Un misterio llamado
Iglesia
La fiesta de
Pentecostés cierra el ciclo pascual. En este día, la comunidad de los primeros
creyentes, apóstoles, discípulos, las mujeres que acompañaban a Jesús (entre
ellas, María, la madre del Señor), recibieron al Espíritu Santo. Desde
entonces, Dios mismo vino a habitar
entre nosotros. El Señor les dio el poder de perdonar los pecados. Para ellos
fue como comenzar de nuevo, como criaturas diferentes, recién creadas por Dios.
Así comenzó la historia con Adán y Eva. Así comenzó nuestra Iglesia: toda pura.
La fuerza del Espíritu no nos convierte automáticamente en santos y perfectos.
Continuamos con nuestras debilidades y tentaciones, pero con la posibilidad de
perdonar y ser perdonados. Esa es la fuerza que hace que la Iglesia, la
comunidad de los creyentes, sea siempre joven, dinámica y que supere crisis,
escándalos, dificultades y problemas que parecen invencibles. Es así desde hace
más de 2000 años. Cuando escuchamos la palabra “iglesia”, inmediatamente
pensamos en edificios muy lindos, grandes o chicos.
Pero no hay en el mundo templo más hermoso que la persona humana, de cualquier raza y condición, porque en cada uno habita el Espíritu Santo. Este es el gran misterio y el gozo de Pentecostés: el envío del Espíritu a las personas, que todas unidas formamos la Iglesia, el pueblo creyente. En estos tiempos de crisis, de dura lucha para vivir, se busca, a menudo, un momento de paz en las iglesias de material.
Y, en cierta medida, se lo encuentra. Pero mucho más profunda es la paz que puede dar el Espíritu que habita en nosotros.
Pero no hay en el mundo templo más hermoso que la persona humana, de cualquier raza y condición, porque en cada uno habita el Espíritu Santo. Este es el gran misterio y el gozo de Pentecostés: el envío del Espíritu a las personas, que todas unidas formamos la Iglesia, el pueblo creyente. En estos tiempos de crisis, de dura lucha para vivir, se busca, a menudo, un momento de paz en las iglesias de material.
Y, en cierta medida, se lo encuentra. Pero mucho más profunda es la paz que puede dar el Espíritu que habita en nosotros.
¡Feliz cumpleaños,
Iglesia! ¡Feliz cumpleaños, comunidad! Que tengas días serenos, porque el Señor
estará contigo hasta el final de los tiempos.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA
LECTURA
Hech
2, 1-11
Lectura
de los Hechos de los apóstoles.
Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del
cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la
casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego,
que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos
del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el
Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos
de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y
se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con
gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son
todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma
Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en
Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses
y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de
Dios".
Palabra de Dios.
SALMO
Sal
103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34
Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
O bien: Aleluya.
Bendice al Señor,
alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
¡Qué variadas son
tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas!
Si les quitas el
aliento, expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu
aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra.
¡Gloria al Señor
para siempre, alégrese el Señor por sus obras!
Que mi canto le sea
agradable, y yo me alegraré en el Señor.
SEGUNDA
LECTURA
1Cor
12, 3b-7. 12-13
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Nadie
puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el
Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del
mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay
diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos.
En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo
tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser
muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque
todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo,
-judíos y griegos, esclavos y hombres libres-, y todos hemos bebido de un mismo
Espíritu.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Jn
20, 19-23
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al atardecer del
primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas
por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos,
les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les
mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando
vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como
el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes". Al decirles esto,
sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan".
Palabra del Señor.
En español, la homilía del Papa Francisco en la misa de Pentecostés
En español, la homilía del Papa Francisco en la misa de Pentecostés,
domingo 19 de mayo de 2013, Plaza de San Pedro de Roma: NOVEDAD, ARMONÍA,
MISIÓN
En este día,
contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que
Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha
desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo,
tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la
respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado
(2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa
donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la
atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que
sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas»,
que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y
lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no
sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón.
Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su
fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a
una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda
admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos
experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra
lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar
sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía,
misión.
1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más
seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos,
programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades,
gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo
acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con
total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en
todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos,
nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas,
para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando
Dios se revela, aparece su novedad, trasforma y pide confianza total en Él: Noé,
del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su
tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del
faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y
encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es
la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento,
como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a
nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera
alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro
bien. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos
encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a
recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos
atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta?
2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en
el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo
su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el
Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la
armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la
Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse
harmonia est”. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la
multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos
nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando
somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes
humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el
contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la
diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad
en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los
Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción
del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los
cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me
trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando
nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad
eclesial, y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo
(cf. 2Jn 9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu
Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la
Iglesia y con la Iglesia?
3. El último
punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela;
el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la
fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su
gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del
Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una
Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las
puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio,
para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es
el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es
un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros
podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un
inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo
resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como
hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro
Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito,
el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando
el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las
periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si
tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si
dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.
La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.
La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo Y Ecclesia Digital
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