El tiempo de Navidad nos muestra qué pequeño se hace Dios. Vayan a la cuna y verán cuán pequeño se ha hecho, cómo vivió hasta el extremo ese total abandono. Debemos aprender a ser como ese niño viviendo nosotros también en completo abandono, confianza y alegría. ¡Vean la alegría del Niño Jesús y la alegría de la Navidad! Nunca estén tristes, nunca dejen que algo les quite la alegría. La Navidad nos muestra cuánto el cielo aprecia la humildad, el abandono, la pobreza, porque el mismo Dios, que nos ha creado a todos nosotros, se hizo tan pequeño, tan pobre, tan humilde.
¡Queridos hijos! Hoy también les traigo entre mis brazos a mi Hijo Jesús para que les dé su paz. Oren hijitos y den testimonio para que en cada corazón prevalezca no la paz humana sino la paz divina, que nadie puede destruir. Ésta es aquella paz del corazón que Dios da a los que ama. Por el bautismo todos ustedes son especialmente llamados y amados, por ello den testimonio y oren para ser mis manos extendidas en este mundo que anhela a Dios y a la paz. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!
Comentario
En el quieto silencio que todo lo envuelve, mientras la noche alcanzaba la mitad de su curso, tu Verbo Omnipotente, Oh Señor, ha descendido del Cielo, del trono real (Cfr. Sab 18:14-15).
Un ángel anuncia a los pastores que el Mesías acaba de nacer en la ciudad de David. Al primer ángel se une un ejército celestial que alaba a Dios con jubiloso canto, diciendo: “Gloria a Dios en el Cielo y paz a los hombres que ama el Señor”. Los pastores, que al principio han sentido un gran temor, de pronto se ven abarcados por una paz desconocida, sobrenatural y una gran alegría los inunda. La noche es iluminada por la gloria del Señor. Es Navidad. Llega la paz a la tierra en el corazón de los hombres amados por Dios.
¡Queridos hijos! También hoy les traigo entre mis brazos a mi Hijo Jesús para que Él les dé su Paz
En esta Navidad, la Virgen no viene simplemente a transmitirnos un deseo o recordar el acontecimiento de infinita grandeza, sino a traer a su Hijo, Niño en sus brazos, para que recibamos su paz. Ese Niño es nuestra paz.
Antes de la era cristiana, muchos pueblos de Europa celebraban en esta fecha una fiesta de la luz. En el hemisferio norte, a partir de esta noche comienza a extenderse la cantidad de horas de luz natural. Los antiguos romanos festejaban en esta noche el nacimiento del Sol invictus. Los cristianos comenzaron a utilizar esta fecha para celebrar el nacimiento de Jesús alrededor del año 350.
PRIMERA LECTURA
Is 9, 1-6
Lectura del libro de Isaías.
El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz. Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu presencia, como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el reparto del botín. Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián. Porque las botas usadas en la refriega y las túnicas manchadas de sangre, serán presa de las llamas, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz. Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará todo esto.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 95, 1-3. 11-13
Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.
Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre.
Día tras día, proclamen su victoria,
anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.
Alégrese el cielo y exulte la tierra,
resuene el mar y todo lo que hay en él;
regocíjese el campo con todos sus frutos,
griten de gozo los árboles del bosque.
Griten de gozo delante del Señor,
porque él viene a gobernar la tierra:
Él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con su verdad.
EVANGELIO
Lc 2, 1-14
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el ?Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el ?Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre?. Y junto con el ?Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!?".
Palabra del Señor.
Bendición Urbi et Orbi 2011 del Papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero:
Cristo nos ha nacido. Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres que él ama. Que llegue a todos el eco del anuncio de Belén, que la Iglesia católica hace resonar en todos los continentes, más allá de todo confín de nacionalidad, lengua y cultura. El Hijo de la Virgen María ha nacido para todos, es el Salvador de todos.
Así lo invoca una antigua antífona litúrgica: «Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro». Veni ad salvandum nos. Este es el clamor del hombre de todos los tiempos, que siente no saber superar por sí solo las dificultades y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él desde lo alto. Queridos hermanos y hermanas, esta mano es Cristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor (cf. Sal 40,3).
Sí, esto significa el nombre de aquel niño, el nombre que, por voluntad de Dios, le dieron María y José: se llama Jesús, que significa «Salvador» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31). Él fue enviado por Dios Padre para salvarnos sobre todo del mal profundo arraigado en el hombre y en la historia: ese mal de la separación de Dios, del orgullo presuntuoso de actuar por sí solo, del ponerse en concurrencia con Dios y ocupar su puesto, del decidir lo que es bueno y es malo, del ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7). Este es el gran mal, el gran pecado, del cual nosotros los hombres no podemos salvarnos si no es encomendándonos a la ayuda de Dios, si no es implorándole: «Veni ad salvandum nos - Ven a salvarnos».
Ya el mero hecho de esta súplica al cielo nos pone en la posición justa, nos adentra en la verdad de nosotros mismos: nosotros, en efecto, somos los que clamaron a Dios y han sido salvados (cf. Est 10,3f [griego]). Dios es el Salvador, nosotros, los que estamos en peligro. Él es el médico, nosotros, los enfermos. Reconocerlo es el primer paso hacia la salvación, hacia la salida del laberinto en el que nosotros mismos nos encerramos con nuestro orgullo. Levantar los ojos al cielo, extender las manos e invocar ayuda, es la vía de salida, siempre y cuando haya Alguien que escucha, y que pueda venir en nuestro auxilio.
Jesucristo es la prueba de que Dios ha escuchado nuestro clamor. Y, no sólo. Dios tiene un amor tan fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí mismo, que sale de sí mismo y viene entre nosotros, compartiendo nuestra condición hasta el final (cf. Ex 3,7-12). La respuesta que Dios ha dado en Jesús al clamor del hombre supera infinitamente nuestras expectativas, llegando a una solidaridad tal, que no puede ser sólo humana, sino divina. Sólo el Dios que es amor y el amor que es Dios podía optar por salvarnos por esta vía, que es sin duda la más larga, pero es la que respeta su verdad y la nuestra: la vía de la reconciliación, el diálogo y la colaboración.
Por tanto, queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo, dirijámonos en esta Navidad 2011 al Niño de Belén, al Hijo de la Virgen María, y digamos: «Ven a salvarnos». Lo reiteramos unidos espiritualmente tantas personas que viven situaciones difíciles, y haciéndonos voz de los que no tienen voz.
Invoquemos juntos el auxilio divino para los pueblos del Cuerno de África, que sufren a causa del hambre y la carestía, a veces agravada por un persistente estado de inseguridad. Que la comunidad internacional no haga faltar su ayuda a los muchos prófugos de esta región, duramente probados en su dignidad.
Que el Señor conceda consuelo a la población del sureste asiático, especialmente de Tailandia y Filipinas, que se encuentran aún en grave situación de dificultad a causa de las recientes inundaciones.
Y que socorra a la humanidad afligida por tantos conflictos que todavía hoy ensangrientan el planeta. Él, que es el Príncipe de la paz, conceda la paz y la estabilidad a la Tierra en la que ha decidido entrar en el mundo, alentando a la reanudación del diálogo entre israelíes y palestinos. Que haga cesar la violencia en Siria, donde ya se ha derramado tanta sangre. Que favorezca la plena reconciliación y la estabilidad en Irak y Afganistán. Que dé un renovado vigor a la construcción del bien común en todos los sectores de la sociedad en los países del norte de África y Oriente Medio.
Que el nacimiento del Salvador afiance las perspectivas de diálogo y la colaboración en Myanmar, en la búsqueda de soluciones compartidas. Que nacimiento del Redentor asegure estabilidad política en los países de la región africana de los Grandes Lagos y fortaleza el compromiso de los habitantes de Sudán del Sur para proteger los derechos de todos los ciudadanos
Queridos hermanos y hermanas, volvamos la vista a la gruta de Belén: el niño que contemplamos es nuestra salvación. Él ha traído al mundo un mensaje universal de reconciliación y de paz. Abrámosle nuestros corazones, démosle la bienvenida en nuestras vidas. Repitámosle con confianza y esperanza: «Veni ad salvandum nos».
El
pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que
habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.
Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el
gozo; ellos se regocijan en tu presencia. como se goza en la cosecha, como
cuando reina la alegría por el reparto del botín.
Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre
su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día
de Madián.
Porque todas las botas usadas en la refriega y las
túnicas manchadas de sangre, serán presa de las llamas, pasto del fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido
dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre:
"Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la
paz".
Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin
para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el
derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los
ejércitos hará todo esto.
SALMO
Salmo96(95),1-2a.2b-3.11-12.13.
Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.
Canten
al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre,
día tras día, proclamen su victoria.
Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.
Alégrese el cielo y exulte la tierra,
resuene el mar y todo lo que hay en él;
regocíjese el campo con todos sus frutos,
griten de gozo los árboles del bosque.
Griten de gozo delante del Señor,
porque él viene a gobernar la tierra:
él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con su verdad.
SEGUNDA LECTURA
Carta de San Pablo a Tito2,11-14.
Porque
la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha
manifestado.
Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los
deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y
piedad,mientras aguardamos la feliz esperanza y la
Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús.
El se entregó por nosotros, a fin de librarnos de
toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo
en la práctica del bien.
Aleluya. Les traigo una buena noticia, una gran alegría: hoy
les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
Lc2,1-14.
En aquella
época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un
censo en todo el mundo.
Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino
gobernaba la Siria.
Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de
origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió
de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de
David,para inscribirse con María, su esposa, que estaba
embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el
tiempo de ser madre;
y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo
envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos
en el albergue.
En esa región acampaban unos pastores, que
vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.
De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la
gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor,pero el Angel les dijo: "No teman, porque les
traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:
Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un
Salvador, que es el Mesías, el Señor.
Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño
recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
Y junto con el Angel, apareció de pronto una
multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
"¡Gloria a Dios en las alturas, y en la
tierra, paz a los hombres amados por él!".
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana
24 de diciembre de 2011
Queridos
hermanos y hermanas
La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san
Pablo Apóstol a Tito, comienza solemnemente con la palabraapparuit, que también
encontramos en la lectura de la Misa de la aurora:apparuit – ha aparecido. Esta
es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera
sintética la esencia de la Navidad. Antes, los hombres habían hablado y creado
imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los
hombres de diferentes modos (cf.Hb1,1: Lectura de la Misa del día). Pero
ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la
luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros. Para la
Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha
manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las
palabras. Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido?
¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este
respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt3,4). Para los hombres de la época
precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que
Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y
arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha
aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de
reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene
el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario
como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en
nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es
una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.
En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro
del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se
produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al
hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin
límites» (Is9,5s). No
sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su
época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento
en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte,
Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del
momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro. Un niño, en
toda su debilidad, es Dios poderoso. Un niño, en toda su indigencia y
dependencia, es Padre perpetuo. Y la paz será «sin límites». El profeta se
había referido antes a esto hablando de «una luz grande» y, a propósito de la
paz venidera, había dicho que la vara del opresor, la bota que pisa con estrépito
y la túnica empapada de sangre serían pasto del fuego (cf.Is9,1.3-4).
Dios se ha manifestado. Lo ha hecho como niño. Precisamente así se
contrapone a toda violencia y lleva un mensaje que es paz. En este momento en
que el mundo está constantemente amenazado por la violencia en muchos lugares y
de diversas maneras; en el que siempre hay de nuevo varas del opresor y túnicas
ensangrentadas, clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y
te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor
vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores
de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia
continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh
Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del
opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados
sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro.
La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz
en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en
los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en
Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible
una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la
Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y
la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199:Fonti Francescane, 787). Besaba
con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura
como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.). Para la Iglesia
antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo
había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado
radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues
bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva
de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio
pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo:
Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad
completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo
evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue
envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la
encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo
que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en
amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san
Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de
Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el
año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo,
una fiesta del corazón.
Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva
experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio
de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo
clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la
pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado
del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro
amor. La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas
luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita
a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con
la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de
ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y
la verdadera luz.
Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que
estaba entre el buey y la mula (cf.1 Celano, 85:Fonti, 469). Posteriormente,
sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los
animales comían paja, los hombres pudieran ahora recibir, para la salvación del
alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata
Celano (cf.1 Celano, 87:Fonti, 471). En la Noche santa
de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el
Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los
frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf.1 Celano, 85 y 86:Fonti, 469 y 470). Precisamente
el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea
la verdadera fiesta.
Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en
Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de
altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha
sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un
metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra
eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa
de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que
inclinarse. Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la
cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al
Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón
«ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia
intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios.
Hemos de seguir el
camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez
exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir
espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la
fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras
opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido.
Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por
lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese
Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo. Y pidamos también
en esta hora ante todo por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza,
en el dolor, en la condición de emigrantes, para que aparezca ante ellos un
rayo de la bondad de Dios; para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad
que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo, ha querido traer al
mundo. Amén.
Cuando David se estableció en su casa y el
Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al
profeta Natán: "Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de
Dios está en una tienda de campaña". Natán respondió al rey: "Ve a
hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo. Pero aquella
misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: "Ve a
decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a
edificar una casa para que yo la habite? Yo te saqué del campo de pastoreo, de
detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo
dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré
que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un
lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no
será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes,
desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz,
librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que él mismo te
hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a
descansar con tus padres, Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes,
a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. Seré un padre para
él, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante
de mí, y tu trono será estable para siempre.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 88, 2-5. 27. 29
Cantaré eternamente el amor del Señor.
Cantaré eternamente el amor del Señor,
proclamaré tu fidelidad por todas las
generaciones.
Porque tú has dicho:
"Mi amor se mantendrá eternamente,
mi fidelidad está afianzada en el cielo.
Yo sellé una alianza con mi elegido,
hice este juramento a David, mi servidor:
"Estableceré tu descendencia para
siempre,
mantendré tu trono por todas las
generaciones".
Él me dirá: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora".
Le aseguraré mi amor eternamente,
y mi alianza será estable para él.
SEGUNDA LECTURA
Rom 16, 25-27
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: ¡Gloria a Dios, que tiene el poder
de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo anuncio, proclamando a
Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la
eternidad y que ahora se ha manifestado! Éste es el misterio que, por medio de
los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer
a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. ¡A Dios, el único
sabio, por Jesucristo, sea la gloria eternamente! Amén.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 1, 26-38
Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Lucas.
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un
hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la
virgen era María. El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "
¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella
quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el
ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás
y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será
llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin. María
dijo al ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún
hombre?. El ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y
será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar
de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios. María dijo entonces: "Yo soy la
servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra". Y el ángel se
alejó.
Palabra
del Señor.
Reflexión de Monseñor Rubén Oscar Frassia. Obispo de la diócesis de Avellaneda-Lanús.
Estamos
ante el relato de la Anunciación que, como vemos, es una maravilla.
Aquí podríamos acentuar algunas cosas que nos sirven para nuestra
reflexión.
En
primer lugar, el texto acentúa la pertenencia a la familia de David, la descendencia
del Pueblo de Israel.
En
segundo lugar, elige a esta mujer, María, a quien el Ángel saluda diciéndole
¡alégrate!; con esa alegría especial que brota del espíritu, que brota
de Dios; una alegría que no tiene ningún vestigio de sombra, de oscuridad,
de tibieza; una alegría plena.
Y
cuando Dios se acerca, llega la plenitud. El Ángel le dice “llena de gracia”; el
Señor la bendice porque está con Ella y Ella es la Mujer Plena porque todo lo que
significa la presencia de Cristo, la presencia del Verbo, la presencia de Dios
¡es alegría, plenitud y se colma del Espíritu Santo! La Virgen se conmueve, se
admira por tanta belleza, esplendor y gracia. El
Ángel
le dice algo muy importante: “¡no
temas!, porque Dios te ha favorecido,
te ha bendecido”. Y le dice todo lo que va a pasar: “concebirás y darás a
luz un hijo, le pondrás por nombre Jesús”, pero no temas, no temas y
vivirás esto.
Nosotros,
en este mundo que vivimos, tenemos que escuchar muy fuertemente
esta palabra: ¡no temas!, ¡no temas, Dios está!, ¡no temas, Dios
está dentro!, ¡no temas, Dios está al lado!, ¡no temas, Dios camina a tu
lado!
El
creyente, para poder vivir su vida como tal, tiene que darse cuenta y percibir
que Dios está siempre al lado, pero no para que uno no haga lo que tiene
que hacer, sino que está al lado de todos porque uno es capaz de hacer
su voluntad.
Luego
la respuesta a “¿cómo va a suceder esto si yo no tengo relación con ningún
hombre?” ¡El Espíritu Santo! ¡Nace el primogénito!, que no significa que
luego nacerán otros sino que el Señor eligió a María para hacerla predilecta,
privilegiada, preferida; así como Israel fue preferido, predilecto, así es
María y Dios le da esa gracia. Y finalmente recuerda que “lo que es imposible
para los hombres, es posible con la gracia de Dios”
Que nos
preparemos a conciencia en este tiempo de Adviento, que tomemos conciencia
de nuestros pecados y hagamos una buena confesión para recibir a
Jesús, como Él lo merece en esta Navidad.
Que el
Señor los bendiga, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Fuente:
San Pablo (Liturgia)
Compartiendo el Evangelio. (Reflexiones radiales de Monseñor Rubén Oscar Frassia)
Un sábado de 1531 a principios
de diciembre, un indio llamado Juan Diego, iba muy de madrugada del
pueblo en que residía a la ciudad de México a asistir a sus clases
de catecismo y a oír la Santa Misa. Al llegar junto al cerro llamado
Tepeyac amanecía y escuchó una voz que lo llamaba por su nombre.
Él subió a la cumbre y vio a una Señora
de sobrehumana belleza, cuyo vestido era brillante como el sol, la
cual con palabras muy amables y atentas le dijo: "Juanito: el
más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del
verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me
construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi
amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta
tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen. Ve donde el
Señor Obispo y dile que deseo un templo en este llano. Anda y pon en
ello todo tu esfuerzo".
De regresó a su pueblo Juan Diego se
encontró de nuevo con la Virgen María y le explicó lo ocurrido. La
Virgen le pidió que al día siguiente fuera nuevamente a hablar con
el obispo y le repitiera el mensaje. Esta vez el obispo, luego de
oír a Juan Diego le dijo que debía ir y decirle a la Señora que le
diese alguna señal que probara que era la Madre de Dios y que era
su voluntad que se le construyera un templo.
De regreso, Juan Diego halló a María y
le narró los hechos. La Virgen le mandó que volviese al día
siguiente al mismo lugar pues allí le daría la señal. Al día
siguiente Juan Diego no pudo volver al cerro pues su tío
Juan Bernardino estaba muy enfermo. La madrugada del 12 de diciembre
Juan Diego marchó a toda prisa para conseguir un sacerdote a su tío
pues se estaba muriendo. Al llegar al lugar por donde debía encontrarse
con la Señora prefirió tomar otro camino para evitarla. De pronto
María salió a su encuentro y le preguntó a dónde iba. El indio
avergonzado le explicó lo que ocurría. La Virgen dijo a Juan Diego
que no se preocupara, que su tío no moriría y que ya estaba sano.
Entonces el indio le pidió la señal que debía llevar al obispo.
María le dijo que subiera a la cumbre del cerro donde halló rosas de
Castilla frescas y poniéndose la tilma, cortó cuantas pudo y se las
llevó al obispo.
Una vez ante Monseñor Zumarraga Juan
Diego desplegó su manta, cayeron al suelo las rosas y en la tilma
estaba pintada con lo que hoy se conoce como la imagen de la Virgen
de Guadalupe. Viendo esto, el obispo llevó la imagen santa a la
Iglesia Mayor y edificó una ermita en el lugar que había señalado el
indio.
Pió X la proclamó como "Patrona de toda
la América Latina", Pió XI de todas las "Américas",
Pió XII la llamó "Emperatriz de las Américas" y Juan XXIII
"La Misionera Celeste del Nuevo Mundo" y "la Madre de
las América".
La imagen de la Virgen de Guadalupe se
venera en México con grandísima devoción, y los milagros obtenidos
por los que rezan a la Virgen de Guadalupe son extraordinarios.
Oración de Juan Pablo II a la Virgen de Guadalupe
Madre de misericordia,
Maestra del sacrificio escondido y silencioso;
a Tí, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en este día
todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos
bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:
no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas:
te pedimos por todos los Obispos,
para que conduzcan a sus fieles
por senderos de intensa vida cristiana, de amor
y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies,
e intercede para que el Señor infunda
hambre de santidad en todo el pueblo de Dios,
y otorga abundantes vocaciones de sacerdotes
y religiosos, fuertes en la fe y celosos
dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestro hogares
la gracia de amar y de respetar la vida que comienza,
con el mismo amor con el que concebiste en tu seno
la vida de Dios.
Virgen Santa María, Madre del amor hermoso:
protege a nuestras familias,
para que estén siempre muy unidas,
y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra:
míranos con compasión.
Enséñanos a ir continuamente a Jesús;
y si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él
mediante la confesión de nuestras culpas y nuestros pecados
en el sacramento de la penitencia,
que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande
a todos los santos sacramentos,
que son como las huellas que tu Hijo nos dejó
en la tierra.
¡Oh Virgen Inmaculada,
Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú que desde este lugar manifiestas tu clemencia
y compasión a todos los que solicitan tu amparo,
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante tu Hijo, único Redentor nuestro.
Así, Madre Santísima,
con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros corazones libres de mal y de odios,
podremos llevar a todos la verdadera alegría
y la verdadera paz, que viene de tu Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo,
vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Pueden leer con más detalle acerca de las apariciones y el significado de lo que se observa en el manto de la Virgen en: