lunes, 3 de octubre de 2011

1° de octubre. Recordando a Teresita: "El juguetito de Jesús".


4. La vida de infancia: los pequeños esfuerzos.


14.4 Ahora Dios me sigue conduciendo por el mismo camino, no tengo más que un deseo: el de hacer su voluntad. Tal vez te acuerdes de que antes me gustaba llamarme a mí misma «el juguetito de Jesús». Todavía ahora soy feliz de serlo, sólo que he pensado que el divino Niño tiene muchas otras almas llenas de virtudes sublimes que se dicen también «sus juguetes»; y entonces pensé que ellas eran sus juguetes lujosos y que mi pobre alma no era más que un juguetito sin valor... Y para consolarme, me dije a mí misma que muchas veces los niños se divierten más con los juguetitos que pueden tirar o coger, romper o besar a su antojo, que con otros de mayor valor que casi ni se atreven a tocar... Entonces me alegré de ser pobre y deseé serlo cada día más, para que a Jesús le gustase cada vez más jugar conmigo.


15.4 Comprende que para amar a Jesús, para ser víctima de amor, cuanto más débil se es-sin deseos ni virtudes- más cerca se está de las operaciones de este Amor consumidor y transformante... Con el sólo deseo de ser víctima ya basta; pero es necesario aceptar ser siempre pobres y sin fuerzas, y eso es precisamente lo difícil, pues "al verdadero pobre de espíritu ¿quién lo encontrará?"


22.4 Ser pequeño es también no atribuirse a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. También es no desanimarse por las propias faltas, pues los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño.


23.4 No hay que alimentar voluntariamente pensamientos de orgullo. Si, por ejemplo, me dijese a mí misma. "He adquirido tal virtud y estoy segura de poder practicarla", eso sería apoyarse en las propias fuerzas, y cuando se hace eso, se corre el peligro de caer al abismo. Pero si soy humilde, si soy siempre pequeña, tendré el derecho de hacer pequeñas travesuras hasta el día de mi muerte sin ofender a Dios. Mira, los niños: están siempre rompiendo cosas, rasgándolas, cayéndose, a pesar de querer mucho a sus padres. Cuando yo caigo de esa manera, compruebo todavía más mi propia nada y me digo a mí misma: ¡Qué no haría yo, a qué extremos no llegaría, si me apoyase en mis propias fuerzas...?


28.4 Te equivocas si crees que tu Teresita recorre siempre ilusionada el camino de la virtud. Ella es débil. muy débil y experimenta a diario esa trsite realidad. Pero Jesús se complace en enseñarle como a San Pablo, la ciencia de no gloriarse en sus enfermedades. Es una gracia muy grande, y pido a Jesús que te la enseñe, porque sólo ahí se encuentra la paz y el descanso del corazón. Cuando uno se ve tan miserable, no quiere ya preocuparse de sí mismo y sólo mira a su único amado. Yo no conozco otro camino que "el amor" para llegar a la perfección. ¡Amar! ¡Qué bien hecho está para eso nuestro corazón...! A veces busco otra palabra para expresar el amor, pero en esta tierra de exilio las palabras son incapaces de emitir todas las vibraciones del alma, y tenemos que limitarnos a esa única palabra: "¡Amar!"...


29.4 ¡Niño Jesús!, mi único tesoro, yo me abandono a tus divinos caprichos, y no quiero otra alegría que la de hacerte sonreir. Imprime en mí tu gracia y tus virtudes infantiles, para que en el día de mi nacimiento para el cielo los ángeles y los santos reconozcan en mí a tu pequeña esposa. (Oraciones, 14 )



       Santa Teresita nació en Alençon (Francia) el 2 de enero de 1873. Teresa tenía quince años cuando fue con sus familiares y otras personas en peregrinación a Roma, y en la audiencia concedida por el Papa León XII, osó pedir el permiso para hacerse carmelita aunque todavía entonces no tenía la edad. En 1888 consiguió al fin realizar su sueño, recibiendo el hábito carmelita. Se ejercitó de modo particular en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, con humildad, sencillez evangélica y confianza en Dios, y trató de inculcar, con el ejemplo y la palabra, estas virtudes a sus hermanas. Descubrió su puesto en el corazón de la Iglesia, ofreció su vida para la salvación de las almas y la edificación de la Iglesia. Murió el 30 de septiembre de 1897. Fue canonizada por Pío X en 1925 y proclamada patrona de las misiones en 1927. Conocidísima es la historia de su alma, y conocidas hoy también las vicisitudes relativas a los manuscritos originales.
      Es la doctora de la Iglesia más joven de entre los santos.


Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso

       Ofrenda de mí misma, como víctima de holocausto, al amor misericordioso de Dios.

¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y librar a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi santidad.

       Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo como Salvador y como Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de Amor.
      

      Os ofrezco también todos los méritos de los santos (los que están en el cielo y en la tierra), sus actos de amor y los de los Santos Ángeles; en fin, os ofrezco, ¡oh Trinidad Bienaventurada!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; en sus manos pongo mi ofrenda, rogándola que os la presente. Su divino hijo, mi Amado esposo, en los días de su vida mortal, nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será concedido». Estoy, pues, segura que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh, Dios mío!, cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah!, puedo recibir la sagrada comunión con tanta frecuencia como lo desee; pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?... Permaneced en mí, como en el sagrario, no os apartéis jamás de vuestra pequeña hostia...

      Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico que me quitéis la libertad de ofenderos; si por debilidad, caigo alguna vez, que inmediatamente vuestra divina mirada purifique mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que transforma todas las cosas en si mismo...
      

      Os doy gracias, ¡Dios mío!, por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Os contemplaré con gozo el último día, cuando llevéis el cetro de la cruz. Y ya que os habéis dignado hacerme participar de esta preciosa cruz, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado las sagradas llagas de vuestra Pasión...

       Después del exilio de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el cielo, sólo quiero trabajar por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen eternamente.
A la tarde de esta vida, me presentaré delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que tengáis en cuenta mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas ante vuestros ojos. Quiero, por tanto, revestirme de vuestra propia Justicia, y recibir de vuestro amor la posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a Vos, ¡oh Amado mío!

      A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; vos podéis, pues, prepararme en un instante, para presentarme ante vos...
      Para vivir en un acto de perfecto amor, ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, las olas de ternura infinita que tenéis encerradas en vos y que, de ese modo, me convierta en mártir de vuestro amor, ¡oh, Dios mío!
      Que este martirio, después de prepararme para presentarme ante vos, me haga finalmente morir y que mi alma se lance sin tardanza en el abrazo eterno de vuestro amor misericordioso...
Quiero, ¡oh, Amado mío!, a cada latido de mi corazón, renovar esta ofrenda un número infinito de veces, hasta que las sombras se hayan desvanecido y pueda repetiros mi amor en un cara a cara eterno...

MARÍA, FRANCISCA, TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ, reí. carm. md.
Fiesta de la Santísima Trinidad, 9 de junio del año de gracia de 1895

Fuente: 


Ofrenda de amor
(Jesed)

Yo me ofrezco Señor como víctima
de holocausto a tu amor misericordioso.
Yo recibo, Señor de tu infinito amor,
la posesión eterna de tí mismo.


Consúmeme sin cesar,
y haz mi alma desbordar
de tu ternura infinita.

Cada latido Señor, desde mi corazón
sea un renovar de esta ofrenda.
hasta la eternidad.




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