martes, 16 de agosto de 2011

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. 15-08-11


Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta solemnidad 
en honor de la Santísima Virgen María. 
Los ángeles se regocijan por su asunción al cielo 
y alaban al Hijo de Dios.


Apocalipsis 11,19a.12,1-6a.10ab.
 
      En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca de su Alianza, y hubo rayos, voces, truenos y un temblor de tierra, y cayó una fuerte granizada.
      Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.
Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz.
      Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema.
      Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera.
      La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono,
y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días.
      Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: "Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios.
      Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: "Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios.

Salmo 45(44),10bc.11.12ab.16.
 
Una hija de reyes está de pie a tu derecha:
es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir.

¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
El es tu señor: inclínate ante él.

Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían;
con gozo y alegría entran al palacio real.

Carta I de San Pablo a los Corintios 15,20-26.
 
      Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.
Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección.
      En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida.
      En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder.
      Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies.
      El último enemigo que será vencido es la muerte,

Evangelio según San Lucas 1,39-56.

      En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
      Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
      María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
      Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
      María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.


María, figura personal de la Iglesia 


      Si nos preguntamos por qué María tuvo el privilegio de ser elevada al cielo en cuerpo y alma, respondemos que el motivo fundamental es que, por ser la madre de Dios, el Espíritu Santo la llenó de su gracia de manera que el pecado no tuvo ningún poder sobre ella. Por eso la corrupción de los cuerpos, que es consecuencia del pecado, no se realizó en el cuerpo de la madre del Verbo encarnado. 
      Además, decimos que, por la íntima unión de María con Jesús, lo que sucedió con el cuerpo del Hijo también sucede con su madre: "No dejarás que tu servidor sufra la corrupción" (Cf. sal 16, 8-11; Hech 2, 24-31). De hecho, el texto evangélico que hoy leemos destaca esa unión inseparable entre Jesús y su madre cuando Isabel utiliza el mismo apelativo para referirse a   Jesús: "Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre" (Lc 1, 42). Por esa misma unión inseparable, cuando Isabel se declara indigna de recibir la visita del Mesías, sólo dice: "¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?" (Lc 1,43).
      Pero también podemos preguntarnos de qué manera aparece expresada en el evangelio la santidad de María.
      Y todos nosotros estamos llamados a reconocer esa felicidad propia de la santidad de María. Ella misma aparece anunciándolo en el canto que coloca en sus labios: "Todas las generaciones me llamarán feliz" (Lc 1, 48).
      Pero la felicidad perfecta se alcanza cuando somos plenamente transfigurados en el cielo, y ese es el privilegio de María, que libre del pecado y de sus consecuencias, viviendo una santidad sin manchas, fue elevada al cielo en cuerpo y alma. 
      Pero al celebrar esta solemnidad, no podemos dejar de recordar el texto de Apoc 12, donde esta "Mujer" aparece como un signo en el cielo para alimentar la esperanza de sus hijos. También es ella la que tiene otros hijos, los que "obedecen los mandamientos de Dios" (Apoc 12, 17). Es cierto que esa figura de la mujer se aplica además a la Iglesia perseguida (Apoc 12,6. 14). Pero María es la figura personal donde la Iglesia ve reflejada y simbolizada su propia maternidad espiritual. Por eso, en este texto del Apocalipsis no podemos dejar de reconocer a María, elevada al cielo en cuerpo y alma, plenamente transfigurada, como el gran signo celestial que ilumina la esperanza del pueblo de Dios. Eso es lo que celebramos con mucho gozo.

Victor M. Fernández

Fuente: El Domingo. El periódico que nos une como Iglesia.

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