Mensaje del 25 de abril de 2011
¡Queridos hijos! Así como la naturaleza da los colores más bellos del año, así también yo los invito a testimoniar con sus vidas y a ayudar a los demás a acercarse a mi Corazón Inmaculado, para que la llama de amor por el Altísimo brote en sus corazones. Estoy con Uds. y oro incesantemente por Uds. para que sus vidas sean el reflejo del Paraíso aquí en la tierra. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!
Comentario
La Santísima Virgen nos presenta una imagen, la de la naturaleza en la exuberante belleza de la primavera para ofrecernos una analogía.La belleza atrae al corazón del hombre. La belleza natural es admirada. La belleza sobrenatural –que es la santidad- además de admirada es de imitar.
Por eso mismo, la invitación que nuestra Madre nos hace a dar testimonio de vida buena a los ojos de Dios, de permanente conversión, en definitiva de santidad, no es otra que un llamado a manifestar esa belleza para que otros busquen a la fuente de la vida.
Puesto que así como la naturaleza que exhibe su belleza evoca al Autor, que es Dios Creador, similarmente, la belleza de las almas puras y purificadas, es decir de la santidad de vida, remiten a la fuente que es la misma santidad de Dios, que se revela como Amor con todo su poder de atracción.
Santidad es unión con Cristo, es seguimiento de Cristo. Santidad no es afectación sino auténtica sencillez de vida en el amor.
Cuando se dice “santidad” se entiende no un estado, un “ser santo” sino un camino para serlo, con todas las posibles miserias y debilidades que la persona tiene, pero que también se esfuerza en quitarlas dejando a Dios obrar sobre sí y poniendo ella su voluntad en hacer lo que a Dios agrada, lo que nuestra Madre nos viene pidiendo hacer desde hace treinta años.
La santidad atrae y quien se encuentra con ella es tocado e interpelado. Una de las razones es que las personas que han emprendido un camino de conversión son sellados en sus corazones con la paz que sólo Cristo puede dar y con la alegría íntima de saberse abrazados por el amor divino. Esto lo notan los demás, sobre todo cuando esas personas que están en el camino deben atravesar momentos de adversidad y de dolor. Se preguntan cómo no pierden la paz, cómo no desesperan.
Es cierto que la santidad se oculta pero también es verdad que cuanto más se oculta más se deja ver. Grandes santos de nuestro tiempo vivieron alejados de los importantes centros de poder y de exhibición –tomemos sólo los conocidos ejemplos del Padre Pío y de la Madre Teresa- y sin embargo atrajeron multitudes. Simplemente porque brillaron no con luz propia sino reflejando la luz de nuestro Señor en ellos.
Y así también como por la obra divina la naturaleza da lo mejor de sí, del mismo modo si le permitimos a Dios que obre en nosotros sacará Él lo mejor de nosotros, que es para lo que fuimos creados, y adornará nuestra alma con todo tipo de gracias y de dones.
Ahora bien, ¿cómo se logra eso? Ciertamente siendo dóciles a los mandatos del Señor, a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo, a las llamadas que nos hace concretamente la Reina de la Paz, asumiéndolos y obrando en obediencia a ellos. Sin embargo, esto que se dice fácilmente ofrece grandes dificultades cuando la gracia es oscurecida por el mundo que aturde, que ofusca la mente y envenena el alma. Es por esta razón que la Virgen es enviada en nuestro auxilio, para ayudarnos y conducirnos por el camino seguro, breve y rápido que lleva a su Hijo. Y Ella viene todos los días y repite frecuentemente sus mensajes porque con su persistencia tiene que horadar el muro de indiferencia y escepticismo y abatir a lo peor del mundo y al mismo Satanás. Ella viene para llevarnos por el camino en el que encontraremos al Señor y nos uniremos a Él, nuestro Salvador.
Por otra parte, lo dice en el mensaje, Ella cuenta con nosotros –que hemos acudido a su llamado, que creemos que verdaderamente se está apareciendo y hablando a través de sus instrumentos elegidos- para que cooperemos con Ella en la salvación de otras almas, también hijos suyos. Por eso, nos insta no sólo a creer y a saber de sus mensajes sino a actuar haciendo lo que nos pide en ellos.
Y ahora nos pide dar testimonio de vida, es decir profundizar en la propia conversión, y ayudar a que los que están más lejos se acerquen al amor, a su amor a Dios y a nosotros, simbolizado por su Corazón Inmaculado, para que Ella -mediadora y dispensadora de gracias- logre que esos otros corazones fríos se inflamen de amor, que anhelen cambiar de vida. Para alcanzarlo cuenta la Santísima Virgen con nuestro ejemplo y nuestra intercesión.
Y ahora escucha qué te dice tu Santísima Madre, escuche yo su voz: ¡Sé santo! Para esto has nacido para vivir unido a Dios para siempre. Ama, perdona, ora, adora, obra en el amor, vive en la fe, abandónate confiadamente a la misericordia y providencia de tu Señor. Cuando caigas acude de inmediato a reconciliarte con Dios confesando tus pecados. Nútrete de la Eucaristía, es Jesucristo en persona. Adórala. Nútrete de la Palabra de Dios. La Iglesia es tu Casa y tú eres Iglesia. Aborrece el pecado, la mínima ofensa al amor divino. Extiende la mano al caído. Sé misericordioso. Mira la vida de los santos, aprende de ellos. Déjate inflamar por la llama de amor del Corazón de María para amar intensamente a tu Dios Creador y Salvador y a tus hermanos. Únete con tu Rosario rezado cada día a quien está intercediendo por ti y junto a ti por todos sus otros hijos. Vive ya con ellos reflejando el Paraíso aquí en la tierra.
P. Justo Antonio Lofeudo
Mensaje del 2 de mayo. Dado a Miriana
Junto con la confesión de los pecados renuncien a todo aquello que los ha alejado de mi Hijo y que les hizo vivir una vida vacía y fracasada. Díganle “sí” al Padre con el corazón y encamínense por la vía de la salvación a la que Él los está llamando por medio del Espíritu Santo. Gracias.
Estoy rezando especialmente por los pastores, para que Dios los ayude a estar al lado de ustedes con plenitud de corazón.
Mensaje del 25 de mayo de 2011
¡Queridos hijos! Mi oración hoy es para todos ustedes que buscan la gracia de la conversión. Llaman a la puerta de mi Corazón, pero sin esperanza ni oración, en el pecado, y sin el sacramento de la Reconciliación con Dios. Abandonen el pecado y decídanse, hijitos, por la santidad. Solamente así puedo ayudarlos y escuchar vuestras oraciones e interceder ante el Altísimo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!
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