de Jesús, se fue apenado (cfr v.23), porque no es capaz de despegarse de sus riquezas, que nunca podrán darle la felicidad y la vida eterna.
      Es a este punto que Jesús da a sus discípulos –y también a nosotros hoy- su enseñanza: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» (v. 23). Ante estas palabras, los discípulos permanecieron desconcertados; y todavía más aún después de que Jesús hubo añadido: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». Pero, viéndolos atónitos les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible» (cfr vv. 24-27). Así comenta San Clemente de Alejandría: «Que esta parábola enseñe a los ricos que no deben descuidar su salvación como si ya fuesen sido condenados, ni deben arrojar al mar la riqueza ni condenarla como insidiosa y hostil a la vida, sino que deben aprender en algún modo a usar la riqueza y procurarse la vida» (¿Quién será el rico que se salvará? Tratado, 27, 1-2). La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas, que han usado los propios bienes en modo evangélico, alcanzando también ellos la santidad. Pensemos en san Francisco, en santa Isabel de Hungría o san Carlos Borromeo. Que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, nos ayude para acoger con gozo la invitación de Jesús, para entrar en la plenitud de la vida.
Traducción de Patricia L. Jáuregui Romero

Fuente: 

Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital

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