jueves, 4 de octubre de 2012

Mensaje de la Reina de la Paz 2-10-12


       “Queridos hijos, los llamo y vengo entre ustedes porque los necesito. Necesito apóstoles con un corazón puro. Oro, y oren también ustedes, para que el Espíritu Santo los capacite y los guíe, los ilumine y los llene de amor y de humildad. Oren para que los llene de gracia y de misericordia. Sólo entonces me comprenderán, hijos míos. Sólo entonces comprenderán mi dolor por aquellos que no han conocido el amor de Dios. Entonces podrán ayudarme. Serán mis portadores de la luz del amor de Dios. Iluminarán el camino a quienes les han sido concedidos los ojos, pero no quieren ver. Yo deseo que todos mis hijos vean a Mi Hijo. Yo deseo que todos mis hijos experimenten Su Reino. Los invito nuevamente y les suplico: oren por aquellos que Mi Hijo ha llamado. ¡Les agradezco!”

Fuente: Rosas para la Gospa


      El mensaje es un nuevo llamado a la oración por los que no han conocido el amor de Dios y por los sacerdotes. La Santísima Virgen le da el nombre de misión porque es la oración que hace salir de uno mismo, de sus propias necesidades para ocuparse del otro y ese otro es quien más lo necesita sea para salvarse como para ser instrumento elegido e imprescindible de salvación.
          En el mensaje hay resonancias particulares en las que conviene adentrarse.

Queridos hijos, mientras mis ojos los miran

          Ya al inicio nos está diciendo que sobre nosotros tiene constantemente puesta su mirada. ¿Cómo es su mirada? La del amor que no conoce límites. Es penetrante y dulce al mismo tiempo. Es la mirada maternal de esos ojos suyos misericordiosos, que no acusan y se conmueven. Es la mirada llena de atento amor hacia todos y cada uno de sus hijos, tanto los que están cerca como los que están lejos de Ella y de Dios.

…mi alma busca almas con las cuales desea ser una sola, almas que hayan comprendido la importancia de la oración por aquellos hijos míos que no han conocido el amor del Padre Celestial.

          Porque tendemos a olvidarlo, reitera lo que tantas veces nos ha dicho: la oración es lo primero, lo más importante, urgente, absolutamente necesaria.
          Siendo esto así, entonces la pregunta que cada uno debemos hacernos es hasta dónde hemos respondido a estos mensajes de rezar por los que están alejados de Dios y en camino de perdición. Cada uno debe interpelarse: cuándo fue la última vez que lo hice y si rezo por ellos con cuánta asiduidad. ¿Siempre? ¿Rezo por personas concretas o por todas en general? ¿Agrego sacrificio a mi oración? ¿Qué ocurre cuando me cruzo con alguien que me disgusta por su talante agresivo, inmoral o blasfemo? ¿Lo critico en mi fuero íntimo o tal vez expreso un juicio de reprobación o lo veo como a alguien por quien debo rezar?
          A los que ignoran a Dios, blasfeman, se ríen de todo lo santo, la Santísima Virgen no los juzga para condenarlos sino que en la plenitud de la misericordia y con tristeza -porque ve que se están perdiendo y que pueden perderse para siempre- desea salvarlos e incansablemente ora por ellos y busca a hijos generosos que se unan a sus plegarias. 

          Lo dice claramente: busca almas que se unan para todas ser un alma sola con la suya. Es un llamado a la unión y esa unión es la que hace ser Iglesia. Iglesia como lo fue la primer Iglesia. Sabemos, porque nos lo narra los Hechos de los Apóstoles, que los Apóstoles, los otros discípulos y los nuevos conversos al camino de la fe en Jesucristo, estaban unidos a la Madre del Señor y eran un corazón solo, un alma sola, unánimes(1) en la oración (Cf. Hch 4:32), compenetrados todos en un mismo espíritu y en un mismo amor a Dios y entre ellos.
          Es la misma unión a la que exhortaba san Pablo en su carta a los efesios, cuando les decía:“esforzaos en mantener la unidad del Espíritu”. Y luego, para aclarar de qué unión se trata, agregaba: “Un solo cuerpo (la Iglesia ) y un solo Espíritu… Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo” (Cf. Ef 4:3-6). La unión viene del Espíritu Santo y se manifiesta en la misma fe en Dios, Trino y Uno. Parafraseando al Apóstol podemos agregar que la unidad viene además de “una sola Madre”, que está constantemente presente y que nos llama para que la ayudemos en la obra de salvación que el Señor le ha confiado. Por ello, la unión que anhela la Virgen es la suya, de Madre con sus hijos, aquellos que la siguen y viven sus mensajes.


Los llamo porque los necesito

          A algunos les ha impresionado que Ella, la Reina de todo lo creado, la creatura más cerca e íntima de Dios, diga “los necesito”. Cierto es que, sin esas palabras, muchas veces lo ha dado a entender. Esa necesidad viene del mismo acontecimiento de salvación, la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En un sentido estricto a la Pasión de Cristo nada le falta y Él es el único Salvador. Sin embargo, ha querido que todos nos viéramos implicados en la obra de co-redención, asociándonos con nuestras oraciones y nuestros sufrimientos al suyo. En esta obra a quien primero asoció fue a su Santísima Madre, que es la Corredentora por antonomasia. Aunque Ella es la omnipotencia suplicante y su oración ya está en el mismo corazón de su Hijo, también –por decisión divina- son necesarias nuestras súplicas y sacrificios unidos al de la Madre de Dios. La necesidad, en síntesis, es la necesidad del amor que une a todos en un mismo acto salvífico.

Oren por los sacerdotes. Oren para que la unión entre Mi Hijo y ellos sea la más fuerte posible, para que sean uno.

          Nuevamente clama por la unión, pero esta vez entre los sacerdotes y Cristo. La unión es la que enlaza las dos partes del mensaje: la unión con Ella en la intercesión por aquellos que no conocen el amor del Padre y la oración –también unida a la suya- por la unión de los sacerdotes con Cristo.

          En el Evangelio según san Juan, en el marco de la Última Cena, Jesús ora al Padre, es la oración conocida por muchos como oración sacerdotal o más propiamente oración de Cristo por la unidad de la Iglesia. Esa oración tuvo lugar en el momento culminante, antes de dejar el Señor este mundo (Cf. Jn 17).
          Ruega Cristo al Padre por los Apóstoles, sus primeros sacerdotes, para que se mantengan unidos, y por los que vendrán a incorporarse a lo largo del tiempo. En aquella oración al Padre, que es oración permanente, el Señor pide que los proteja y pide la adhesión de fidelidad a su persona y a su mensaje.

          Como Jesucristo, quienes a Él están consagrados aunque estén en el mundo no son del mundo.
          Muchas son las fuerzas que hacen imperfecta la unión del sacerdote con Cristo y una de ellas es el mundo: pensar como el mundo, querer agradar al mundo o caer en la tentación del mundo que adula a los suyos, y terminar sirviendo al mundo en lugar de Dios.
          El mundo puede penetrar muy sutilmente en la vida del consagrado, sin que él lo note. Sin embargo, actualmente el peligro no es tanto el que viene directamente de afuera sino desde dentro donde el mundo se ha metido en cuanto a criterios, falsas teologías, corrientes racionalistas y post modernistas.

          Cristo pide al Padre no sólo que los guarde sino que los santifique. El sentido de la santificación es la consagración y, por tanto la conformación a Cristo(2) .

          Si tenemos en cuenta que la oración la pronuncia el Señor en el momento de la primera ordenación sacerdotal de la historia podemos concluir que, aunque es por la unión de toda la Iglesia presente y futura, está particularmente dirigida a los sacerdotes. La unión por la que ruega Jesucristo es la unión entre ellos y de ellos con el Padre y el Hijo. Ruega para que esa unión sea perfecta; “como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros… para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno” (Cf. Jn 17:21-23). Es la perfecta unión del amor. Es unidos a Él y entre nosotros sacerdotes que debemos presentarnos e ir al mundo. Ir al mundo llevando a Cristo, con quien debemos estar fuertemente unidos, para que el mundo se salve(3) .

Acepten la misión y no teman: los fortaleceré. Los llenaré de mis gracias. Con mi amor los protegeré del espíritu del mal. Estaré con ustedes. Con mi presencia los consolaré en los momentos difíciles.

          Va implícito que la misión comporta una lucha espiritual. Es por ello que la Santísima Virgen promete no dejarnos solos ni desprotegidos, por lo contrario, nos confirma su amor de Madre Santísima llenándonos de sus gracias, dándonos su protección, fortaleciéndonos y consolándonos con su presencia en momentos de tribulación.
          El espíritu del mal o sea Satanás y los demás demonios huyen ante la presencia de la Santísima Virgen. Esa presencia en nosotros –la de su amor en la que somos revestidos- nos da fuerzas y seguridad y nos reanima.

          La abundancia de las gracias que nos promete son aquellas que la Santísima Virgen obtiene de Dios por sus súplicas y luego distribuye entre sus hijos.
          En 1830, en la Rue du Bac de París, la novicia vicentina Catalina Labouré se ve privilegiada por apariciones de la Santísima Virgen. En una de aquellas apariciones ve que rayos luminosos salen de las manos de la Virgen, son las gracias. Algunos de esos rayos quedaban cortados y no llegaban a la tierra, eran –palabras de la Virgen- “los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden. Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden”. Por supuesto que quien está lejos de Dios no las va a pedir pero sí -y por eso es que la Santísima Virgen nos necesita- otros pueden pedirlas intercediendo por ellos.

          Tú, Santísima Madre, no apartas tu mirada de nosotros y lo conoces todo, nuestras necesidades, nuestras debilidades así como nuestra fe y amor. Tú –lo dices- nos necesitas. El amor siempre necesita del otro. Este amor tuyo inconmensurable necesita de nosotros por amor también a quienes desconocen el amor.
          Tú nos llamas a la misión y queremos decirte que sí, que la aceptamos y que nada temeremos porque Tú nos amas, porque eres nuestra Madre y no te separas de nosotros, porque intercedes ante Dios por cada uno de nosotros. Queremos ser un alma sola, todos nosotros contigo; despojarnos de egoísmos, desprendernos de nosotros mismos para, con un mismo corazón y en un mismo espíritu, salvar a los que se pierden y fortalecer la unión de los sacerdotes de Cristo con su Señor, para que -como tu Hijo lo pidió al Padre- sean uno como ellos son uno. Nuestros corazones abiertos te dan gracias santa Madre de Dios y se unen al tuyo, Inmaculado, en perpetua oración, alabanza y adoración a Dios.
          ¡Oh, María, sin pecado concebida! Rogad por nosotros que recurrimos a Vos. 

P. Justo Antonio Lofeudo 

--------------------------------------------
(1) El significado genuino de la palabra unánime es “una sola alma”.
(2) La consagración es a la verdad del Evangelio. Cristo es la Verdad y quien da a conocer la verdad.
(3) Sabemos, por lo que Mirjana explicó a los peregrinos, que la oración por los sacerdotes es sobre todo para que sean fuertes en los tiempos que están viniendo. Para que el Señor nos dé fortaleza ya que, siempre según la vidente, los sacerdotes son los puentes por los que todos deberán pasar. Los puentes entre este tiempo y el tiempo nuevo que vendrá. El 24 de agosto, en la aparición a Ivan, según relato del mismo vidente, la Virgen rezó durante mucho tiempo por los sacerdotes, obispos y por el Papa. Cuando Ivan comentó la aparición puso énfasis en la oración de la Virgen por ellos.

No hay comentarios :

Publicar un comentario