lunes, 15 de agosto de 2011

Domingo 20° Tiempo Ordinario Ciclo A 14-08-11

Libro de Isaías 56,1.6-7.
 
       Así habla el Señor: Observen el derecho y practiquen la justicia, porque muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia.
       Y a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza, yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos.

Salmo 67(66),2-3.5.6.8.
 
El Señor tenga piedad y nos bendiga, 
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio, 
y su victoria entre las naciones.
Que canten de alegría las naciones, 
porque gobiernas a los pueblos con justicia 
y guías a las naciones de la tierra.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor, 
que todos los pueblos te den gracias!

Que Dios nos bendiga, 
y lo teman todos los confines de la tierra.

Carta de San Pablo a los Romanos 11,13-15.29-32.
  
      A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos.
     Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida?
      Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables.
      En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia.
    De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia.
       Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.

Evangelio según San Mateo 15,21-28.
 

       Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
       Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".
       Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
      Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
       Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".
Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".
     Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".
       Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.
Reflexión de S.S. Benedicto XVI 14-08-11

      El pasaje evangélico de este domingo inicia con la indicación de la región adonde Jesús se estaba dirigiendo: Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea, tierra pagana. Y es allí donde Él encuentra a una mujer cananea que se dirige a Él pidiéndole que cure a la hija atormentada por un demonio (cfr Mt 15,22).

      Ya en esta petición, podemos vislumbrar un inicio del camino de fe, que en el diálogo con el divino maestro crece y se refuerza. La mujer no tiene temor de gritar a Jesús, “Ten piedad de mi”, una expresión recurrente en los Salmos (cfr 50,1), lo llama “Señor” e “Hijo de David” (cfr Mt 15,22), manifiesta así una firme esperanza de ser escuchada. 
           
       ¿Cuál es la actitud del Señor frente a ese grito de dolor? Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, tanto que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de insensibilidad al dolor de aquella mujer. San Agustín comenta: “Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no para negarle su misericordia, sino para enardecer su deseo” (Sermón 77, 1: PL 38, 483).

      La aparente indiferencia de Jesús, que dice: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24), no desalienta a la cananea que insiste: “Señor, socórreme” (v. 25). Y cuando recibe una respuesta que parece cerrar toda esperanza- “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (v. 26)- no desiste. No quiere quitarle nada a nadie: en su sencillez y humildad le basta poco, le bastan las migajas, le basta sólo una mirada, una palabra del Hijo de Dios. Y Jesús queda admirado por una respuesta de fe tan grande y le dice: “que te suceda como deseas” (v. 28)

     Queridos amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y a acoger con libertad el don de Dios. Es el camino que Jesús ha hecho cumplir a sus discípulos, a la mujer cananea y a los hombres de cada tiempo y pueblo, a cada uno de nosotros.
      La fe nos lleva a conocer y a acoger la real identidad de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, a vivir una relación personal con Él. El conocimiento de la fe es un don de Dios que se revela a nosotros no como una entidad abstracta sin rostro y sin nombre, sino como una Persona que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros e involucrar toda nuestra vida.

      Por ello, cada día, nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, pasar del hombre replegado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cfr 1Cor 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre la propia vida a su Amor.

      Queridos hermanos y hermanas, alimentemos cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal y con la caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo en cuerpo y alma, para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida, la alegría de haber encontrado al Señor.


Fuente: Ecclesia Digital 




No hay comentarios :

Publicar un comentario