jueves, 2 de junio de 2011

Domingo 6° de Pascua Ciclo A 29-05-11



Libro de los Hechos de los Apóstoles 8,5-8.14-17. 

Felipe descendió a una ciudad de Samaría y allí predicaba a Cristo.
Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe.
Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron curados.
Y fue grande la alegría de aquella ciudad.
Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo.
Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.

Salmo 66(65),1-3a.4-5.6-7a.16.20. 

Del maestro de coro. Canto. Salmo.
¡Aclame al Señor toda la tierra! 

¡Canten la gloria de su Nombre! 
Tribútenle una alabanza gloriosa,
digan al Señor: "¡Qué admirables son tus obras!". 
Por la inmensidad de tu poder, 
tus enemigos te rinden pleitesía;
toda la tierra se postra ante ti, 
y canta en tu honor, en honor de tu Nombre.

Vengan a ver las obras del Señor, 
las cosas admirables que hizo por los hombres:
él convirtió el Mar en tierra firme, 
a pie atravesaron el Río. 
Por eso, alegrémonos en él,
que gobierna eternamente con su fuerza; 
sus ojos vigilan a las naciones, 
y los rebeldes no pueden sublevarse.
Los que temen al Señor, 
vengan a escuchar, yo les contaré lo que hizo por mí:

Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración 
ni apartó de mí su misericordia. 


Epístola I de San Pedro 3,15-18. 

Por el contrario, glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen.
Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán de sus calumnias todos aquellos que los difaman, porque ustedes se comportan como servidores de Cristo.
Es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal.
Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo, padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu.

Evangelio según San Juan 14,15-21. 

Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:
el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.
Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán.
Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".

 Reflexión tomada de "...y habitó entre nosotros..." de Juan Alfredo Pujol O.F. M.

Un nuevo Abogado

Muchas cosas en la vida necesitan confirmación: reservaciones, noticias, diagnósticos, empleos... También para recorrer un camino hasta el final es necesario confirmar, prácticamente a cada paso, la decisión inicial.
Nosotros hemos sido confirmados como cristianos por el sello sacramental del Espíritu Santo. La próxima fiesta de Pentecostés será una ocasión propicia para renovar nuestra confirmación, así como la reciente Pascua nos invitó a renovar nuestro Bautismo. Este domingo las lecturas nos ofrecen un rico material acerca del sacramento de la confirmación.

Hoy es el último domingo antes de la Ascención de Jesús. Jesús se despide de sus amigos y promete no dejarlos "huérfanos", desvalidos y sin apoyo. Al contrario, enviará un nuevo Abogado, defensor, consolador, que acompañará a su Iglesia.
La primera lectura brinda un hermoso testimonio de la administración del sacramento de la Confirmación en los primeros días de la Iglesia. Debido a la persecución desencadenada por Herodes, "todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría" (Hechos 8, 1). Esa persecución, destinada a acabar con la naciente comunidad, sirvió más bien para propagarla y afianzarla.

El Concilio Vaticano II enseña que los fieles "por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello quedan obligados a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras"  (Lumen Gentium, n. 11)
¿Apreciamos el sacramento de la Confirmación? ¿Cómo podemos renovarlo, en ocasión de la próxima fiesta de Pentecostés?

El nuevo Abogado

Es común que en nuestro lenguaje cristiano se conserven, sin traducir, términos griegos. Eso obedece al deseo de destacar que estrictamente hablando, cuando una palabra se usa para describir realidades del mundo sobrenatural, pierde su significado habitual y adquiere nuevos matices y connotaciones.
El leccionario litúrgico oficial presenta a Jesús prometiendo a los suyos otro Paráclito. Otras versiones modernas hablan de un "Defensor", o bien, de un "Abogado". "Abogado" viene de ad-vocatus que, como el griego Parakleitos, quiere decir "llamado junto a". No hay que tomarlo, pues, en sentido tribunalicio, sino como una asistencia en la necesidad, algo así como el auxilio mecánico que es llamado junto al accidentado o al bañista que corre a auxiliar al que está en peligro.

La  permanencia visible de Jesús en este mundo no podía prolongarse indefinidamente. El no podía ser en adelante el gran apoyo de los suyos. Se hacía necesario otro auxilio, que cumpliera con todos los creyentes de todos los tiempos el papel que Jesús cumplió con los discípulos de Emaús: acompañar, iluminar, reprender, estimular. No sería un apoyo visible, al menos en su raíz, pero sí efectivo. Lo atestigua la historia de la Iglesia que "va peregrinando entre las persecusiones del mundo y los consuelos de Dios", en frase de San Agustín, y que, a pesar de sus debilidades y de todos los ataques que recibe, sigue su marcha serena y segura.
"El Espíritu Santo -oigamos nuevamente al concilio- habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo. Guía a la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión, la provee y gobierna con diversos dones..." (Lumen gentium, n. 4). Esas son las funciones del Paráclito, del Abogado.

Ese nuevo Abogado viene a todos, pero no todos lo pueden recibir. Sólo el discípulo de Cristo lo ve y lo conoce. Por un lado, conocemos al Espiritu "porque él habita en nosotros", y, por otro, es necesario verlo y conocerlo para recibirlo. Es el eterno juego entre la gracia de Dios y el esfuerzo del hombre. El Espíritu es un regalo que hay que merecer, aunque nunca será el pago del trabajo realizado, sino un don de la libertad divina.

La forma de merecer el don del Espíritu es cumplir el mandato del amor. Dios es amor, y el Espíritu Santo nos sumerge en la dinámica de la Trinidad santísima. Se nos hace difícil hablar y nos acomete una especie de vértigo ante las inmensidades y honduras a que nos sometemos: Cristo, el Señor nos ama, se nos manifiesta, nos muestra el amor del Padre y nos comunica su Espíritu, para que podamos participar de ese amor eterno y sobrenatural.

La defensa de la verdad

El Espíritu que Jesús envió a su Iglesia es llamado también "Espíritu de verdad". La gran tentación del cristiano será sentirse dueño de la verdad, con derecho a avasallar, humillar o despreciar a los demás. Tenemos que estar, como nos pide Pedro en la segunda lectura, "dispuestos a defendernos delante de cualquiera que nos pida razón de la esperanza que tenemos". Pero no debe ser una defensa encarnizada e irrespetuosa. Hay ciertas formas de "defender" la fe que a la postre resultan más nocivas que el más encarnizado ataque de los ateos. ¡quién pierde la caridad ya no está en la verdad, aunque sus labios sigan pronunciando afirmaciones correctas!

"Hacedlo con suavidad y respeto y con tranquilidad de conciencia", sigue diciendo Pedro. Los verdaderos héroes de la Iglesia son los que se dejaron matar sin claudicar en la fe. Los que en el nombre del cristianismo mataron a otros no han merecido mayor elogio.
¿Sabemos nosotros dar razón de nuestra esperanza cristiana? ¿Somos condescendientes sin razones indebidas?

Cuando Pedro escribía, ya arreciaban las persecuciones. los hechos lo habían llevado al convencimiento de que era imposible no sufrir en esta vida. El evangelio del amor, que podría haber cambiado con el curso de la historia, no sería aceptado sin resistencia. Ya que no se puede eludir el sufrimiento, que tengamos la dicha de sufrir en paz. "Es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal".
Cuesta aceptar estas palabras, como norma práctica para la vida.

Normalmente, uno se siente inclinado a aceptar las consecuencias de sus errores, pero se rebela ante la injusticia. de hecho, inspira mayor pena el que sufre la injusticia que el que la causa, cuando en rigor de verdad el más dañado es este último.
Aquí también, el punto de referencia para el cristiano es Cristo mismo, sacrificado por el bien de sus perseguidores. "Siendo justo, padeció por los injustos". Quizá nuestros sufrimientos, en la convivencia comunitaria sirvan para el bien de quien nos lo causa. Esa respuesta airada que quema en los labios porque uno se la guarda, puede ser ocasión para que el otro recapacite y cambie de actitud. Es un ejemplo. Se podrían agregar muchos más...
Esto no nos exime del deber de la corrección fraterna, pero debe quitar a esas nuestras correcciones toda amargura, toda expresión de encono personal.
Todo esto es muy difícil, pero para eso tenemos un excelente Abogado que nos garantiza el éxito.

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