1. La historia de la devoción al Corazón de
Jesús comienza en la tarde del Viernes Santo cuando San Juan contempla como ha
quedado Cristo Crucificado (Jn. 19, 31-37). La lanza le ha abierto el Corazón.
No es un sufrimiento más sobre Jesús que ha muerto. Es el símbolo más plástico
de la voluntad del Padre que quiere que Jesús se nos muestre siempre “a Corazón
abierto”.
2. Cuando Jesús se aparece resucitado a Tomás,
no le dice que ponga sus ojos en su rostro sino que mire sus llagas; sobre todo
la llaga de su costado (Jn. 20, 27-28). Ése es el punto concreto donde todo
contemplativo ha de posar su mirada: en ese Costado abierto, a través del cual
todos podemos intuir que su Corazón queda de par en par invitándonos a penetrar
hacia una relación más profunda, más íntima, con Cristo. Tomás toca el Corazón
de Cristo y su escepticismo, su duda, se convierten al instante en pleno acto
de fe: “Señor mío y Dios mío”.
3. Los Santos Padres de la Iglesia han interpretado
siempre el costado abierto de Jesús como “fuente de vida”. Y es de este Costado
abierto, es de donde “nace” la Esposa de Cristo que es la Iglesia. Así lo
expresan S. Justino y S. Ireneo entre otros. Lo mismo que de Adán dormido nace
su esposa , así del costado abierto de Jesús nace esta nueva Eva.
4. Muchos santos, como san Bernardo, san
Buenaventura, santa Teresa, etc., clavaron su mirada en ese Costado abierto y
le han llamado Corazón de Cristo. Se han enamorado de la humanidad de Jesús y
le han visto como la Fuente Viva… Así lo expresa, por ejemplo, san
buenaventura: “Para que del Costado de Cristo
dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: “Mirarán
al que atravesaron”, uno de los soldados
le hirió con una lanza y le abrió el Costado. Y fue permisión de la divina
providencia, a fin de que brotando de la herida sangre y agua, se derramase el
precio de nuestra salud, el cual manando de la fuente arcana del “Corazón”,
diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la
gracia y fuese para los que viven en Cristo como una copa llena de la fuente
viva, que salta hasta la vida eterna”.
5. El mensaje de Santa Margarita María de
Alacoque en Paray Le Monial es clave en la devoción al Corazón de Jesús en la
época moderna. Es desde este mensaje desde donde se extiende a toda la Iglesia,
como culto al Sagrado Corazón y como Reparación y Consagración a Él. Las palabras
que esta religiosa visitandina dice haber oído de Jesús nos transmiten un
mensaje tan bello como profundo: “Este Corazón Divino es un abismo de todos los
bienes en el que todos los pobres necesitan remediar sus indigencias. Es un
abismo de gozo en el que hay que olvidar todas nuestras tristezas. Es un abismo
de humildad contra nuestra ineptitud, es un abismo de misericordia para los
desdichados y es un abismo de amor, en el que debemos sumergir toda nuestra
indigencia”.
6. En España, tienen también una enorme
proyección socioreligiosa las revelaciones del Corazón de Jesús al P. Hoyos. En
la Iglesia de san Ambrosio que la Compañía de Jesús tiene en Valladolid,
justamente en lo que es hoy “Santuario
Nacional de la Gran Promesa”, el P. Hoyos recibe del Corazón de Jesús la
consoladora promesa de que “Reinaría en
España y con más devoción que en otras partes del mundo”.
7. Encíclicas de los Papas, como “Annum Sacrum”, de León XIII (1899), “Mi- serentísimus Redemptor”, de Pío XI
(1928), y sobre todo, la “Haurietis Aquas”,
de Pío XII (1956), hablan de la verdadera devoción al Corazón de Jesús tal como
la Iglesia lo ha recibido. Hablan de Consagración y Reparación al Corazón de
Jesús para este mundo tan necesitado de Misericordia. Y destacan las
apariciones del Corazón de Santa Margarita María de Alacoque.
8. La encíclica más completa sobre el Corazón
de Jesús es la “Haurietis Aquas” de Pío XII. Ensalza esta advocación y devoción
desde el Evangelio y la historia de la Iglesia. Y aclara el paso que hemos de
dar desde el Costado abierto del Señor a su Corazón:
“Lo
que aquí se afirma del Costado de Cristo, herido y abierto por el soldado, eso
mismo hay que decir de su Corazón, herido sin duda, por el golpe de la lanza,
ya que el soldado la enarboló con la intención de testificar de modo cierto la
muerte de Jesucristo crucificado. Por eso la herida del Sacratísimo Corazón de
Jesús muerto ya a esta vida mortal, ha sido a través de los siglos, una viva
imagen de aquella espontánea caridad con la que Dios entregó a su Unigénito
para redimir a los hombres y con la que Cristo nos amó tan ardientemente que se
inmoló a sí mismo por nosotros en el Calvario como hostia cruenta: “Cristo nos
amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor de
suavidad” (Ef. 5, 2) (H. A. 44).
9.Juan Pablo II repetidas veces de esa verdad
y de esta devoción en muchas de sus encíclicas, aunque sin la mención concreta
de la expresión “Corazón de Jesús”. Sobre todo, en la “Redemptor Hominis” y “Dives
in misericordia”. Habla de lo esencial en esta devoción que es el Amor de
cristo Redentor, que ama a todos los hombres hasta “dar la vida”. El Corazón de
Jesús en el Redentor del hombre, que rico en Misericordia ama “hasta el extremo”
a todas y cada una de las personas de ayer, de hoy y de siempre.
10. Finalmente,
el mismo Juan pablo II, en cartas entregadas al Superior General de la Compañía
de Jesús, P. Kolvenbach (5-5-86) en Paray le Monial, resume lo que ha de ser la
verdadera devoción al Corazón de Jesús, tal como nos lo trasmiten el Evangelio,
la Tradición de la Iglesia, los santos y el Magisterio de la Iglesia.
“Esta devoción al Corazón de Jesús –dice
el Papa- sintoniza hay más que nunca con las expectativas de nuestro tiempo…
Sus elementos esenciales pertenecen, también, de forma permanente a la
espiritualidad de la Iglesia a lo largo de la historia, porque, desde el
comienzo, la iglesia ha dirigido su mirada hacia el Corazón de Cristo traspasado
en la cruz, del que brotó sangre y agua, símbolo de los sacramentos que
constituyen la Iglesia. Y en el Corazón del verbo encarnado, los Padres del
Oriente y del Occidente cristianos han visto el comienzo de toda la obra de
nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor, cuyo Corazón traspasado
es un símbolo singularmente expresivo.”.
Fuente: Orar
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