Dos celebraciones marcan este día. Por
la mañana, junto con el obispo, la comunidad recibe los aceites utilizados para
los sacramentos de Bautismo, confirmación, Unción de los enfermos y Orden
sagrado. En esa ocasión, los presbíteros renuevan su compromiso de entrega al
pueblo de Dios ante los fieles y su obispo. Por la tarde, celebramos la misa de
la Última Cena de Jesús junto a sus amigos. Se trata de una ocasión con
sentimientos desencontrados: dolor y esperanza. En esta el celebrante renueva
su compromiso de servicio a la comunidad lavando los pies a los feligreses. Una
vez finalizada, el Santísimo Sacramento se reserva para la oración y para que
podamos comulgar al día siguiente, en que no se celebra misa.
Antífona
de entrada cf. Gál 6, 14
Debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro
Señor Jesucristo: En él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra
resurrección; por él hemos sido salvados y redimidos.
Oración
colecta
Dios nuestro, reunidos para celebrar la
santísima Cena en la que tu Hijo unigénito, antes de entregarse a la muerte,
confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor,
concédenos que, de tan sublime misterio, brote para nosotros la plenitud del
amor y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los
siglos.
1ª Lectura Éx 12, 1-8. 11-14
Lectura del libro del Éxodo.
El Señor dijo a Moisés y a Aarón en la
tierra de Egipto: “Este mes será para ustedes el mes inicial, el primero de los
meses del año. Digan a toda la comunidad de Israel: ‘El diez de este mes,
consíganse cada uno un animal del ganado menor, uno para cada familia. Si la
familia es demasiado reducida para consumir un animal entero, se unirá con la
del vecino que viva más cerca de su casa. En la elección del animal tengan en
cuenta, además del número de comensales, lo que cada uno come habitualmente.
Elijan un animal sin ningún defecto, macho y de un año; podrá ser cordero o
cabrito. Deberán guardarlo hasta el catorce de este mes, y a la hora del
crepúsculo, lo inmolará toda la asamblea de la comunidad de Israel. Después
tomarán un poco de su sangre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de
la puerta de las casas donde lo coman. Y esa misma noche comerán la carne asada
al fuego, con panes sin levadura y verduras amargas. Deberán comerlo así:
Ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la mano. Y
lo comerán rápidamente: Es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por el país
de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto hombres como
animales, y daré un justo escarmiento a los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
La sangre les servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Al
verla, yo pasaré de largo, y así ustedes se librarán del golpe del
Exterminador, cuando yo castigue al país de Egipto. Éste será para ustedes un
día memorable y deberán solemnizarlo con una fiesta en honor del Señor. Lo
celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución perpetua’”.
Palabra de Dios.
Comentario
Hay días, momentos y lugares que nos
remiten a pensar en nuestra condición de pueblo de Dios. En esta jornada, nos
reconocemos consagrados, y el Señor nos bendice. Somos el pueblo de Dios. Él ha
hecho una alianza con nosotros.
Salmo 115,
12-13. 15-16bc. 17-18
R. ¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
lo mismo que mi madre:
Por eso rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo.
2ª Lectura 1Cor 11, 23-26
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y
a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que
fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo,
que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera,
después de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se
sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”. Y así,
siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor
hasta que él vuelva.
Palabra de Dios.
Comentario
La eucaristía que hoy celebramos ha sido
entregada por Jesús en la Última Cena. Pero no se quedó allí, sino que se ha
transmitido de generación en generación, y ha llegado hasta nosotros tal como
un día le llegó a Pablo.
Aclamación Jn 13, 34
“Les doy un mandamiento nuevo: Ámense
los unos a los otros, como yo los he amado”, dice el Señor.
Evangelio Jn 13, 1-15
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo
Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había
amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la
Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el
propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus
manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se
sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un
recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la
toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo:
“¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”. Jesús le respondió: “No puedes
comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. “No, le
dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no
te lavo, no podrás compartir mi suerte”. “Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro,
¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”. Jesús le dijo: “El que
se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente
limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”. Él sabía quién lo iba
a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”. Después de
haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo:
“¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y
Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les
he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he
dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.
Palabra del Señor.