Comida y bebida que
sacian el deseo de vivir
La lectura del evangelio
nos presenta la segunda parte del discurso del Pan de Vida. Ahora cambian los
verbos que lo tienen como referente. Aparece, en efecto, el verbo “comer” y la
palabra “carne” (v 51). Aquí se habla de la Eucaristía. La celebración de la
Misa tiene entonces las dos formas del “pan de vida eterna”: la Palabra y la
Eucaristía. Si ésta no siempre es posible para todos, la primera sí lo es.
Todos van a Jesús y él no rechaza a nadie (vv 37). Resuena aquí una frase de la
segunda carta a Timoteo: “Dios quiere que todos los hombres se salven.” (1, 4).
Esta vez la audiencia de Jesús no murmura, sino que “se pelea”. Están
horrorizados frente a un absurdo, pero Jesús no se desdice, al contrario
insiste. “Carne y Sangre” son dos palabras que indican el cuerpo físico de
Jesús, el que será “dado”, entregado en la muerte real del Calvario para la
vida del mundo (v 51). “Comer y beber”, son dos verbos unidos en una expresión
que indica “participar de la intimidad de una persona” (Hch 10, 40-41); aquí,
sin embargo, el sentido que les da Juan es el de la experiencia de un auténtico
acto físico del comer (v 54), como aparece también en una expresión de la
narración de la última cena (Jn 13, 18). El contexto de este pasaje es el de la
Pascua y ésta es muerte y resurrección. La idea que domina es la de la Vida. La
pregunta no es la que se hacían los judíos discutiendo entre sí escandalizados:
¿qué sentido tiene lo que dice?, sino la que hace Pedro: ¿A quién vamos a ir?
Sólo en el sacramento de la Eucaristía encontramos el “Cuerpo y Sangre” de
Jesús, humanidad ofrecida al Padre y, resucitada, distribuida a los creyentes,
los que han aceptado la Palabra del Padre, como ulterior sacramento de vida
eterna.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA LECTURA
Prov 9, 1-6
Lectura del libro de los Proverbios.
La Sabiduría
edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino,
y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los
sitios más altos de la ciudad: "El que sea incauto, que venga aquí".
Y al falto de entendimiento, le dice: "Vengan, coman de mi pan, y beban
del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por
el camino de la inteligencia".
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 33, 2-3. 10-15
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor
en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en
el Señor;
que lo oigan los humildes y se alegren.
Teman al Señor,
todos sus santos,
porque nada faltará a los que lo temen.
Los ricos se
empobrecen y sufren hambre,
pero los que buscan al Señor no carecen de nada.
Vengan, hijos,
escuchen:
voy a enseñarles el temor del Señor.
¿Quién es el hombre que ama la
vida
y desea gozar de días felices?
Guarda tu lengua
del mal,
y tus labios de palabras mentirosas.
Apártate del mal y practica el
bien,
busca la paz y sigue tras ella.
SEGUNDA LECTURA
Ef 5, 15-20
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de
Éfeso.
Hermanos: Cuiden
mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que
saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No
sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor. No
abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu
Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando
y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den
gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra
de Dios.
Aleluya. "El
que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él", dice el
Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Jn 6, 51-59
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús dijo a los
judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan
vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del
mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre
puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán
Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo
lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el
pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que
coma de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la
sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra
del Señor.
En español,
la alocución del Papa Benedicto XVI para el Ángelus del domingo 19 agosto 2012
Queridos
hermanos y hermanas: El Evangelio de este domingo (cfr. Jn 6,51-58) es la parte
final y culminante del discurso hecho por Jesús en la sinagoga de Cafarnaum,
después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con solo
cinco panes y dos peces.
Jesús revela el sentido de aquel milagro, es decir que el tiempo de las
promesas se ha cumplido: Dios Padre, que con el maná había saciado el hambre de
los israelitas en el desierto, ahora lo ha mandado a Él, el Hijo, como
verdadero Pan de vida eterna, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en
sacrificio por nosotros. Se trata por lo tanto de acogerlo con fe, no
escandalizándose de su humanidad; y se trata de «comer su carne y beber su
sangre» (cfr. Jn 6,54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida. Es
evidente que este discurso no está hecho para obtener consensos.
Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; y en efecto aquel fue un
momento crítico, un vuelco en su misión pública. La gente, y los mismos
discípulos, eran entusiastas de Él cuando realizaba signos prodigiosos; y
también la multiplicación de los panes y de los peces era una clara revelación
del Mesías, tanto es así que inmediatamente después la multitud habría querido
llevar a Jesús en triunfo y proclamarlo rey de Israel. Pero ciertamente no era
ésta la voluntad de Jesús, que con aquel extenso discurso corta con los
entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. Él, en efecto, explicando la imagen
del pan, afirma de haber sido mandado para ofrecer la propia vida, y que, quien
quiere seguirlo debe unirse a Él en modo personal y profundo, participando en
su sacrificio de amor. Por esto Jesús instituirá en la última Cena el
Sacramento de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos
su caridad –esto es decisivo- y, como un único cuerpo unido a Él, prolongar en
el mundo su misterio de salvación.
Escuchando este discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías
como lo querían, que aspiraba a un trono terrenal. No buscaba consensos para
conquistar Jerusalén; es más, quería ir a la Ciudad santa para compartir la
suerte de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes,
partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino
preanunciar el sacrificio de la Cruz, en la que Jesús se hace Pan, cuerpo y
sangre ofrecidos en expiación por la vida del mundo. Jesús por lo tanto
pronunció aquel discurso para desilusionar a las multitudes y, sobre todo, para
provocar una decisión en sus discípulos. En efecto, muchos entre estos, a
partir de entonces, ya no lo seguirán.
Queridos amigos, dejémonos, también nosotros, nuevamente sorprender por
las palabras de Cristo: Él, semilla de trigo lanzado en los surcos de la
historia, es la primicia de la humanidad nueva, liberada de la corrupción del
pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del Sacramento de la
Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: su hacerse
pequeño –Dios se hace pequeño- fragmento del universo para reconciliar a todos
en su amor. Que la Virgen María, que ha dado al mundo el Pan de la vida, nos
enseñe a vivir siempre en profunda unión con Él.
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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