domingo, 26 de agosto de 2012

Domingo 21° del Tiempo Ordinario Ciclo B 26-08-12


Jesús es el pan de vida
La lectura de hoy es la última parte el discurso del Pan de Vida. Desde el próximo domingo, volveremos al evangelio de Marcos que veníamos leyendo. La liturgia introdujo este capítulo del evangelio de Juan, cortando la lectura del de Marcos. ¿Por qué? Las lecturas de los domingos después de Pentecostés apuntan a confrontar nuestro modo diario de pensar y actuar con el evangelio. Pero la lectura del discurso del Pan de Vida está aquí para decirnos que sin la Palabra y la Eucaristía como alimento espiritual es imposible ser constructores de un “cielo nuevo y tierra nueva“ (Apoc 21, 1). Vemos, en efecto, como es caótico en nuestra sociedad el curso de la historia; el discurso del Pan de Vida está ahí para que nuestra propia vida sea plena. La reacción a las palabras de Jesús fue catastrófica. Muchos lo abandonaron, otros quedaron perplejos, otros se dieron cuenta de la absoluta novedad de estas palabras y, aún sin entender mucho, se quedaron con él. Jesús no cedió ni un milímetro; al contrario, estaba dispuesto a quedar solo y empezar de nuevo desde el principio. Para Juan, aceptar este discurso es el primer paso para llegar a ser el “discípulo amado“. Sólo éste tiene el derecho de apoyar su cabeza en el hombro de Jesús, sólo él no lo abandonará en el momento extremo de la cruz y sólo él lo reconocerá, antes que todos los demás, al verlo resucitado (Jn 21, 7). Entonces no es suficiente “creer“, es indispensable “unirse a él como un solo cuerpo“ (Col 2, 9. 17), como el grupito que estaba al pié de la cruz, un único cuerpo el de ellos y el del crucificado, para salvar a la humanidad. Una condición más: para esto es necesario nacer de María, recibirla “en la propia casa” (19, 27), es decir amarla e imitar su vida.
P. Aldo  Ranieri
Inclina tu oído, Señor, respóndeme; salva a tu servidor que en ti confía. Ten piedad de mí, Señor, que te invoco todo el día.

PRIMERA LECTURA
Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b

Lectura del libro de Josué.

      Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: "Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor". El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios".

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 33, 2-3. 16-23

¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. 

Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra. 

Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.
.
El justo padece muchos males,
pero el Señor lo libra de ellos.
Él cuida todos sus huesos,
no se quebrará ni uno solo.

La maldad hará morir al malvado,
y los que odian al justo serán castigados;
pero el Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en él no serán castigados. 

SEGUNDA LECTURA
Ef 5, 21-33

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.

      Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres a su propio marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne". Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Jn 6, 60-69

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".

Palabra del Señor.

Dice el Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".

 Alocución del Papa Benedicto XVI previa al rezo del Angelus del domingo 26 de agosto 2012
      Los domingos pasados hemos meditado el discurso sobre el «pan de la vida», que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm luego de haber saciado miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el Evangelio presenta la reacción de los discípulos a aquel discurso, una reacción que el mismo Cristo provoca conscientemente.
      Ante todo, el evangelista Juan – que estaba presente junto a los otros Apóstoles – refiriere que «desde aquel momento muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo» (Jn 6,66). ¿Por qué? Porque no creyeron en las palabras de Jesús que decía: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente (cfr Jn 6,51.54). Para ellos esta revelación permanecía incomprensible, porque la entendían solo en sentido material, mientras en aquellas palabras estaba preanunciado el misterio pascual de Jesús, en el que Él se ha donado a sí mismo para la salvación del mundo.

       Viendo que muchos de sus discípulos se marchaban, Jesús se dirigió a los Apóstoles diciendo: «¿También ustedes quieren irse?» (Jn 6,67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Sobre este pasaje bíblico un bellísimo comentario de San Agustín dice: «¿Ven cómo Pedro, por gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, ha entendido? ¿Por qué ha entendido? Porque ha creído. Tu tienes palabras de vida eterna. Tu nos das la vida eterna ofreciéndonos tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído y conocido. No dice: hemos conocido y creído, sino hemos creído y conocido. Hemos creído para poder conocer; si de hecho, hubiésemos querido conocer antes de creer, no hubiéramos logrado ni conocer ni creer. ¿Qué cosa hemos creído y que cosa hemos conocido? Que tu eres Cristo Hijo de Dios, o sea que tu eres la vida eterna misma, y en la carne y en la sangre nos das aquello que tu mismo eres» (Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9).
        Finalmente, Jesús sabía que también entre los doce Apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas habría podido irse, como hicieron muchos discípulos; es más, habría debido irse, si hubiese sido honesto. En cambio permanece con Jesús. Permanece no por fe, no por amor, sino con el propósito secreto de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Porque Judas se sentía traicionado por Jesús, y decide a su vez traicionarlo. Judas era un zelota, y quería un Mesías vencedor, que guiase una revuelta contra los Romanos. Pero Jesús había desilusionado estas expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del diablo. Por esto Jesús dice a los Doce: «¡Uno de ustedes es un diablo!» (Jn 6,70).
        Pidamos a la Virgen María que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre sinceros con Él y con todos. (Traducción de Raúl Cabrera – RV)

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