Jesús es el pan de
vida
La
lectura de hoy es la última parte el discurso del Pan de Vida. Desde el próximo
domingo, volveremos al evangelio de Marcos que veníamos leyendo. La liturgia
introdujo este capítulo del evangelio de Juan, cortando la lectura del de
Marcos. ¿Por qué? Las lecturas de los domingos después de Pentecostés apuntan a
confrontar nuestro modo diario de pensar y actuar con el evangelio. Pero la
lectura del discurso del Pan de Vida está aquí para decirnos que sin la Palabra
y la Eucaristía como alimento espiritual es imposible ser constructores de un
“cielo nuevo y tierra nueva“ (Apoc 21, 1). Vemos, en efecto, como es caótico en
nuestra sociedad el curso de la historia; el discurso del Pan de Vida está ahí
para que nuestra propia vida sea plena. La reacción a las palabras de Jesús fue
catastrófica. Muchos lo abandonaron, otros quedaron perplejos, otros se dieron
cuenta de la absoluta novedad de estas palabras y, aún sin entender mucho, se
quedaron con él. Jesús no cedió ni un milímetro; al contrario, estaba dispuesto
a quedar solo y empezar de nuevo desde el principio. Para Juan, aceptar este
discurso es el primer paso para llegar a ser el “discípulo amado“. Sólo éste
tiene el derecho de apoyar su cabeza en el hombro de Jesús, sólo él no lo
abandonará en el momento extremo de la cruz y sólo él lo reconocerá, antes que
todos los demás, al verlo resucitado (Jn 21, 7). Entonces no es suficiente
“creer“, es indispensable “unirse a él como un solo cuerpo“ (Col 2, 9. 17),
como el grupito que estaba al pié de la cruz, un único cuerpo el de ellos y el
del crucificado, para salvar a la humanidad. Una condición más: para esto es
necesario nacer de María, recibirla “en la propia casa” (19, 27), es decir
amarla e imitar su vida.
P. Aldo
Ranieri
Inclina tu oído,
Señor, respóndeme; salva a tu servidor que en ti confía. Ten piedad de mí,
Señor, que te invoco todo el día.
PRIMERA LECTURA
Jos
24, 1-2a. 15-17. 18b
Lectura del libro de
Josué.
Josué reunió en Siquém a todas las tribus
de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a
sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a
todo el pueblo: "Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a
quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al
otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora
habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor". El pueblo respondió:
"Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque
el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de
esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos
aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y
en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al
Señor, ya que él es nuestro Dios".
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 33, 2-3. 16-23
¡Gusten
y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará
siempre en mis labios.
Mi alma se gloría
en el Señor:
que lo oigan los
humildes y se alegren.
Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos
escuchan su clamor;
pero el Señor
rechaza a los que hacen el mal
para borrar su
recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de
todas sus angustias.
El Señor está cerca
del que sufre
y salva a los que
están abatidos.
.
El justo padece muchos males,
pero el Señor lo
libra de ellos.
Él cuida todos sus
huesos,
no se quebrará ni
uno solo.
La maldad hará morir al malvado,
y los que odian al
justo serán castigados;
pero el Señor
rescata a sus servidores,
y los que se
refugian en él no serán castigados.
SEGUNDA LECTURA
Ef 5, 21-33
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Sométanse los unos a los otros,
por consideración a Cristo. Las mujeres a su propio marido como al Señor,
porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el
Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a
Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los
maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella
para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque
quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún
defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su
mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie
menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace
Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo.
"Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer,
y los dos serán una sola carne". Éste es un gran misterio: y yo digo que
se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a
su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Jn 6, 60-69
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Juan.
Después de escuchar la enseñanza de Jesús,
muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede
escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo:
"¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre
subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada
sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento
quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó:
"Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y
dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También
ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que
eres el Santo de Dios".
Palabra del Señor.
Dice el Señor:
"El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día".
Alocución
del Papa Benedicto XVI previa al rezo del Angelus del domingo 26 de agosto 2012
Los domingos pasados hemos
meditado el discurso sobre el «pan de la vida», que Jesús pronunció en la
sinagoga de Cafarnaúm luego de haber saciado miles de personas con cinco panes
y dos peces. Hoy, el Evangelio presenta la reacción de los discípulos a aquel
discurso, una reacción que el mismo Cristo provoca conscientemente.
Ante todo, el evangelista
Juan – que estaba presente junto a los otros Apóstoles – refiriere que «desde
aquel momento muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de
acompañarlo» (Jn 6,66). ¿Por qué? Porque no creyeron en las palabras de Jesús
que decía: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá
eternamente (cfr Jn 6,51.54). Para ellos esta revelación permanecía
incomprensible, porque la entendían solo en sentido material, mientras en
aquellas palabras estaba preanunciado el misterio pascual de Jesús, en el que
Él se ha donado a sí mismo para la salvación del mundo.
Viendo que muchos de sus discípulos se
marchaban, Jesús se dirigió a los Apóstoles diciendo: «¿También ustedes quieren
irse?» (Jn 6,67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los
Doce: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros
hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Sobre este
pasaje bíblico un bellísimo comentario de San Agustín dice: «¿Ven cómo Pedro,
por gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, ha entendido? ¿Por qué
ha entendido? Porque ha creído. Tu tienes palabras de vida eterna. Tu nos das
la vida eterna ofreciéndonos tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído y
conocido. No dice: hemos conocido y creído, sino hemos creído y conocido. Hemos
creído para poder conocer; si de hecho, hubiésemos querido conocer antes de
creer, no hubiéramos logrado ni conocer ni creer. ¿Qué cosa hemos creído y que
cosa hemos conocido? Que tu eres Cristo Hijo de Dios, o sea que tu eres la vida
eterna misma, y en la carne y en la sangre nos das aquello que tu mismo eres»
(Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9).
Finalmente, Jesús sabía que también
entre los doce Apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas habría
podido irse, como hicieron muchos discípulos; es más, habría debido irse, si
hubiese sido honesto. En cambio permanece con Jesús. Permanece no por fe, no por
amor, sino con el propósito secreto de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Porque
Judas se sentía traicionado por Jesús, y decide a su vez traicionarlo. Judas
era un zelota, y quería un Mesías vencedor, que guiase una revuelta contra los
Romanos. Pero Jesús había desilusionado estas expectativas. El problema es que
Judas no se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del
diablo. Por esto Jesús dice a los Doce: «¡Uno de ustedes es un diablo!» (Jn
6,70).
Pidamos a la Virgen
María que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre sinceros
con Él y con todos. (Traducción de Raúl Cabrera – RV)Fuente:
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