jueves, 26 de mayo de 2011

Mensaje de María Reina de la Paz: 25/4 - 2/5 y 25/5

 

Mensaje del 25 de abril de 2011
 
     ¡Queridos hijos! Así como la naturaleza da los colores más bellos del año, así también yo los invito a testimoniar con sus vidas y a ayudar a los demás a acercarse a mi Corazón Inmaculado, para que la llama de amor por el Altísimo brote en sus corazones. Estoy con Uds. y oro incesantemente por Uds. para que sus vidas sean el reflejo del Paraíso aquí en la tierra. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

Comentario
    
La Santísima Virgen nos presenta una imagen, la de la naturaleza en la exuberante belleza de la primavera para ofrecernos una analogía.
     La belleza atrae al corazón del hombre. La belleza natural es admirada. La belleza sobrenatural –que es la santidad- además de admirada es de imitar.
     Por eso mismo, la invitación que nuestra Madre nos hace a dar testimonio de vida buena a los ojos de Dios, de permanente conversión, en definitiva de santidad, no es otra que un llamado a manifestar esa belleza para que otros busquen a la fuente de la vida.
     Puesto que así como la naturaleza que exhibe su belleza evoca al Autor, que es Dios Creador, similarmente, la belleza de las almas puras y purificadas, es decir de la santidad de vida, remiten a la fuente que es la misma santidad de Dios, que se revela como Amor con todo su poder de atracción.
     Santidad es unión con Cristo, es seguimiento de Cristo. Santidad no es afectación sino auténtica sencillez de vida en el amor. 
     Cuando se dice “santidad” se entiende no un estado, un “ser santo” sino un camino para serlo, con todas las posibles miserias y debilidades que la persona tiene, pero que también se esfuerza en quitarlas dejando a Dios obrar sobre sí y poniendo ella su voluntad en hacer lo que a Dios agrada, lo que nuestra Madre nos viene pidiendo hacer desde hace treinta años.
     La santidad atrae y quien se encuentra con ella es tocado e interpelado. Una de las razones es que las personas que han emprendido un camino de conversión son sellados en sus corazones con la paz que sólo Cristo puede dar y con la alegría íntima de saberse abrazados por el amor divino. Esto lo notan los demás, sobre todo cuando esas personas que están en el camino deben atravesar momentos de adversidad y de dolor. Se preguntan cómo no pierden la paz, cómo no desesperan.
     Es cierto que la santidad se oculta pero también es verdad que cuanto más se oculta más se deja ver. Grandes santos de nuestro tiempo vivieron alejados de los importantes centros de poder y de exhibición –tomemos sólo los conocidos ejemplos del Padre Pío y de la Madre Teresa- y sin embargo atrajeron multitudes. Simplemente porque brillaron no con luz propia sino reflejando la luz de nuestro Señor en ellos.
     Y así también como por la obra divina la naturaleza da lo mejor de sí, del mismo modo si le permitimos a Dios que obre en nosotros sacará Él lo mejor de nosotros, que es para lo que fuimos creados, y adornará nuestra alma con todo tipo de gracias y de dones.
     Ahora bien, ¿cómo se logra eso? Ciertamente siendo dóciles a los mandatos del Señor, a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo, a las llamadas que nos hace concretamente la Reina de la Paz, asumiéndolos y obrando en obediencia a ellos. Sin embargo, esto que se dice fácilmente ofrece grandes dificultades cuando la gracia es oscurecida por el mundo que aturde, que ofusca la mente y envenena el alma. Es por esta razón que la Virgen es enviada en nuestro auxilio, para ayudarnos y conducirnos por el camino seguro, breve y rápido que lleva a su Hijo. Y Ella viene todos los días y repite frecuentemente sus mensajes porque con su persistencia tiene que horadar el muro de indiferencia y escepticismo y abatir a lo peor del mundo y al mismo Satanás. Ella viene para llevarnos por el camino en el que encontraremos al Señor y nos uniremos a Él, nuestro Salvador.
     Por otra parte, lo dice en el mensaje, Ella cuenta con nosotros –que hemos acudido a su llamado, que creemos que verdaderamente se está apareciendo y hablando a través de sus instrumentos elegidos- para que cooperemos con Ella en la salvación de otras almas, también hijos suyos. Por eso, nos insta no sólo a creer y a saber de sus mensajes sino a actuar haciendo lo que nos pide en ellos.
     Y ahora nos pide dar testimonio de vida, es decir profundizar en la propia conversión, y ayudar a que los que están más lejos se acerquen al amor, a su amor a Dios y a nosotros, simbolizado por su Corazón Inmaculado, para que Ella -mediadora y dispensadora de gracias- logre que esos otros corazones fríos se inflamen de amor, que anhelen cambiar de vida. Para alcanzarlo cuenta la Santísima Virgen con nuestro ejemplo y nuestra intercesión.
     Y ahora escucha qué te dice tu Santísima Madre, escuche yo su voz: ¡Sé santo! Para esto has nacido para vivir unido a Dios para siempre. Ama, perdona, ora, adora, obra en el amor, vive en la fe, abandónate confiadamente a la misericordia y providencia de tu Señor. Cuando caigas acude de inmediato a reconciliarte con Dios confesando tus pecados. Nútrete de la Eucaristía, es Jesucristo en persona. Adórala. Nútrete de la Palabra de Dios. La Iglesia es tu Casa y tú eres Iglesia. Aborrece el pecado, la mínima ofensa al amor divino. Extiende la mano al caído. Sé misericordioso. Mira la vida de los santos, aprende de ellos. Déjate inflamar por la llama de amor del Corazón de María para amar intensamente a tu Dios Creador y Salvador y a tus hermanos. Únete con tu Rosario rezado cada día a quien está intercediendo por ti y junto a ti por todos sus otros hijos. Vive ya con ellos reflejando el Paraíso aquí en la tierra. 

P. Justo Antonio Lofeudo

 Mensaje del 2 de mayo. Dado a Miriana

      Queridos hijos, Dios Padre me envía para mostrarles el camino de la salvación, porque Él, hijos míos, desea salvarlos y no condenarlos. Es por eso que yo, como madre, los reúno en torno a mí, porque con mi amor maternal deseo ayudarlos a liberarse de la suciedad del pasado y a comenzar a vivir de nuevo y diversamente. Los estoy llamando a resucitar en mi Hijo.
     Junto con la confesión de los pecados renuncien a todo aquello que los ha alejado de mi Hijo y que les hizo vivir una vida vacía y fracasada. Díganle “sí” al Padre con el corazón y encamínense por la vía de la salvación a la que Él los está llamando por medio del Espíritu Santo. Gracias.
     Estoy rezando especialmente por los pastores, para que Dios los ayude a estar al lado de ustedes con plenitud de corazón.


Mensaje del 25 de mayo de 2011

  
¡Queridos hijos! Mi oración hoy es para todos ustedes que buscan la gracia de la conversión. Llaman a la puerta de mi Corazón, pero sin esperanza ni oración, en el pecado, y sin el sacramento de la Reconciliación con Dios. Abandonen el pecado y decídanse, hijitos, por la santidad. Solamente así puedo ayudarlos y escuchar vuestras oraciones e interceder ante el Altísimo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!


Fuente:




 

martes, 24 de mayo de 2011

Domingo 5°de Pascua Ciclo A 22-05-11

 
Libro de los Hechos de los Apóstoles 6,1-7. 

      En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos.
      Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: "No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas.
      Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea.
      De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra".
      La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía.
       Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos.
      Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.

Salmo 33(32),1-2.4-5.18-19. 

Aclamen, justos, al Señor; 
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara, 
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
Porque la palabra del Señor es recta 
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho, 
y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, 
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte 
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

Epístola I de San Pedro 2,4-9. 

      Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.
      Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido.
       Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular:
piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada.
       Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz.

Evangelio según San Juan 14,1-12.
 
     "No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
     Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
     Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?".
     Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
     Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'?
     ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
     Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
     Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. 

Reflexión. Tomada de "...y habitó entre nosotros" de Juan A. Pujol O.F.M.

Caminando en la verdad hacia la vida

       Cristo es Camino. Siguiendo sus huellas, la Iglesia se va construyendo y va avanzando hacia la Jerusalén celestial. Pero es también Verdad y Vida.
El hombre moderno tiende a concebir la verdad como algo merarmente intelectual, cuando no lo reduce al fruto de la constatación de los sentidos. La verdad de que habla Jesús es la plena verdad, la verdad que es camino a la vida, la verdad que es revelación del misterio profundo de la vida.
       La verdad no es para ser meramente contemplada, sino para ser vivida. No no es dada en posesión, sino para que la sirvamos. Es la verdad quien nos toma a nosotros, nos envuelve y nos desborda.
       Cristo es el camino que lleva en la verdad hacia la vida en razón de ser uno con el Padre. No es simplemente un gran hombre, es el Hijo eterno del Dios único. Viéndolo a él, vemos al Padre. La conducta de Jesús resulta a veces incomprensible, sobre todo a los pecadores. Es el misterio mismo de Dios que se nos presenta en él, no para confirmar e ilustrar las deduccciones de los filósofos, sino para mostrarnos dimensiones insospechables del amor de Dios hacia los hombres.
       En razón de su misma divinidad, Jesús puede prometernos que las obras que él hace las hará quien crea en él, se confíe en él y se una vitalmente a él por la fe. Es un anticipo de la promesa del Espíritu. La fiesta de Pentecostés asoma en el horizonte. El Espíritu Santo descenderá sobre la comunidad, no para evitar los obstáculos del camino, sino para asegurar que la Iglesia no pierda el rumbo. Hasta la casa del Padre, donde Jesús nos espera porque fue a prepararnos un lugar.



Les dejo este hermoso video de hace 11 años atrás cuando Juan Pablo II se encontró con los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud del año 2.000 en Tor Vergata Roma.
¿Recuerdan que un jovencito se animó a llegar hasta él y conversó? Para él debe haber sido realmente emocionante ese momento que aquí les dejo para que recordemos con cariño a quien ahora, gracias a Dios, fue proclamado beato, y más que nunca está cerca nuestro, intercediendo ante Jesús y María por la Iglesia y por el mundo.

En esa oportunidad Juan Pablo II llamaba a los jóvenes a ser los santos del nuevo siglo. También les dijo:

"Queridos amigos, también hoy creer en Jesús, seguir a Jesús siguiendo las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros Apóstoles y testigos, conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro, para seguir “al Cordero a dondequiera que vaya” (Ap 14,4). No por casualidad, queridos jóvenes, he querido que durante el Año Santo fueran recordados en el Coliseo los testigos de la fe del siglo XX."

Si quieren leer todo el discurso que el Papa diera en esa oportunidad pueden leerlo aquí

 Ese desafío que el Papa le planteaba a los jóvenes debe movernos también a nosotros para llegar también nosotros a ser santos desde lo cotidiano y a pesar de las problemáticas actuales.

La canción del video se llama "Jesus Christ you are my life "


Jesus Christ, you are my life

 (Marco Frisina)


Fratelli e Sorelle! Non abbiate paura di 
accogliere Cristo e di accettare la sua potestà! 
E, con la potestà di Cristo, servire l'uomo e l'umanità intera! 
Non abbiate paura! Aprite, anzi, spalancate le porte a Cristo!

Jesus Christ, you are my life,
alleluia, alleluia.
Jesus Christ, you are my life.
You are my life, alleluia.
Tu sei via, sei veritá,
tu sei la nostra vita,
camminando insieme a te
vivrem o in te per sempre.

Jesus Christ, you are my life,
alleluia, alleluia.
Jesus Christ, you are my life.
You are my life, alleluia.

En el gozo caminaremos
trayendo tu evangelio;
testimonios de caridad,
hijos de Dios en el mundo.
Jesus Christ, you are my life,
alleluia, alleluia.

Jesus Christ, you are my life.
You are my life, alleluia.

Tu nous rassembles dans l´unité
réunis dans ton grand amour,
devan toi dans la joie
nous chanterons ta gloire.
Jesus Christ, you are my life,
alleluia, alleluia.
Jesus Christ, you are my life.
You are my life, alleluia.

sábado, 21 de mayo de 2011

Si quieres te acompaño en el camino. Autor: Padre Eduardo Meana

Les hablaba en el post anterior de las dificultades que nuestra Iglesia vive, sufre y ofrece en distintas partes del mundo. Recordemos que no estamos solos, Jesús está con nosotros allí siempre, precisamente en el momento de mayor dificultad, acompañándonos en el camino. Nosostros por nuestra parte, debemos perseverar en el bien y también ofrecer las alegrías, los sufrimientos, nuestras oraciones y trabajos de cada día por manos de nuestra Madre, la Virgen y Jesús como buen hijo, recibe todo de manos de ella y hace crecer ese nuestro ofrecimiento en las arcas de la eternidad.

Les dejo hoy una bonita canción del Padre Eduardo Meana, sacerdote salesiano que ha compuesto infinidad de temas y que suele trabajar mucho con los jóvenes.  El tema se llama "Si quieres te acompaño en el camino", muy propicio para estos tiempos que corren en que necesitamos siempre de esa compañía, que no falla, la de Jesús y su Madre. A ellos nos confiamos.

Si quieres te acompaño en el camino
 
Si quieres, te acompaño en el camino,
y en el camino vamos conversando.
Y al conversar, tus hombros se descargan;
descargas, pues tu peso voy llevando.

Pues pesa el peso de tu desencanto
y es tu resignación aún más pesada.
Pero te sostendré, pues ya sostuve
la cruz de toda cruz en mis espaldas.

Me duele que te alejes de los tuyos,
y el creciente dolor de tu aislamiento;
pues toda mi pasión es ver reunidos
a los hijos de Dios que andan dispersos.

Yo sé que ya no crees en nuestro sueño.
Buscas seguridad retrocediendo.
Pero hasta en dirección equivocada
lo mío es ir contigo, compañero.

Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedare contigo.

Escucha profecías, peregrino,
No seas testigo de desesperanza.
Es hora que levantes la cabeza
Y, aunque anochece, alientes la confianza.

Pues es posible ver de otra manera
La trama que se te hizo tan confusa.
¿no ves el hilo de oro de la Pascua
Que rediseña todo lo que cruza?
¿no ves que desde dentro de las muertes
La muerte fue implotada y ya no mata?
Y se revela el nombre de la vida:
Y el nudo que te ataba te desata.

Partir juntos el pan en nuestra mesa
Descifra quiénes somos y seremos.
La Pascua nos irrumpe, amor de amores,
Lo más vivo venciendo lo más muerto.

Si quieres...

Por fin sabrás quién soy, sabrás quién eres,
Mientras despiertas del antiguo sueño:
Y entenderás que es fiel a sus promesas
El Dios que prometió ser compañero.

Y de la historia mía y de la tuya
Ya no te escaparás, ni tendrás miedo.
Verás la historia como historia abierta
Y la esperanza arder su ardor sereno.

Y sentirás nostalgia de tu gente.
Y querrás compartir tu aliento nuevo.
Sin más demora, ponte ya en camino.
Sin más demora, ponte en medio de ellos.

Y brillará en tu fe de caminante
Mi nombre y mi misterio de “camino"
Y de mi fiel estar acompañando
Tu amor de acompañante será el signo.

Si quieres...

Si quieres, te acompaño en el camino




 

Intérprete: Padre Eduardo Meana


"Conságralos en la verdad." Homilía del Santo Padre durante la solemne Misa Crismal

Frente a los acontecimientos adversos que se producen cada día y con sólo leer las noticias en periódicos, Internet, TV, etc. caemos en cuenta que el mundo y nuestra Iglesia, en todas partes, están atravesando momentos muy difíciles. Es en estos momentos cuando debemos tener en claro cuál es nuestro papel y a qué hemos sido llamados, en el lugar en que Dios dispuso que llevemos adelante nuestra vida y nuestro apostolado. Ante esto podemos llegar a pensar que Dios y nuestro Señor no intervienen en la historia y que no responden a nuestras oraciones, pero pensar de ese modo es un error. Este momento de la historia es aquel en que los cristianos debemos estar seguros y fundados en nuestra fe. Sabemos en quien creemos, a quien seguimos y en quién hemos puesto nuestra esperanza.
Tomemos estas palabras dirigidas por Jesús a sus apóstoles mientras oraba por ellos durante la Última Cena, como dichas para cada uno de nosotros y pongamos toda nuestra confianza en que Cristo está con nosotros en todo momento:


"Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.
Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos». 

Recordemos que somos Pueblo Elegido, pueblo Sacerdotal, y como tal Cristo nos une a sí mismo como Cabeza de ese Cuerpo Místico que conformamos los cristianos de todo el mundo,  porque cada uno de nosotros fuimos llamados y elegidos para formar parte de él. 
Aprendamos a ofrendar nuestra vida, en especial durante la misa, luego de recibir la Eucaristía. Pues así como Jesús se dio todo a nosotros sin reservas, así mismo Él espera que a nuestra vez le ofrezcamos todo, así como nuestra vida. Nuestra común -unión con Él será más fuerte y no perderemos así el sentido de nuestra vida sino que seremos más fuertes en la fe y recibiremos más luz para iluminar a otros y a la vez no perdernos en nuestro camino hacia el Padre.

A propósito de esto, quiero compartir con ustedes las palabras del Santo Padre durante la Misa Crismal de este año. En relación a todo aquello a que hace referencia Benedicto XVI cuando habla del sacerdocio, también los invito a rezar, no sólo por los cristianos que son perseguidos en todo el mundo, especialmente en China, también recemos por los sacerdotes, a muchos de los cuales les toca atravesar las horas más oscuras y difíciles. Pidamos para que ellos tampoco pierdan el sentido de quiénes son y que luego de ser probados salgan fortificados y santificados de esa su misma noche oscura para seguir siendo cabeza de sus comunidades y entregando plenamente su vida en servicio a Dios y al prójimo.

Homilía del Santo Padre durante la solemne Misa Crismal

Queridos hermanos y hermanas
En el Cenáculo, la tarde antes de su pasión, el Señor oró por sus discípulos reunidos en torno a Él, pero con la vista puesta al mismo tiempo en la comunidad de los discípulos de todos los siglos, «los que crean en mí por la palabra de ellos» (Jn 17,20). En la plegaria por los discípulos de todos los tiempos, Él nos ha visto también a nosotros y ha rezado por nosotros. Escuchemos lo que pide para los Doce y para los que estamos aquí reunidos: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» (17,17ss). El Señor pide nuestra santificación, nuestra consagración en la verdad. Y nos envía para continuar su misma misión. Pero hay en esta súplica una palabra que nos llama la atención, que nos parece poco comprensible. Dice Jesús: «Por ellos me consagro yo». ¿Qué quiere decir? ¿Acaso Jesús no es de por sí «el Santo de Dios», como confesó Pedro en la hora decisiva en Cafarnaún (cf. Jn 6,69)? ¿Cómo puede ahora consagrarse, es decir, santificarse a sí mismo?
Para entender esto, hemos de aclarar antes de nada lo que quieren decir en la Biblia las palabras «Santo» y «santificar/consagrar». Con el término «Santo» se describe en primer lugar la naturaleza de Dios mismo, su modo de ser del todo singular, divino, que corresponde sólo a Él. Sólo Él es el auténtico y verdadero Santo en el sentido originario. Cualquier otra santidad deriva de Él, es participación en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Por tanto, consagrar algo o alguno significa dar en propiedad a Dios algo o alguien, sacarlo del ámbito de lo que es nuestro e introducirlo en su ambiente, de modo que ya no pertenezca a lo nuestro, sino enteramente a Dios. Consagración es, pues, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o la persona ya no nos pertenece, ni pertenece a sí misma, sino que está inmersa en Dios. Un privarse así de algo para entregarlo a Dios, lo llamamos también sacrificio: ya no será propiedad mía, sino suya. En el Antiguo Testamento, la entrega de una persona a Dios, es decir, su «santificación», se identifica con la Ordenación sacerdotal y, de este modo, se define también en qué consiste el sacerdocio: es un paso de propiedad, un ser sacado del mundo y entregado a Dios. Con ello se subrayan ahora las dos direcciones que forman parte del proceso de la santificación/consagración. Es un salir del contexto de la vida mundana, un «ser puestos a parte» para Dios. Pero precisamente por eso no es una segregación. Ser entregados a Dios significa más bien ser puestos para representar a los otros. El sacerdote es sustraído a los lazos mundanos y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, debe quedar disponible para los otros, para todos. Cuando Jesús dice «Yo me consagro», Él se hace a la vez sacerdote y víctima. Por tanto, Bultmann tiene razón traduciendo la afirmación «Yo me consagro» por «Yo me sacrifico». ¿Comprendemos ahora lo que sucede cuando Jesús dice: «Por ellos me consagro yo»? Éste es el acto sacerdotal en el que Jesús – el hombre Jesús, que es una cosa sola con el Hijo de Dios – se entrega al Padre por nosotros. Es la expresión de que Él es al mismo tiempo sacerdote y víctima. Me consagro, me sacrifico: esta palabra abismal, que nos permite asomarnos a lo íntimo del corazón de Jesucristo, debería ser una y otra vez objeto de nuestra reflexión. En ella se encierra todo el misterio de nuestra redención. Y ella contiene también el origen del sacerdocio de la Iglesia, de nuestro sacerdocio.
Sólo ahora podemos comprender a fondo la súplica que el Señor ha presentado al Padre por los discípulos, por nosotros. «Conságralos en la verdad»: ésta es la inserción de los apóstoles en el sacerdocio de Jesucristo, la institución de su sacerdocio nuevo para la comunidad de los fieles de todos los tiempos. «Conságralos en la verdad»: ésta es la verdadera oración de consagración para los apóstoles. El Señor pide que Dios mismo los atraiga hacia sí, al seno de su santidad. Pide que los sustraiga de sí mismos y los tome como propiedad suya, para que, desde Él, puedan desarrollar el servicio sacerdotal para el mundo. Esta oración de Jesús aparece dos veces en forma ligeramente modificada. En ambos casos debemos escuchar con mucha atención para empezar a entender, al menos vagamente, la sublime realidad que se está operando aquí. «Conságralos en la verdad». Y Jesús añade: «Tu palabra es verdad». Por tanto, los discípulos son sumidos en lo íntimo de Dios mediante su inmersión en la palabra de Dios. La palabra de Dios es, por decirlo así, el baño que los purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios. Y entonces, ¿cómo están las cosas en nuestra vida? ¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento? ¿O no es más bien nuestro pensamiento el que se amolda una y otra vez a todo lo que se dice y se hace? ¿Acaso no son con frecuencia las opiniones predominantes los criterios que marcan nuestros pasos? ¿Acaso no nos quedamos, a fin de cuentas, en la superficialidad de todo lo que frecuentemente se impone al hombre de hoy? ¿Nos dejamos realmente purificar en nuestro interior por la palabra de Dios? Nietzsche se ha burlado de la humildad y la obediencia como virtudes serviles, por las cuales se habría reprimido a los hombres. En su lugar, ha puesto el orgullo y la libertad absoluta del hombre. Ahora bien, hay caricaturas de una humildad equivocada y una falsa sumisión que no queremos imitar. Pero existe también la soberbia destructiva y la presunción, que disgregan toda comunidad y acaban en la violencia. ¿Sabemos aprender de Cristo la recta humildad, que corresponde a la verdad de nuestro ser, y esa obediencia que se somete a la verdad, a la voluntad de Dios? «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad»: esta palabra de la incorporación en el sacerdocio ilumina nuestra vida y nos llama a ser siempre nuevamente discípulos de esa verdad que se desvela en la palabra de Dios.
En la interpretación de esta frase podemos dar un paso más todavía. ¿Acaso no ha dicho Cristo de sí mismo: «Yo soy la verdad» (cf. Jn 14,6)? ¿Y acaso no es Él mismo la Palabra viva de Dios, a la que se refieren todas las otras palabras? Conságralos en la verdad, quiere decir, pues, en lo más hondo: hazlos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétalos a mí. Ponlos dentro de mí. Y, en efecto, en último término hay un único sacerdote de la Nueva Alianza, Jesucristo mismo. Por tanto, el sacerdocio de los discípulos sólo puede ser participación en el sacerdocio de Jesús. Así, pues, nuestro ser sacerdotes no es más que un nuevo y radical modo de unión con Cristo. Ésta se nos ha dado sustancialmente para siempre en el Sacramento. Pero este nuevo sello del ser puede convertirse para nosotros en un juicio de condena, si nuestra vida no se desarrolla entrando en la verdad del Sacramento. A este propósito, las promesas que hoy renovamos dicen que nuestra voluntad ha de ser orientada así: «Domino Iesu arctius coniungi et conformari, vobismetipsis abrenuntiantes». Unirse a Cristo supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro rumbo y nuestra voluntad; que no deseamos llegar a ser esto o lo otro, sino que nos abandonamos a Él, donde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros. San Pablo decía a este respecto: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). En el «sí» de la Ordenación sacerdotal hemos hecho esta renuncia fundamental al deseo de ser autónomos, a la «autorrealización». Pero hace falta cumplir día tras día este gran «sí» en los muchos pequeños «sí» y en las pequeñas renuncias. Este «sí» de los pequeños pasos, que en su conjunto constituyen el gran «sí», sólo se podrá realizar sin amargura y autocompasión si Cristo es verdaderamente el centro de nuestra vida. Si entramos en una verdadera familiaridad con Él. En efecto, entonces experimentamos en medio de las renuncias, que en un primer momento pueden causar dolor, la alegría creciente de la amistad con Él; todos los pequeños, y a veces también grandes signos de su amor, que continuamente nos da. «Quien se pierde a sí mismo, se guarda». Si nos arriesgamos a perdernos a nosotros mismos por el Señor, experimentamos lo verdadera que es su palabra.
Estar inmersos en la Verdad, en Cristo, es un proceso que forma parte de la oración en la que nos ejercitamos en la amistad con Él y también aprendemos a conocerlo: en su modo de ser, pensar, actuar. Orar es un caminar en comunión personal con Cristo, exponiendo ante Él nuestra vida cotidiana, nuestros logros y fracasos, nuestras dificultades y alegrías: es un sencillo presentarnos a nosotros mismos delante de Él. Pero para que eso no se convierta en una autocontemplación, es importante aprender continuamente a orar rezando con la Iglesia. Celebrar la Eucaristía quiere decir orar. Celebramos correctamente la Eucaristía cuando entramos con nuestro pensamiento y nuestro ser en las palabras que la Iglesia nos propone. En ellas está presente la oración de todas las generaciones, que nos llevan consigo por el camino hacia el Señor. Y, como sacerdotes, en la celebración eucarística somos aquellos que, con su oración, abren paso a la plegaria de los fieles de hoy. Si estamos unidos interiormente a las palabras de la oración, si nos dejamos guiar y transformar por ellas, también los fieles tienen al alcance esas palabras. Y, entonces, todos nos hacemos realmente «un cuerpo solo y una sola alma» con Cristo.
Estar inmersos en la verdad y, así, en la santidad de Dios, también significa para nosotros aceptar el carácter exigente de la verdad; contraponerse tanto en las cosas grandes como en las pequeñas a la mentira que hay en el mundo en tantas formas diferentes; aceptar la fatiga de la verdad, para que su alegría más profunda esté presente en nosotros. Cuando hablamos del ser consagrados en la verdad, tampoco hemos de olvidar que, en Jesucristo, verdad y amor son una misma cosa. Estar inmersos en Él significa afondar en su bondad, en el amor verdadero. El amor verdadero no cuesta poco, puede ser también muy exigente. Opone resistencia al mal, para llevar el verdadero bien al hombre. Si nos hacemos uno con Cristo, aprendemos a reconocerlo precisamente en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces nos convertimos en personas que sirven, que reconocen a sus hermanos y hermanas, y en ellos encuentran a Él mismo.
«Conságralos en la verdad». Ésta es la primera parte de aquel dicho de Jesús. Pero luego añade: «Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» (Jn 17,19), es decir, verdaderamente. Pienso que esta segunda parte tiene un propio significado específico. En las religiones del mundo hay múltiples modos rituales de «santificación», de consagración de una persona humana. Pero todos estos ritos pueden quedarse en simples formalidades. Cristo pide para los discípulos la verdadera santificación, que transforma su ser, a ellos mismos; que no se quede en una forma ritual, sino que sea un verdadero convertirse en propiedad del mismo Dios. También podríamos decir: Cristo ha pedido para nosotros el Sacramento que nos toca en la profundidad de nuestro ser. Pero también ha rogado para que esta transformación en nosotros, día tras día, se haga vida; para que en lo ordinario, en lo concreto de cada día, estemos verdaderamente inundados de la luz de Dios.
La víspera de mi Ordenación sacerdotal, hace 58 años, abrí la Sagrada Escritura porque todavía quería recibir una palabra del Señor para aquel día y mi camino futuro de sacerdote. Mis ojos se detuvieron en este pasaje: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad». Entonces me dí cuenta: el Señor está hablando de mí, y está hablándome a mí. Y lo mismo me ocurrirá mañana. No somos consagrados en último término por ritos, aunque haya necesidad de ellos. El baño en el que nos sumerge el Señor es Él mismo, la Verdad en persona. La Ordenación sacerdotal significa ser injertados en Él, en la Verdad. Pertenezco de un modo nuevo a Él y, por tanto, a los otros, «para que venga su Reino». Queridos amigos, en esta hora de la renovación de las promesas queremos pedir al Señor que nos haga hombres de verdad, hombres de amor, hombres de Dios. Roguémosle que nos atraiga cada vez más dentro de sí, para que nos convirtamos verdaderamente en sacerdotes de la Nueva Alianza. Amén.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El Papa pide rezar por la Iglesia en China. 18-05-11

Al finalizar la audiencia general del día su Santidad Benedicto XVI pidió oración por la Iglesia de China:

El próximo martes, 24 de mayo, se celebra la memoria litúrgica de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos, que es especialmente venerada en el Santuario de Sheshan, en Shanghai. El Papa aprovechó la oportunidad para invitar a todos los fieles a unirse con la oración a la Iglesia en China.
Si bien la Iglesia en China está creciendo, Cristo, como en otros lugares del mundo, sigue siendo "rechazado, ignorado o perseguido". El Santo Padre pidió a "todos los católicos chinos que continúen intensificando sus oraciones, especialmente a María, la Virgen fuerte. Pero también para todos los católicos del mundo rezar por la Iglesia en China debe ser un compromiso: los fieles de allí tienen derecho a nuestras oraciones, necesitan nuestras oraciones".

"Los chinos católicos, como han dicho muchas veces, quieren la unidad con la Iglesia universal, con el Pastor supremo, con el Sucesor de Pedro. Con la oración podemos obtener que la Iglesia en China siga siendo una, santa y católica, fiel y firme en la doctrina y en la disciplina eclesiástica".

"Sabemos -dijo- que, entre nuestros hermanos obispos, hay algunos que sufren presiones para ejercer su ministerio episcopal. A ellos, a los sacerdotes y a todos los católicos que experimentan dificultades en la libre profesión de su fe, expresamos nuestra cercanía. Con nuestra oración -dijo- podemos ayudarles a encontrar el camino para mantener viva la fe, fuerte la esperanza, ardiente la caridad con todos e íntegra la eclesiología que hemos heredado del Señor y de los Apóstoles".

En conclusión, el Santo Padre pidió a María que "ilumine a los que dudan, vuelva a llamar a los que se han perdido, consuele a los afligidos y fortalezca a los que están tentados por los encantos del oportunismo".



Tomado de Ecclesia Digital


martes, 17 de mayo de 2011

Domingo 4° de Pascua. Dmgo. del Buen Pastor 15-05-11



Primera lectura. Hech 2, 14. 36-41

El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías". Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?". Pedro les respondió: "Que cada uno se convierta y se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar". Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.
Palabra de Dios.

Salmo

Sal 22, 1-6
R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el recto sendero, por amor de su nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.
Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la casa del Señor, por muy largo tiempo. R.

Segunda lectura. 1Ped 2, 20-25

 Queridos hermanos: Si a pesar de hacer el bien, ustedes soportan el sufrimiento, esto sí es una gracia delante de Dios. A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas. Él no cometió pecado y nadie pudo encontrar una mentira en su boca. Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente. Él llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron sanados. Porque antes andaban como ovejas perdidas, pero ahora han vuelto al Pastor y Guardián de ustedes.
Palabra de Dios.

Evangelio. Jn 10, 1-10

 Jesús dijo a los fariseos: "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz". Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en abundancia".
Palabra del Señor.

Reflexión tomada de "La Hojita del Domingo"

En el evangelio de hoy, Jesús se presenta con dos imágenes que se mezclan: En los versículos 1 y 2, aparece como la puerta, y del 3 al 5, como el pastor. Pero los oyentes no comprendían estos ejemplos (v.6), explica separadamente las parábolas.
Del versículo 7 al 10, se presenta como la puerta, que nos indica simplemente un lugar por donde se pasa, un lugar que se atraviesa y se abandona. 

Para los antiguos, la puerta de una ciudad era un lugar importantísimo, un lugar de reunión, de encuentro, de compra y venta, de mucha vida. Estar en la puerta era una verdadera fiesta, y ya era estar en la ciudad. Por eso, decir que Jesús es la puerta indica que en él, en su persona,hallamos los bienes de la salvación, la luz, el alimento y la vida abundante.

Es como el abrazo de un amigo que, mediante sus brazos, nos comunica toda la riqueza de su amor, y no sólo sus brazos. Por eso Jesús no dice dónde vamos a parar cuando pasamos por él, ya que entramos en él mismo, y en él encontramos al Padre. De hecho, Jesús concluye estas palabras sobre la puerta diciendo que él vino para darnos vida en abundancia (v. 10). Nosotros muchas veces estamos buscando un lugar acogedor, un espacio donde podamos sentirnos cómodos, contenidos. Pero nunca vamos a encontrar un espacio físico o un grupo de amigos que nos deje del todo satisfechos. Necesitamos otro espacio de amor que sólo podemos encontrar en el Señor. Ese espacio son sus brazos, ese espacio es él mismo. Y a él lo encontramos en cualquier parte, porque podemos vivir en su presencia. En medio del trabajo, de la actividad más intensa, en medio de las preocupaciones y de la lucha de cada día, podemos estar en su presencia, sumergidos en él; y así todo se hace más fácil, más llevadero.

P. Víctor M. Fernández

domingo, 8 de mayo de 2011

Domingo 3° de Pascua. Ciclo A. 8-05-11


Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33.
 
     Entonces, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
   Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él.
     En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.
    Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción.
     A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen.

Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11.

Mictán de David. Protégeme,
Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
"Señor, tú eres mi bien,
no hay nada superior a ti".
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!

Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha.


Epístola I de San Pedro 1,17-21.

     Y ya que ustedes llaman Padre a aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo.
     Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes.
     Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.

Evangelio según San Lucas 24,13-35.

     Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
     Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
     El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
     Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
     Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
    Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
     ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
     Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
     Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
     En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
    Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


Reflexión por el Beato Juan Pablo II. Carta apostólica «Mane nobiscum Domine»


"Quédate con nosotros"
 
        Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara "con" ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse "en" ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. "Permaneced en mí, y yo en vosotros" (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca "permanencia" nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el «hambre» de su Palabra (Am 8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para "saciarnos" de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo.
        Pero la especial intimidad que se da en la "comunión" eucarística no puede comprenderse adecuadamente ni experimentarse plenamente fuera de la comunión eclesial... La Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina "con Cristo" en la medida en que se está en relación «con su cuerpo». Para crear y fomentar esta unidad Cristo envía el Espíritu Santo. Y Él mismo la promueve mediante su presencia eucarística. En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace un solo cuerpo. El apóstol Pablo lo afirma: "Un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan"(1 Co 10,17).

 El peregrino de Emaús

¿Qué venías conversando?
me dijiste, buen amigo;
y me detuve asombrado
a la vera del camino.
¿No sabes lo que ha pasado
allá en Jerusalén?
De Jesús de Nazareth
a quien clavaron en la cruz,
por eso me vuelvo triste
a mi aldea de Emaús.

Por el camino de Emaús
un peregrino iba conmigo
no lo conocí al caminar
ahora sí, en la fracción del pan.

Van tres días que se ha muerto
y se acaba mi esperanza.
Dicen que algunas mujeres
al sepulcro fueron al alba.
Pedro, Juan y algunos otros
hoy también allá buscaron.
Mas se acaba mi confianza
no encontraron a Jesús
por eso me vuelvo triste
a mi aldea de Emaús.

Hizo seña de seguir
más allá de nuestra aldea
y la luz del sol poniente
parecía que muriera.
Quédate forastero,
ponte a la mesa y bendice
y al destello de su luz
en la bendición del pan
mis ojos reconocieron
al amigo de Emaús.