Con
el Miércoles de Ceniza se inaugura el tiempo de Cuaresma, días de hacer camino
hacia nuestro interior, dejando de lado, dentro de lo posible, el ruido en que
nos vemos envueltos a diario, producto del bombardeo mediático, la confusión y
la violencia que se vive a nuestro alrededor y a nivel global.
No
hay más que leer el diario, poner la televisión, leer en los portales de
noticias en Internet o simplemente enterarnos, mediante la cotidiana
interacción en las redes sociales, del estado del mundo, del mal reinante y de
la imperiosa necesidad de que se restablezca la paz en los corazones de todos
más que nunca.
Si
queremos llegar verdaderamente a la paz, esta debe nacer del corazón
reconciliado con Dios y con los demás. Para eso se hace necesaria una firme
disposición para dejar los viejos hábitos de lado, la costumbre que nace de la rutina,
el hacerse violencia a sí mismo y proponerse un cambio radical, examen de
conciencia mediante, serio y valiente para hacer en uno mismo una verdadera
metanoia.
La
palabra compromiso es un término que en la actualidad parece difícil tanto en
lo que implica asumir lo que esto significa como en el esfuerzo diario que
requiere cumplir con el compromiso asumido. Sin embargo, se hace necesario
asumirlo y esforzarse, tal como a veces lo hacemos en pos de lograr nuestras
metas en lo que concierne a otras cosas menos trascendentes y mundanas.
La
vida del espíritu crece en la medida que la nutrimos de aquello que es ajeno a
lo que podemos lograr con el sólo esfuerzo propio y que sólo puede darnos el
mismo Cristo.
Se
hace necesaria nuestra relación con Cristo mediante la oración diaria, la
reconciliación, donde reconocemos con sinceridad aquello que sabemos que no le
agrada y nos aparta de Él porque, aunque nos ama, odia el pecado y desea que
seamos limpios de corazón, reconociendo con humildad nuestras faltas y errores.
Podremos
lograrlo en la medida que nos propongamos no tanto hacer nuestra voluntad sino
que, a imitación del mismo Jesús, quien pasó su vida siendo obediente a la
voluntad de su Padre, hagamos nosotros lo mismo con humildad.
Si
leemos en el Evangelio lo referente al inicio de la vida pública de Jesús, él,
aún siendo el Hijo de Dios, pasa 40 días en el desierto preparándose con el
ayuno para asumir su propio compromiso y su misión: la de reconciliarnos con
Dios mediante el sacrificio de su vida y glorificarlo con su Muerte y
Resurrección, pagando por nuestros pecados, restaurando en nosotros la vida y
liberándonos de la muerte eterna.
Este
es el centro del Misterio Pascual y la verdadera razón de vivir nuestra fe
cristiana. Nosotros también nos ponemos en marcha para vivir nuestra Pascua,
nuestro paso de la muerte a la vida de la gracia pero antes también debemos
hacer nuestro propio “Via Crucis”.
Para recordar:
“ La razón
de ser del tiempo de Cuaresma es la preparación para la celebración de la
Pascua: la liturgia cuaresmal prepara a celebrar el misterio pascual, tanto a
los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación
cristiana, como a los fieles que rememoran el bautismo y hacen penitencia.”
El
Misterio pascual es el centro de nuestra fe. Su celebración está “preparada”
por la Cuaresma y “prolongada” en el Tiempo Pascual. Celebramos esto en un solo
tiempo fuerte de noventa días: Cuarenta de preparación y cincuenta de
celebración, almacenando energías para aprovechar el impulso el resto del año.
·
La Cuaresma nos “entrena” para comprender y vivir
la PASCUA, el “paso” de la muerte a la vida.
·
El Triduo Pascual celebra ese “paso”. El Señor pasa
de la muerte a la vida; nosotros, del pecado a la gracia.
- El Tiempo pascual prolonga la fiesta a lo largo de cincuenta días.
- Recordemos guardar ayuno y abstinencia: estos expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación con los demás.
- Ayuno: hacer una sola comida fuerte durante el día.
- Abstinencia: de carne, también puede ser de otra cosa. Es un modo de ejercitar la pobreza, la humildad, conocer el valor de la renuncia y del sacrificio.
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