martes, 9 de agosto de 2011

Domingo 19° Tiempo Ordinario.Ciclo A. 7-08-11

Primer Libro de los Reyes 19,9a.11-13a.  

         Allí, entró en la gruta y pasó la noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor.
El Señor le dijo: "Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor". Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.
Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave.
Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: "¿Qué haces aquí, Elías?".

Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14.  

Voy a proclamar lo que dice el Señor: 
el Señor promete la paz, 
la paz para su pueblo y sus amigos, 
y para los que se convierten de corazón.
Voy a proclamar lo que dice el Señor: 
el Señor promete la paz, 
la paz para su pueblo y sus amigos, 
y para los que se convierten de corazón.
Su salvación está muy cerca de sus fieles, 
y la Gloria habitará en nuestra tierra.
El Amor y la Verdad se encontrarán, 
la Justicia y la Paz se abrazarán;

la Verdad brotará de la tierra 
y la Justicia mirará desde el cielo.
El mismo Señor nos dará sus bienes 
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de él, y la Paz, 
sobre la huella de sus pasos.

Carta de San Pablo a los Romanos 9,1-5.  

        Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo.
Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón.
        Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza.
        Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas.
        A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.

Evangelio según San Mateo 14,22-33.  

        En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
        Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
        La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
        A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
        Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
        Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
        Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
        "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
        Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
        En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".
        En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
        Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". 

 Reflexión por S.S.Benedicto XVI. Angelus.

        En el Evangelio de este domingo, encontramos a Jesús que, habiéndose retirado al monte, ora por toda la noche. El Señor, alejado de la gente y de los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de rezar en soledad, al resguardo de la multitud del mundo. Pero este alejarse, no debe ser entendido como un desinterés hacia las personas o como un abandono de los Apóstoles.
      Por el contrario –narra san Mateo - apremió a sus discípulos a que “subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla” (Mt 14,22), para encontrarlos de nuevo. Mientras tanto, “la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario” (v. 24). Y sucedió que “de madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua” (v. 25). 
       Los discípulos, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma, no lo reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor. Pero Jesús los tranquilizó: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (v. 27).
       Es un episodio, del cual los Padre de la Iglesia han capturado una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica todo tipo de tribulación, de dificultad, que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles. Jesús quiere educar a los discípulos a soportar con valor las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se ha revelado al profeta Elías sobre el Oreb “en el susurro de una brisa suave” (1 Re 19,12). El versículo continúa después con el gesto del apóstol Pedro, quien, movido por un impulso de amor hacia el Maestro, pide ir a su encuentro, caminando sobre las aguas. “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! (Mt 14,30). 
         San Agustín, imaginando que se dirige al apóstol, comenta: el Señor “se ha inclinado y te ha tomado de la mano. Con tus solas fuerzas no puedes levantarte. Estrecha la mano de Aquel que desciende hasta ti”.
          Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree y cuando se ve agobiado por la duda, cuando no fija más la mirada sobre Jesús, porque tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente de la palabra del Maestro, significa que se está alejando de Él y es entonces cuando peligra de hundirse en el mar de la vida.
         El gran pensador Romano Guardini escribe que el Señor “está siempre cerca, permaneciendo a la raíz de nuestro ser. Sin embargo, debemos experimentar nuestra relación con Dios entre los polos de la lejanía y de la cercanía. Desde la cercanía estamos fortificados, desde la lejanía puestos a la prueba”. 
         Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías que escuchó el pasar de Dios y la dificultad de fe del apóstol Pedro, nos hacen comprender que el Señor aún antes de que lo busquemos o lo invoquemos, es Él mismo quien viene a nuestro encuentro, hace descender el cielo para tendernos la mano y conducirnos a su altura; espera solamente que nos confiemos totalmente de Él.
          Invoquemos a la Virgen María, modelo de plena confianza en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas, dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la palabra consoladora de Jesús: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” y crezca nuestra fe en Él.
       
Fuente: Ecclesia Digital

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