domingo, 26 de junio de 2011

Cantemos al amor de los amores



Cantemos al amor de los amores.
Cantemos al Señor.
Dios está aquí.
Venid adoradores,
adoremos a Cristo Redentor.

¡GLORIA A CRISTO JESÚS!
CIELOS Y TIERRA BENDECID AL SEÑOR.
HONOR Y GLORIA A TÍ
REY DE LA GLORIA
AMOR POR SIEMPRE A TÍ
DIOS DEL AMOR

 Unamos nuestra voz a los cantares
del coro celestial.
Dios está aquí,
al Dios de los altares alabemos
con gozo angelical.

Los que buscáis solaz
en vuestras penas
y alivio en el dolor.
Dios está aquí
y vierte a manos llenas
los tesoros de celestial dulzor.

Que abrace nuestro ser la viva llama
del más ferviente amor.
Dios está aquí,
está porque nos ama,
como Padre y Amigo
y Bienhechor.

Cantemos al Amor de los
Amores, cantemos sin cesar:
Dios está aquí.
Venid, adoradores,
adoremos a Cristo en el altar.


"El que me come vivirá por mí"



"De la misma manera que el Padre, 
que vive, me ha enviado
y que yo vivo por Él, 
de la misma manera 
aquellos que me coman, 
vivirán por Mi."


Tomado de la Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis» del Papa Benedicto XVI

        El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que «quien coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Pero esta «vida eterna» se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: «El que me come vivirá por mí» (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio «creído» y «celebrado» contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana.

        En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. Análogamente a lo que san Agustín dice en las Confesiones sobre el Logos eterno, alimento del alma, poniendo de relieve su carácter paradójico, el santo Doctor imagina que se le dice: «Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí». En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; «nos atrae hacia sí».

        La Celebración Eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la logiké latreía. A este respecto, las palabras de san Pablo a los Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios: «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable» (Rm 12,1). 

Pueden leer todo el texto cliqueando aquí

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) 26-06-11. Angelus del Papa

Lectura del Deuteronomio 8,2-3.14b-16a.  

      Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos.
Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. 
      No te vuelvas arrogante, ni olvides al Señor tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres. Así te afligió y te puso a prueba, para que tu vieras un futuro dichoso.

Salmo 147,12-15.19-20.

¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!
El reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti;
él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo.
Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente;

Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!

Carta I de San Pablo a los Corintios 10,16-17.  

      La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.

Evangelio según San Juan 6,51-58.  

      Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
      El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
      Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
      Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".

Reflexión: 

Angelus del Papa. 26-06-11

      ¡Queridos hermanos y hermanas!: Hoy, en Italia y en otros Países, se celebra el Corpus Domini, la fiesta de la Eucaristía, el Sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor, que El ha instituido en la Última Cena y que constituye el tesoro más precioso de la Iglesia. La Eucaristía es como el corazón palpitante que da vida a todo el cuerpo místico de la Iglesia: un organismo social totalmente basado en la relación espiritual pero concreta con Cristo.
      Como afirma el apóstol Pablo: “Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1Cor 10,17). Sin la Eucaristía la Iglesia simplemente no existiría.

      Es la Eucaristía en efecto la que hace de una comunidad humana un misterio de comunión, capaz de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios. El Espíritu Santo, que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, transforma también a cuantos lo reciben con fe en miembros del cuerpo de Cristo, de modo tal que la Iglesia es realmente sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos.

      En una cultura cada vez más individualista, como lo es aquella en la que estamos inmersos en las sociedades occidentales, y que tiende a difundirse en todo el mundo, la Eucaristía constituye un “antídoto”, que obra en las mentes y en los corazones de los creyentes y continuamente siembra en ellos la lógica de la comunión, del servicio, de la generosidad, en realidad, la lógica del Evangelio. Los primeros cristianos, en Jerusalén, eran un signo evidente de este nuevo estilo de vida, porque vivían en fraternidad y ponían en común sus propios bienes, para que ninguno fuera indigente. ¿De qué cosa derivaba todo esto? De la Eucaristía, es decir de Cristo resucitado, realmente presente en medio de sus discípulos y operante con la fuerza del Espíritu Santo. Y también en las generaciones sucesivas, a través de los siglos, la Iglesia, a pesar de los límites y los errores humanos, continúa siendo en el mundo una fuerza de comunión.

     Pensemos especialmente en los períodos más difíciles, de prueba: ¡lo que ha significado, por ejemplo, para los países sometidos a regímenes totalitarios, la posibilidad de reencontrarse en la Misa Dominical! Como decían los antiguos mártires de Abitene: “Sine Dominico non possumus” – sin el “Dominicum”, es decir sin la Eucaristía dominical no podemos vivir. Pero el vacío producido por la falsa libertad puede ser también peligroso, entonces la comunión con el Cuerpo de Cristo es fármaco de la inteligencia y de la voluntad, para reencontrar el gusto de la verdad y del bien común.

     Queridos amigos, invoquemos a la Virgen María, a quien mi Predecesor, el beato Juan Pablo II definió “Mujer eucarística”. Que en su escuela, también nuestra vida sea plenamente “eucarística”, abierta a Dios y a los demás, capaz de trasformar el mal en bien con la fuerza del amor, orientada a favorecer la unidad, la comunión, la fraternidad. 
 

sábado, 25 de junio de 2011

Jesús Eucaristía, eterna ofrenda de amor

     
      Con motivo de la cercanía de la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo voy a dejarles reflexiones de Monseñor Domingo Castagna contenidas en su libro "Eucaristía, anonadamiento y amor" que nos ayudarán a comprender y a profundizar en el significado de la entrega que significa este "Santísimo Sacramento" que es puro amor de Cristo por nosotros y de nuestro Padre, que no escatimó en darnos lo más preciado suyo, su propio Hijo. 

Prolongación del anonadamiento del Verbo.

      El texto referido en la Carta de san Pablo a los filipenses (2,6) proporciona una descripción de la encarnación del Verbo de gran realismo. El amor al hombre empuja a Dios a la humillación, al anonadamiento. No existe una medida más desbordante de amor. Su simple contemplación lograría conmover el corazón más endurecido. Se necesitará mantener, con perseverancia, la atención fija en el hecho expresado por las palabras del apóstol. De esta manera, el interés desmedido depositado en cosas sin importancia se reducirá a nada.

      Dios se hace hombre. Hay que conocer a Dios para medir el gesto suyo de hacerse hombre. ya sería abismal el salto con un nivel humano mantenido en la inocencia. Pero ¡el pecado! El hombre por el pecado es otro del que salió de las manos de Dios. Su naturaleza está muy enferma, en estado desesperante. Sólo un milagro, es decir una intervención directa y eficaz de Dios puede recomponerlo. El milagro se produce, pero al modo de Dios. comprometiendo su amor al hombre, es decir, introduciéndose en la realidad humana dolorosa.

      San Pablo, para definir lo que intuye con expresiones más o menos cercanas a la realidad del gesto de Dios, nos dice:

"El (Cristo), que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente,
al contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte 
y muerte de cruz " (Flp. 2,6)

      El amor es así. No tiene en cuenta más que al ser amado. Incluye un olvido de sí mismo que va mucho más allá de lo pensable. No hay límites, sólo es incompatible con la mentira. Las medidas, las condiciones y los alcances premeditados no sintonizan con el amor verdaero, así revelado por Dios.

      Por ello, Cristo deja de pensar en su legítima respetabilidad de Dios para aceptar abajarse hasta hacerse nada" es decir, "humillarse". Sólo el amor que el Padre tiene por los hombres consigue explicarlo. Es más manifestación de amor que de poder divino. Aquí se nos revela  que el amor divino es el poder que transforma nuestra condición.

      Ese misterio de amor, en nuestro actual estado pos-pascual, cuando la resurrección ya recuperó para la vida al Cristo que murió en la cruz, parece hablarnos de un pasado teológicamente superado. ya pasó la humillación y el anonadamiento; Cristo ha vencido al pecado. Es verdad. Pero existe un medio ideado por el mismo Señor que nos recuerda y representa la verdad del amor divino: es la Eucaristía.

      En su celebración se actualiza el sacrificio de Jesús, su muerte, que desemboca  en la resurrección. Por lo tanto, la Pascua. Cristo es inmolado y, vivo por la resurrección, se nos da como alimento y saludable sustento para nuestro peregrinaje. La Eucaristía que Jesús celebra en la cena del jueves anticipa su inmolación que, después de la Ascención, se prolonga hasta el fin de los tiempos.

      La inmolación por amor que culmina en la cruz se inicia en la encarnación. El anonadamiento que tiene su origen allí llega a su perfecta expresión en la cruz. Ese misterio de humillación divina no termina con la muerte, se prolonga en la historia. Por la resurrección trasciende lo temporal -como época en que aconteció el sacrificio- para entrar en cada momento de la historia, hasta el último, con el sacramento de la Iglesia, plenamiente realizado en la Eucaristía.

      Dedicaremos nuestras reflexiones a intentar descubrir en la eucaristía la prolongación del anonadamiento del Verbo. Aunque la naturaleza humana de Cristo no puede ya padecer, está definitivamente gloriosa; el "padecer la muerte una vez para siempre" involucra su representación aunténtica siempre que la Iglesia, por el ministerio de sus sacerdotes, celebra la Eucaristía. Nosotros podemos ser partícipes del anonadamiento de Jesús el Verbo y unirnos estrechamente al mismo por amor a los hombres y en obediencia filial al Padre.

      Los santos que se sumergieron mas en la pasión del Señor no lo hicieron desde un recuerdo sino desde una presencia viva. La palabra de Dios que relata el hecho no suscita un mero recuerdo, establece un contacto vivo con el acontecimiento mismo que hoy, por el sacramento, se vuelve a presentar. Cuando menciono el término "sacramento" me refiero a cada uno de los sacramentos, desde el bautismo hasta la eucaristía. Cuando san Pablo habla del bautismo afirma:
      "No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?" (Rom. 6,3).
      Pero será la eucaristía la que nos permitirá mediante la meditación y la contemplación, aproximarnos a ese misterio de amor que es el anonadamiento, prolongado más allá de la resurrección, en la existencia sacramental del cristiano colocado en el corazón del tiempo y del espacio.

Fuente: Eucaristía, anonadamiento y amor. Monseñor Domingo Castagna

miércoles, 22 de junio de 2011

Novena de la confianza al Sagrado Corazón de Jesús



Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo herido por nuestros pecados has depositado infinitos tesoros de caridad, te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida satisfacción.

Acto de confianza: ¡Oh Corazón de Jesús, Dios y hombre verdadero, refugio de los pecadores y esperanza de los que en ti confían! Tu nos dices amablemente: “Venid a mí”; y nos repites las palabras que dijiste al paralítico: “Confía, hijo mío, tus pecados te son perdonados”; y a la mujer enferma: “Confía, hija, tu fe te ha salvado”; y a los apóstoles: “Confiad, yo soy; no temáis”.
Animado con estas palabras tuyas, acudo a ti con el corazón lleno de confianza, para decirte sinceramente y desde lo más íntimo de mi alma: Corazón de Jesús, en ti confío.

  •   En mis alegrías y tristezas,
                 Corazón de Jesús, en ti confío.
  •  En mis negocios y empresas,
  • En mis prosperidades y adversidades,
  • En las necesidades de mi familia,
  • En las tentaciones del demonio,
  • En las instigaciones de mis propias pasiones,
  •  En las persecusiones de mis enemigos,
  • En las murmuraciones y calumnias,
  • En mis enfermedades y dolores,
  • En mis defectos y pecados,
  • En la santificación y salvación de mi alma,
  • Siempre y en toda ocasión,
  • En vida y muerte,
  • En tiempo y eternidad.   
Oración final: Corazón de mi amable Jesús, confío y confiaré siempre en tu bondad; y por el corazón de tu madre, te pido que no desfallezca nunca mi confianza en ti, a pesar de las contrariedades y pruebas que quieras enviarme, para que, habiendo sido mi consuelo en vida, seas mi refugio en la hora de la muerte y mi gloria por toda la eternidad. Amén.

Para descargar esta novena hacerlo desde aquí:



domingo, 19 de junio de 2011

Domingo de la Santísima Trinidad - Solemnidad. Algunas palabras de la homilía de S.S Benedicto XVI


Libro del Exodo 34,4b-6.8-9. 

      Moisés talló dos tablas de piedra iguales a las primeras, y a la madrugada del día siguiente subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor.
      El Señor pasó delante de él y exclamó: "El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad.
Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: "Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia".

Libro de Daniel 3,52.53.54.55.56.
 
     «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, loado, exaltado eternamente. Bendito el santo nombre de tu gloria, loado, exaltado eternamente.
      Bendito seas en el templo de tu santa gloria, cantado, enaltecido eternamente.
      Bendito seas en el trono de tu reino, cantado, exaltado eternamente.
      Bendito tú, que sondas los abismos, que te sientas sobre querubines, loado, exaltado eternamente.
      Bendito seas en el firmamento del cielo, cantado, glorificado eternamente.

Carta II de San Pablo a los Corintios 13,11-13. 

     Por último, hermanos, alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.
     Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes.

Evangelio según San Juan 3,16-18. 

       Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
       Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 


* Les dejo algunas palabras de la homilía que dió el Papa en su visita a San Marino acerca de la Fiesta de la Santísima Trinidad:


      "Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad: Dios Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando se piensa en la Trinidad generalmente viene a la mente el aspecto del misterio: son Tres y son Uno, un solo Dios en tres Personas. En cambio, la liturgia de hoy llama nuestra atención sobre la realidad de amor contenida en este primer y supremo misterio de nuestra fe. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno, porque Dios es amor: el padre da todo al Hijo; el Hijo recibe todo del Padre con reconocimiento; y el Espíritu Santo es como el fruto de este amor recíproco del Padre y del Hijo. Los textos de la Santa Misa de hoy hablan propiamente del amor. No se detienen tanto sobre las tres personas divinas -solo una frase en la segunda lectura las menciona- sino sobre el amor que constituye la sustancia. La Unidad y la Trinidad al mismo tiempo. 

       El primer fragmento que hemos escuchado, extractado del Libro del Éxodo y sobre el cual me detuve en una reciente catequesis del miércoles, es sorprendente, porque la revelación del amor de Dios sucede después de un gravísimo pecado del pueblo. Apenas se ha concluido el pacto de alianza en el monte Sinaí, el pueblo ya falta a la fidelidad a Dios. La ausencia de Moisés se prolonga y el pueblo pide a Aaron que haga un Dios que sea visible, accesible, maniobrable, a la medida del hombre. Aaron consiente, y prepara el becerro de oro. Descendiendo del Sinaí, Moisés ve lo que ha sucedido y rompe las tablas de la alianza, dos piedras sobre las que estaban escritas las "Diez Palabras", el contenido concreto del pacto con Dios. Todo parece perdido, la amistad rota. Sin embargo, no obstante este gravísimo pecado del pueblo, Dios, por la intercesión de Moisés, decide perdonar e invita a Moisés a volver a subir al monte para recibir de nuevo su ley, los diez Mandamientos. Moisés pide ahora a Dios que se revele, que le haga ver su rostro. Pero Dios no muestra el rostro, revela mas bien ser lleno de bondad con estas palabras: "El Señor, Dios misericordioso y piadoso, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,8). Esta auto definición de Dios manifiesta su amor misericordioso: un amor que vence el pecado, lo cubre, lo elimina. No puede hacernos revelación mas clara. Nosotros tenemos un Dios que renuncia a destruir al pecador y que quiere manifestar su amor todavía de manera más profunda y sorprendente propiamente frente al pecador para ofrecer siempre la posibilidad de la conversión y del perdón.

     El Evangelio completa esta revelación, porque indica hasta que punto Dios ha mostrado su misericordia. El evangelista Juan refiere esta expresión de Jesús: Dios amó tanto al mundo hasta darle a su propio Hijo unigénito, para que aquel que cree en él no se pierda, sino que tenga la vida eterna" (3,16). En el mundo hay mal, egoísmo, maldad y Dios podría venir para juzgar al mundo, para destruir el mal, para castigar a aquellos que obran en las tinieblas. En cambio Él muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía lo que tienen de más precioso: su Hijo unigénito. Y no solo Lo envía, sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que ha nacido para nosotros, que ha vivido para nosotros, que ha curado a los enfermos, perdonado los pecados, recibido a todos. Respondiendo al amor que viene del Padre, el Hijo ha dado su misma vida por nosotros: sobre la cruz el amor misericordioso de Dios alcanza el culmen. Y es sobre la cruz que el Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que nos viene comunicada con el don del Espíritu Santo. Así en el misterio de la cruz están presentes las tres Personas divinas: el Padre, que dona a su Hijo unigénito para la salvación del mundo; el Hijo, que cumple hasta el fondo el designio del Padre; el Espíritu Santo -infundido por Jesús en el momento de la muerte- que viene a hacernos participes de la vida divina, a transformar nuestra existencia, para que sea animada por el amor divino.”


Fuente:

Pueden leer el artículo completo en Ecclesia Digital
 

sábado, 18 de junio de 2011

Mes del Sagrado Corazón de Jesús. Historia de la devoción en videos

El centro es el amor

       Hoy dejo que los recursos multimedios nos cuenten la historia de la devoción al Sagrado Corazón, comenzando con la vida de Santa Margarita María de Alacoque, para que conozcamos más estos hechos extraordinarios y para que comprendamos que cada uno de nosotros, al igual que Margarita, somo instrumentos al servicio del Corazón de Jesús y como tales, debemos conocer, profundizar y amar las cosas del Señor. No se quiere aquello que no se conoce y no se puede llegar a la gente y contagiarla del amor a Cristo si primero nosotros no estamos empapados de ese amor.

     Los invito a ver y también a compartir aquello que Cristo nos da. Todo lo recibimos gratuitamente de sus manos y así debemos brindarlo a Él, gratuitamente, para la conversión y salvación de nuestros hermanos. Dios Padre y su Hijo Jesucristo desean ser conocidos, amados y servidos por todas sus creaturas. Difundamos nuestra fe.


Frase para meditar: 

"No es por grandeza de nuestras acciones que agradamos a Dios sino por nuestro amor a Él" 

El Sagrado Corazón de Jesús: Su historia 1/5 

 


El Sagrado Corazón de Jesús: Su historia 2/5 

 

 El Sagrado Corazón de Jesús: Su historia 3/5




El Sagrado Corazón de Jesús: Su historia 4/5 

 

viernes, 17 de junio de 2011

Mes del Sagrado Corazón de Jesús. Acto de entrega.



Rendido a tus pies, ¡Oh Jesús mío!,
considerando las inefables muestras de amor
que me has dado
y las sublimes lecciones que me enseña,
de continuo, tu adorable Corazón,
te pido, humildemente,
la gracia de conocerte, amarte, y servirte
como fiel discípulo tuyo.
Deseo hacerme digno de las mercedes y bendiciones
que concedes a los que de veras te conocen,
aman y sirven.
Mira que soy muy pobre, buen Jesús,
y necesito de tu generosidad.
Mira que soy muy limitado, soberano Maestro,
y necesito apoyarme en tí para no desfallecer.
Sé todo para mí, Sagrado Corazón:
socorro de mi miseria, luz de mis ojos,
báculo de mis pasos, remedio de mis males,
auxilio en toda necesidad.
Tú me alentaste cuando dijiste en el evangelio:
"Vengan a mi..., aprendan de mi...,
pidan y recibirán..., llamen y se les abrirá".
A las puertas de tu Corazón vengo, pues, hoy
y llamo y pido y espero.
Te hago formal y decidida entrega de mi corazón:
tómalo y dame, en cambio, lo que sabes
que me ha de hacer bueno en la tierra
y dichoso en la eternidad. Amén.

miércoles, 15 de junio de 2011

Dones del Espíritu Santo

    
      Los dones comunmente atribuidos al Espíritu, no son ni exhaustivos ni excluyentes: antes bien, resumen toda la actividad que éste realiza en nosotros. Sin embargo, por sobre todos, hay un don que da sentido a todos los demás: es el don del Amor. Pero no de cualquier tipo de amor, sino del que encuentra su máxima expresión en quien entrega la vida por sus hermanos.  Este es el mayor regalo del Espíritu. Sin él, nuestra vida no tiene sentido. El amor (o la caridad) es la primera acción de Dios: creó al hombre y al mundo por amor y en la plenitud de los tiempos Jesús Resucitado, por amor, nos salvó de la muerte.

Los siete dones del Espíritu Santo.

      Desde siempre hemos aprendido que los dones del Espíritu Santo son siete. Pero este número tiene un significado simbólico: plenitud, totalidad y perfección. los siete dones (al igual que los sacramentos) pretenden resumir toda la acción del Espíritu Santo en los cristianos. Estos están tomados del libro de Isaías, cuando el profeta describe las cualidades que tendrá el futuro Mesías:
      "Sobre él reposará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor -y lo inspirará el temor del Señor-. Él no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país..." (Is. 11,2-4a).

     Sabemos que los dones del Espíritu no son regalos pasivos, sino que exigen una respuesta, como lo expresa claramente el profeta. por lo tanto, quien es movido por el Espíritu Santo debe obrar de esa manera. Meditemos un poco sobre el significado y sentido de los mismos:

  • Sabiduría: Consiste en conocer a Dios. Ser sabio, según el Espíritu, es conocer  y experimentar el amor y la bondad de Dios que practica la justicia y nos capacita para que seamos justos también nosotros. Esto no se aprende ni en los libros ni en los cursos sino a través de una vivencia personal y comunitaria de oración.
  •  Entendimiento: es el don que nos ayuda a descubrir cuál es la voluntad de Dios en las grandes y pequeñas situaciones cotidianas.
  • Ciencia: este don nos da la capacidad de discernir, distinguiendo lo que es bueno y lo que es mejor. Nos da a conocer el proyecto de Dios para cada día. Nos lanza a actuar de acuerdo a nuestros principios y valores cristianos.
  • Consejo: A través de este don podemos dialogar fraternalmente en nuestras familias y en la comunidad cristiana. Podemos ayudar a quien lo necesite, orientando y colaborando para encontrar soluciones mejores. Mediante el consejo y la palabra oportuna debemos animar a los desanimados alentándolos a no bajar los brazos y también podemos ver la vida con optimismo.
  •  Fortaleza: Este don nos ayuda a enfrentar con coraje y energía las dificultades y problemas que a veces parecen asfixiarnos y que nos cierran el camino. Nos ayuda a vencer las tentaciones de dejar a Jesús por un camino más fácil. Nos permite mostrar dulzura y alegría en las obligaciones que nos toca desempeñar como padres, trabajadores, estudiantes, político, catequistas, animadores de la comunidad, etc.
  • Piedad: Es el don que nos hace descubrir el corazón de Dios amándonos profundamente. También nos invita a entregarle el nuestro y nos envía a los hermanos que más necesitan de nuestro consuelo. Es el don de la Misericordia.
  • Temor de Dios: Este don nos hace reconocer con humildad que Dios es siempre más grande que todo lo que podamos imaginar y nos impulsa a respetarlo y quererlo como nuestro Padre.

         Nosotros recibimos uno o más dones para compartirlos en la comunidad. Obrar de otra manera es privar de un servicio al Pueblo de Dios. Estos dones o carismas debemos recibirlos con agradecimiento, sabiendo que son regalos que nos comprometen y que el Espíritu los da a quien, cuando y como quiere.

        Ahora bien, los carismas y dones del Espíritu son dados para la edificación de la Iglesia; corresponde a la Iglesia misma determinar su autenticidad.

        Todos los dones que el Espíritu Santo concede tienen valor en la medida en que son compartidos en comunión, por amor y en el amor. Es recomendable leer los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios donde se halla una descripción más amplia de los dones y carismas y su importancia en la vida de la Iglesia. 

    Fuente: Celebremos la Pascua y Pentecostés. Miguel Varela CMF


    Oremos:

    Ven Espíritu Creador, 
    visita las almas de los fieles;
    e inunda con tu gracia 
    los corazones que Tu creaste.

    Ilumíname y hazme conocer 
    lo bueno para obrarlo 
    y lo malo para detestarlo 
    por el don de Sabiduría.

    Intensifica mi vida interior 
    por el don de Entendimiento.
    Aconséjame en mis dudas y vacilaciones 
    por el don de Consejo.

    Dame la energía necesaria 
    en la lucha contra mis pasiones, 
    por el don de Fortaleza. 

    Envuelve todo mi proceder 
    en un ambiente sobrenatural, 
    por el don de Ciencia.

    Haz que me sienta hijo tuyo 
    en todas las vicisitudes de la vida, 
    y acuda a Tí, por el don de Piedad.

    Concédeme que te venere y te ame 
    y ande con cautela en el sendero del bien; 
    guiado por el don del santo Temor de Dios

    domingo, 12 de junio de 2011

    Domingo de Pentecostés. Solemnidad. 12-06-11. Lecturas y reflexión por S.S.Benedicto XVI

     
    Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,1-11.  

         Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
    De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
    Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
    Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo.
         Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.
         Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
         Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios".

    Salmo 104(103),1ab.24ac.29bc-30.31.34. 

    Bendice al Señor, alma mía: 
    ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! 
    Estás vestido de esplendor y majestad
    Bendice al Señor, alma mía: 
    ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! 
    Estás vestido de esplendor y majestad
    ¡Qué variadas son tus obras, Señor! 
    ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas!
    ¡Qué variadas son tus obras, Señor! 
    ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas!

    Si escondes tu rostro, se espantan; 
    si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
    Si escondes tu rostro, se espantan; si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
    Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra.
    ¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras!
    que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor.

    Carta I de San Pablo a los Corintios 12,3b-7.12-13. 

         Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: "Maldito sea Jesús". Y nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo.
         Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu.
         Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor.
         Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos.
         En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.
        Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo.
    Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.

    Evangelio según San Juan 20,19-23. 

         Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
        Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
        Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
         Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
        Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

    Reflexión por S. Santidad Benedicto XVI

    Benedicto XVI ha presidido esta mañana en la basílica de san Pedro la Santa Misa en la solemnidad de Pentecostés.

          En su homilía el Santo Padre ha dicho que si bien todas las solemnidades litúrgicas de la Iglesia son grandes, esta de Pentecostés lo es de una manera singular, porque indica, llegado el día cincuenta, el cumplimiento del evento de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor Jesús a través del don del Espíritu del Resucitado.
    En Pentecostés la Iglesia se prepara con la oración, la invocación repetida e intensa a Dios para obtener una renovada efusión del Espíritu Santo sobre nosotros.
        La Iglesia revive así cuanto sucedió en sus orígenes a los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén. Estaban reunidos en humilde y confiada espera de que se cumpliese la promesa del Padre que les comunicó Jesús: "En pocos días, vais a ser bautizados en Espíritu Santo... recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros."

         “Lo que la Iglesia quiere decirnos es esto: el Espíritu creador de todas las cosas, y el Espíritu Santo que Cristo ha hecho descender del Padre sobre la comunidad de los discípulos, son uno y el mismo: creación y redención se pertenecen recíprocamente y constituyen, en profundidad, un único misterio de amor y salvación. El Espíritu Santo es ante todo Espíritu Creador y entonces Pentecostés es la fiesta de la creación. Para nosotros los cristianos, el mundo es fruto de un acto de amor de Dios, que ha hecho todas las cosas y de lo cual Él se alegra porque es "algo bueno", "algo muy bueno". La fe en el Espíritu Creador y la fe en el Espíritu que Cristo resucitado ha donado a los Apóstoles, y nos dona a cada uno de nosotros, están ahora inseparablemente unidas".

         El Santo Padre ha explicado que la segunda Lectura y el Evangelio de hoy nos muestran esta conexión. “El Credo de la Iglesia -ha dicho-, no es otra cosa de lo que se dice en esta simple afirmación: "Jesús es Señor". De esta profesión de fe san Pablo nos dice que se trata propiamente de la palabra y de la obra del Espíritu Santo. Si queremos estar en el Espíritu Santo, debemos adherir a este Credo. Haciéndolo nuestro, accedemos a la obra del Espíritu Santo.

        “La expresión "Jesús es el Señor" se puede leer en dos sentidos. Significa: Jesús es Dios, y contemporáneamente: Dios es Jesús. El Espíritu Santo ilumina esta reciprocidad: Jesús tiene dignidad divina, y Dios tiene el rostro humano de Jesús. Dios se muestra en Jesús y con esto nos dona la verdad sobre nosotros mismos. Dejarse iluminar en lo profundo por esta verdad es el evento de Pentecostés. Recitando el Credo, nosotros entramos en el misterio del primer Pentecostés”.

           Y en el Credo, ha subrayado el Pontífice, “que nos une desde todos los ángulos de la tierra, que, mediante el Espíritu Santo, hace de modo que nos comprendamos también en la diversidad de las lenguas, a través de la fe, la esperanza y el amor; se forma la nueva comunidad de la Iglesia de Dios. El Espíritu Santo está representado, en el evangelista Juan, como el soplo de Jesucristo resucitado. “El Señor sopla en nuestra alma el nuevo aliento de vida, el Espíritu Santo, su más íntima esencia, y de este modo nos recibe en la familia de Dios.

           “Con el Bautismo y la Confirmación nos es dado este don específico, y con los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia esto se repita continuamente: el Señor sopla en nuestra alma un aliento de vida. Todos los sacramentos, cada uno de manera propia, comunican al hombre la vida divina, gracias al Espíritu Santo que obra en ellos”.

          “En la liturgia de hoy recogemos todavía una ulterior conexión, -afirma Benedicto XVI: El Espíritu Santo es Creador, es al mismo tiempo Espíritu de Jesucristo, pero en modo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y único Dios”.

           "El Espíritu Santo anima a la Iglesia. Ella no deriva de la voluntad humana, de la reflexión, de la habilidad del hombre y de su capacidad organizativa, porque si fuera así se habría extinguido hace tiempo, así como pasan las cosas humanas. La Iglesia, en cambio, es el Cuerpo de Cristo animado por el Espíritu Santo".

           Luego, reflexionando sobre “las imágenes del viento y del fuego, usadas por san Lucas para representar la venida del Espíritu Santo”, dice que recuerdan al Sinaí, “donde Dios se había revelado al pueblo de Israel y le había concedido su alianza. Cuando Lucas habla de lenguas de fuego para representar el Espíritu Santo, viene evocado aquel antiguo Pacto”.

          “Así el evento de Pentecostés -señala el Papa- viene representado como un nuevo Sinaí, como el don de un nuevo Pacto en el que la alianza con Israel se extiende a todos los pueblos de la tierra, en los que caen todos las empalizadas de la vieja Ley y aparece su corazón mas santo e inmutable, esto es el amor, que el Espíritu Santo comunica y difunde.

          “Con esto se nos dice una cosa muy importante: que la Iglesia es católica desde el primer momento, que su universalidad no es el fruto de la inclusión sucesiva de diversas comunidades. Desde el primer instante, de hecho, el Espíritu Santo la ha creado como la Iglesia de todos los pueblos; ella abraza el mundo entero, supera todas las fronteras de raza, clase, nación; abate todas las barreras y une a los hombres en la profesión del Dios uno y trino. Desde el inicio la Iglesia es una, católica y apostólica: esta es su verdadera naturaleza y como tal debe ser reconocida. Ella es santa, no gracias a la capacidad de sus miembros, sino porque Dios mismo, con su Espíritu, la crea y la santifica siempre”.

           Finalmente, el Santo Padre comentando de nuevo, el Evangelio recuerda que "Los discípulos se alegraron al ver al Señor", pero indica que “el Amigo perdido no viene de un lugar cualquiera, sino de la noche de la muerte; y ¡Él la ha atravesado! Jesús no es uno cualquiera, sino que es el Amigo y junto a Aquel que es la Verdad que hace vivir a los hombres; y lo que dona no es una alegría cualquiera, sino la alegría misma, don del Espíritu Santo.


    Fuente: Ecclesia Digital