"Queridos hijos, en este tiempo
agitado los invito nuevamente a caminar tras de mi Hijo, a seguirlo. Conozco
sus dolores, sufrimientos y dificultades, pero en mi Hijo reposarán,
encontrarán en Él la paz y la salvación. Hijos míos, no olviden que mi Hijo los
ha redimido con la cruz y les dio la posibilidad de ser nuevamente hijos de
Dios y de nuevamente llamar “Padre” al Padre Celestial. Amen y perdonen para
ser dignos del Padre, porque el Padre de ustedes es amor y perdón. Oren y ayunen,
porque ese es el camino hacia vuestra purificación, ese es el camino para
conocer y comprender al Padre Celestial. Cuando conozcan al Padre comprenderán
que sólo Él es a quien necesitan."
(Dijo Mirjana que la siguiente frase
fue dicha por la Virgen con énfasis y firmemente)
"Yo, como Madre, deseo a mis hijos en
la comunión de un único pueblo en el que se escuche y practique la Palabra de
Dios. Por ello, hijos míos, encamínense tras mi Hijo, sean una cosa sola con
Él, sean hijos de Dios. Amen a sus pastores como los ha amado mi Hijo cuando
los ha llamado a servirles. Gracias."
Comentario
Comentario
“En este tiempo agitado” Los tiempos que corren
La Santísima Virgen sitúa nuestro tiempo como agitado, revuelto, al que le falta la paz porque vive como si Dios no existiera. Vivir sin Dios a poco andar termina siendo una vida contra Dios y eso es lo que estamos viendo en todas partes. Por ejemplo, para ir a lo más cercano, entre las noticias de estos días pasados nos presentan ya no la pretensión sino la imposición de hacer de una unión de homosexuales matrimonio. En el plano inclinado en el que a la moral se la va arrastrando –y ello en medio del letargo de la mayoría, que se opone cuando es demasiado tarde- se ha pasado 1) de la ignorancia del pecado de sodomía a la 2) justificación y de allí 3) al reclamo de derechos civiles para la unión de hecho de dos personas del mismo sexo para llegar 4) a la equiparación a la institución del matrimonio natural entre hombre y mujer y luego 5) a la de la familia a la que da origen con la consecuencia nefasta de 6) permitirle a ese pseudo matrimonio la adopción de niños. Si esto que está ocurriendo ante nuestros ojos, que no sólo degrada a la familia sino que la destruye y destruye la vida de niños que seguramente ya encima vienen con la tragedia del abandono, llegamos a la aniquilación de toda la sociedad. Lo trágico de la situación pasa por momentos de absurda comicidad. Porque llamar matrimonio a lo que no lo es resulta un absurdo tan grande que lleva a otros absurdos no menos graves como cancelar los nombres de “padre” y “madre” para poner en los registros los de “progenitor 1” y “progenitor 2” . Sin embargo, el asunto no para en lo cómico, porque de toda esta locura derivan otros hechos como el de alquilar úteros y espermatozoides y óvulos. Suma y sigue. Una mujer en Francia, donde se ha sancionado la ley del llamado “matrimonio” de homosexuales dijo con tristeza: “¡Hasta me han quitado el nombre de madre para ponerme el de progenitor 2!”.
A este punto conviene detenerse para que quede claro, clarísimo, que la Iglesia que es Madre no tiene como misión condenar sino salvar porque ése es el mandato del Señor. Lo referido es juicio objetivo de denuncia y no condena. En todo caso, la condena es auto condena para quien comente el grave pecado. Sabido es que Dios aborrece el pecado pero ama al pecador y quiere que se salve, y ésa es nuestra inquietud y ése es el continuo pedido de la Santísima Virgen.
Retornando ahora a aquel plano inclinado por el que se precipitan las sociedades occidentales, como no hay frenos al descenso a los falsos matrimonios ya les están siguiendo la pedofilia como imposición social y lo que ahora llaman “poliamor”, o sea una versión actualizada de la poligamia y ya se verá cómo lo próximo será aceptar el incesto. Y, por encima de todo, la dictadura del relativismo pretende obligarnos a que llamemos bien al mal. “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is 5:20).
Pero, quien se atreva a llamar las cosas por su nombre, a llamar mal al mal y bien al bien, ése es perseguido, tildado de intolerante o incluso reo de cárcel por haberse manifestado en contra de una ley. Ley del hombre contraria a la Ley de Dios. Ya que, por ejemplo, el mismo aborto de delito pasó a ser derecho (¡!) y a la denuncia de una enferma inversión la tildan de homofobia, nombre inventado, para condenarte penalmente o acusarte de inadaptado social y hasta de enemigo de la humanidad. Es así que al ataque a la vida, al homicidio y destrucción de inocentes se suma la persecución. Persecución que en muchas partes es además cruenta. ¿Qué mente humana ha podido urdir todo esto? Humana ninguna. Por tanto sabemos quién es el autor.
Sí, estos tiempos son más que revueltos, son agitados por el huracán de la perversión destructiva. Ya la Santísima Virgen lo había dicho: “Hoy el mundo está peor que Sodoma y Gomorra”. Y sabemos qué ocurrió con Sodoma y Gomorra. Pero, la historia nos muestra que después de Sodoma y Gomorra vino el Salvador, Jesucristo y la fe nos dice que no hay mal que no haya sido vencido por el Señor ni que por Él no pueda ser perdonado a condición que el pecador se arrepienta.
El Señor realizó toda su obra salvífica en la cruz y fundando la Iglesia, institución divina, legó a ella la perduración del sacrificio redentor y todos los medios de salvación. E hizo aún más: en estos tiempos últimos y tremendos ha enviado a su Madre para que el mundo pueda salvarse.
Y esta Madre nuestra, enviada del Hijo, hoy nos repite: “nuevamente los invito, los exhorto, a seguir a mi Hijo, a caminar siguiendo a Jesús, vuestro único Salvador”.
La Santísima Virgen sitúa nuestro tiempo como agitado, revuelto, al que le falta la paz porque vive como si Dios no existiera. Vivir sin Dios a poco andar termina siendo una vida contra Dios y eso es lo que estamos viendo en todas partes. Por ejemplo, para ir a lo más cercano, entre las noticias de estos días pasados nos presentan ya no la pretensión sino la imposición de hacer de una unión de homosexuales matrimonio. En el plano inclinado en el que a la moral se la va arrastrando –y ello en medio del letargo de la mayoría, que se opone cuando es demasiado tarde- se ha pasado 1) de la ignorancia del pecado de sodomía a la 2) justificación y de allí 3) al reclamo de derechos civiles para la unión de hecho de dos personas del mismo sexo para llegar 4) a la equiparación a la institución del matrimonio natural entre hombre y mujer y luego 5) a la de la familia a la que da origen con la consecuencia nefasta de 6) permitirle a ese pseudo matrimonio la adopción de niños. Si esto que está ocurriendo ante nuestros ojos, que no sólo degrada a la familia sino que la destruye y destruye la vida de niños que seguramente ya encima vienen con la tragedia del abandono, llegamos a la aniquilación de toda la sociedad. Lo trágico de la situación pasa por momentos de absurda comicidad. Porque llamar matrimonio a lo que no lo es resulta un absurdo tan grande que lleva a otros absurdos no menos graves como cancelar los nombres de “padre” y “madre” para poner en los registros los de “progenitor 1” y “progenitor 2” . Sin embargo, el asunto no para en lo cómico, porque de toda esta locura derivan otros hechos como el de alquilar úteros y espermatozoides y óvulos. Suma y sigue. Una mujer en Francia, donde se ha sancionado la ley del llamado “matrimonio” de homosexuales dijo con tristeza: “¡Hasta me han quitado el nombre de madre para ponerme el de progenitor 2!”.
A este punto conviene detenerse para que quede claro, clarísimo, que la Iglesia que es Madre no tiene como misión condenar sino salvar porque ése es el mandato del Señor. Lo referido es juicio objetivo de denuncia y no condena. En todo caso, la condena es auto condena para quien comente el grave pecado. Sabido es que Dios aborrece el pecado pero ama al pecador y quiere que se salve, y ésa es nuestra inquietud y ése es el continuo pedido de la Santísima Virgen.
Retornando ahora a aquel plano inclinado por el que se precipitan las sociedades occidentales, como no hay frenos al descenso a los falsos matrimonios ya les están siguiendo la pedofilia como imposición social y lo que ahora llaman “poliamor”, o sea una versión actualizada de la poligamia y ya se verá cómo lo próximo será aceptar el incesto. Y, por encima de todo, la dictadura del relativismo pretende obligarnos a que llamemos bien al mal. “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is 5:20).
Pero, quien se atreva a llamar las cosas por su nombre, a llamar mal al mal y bien al bien, ése es perseguido, tildado de intolerante o incluso reo de cárcel por haberse manifestado en contra de una ley. Ley del hombre contraria a la Ley de Dios. Ya que, por ejemplo, el mismo aborto de delito pasó a ser derecho (¡!) y a la denuncia de una enferma inversión la tildan de homofobia, nombre inventado, para condenarte penalmente o acusarte de inadaptado social y hasta de enemigo de la humanidad. Es así que al ataque a la vida, al homicidio y destrucción de inocentes se suma la persecución. Persecución que en muchas partes es además cruenta. ¿Qué mente humana ha podido urdir todo esto? Humana ninguna. Por tanto sabemos quién es el autor.
Sí, estos tiempos son más que revueltos, son agitados por el huracán de la perversión destructiva. Ya la Santísima Virgen lo había dicho: “Hoy el mundo está peor que Sodoma y Gomorra”. Y sabemos qué ocurrió con Sodoma y Gomorra. Pero, la historia nos muestra que después de Sodoma y Gomorra vino el Salvador, Jesucristo y la fe nos dice que no hay mal que no haya sido vencido por el Señor ni que por Él no pueda ser perdonado a condición que el pecador se arrepienta.
El Señor realizó toda su obra salvífica en la cruz y fundando la Iglesia, institución divina, legó a ella la perduración del sacrificio redentor y todos los medios de salvación. E hizo aún más: en estos tiempos últimos y tremendos ha enviado a su Madre para que el mundo pueda salvarse.
Y esta Madre nuestra, enviada del Hijo, hoy nos repite: “nuevamente los invito, los exhorto, a seguir a mi Hijo, a caminar siguiendo a Jesús, vuestro único Salvador”.
“Conozco sus dolores, sufrimientos y dificultades”
¡Y vaya si los conoce! Sabe de los sufrimientos físicos, morales, espirituales de cada uno. Toda madre advierte de inmediato, antes que nadie, cuando a un hijo le aqueja algún mal. Lo intuye aunque no sepa cuál es la razón. Y ¿quién es más madre que esta Madre del Cielo que el Señor nos dio desde su cruz? Ella sí sabe el motivo de nuestro mal, conoce profundamente cuál es la raíz. Ella, como Jesús, es mujer de dolores que bien conoce el padecer (Cf Is 53:3), y hoy sufre por sus hijos. Hoy se nos revela como la Mujer vestida de sol, coronada de estrellas que padece el tormento de dar a luz (Cf Ap 12:2). Esos intensos dolores son los del parto de estos hijos que somos nosotros. Son los dolores de la Madre de la Iglesia que si bien no los padeció en el misterioso y milagroso parto de su Hijo, sí en cambio los sufre por el nacimiento a la conversión a Dios, de cada uno de nosotros. Son las lágrimas de tantas imágenes con las que manifiesta esa profunda y a la vez misteriosa realidad. Ella sufre por amor y viene al encuentro de cada hijo con su consuelo y con algo mucho más grande: con el remedio a todo este mal. Por eso, luego dice:
…” en mi Hijo reposarán, encontrarán en Él la paz y la salvación”.
La respuesta para vencer al mal es sólo una, quien otorga la verdadera paz y es el mismo camino de salvación es sólo uno: Jesucristo.
Y luego agrega:
“Hijos míos, no olviden que mi Hijo los ha redimido con la cruz y lesdio la posibilidad de ser nuevamente hijos de Dios y de nuevamente llamar “Padre” al Padre Celestial” La Santísima Virgen alude a la justificación y reconciliación con Dios por medio de la cruz del Señor. De la sangre de Cristo viene la liberación de la esclavitud a la que somos sometidos por el pecado y Satanás. Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, como quien nos ha rescatado de esa esclavitud recuperamos la perdida dignidad de hijos de Dios. El llamado a no olvidar tal inmenso privilegio no termina simplemente en que seamos conscientes de esa realidad y demos gracias y alabemos por ello al Señor, sino que -nos dice- debe ser la motivación para amar y perdonar.
“Amen y perdonen para ser dignos del Padre, porque el Padre de ustedes es amor y perdón”.
Ser dignos del Padre significa ser como el Hijo. Sólo Él es totalmente digno, sólo Él es el Unigénito del Padre. Nosotros somos hijos por la gracia, no por la naturaleza y lo somos gracias al Hijo, Jesucristo, que nos perdonó en la cruz porque nos amó hasta el extremo y así nos otorgó el perdón de Dios, que no conoce otro límite más que el que nosotros mismos le demos al no acudir a Jesucristo para que nos perdone. Ser dignos del Padre es, como el Hijo, amar y perdonar siempre. Nuestra grandeza de hijos de Dios se manifiesta en el amor hacia Dios y hacia los demás y en el perdón que ese mismo amor de misericordia nos impulsa a dar a quienes nos han ofendido.
“Oren y ayunen, porque ese es el camino hacia vuestra purificación, ese es el camino para conocer y comprender al Padre Celestial”.
La conversión, que es de cada día, se hace de oración y también de ayuno, como lo viene enseñando la Santísima Virgen desde el inicio de las apariciones. La oración se vincula a la humildad como el ayuno al abandono en Dios. La oración debe partir de un corazón humilde que se sabe nada ante Dios y que depende en todo de Él. “De mi debilidad todo lo temo, de tu misericordia y bondad, Oh Señor, todo lo espero” (del acto de consagración al Sagrado Corazón).
De nuestros egoísmos, de nuestros protagonismos, de nuestras mezquindades, de nuestros temores y también de nuestras humanas seguridades y apegos somos purificados. Purificados de todo lo que nos apega a las cosas del mundo y al mismo tiempo nos aleja de Dios. Cuando nuestro corazón es humilde, cuando nuestro despojamiento de lo material y superfluo nos lleva al abandono confiado en Dios, es que somos pobres ante Dios, con esa pobreza evangélica que el Señor nos pide. Es entonces que Dios se da a conocer como Padre providente y misericordioso.
Por eso,
¡Y vaya si los conoce! Sabe de los sufrimientos físicos, morales, espirituales de cada uno. Toda madre advierte de inmediato, antes que nadie, cuando a un hijo le aqueja algún mal. Lo intuye aunque no sepa cuál es la razón. Y ¿quién es más madre que esta Madre del Cielo que el Señor nos dio desde su cruz? Ella sí sabe el motivo de nuestro mal, conoce profundamente cuál es la raíz. Ella, como Jesús, es mujer de dolores que bien conoce el padecer (Cf Is 53:3), y hoy sufre por sus hijos. Hoy se nos revela como la Mujer vestida de sol, coronada de estrellas que padece el tormento de dar a luz (Cf Ap 12:2). Esos intensos dolores son los del parto de estos hijos que somos nosotros. Son los dolores de la Madre de la Iglesia que si bien no los padeció en el misterioso y milagroso parto de su Hijo, sí en cambio los sufre por el nacimiento a la conversión a Dios, de cada uno de nosotros. Son las lágrimas de tantas imágenes con las que manifiesta esa profunda y a la vez misteriosa realidad. Ella sufre por amor y viene al encuentro de cada hijo con su consuelo y con algo mucho más grande: con el remedio a todo este mal. Por eso, luego dice:
…” en mi Hijo reposarán, encontrarán en Él la paz y la salvación”.
La respuesta para vencer al mal es sólo una, quien otorga la verdadera paz y es el mismo camino de salvación es sólo uno: Jesucristo.
Y luego agrega:
“Hijos míos, no olviden que mi Hijo los ha redimido con la cruz y lesdio la posibilidad de ser nuevamente hijos de Dios y de nuevamente llamar “Padre” al Padre Celestial” La Santísima Virgen alude a la justificación y reconciliación con Dios por medio de la cruz del Señor. De la sangre de Cristo viene la liberación de la esclavitud a la que somos sometidos por el pecado y Satanás. Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, como quien nos ha rescatado de esa esclavitud recuperamos la perdida dignidad de hijos de Dios. El llamado a no olvidar tal inmenso privilegio no termina simplemente en que seamos conscientes de esa realidad y demos gracias y alabemos por ello al Señor, sino que -nos dice- debe ser la motivación para amar y perdonar.
“Amen y perdonen para ser dignos del Padre, porque el Padre de ustedes es amor y perdón”.
Ser dignos del Padre significa ser como el Hijo. Sólo Él es totalmente digno, sólo Él es el Unigénito del Padre. Nosotros somos hijos por la gracia, no por la naturaleza y lo somos gracias al Hijo, Jesucristo, que nos perdonó en la cruz porque nos amó hasta el extremo y así nos otorgó el perdón de Dios, que no conoce otro límite más que el que nosotros mismos le demos al no acudir a Jesucristo para que nos perdone. Ser dignos del Padre es, como el Hijo, amar y perdonar siempre. Nuestra grandeza de hijos de Dios se manifiesta en el amor hacia Dios y hacia los demás y en el perdón que ese mismo amor de misericordia nos impulsa a dar a quienes nos han ofendido.
“Oren y ayunen, porque ese es el camino hacia vuestra purificación, ese es el camino para conocer y comprender al Padre Celestial”.
La conversión, que es de cada día, se hace de oración y también de ayuno, como lo viene enseñando la Santísima Virgen desde el inicio de las apariciones. La oración se vincula a la humildad como el ayuno al abandono en Dios. La oración debe partir de un corazón humilde que se sabe nada ante Dios y que depende en todo de Él. “De mi debilidad todo lo temo, de tu misericordia y bondad, Oh Señor, todo lo espero” (del acto de consagración al Sagrado Corazón).
De nuestros egoísmos, de nuestros protagonismos, de nuestras mezquindades, de nuestros temores y también de nuestras humanas seguridades y apegos somos purificados. Purificados de todo lo que nos apega a las cosas del mundo y al mismo tiempo nos aleja de Dios. Cuando nuestro corazón es humilde, cuando nuestro despojamiento de lo material y superfluo nos lleva al abandono confiado en Dios, es que somos pobres ante Dios, con esa pobreza evangélica que el Señor nos pide. Es entonces que Dios se da a conocer como Padre providente y misericordioso.
Por eso,
“Cuando conozcan al Padre comprenderán que sólo Él es a quien necesitan”
Con santa Teresa de Jesús, y con todos los santos, que han conocido y conocen al Padre que el Hijo nos reveló, podremos decir “sólo Dios basta”, pues “quien a Dios tiene nada le falta”.
Cuando se alcanza la contemplación de Dios se ha llegado a lo más importante y necesario. “Una sola cosa es necesaria, María ha elegido la parte mejor que no le será quitada”, le dice Jesús a Marta (Lc 10:41-42). ¿De qué habla el Señor? De la contemplación y de la escucha atenta de la Palabra de Dios.
Precisamente, es lo que dice a continuación la Reina de la Paz (y según Mirjana lo dice con énfasis):
“Yo, como Madre, deseo a mis hijos en la comunión de un único pueblo en el que se escuche y practique la Palabra de Dios”.
María en su vida terrena custodió la Palabra, la atesoró en su corazón y la hizo vida encarnándola en el Hijo, viviéndola en unión perfecta con el Hijo. Ese es el camino al que nos llama: a crear comunión de vida y de testimonio de la Palabra. Un único pueblo es una única Iglesia que escucha a Cristo y que vive como Cristo le enseñó.
Por ello, hijos míos, encamínense tras mi Hijo, sean una cosa sola con Él, sean hijos de Dios.
Por medio de la Eucaristía entramos en la más íntima comunión con Jesucristo. En el Pan Eucarístico, que es su cuerpo, su carne, su misma humanidad unida indisolublemente a su divinidad, que comemos, somos nosotros asimilados por Él y nos volvemos una única cosa.
Amen a sus pastores como los ha amado mi Hijo cuando los ha llamado a servirles.
La exhortación final que no falta en cada mensaje del día 2 está dedicada a los pastores. Bajo ese nombre están todos los sacerdotes de Cristo y en particular los obispos. A veces pide oración, a veces que no se los critique, hoy apela al amor. Mirjana explicó el porqué de esa insistencia sobre los sacerdotes: porque serán el puente por el cual todos deban pasar para atravesar el tiempo que va del actual al del triunfo del Corazón Inmaculado de María. Recordémoslo: no juzgarlos y en cambio orar y amarlos porque duro y resistente deberá ser ese puente para pasar lo que ha de venir y en cierto modo ya está aquí.
Justo Antonio Lofeudo
Con santa Teresa de Jesús, y con todos los santos, que han conocido y conocen al Padre que el Hijo nos reveló, podremos decir “sólo Dios basta”, pues “quien a Dios tiene nada le falta”.
Cuando se alcanza la contemplación de Dios se ha llegado a lo más importante y necesario. “Una sola cosa es necesaria, María ha elegido la parte mejor que no le será quitada”, le dice Jesús a Marta (Lc 10:41-42). ¿De qué habla el Señor? De la contemplación y de la escucha atenta de la Palabra de Dios.
Precisamente, es lo que dice a continuación la Reina de la Paz (y según Mirjana lo dice con énfasis):
“Yo, como Madre, deseo a mis hijos en la comunión de un único pueblo en el que se escuche y practique la Palabra de Dios”.
María en su vida terrena custodió la Palabra, la atesoró en su corazón y la hizo vida encarnándola en el Hijo, viviéndola en unión perfecta con el Hijo. Ese es el camino al que nos llama: a crear comunión de vida y de testimonio de la Palabra. Un único pueblo es una única Iglesia que escucha a Cristo y que vive como Cristo le enseñó.
Por ello, hijos míos, encamínense tras mi Hijo, sean una cosa sola con Él, sean hijos de Dios.
Por medio de la Eucaristía entramos en la más íntima comunión con Jesucristo. En el Pan Eucarístico, que es su cuerpo, su carne, su misma humanidad unida indisolublemente a su divinidad, que comemos, somos nosotros asimilados por Él y nos volvemos una única cosa.
Amen a sus pastores como los ha amado mi Hijo cuando los ha llamado a servirles.
La exhortación final que no falta en cada mensaje del día 2 está dedicada a los pastores. Bajo ese nombre están todos los sacerdotes de Cristo y en particular los obispos. A veces pide oración, a veces que no se los critique, hoy apela al amor. Mirjana explicó el porqué de esa insistencia sobre los sacerdotes: porque serán el puente por el cual todos deban pasar para atravesar el tiempo que va del actual al del triunfo del Corazón Inmaculado de María. Recordémoslo: no juzgarlos y en cambio orar y amarlos porque duro y resistente deberá ser ese puente para pasar lo que ha de venir y en cierto modo ya está aquí.
Justo Antonio Lofeudo
Fuente: Mensajeros de la Reina de la Paz
Publicado con el permiso de Mensajeros de la Reina de la Paz
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