Hacia una renovación
del corazón
Jesús previene de la falsa religiosidad: Angelus de Benedicto XVI Domingo 2 septiembre 2012.
Fuente:
Figuras
importantes de la sociedad de aquel tiempo se acercan a Jesús: los escribas y
los fariseos. Los primeros eran funcionarios del poder central de Jerusalén que
cumplían el rol de custodios de la práctica de las tradiciones religiosas de
parte de la gente de las pequeñas aldeas. Por eso hablan de: “…las tradiciones
de los antepasados”.Jesús estaba en Galilea, 150 km al norte de Jerusalén, en
Genesaret. Era, evidentemente, una visita de control acerca del joven Maestro.
Le ponen una cuestión crucial, hoy todavía, para el judaísmo: los discípulos de Jesús no procedían de acuerdo con la tradición de los antepasados por comer con las manos impuras. Marcos añade: “es decir no lavadas”; nosotros hoy diríamos “sucias”. Es un problema de higiene, pero para el AT la “impureza” era cosa seria, como dice Pedro en Hech 10, 9-17. 28. Era una categoría ritual-social más que moral.
Su sentido es complejo, pero era común a muchas culturas del entorno geográfico del Antiguo Testamento. Se contraía por contacto con cosas o con alguien “impuros”, en el sentido que llevaban dentro de sí oscuros procesos de corrupción que tarde o temprano procurarían la muerte del contaminado. Un ejemplo muy evidente era la lepra (Lev 13, 9-13), que se consideraba peligrosa, pero se eliminaba lavando lo que había sido contaminado: manos, vestidos, etc.
La intervención de Jesús es decisiva. Los procesos mortales vienen del corazón, de la conciencia del ser humano, y los va enumerando.
Hablamos a veces de “pecados mortales” porque son dinamismos peligrosos que matan tanto al que los cultiva dentro de sí, como a las personas que lo rodean.
Le ponen una cuestión crucial, hoy todavía, para el judaísmo: los discípulos de Jesús no procedían de acuerdo con la tradición de los antepasados por comer con las manos impuras. Marcos añade: “es decir no lavadas”; nosotros hoy diríamos “sucias”. Es un problema de higiene, pero para el AT la “impureza” era cosa seria, como dice Pedro en Hech 10, 9-17. 28. Era una categoría ritual-social más que moral.
Su sentido es complejo, pero era común a muchas culturas del entorno geográfico del Antiguo Testamento. Se contraía por contacto con cosas o con alguien “impuros”, en el sentido que llevaban dentro de sí oscuros procesos de corrupción que tarde o temprano procurarían la muerte del contaminado. Un ejemplo muy evidente era la lepra (Lev 13, 9-13), que se consideraba peligrosa, pero se eliminaba lavando lo que había sido contaminado: manos, vestidos, etc.
La intervención de Jesús es decisiva. Los procesos mortales vienen del corazón, de la conciencia del ser humano, y los va enumerando.
Hablamos a veces de “pecados mortales” porque son dinamismos peligrosos que matan tanto al que los cultiva dentro de sí, como a las personas que lo rodean.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA LECTURA
Deut 4, 1-2. 6-8
Lectura del libro del Deuteronomio.
Moisés
habló al pueblo, diciendo: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes
que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y
entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus
padres. No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los
mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo. Obsérvenlos y
pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los
pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: "¡Realmente es un pueblo
sabio y prudente esta gran nación!". ¿Existe acaso una nación tan grande
que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de
nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y
costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 14, 2-5
Señor,
¿quién habitará en tu Casa?
El
que procede rectamente
y practica la justicia;
el que dice la verdad de corazón
y no calumnia con su lengua.
El
que no hace mal a su prójimo
ni agravia a su vecino,
el que no estima a quien
Dios reprueba
y honra a los que temen al Señor.
El
que no se retracta de lo que juró,
aunque salga perjudicado.
El que no presta
su dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que procede así,
nunca vacilará.
SEGUNDA LECTURA
Sant 1, 17-18. 21b-22. 27
Lectura de la carta de Santiago.
Queridos
hermanos: Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del
Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación.
Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las
primicias de su creación. Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes,
que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo
con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. La religiosidad pura y
sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los
huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el
mundo.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Los
fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y
vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir,
sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin
lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus
antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las
abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por
tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce
y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
"¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de
nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les
respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de
la Escritura que dice: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino
preceptos humanos'. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la
tradición de los hombres". Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les
dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra
en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del
hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen
las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que manchan al hombre".
Palabra
del Señor.
Jesús previene de la falsa religiosidad: Angelus de Benedicto XVI Domingo 2 septiembre 2012.
En la Liturgia
de la Palabra de este domingo, emerge el tema de la Ley de Dios, de su mandamiento:
un elemento esencial de la religión hebraica y también de la cristiana, donde
encuentra su pleno cumplimiento en el amor (Cfr. Rm 13, 10). La Ley de Dios es
su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo hace salir de la
esclavitud del egoísmo y lo introduce en la «tierra» de la verdadera libertad y
de la vida.
Por esto en la Biblia la Ley no es vista como un
peso, una limitación oprimente, sino como el don más precioso del Señor, el
testimonio de su amor paterno, de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de
ser su Aliado y escribir con él una historia de amor. Así reza el pío
israelita: « En tus preceptos tengo mis delicias, no olvido tu palabra. (…)
Llévame por la senda de tus mandamientos, porque mi complacencia tengo en ella»
(Sal 119, 16.35).
En el Antiguo Testamento, aquel que en nombre de Dios transmite la Ley al pueblo es Moisés. Él, después del largo camino en el desierto, en el umbral de la tierra prometida, proclama: «Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo te enseño para que las pongas en práctica, a fin de que vivas y entres a tomar posesión de la tierra que te da el Señor, Dios de sus padres» (Dt 4, 1).
En el Antiguo Testamento, aquel que en nombre de Dios transmite la Ley al pueblo es Moisés. Él, después del largo camino en el desierto, en el umbral de la tierra prometida, proclama: «Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo te enseño para que las pongas en práctica, a fin de que vivas y entres a tomar posesión de la tierra que te da el Señor, Dios de sus padres» (Dt 4, 1).
Y he aquí el
problema: cuando el pueblo se establece en la tierra, y es depositario de la
Ley, se siente tentado a poner su seguridad y su alegría en algo que ya no es
la Palabra del Señor: en los bienes, en el poder, en otras “divinidades” que,
en realidad son vanas, son ídolos. Ciertamente, la Ley de Dios permanece, pero
ya no es lo más importante, la regla de vida; se convierte más bien en un
revestimiento, una cobertura, mientras la vida sigue otros caminos, otras
reglas, intereses individuales y de grupo con frecuencia egoístas. Y así la
religión pierde su sentido auténtico que es vivir en escucha de Dios para hacer
su voluntad, y se reduce a práctica de usanzas secundarias, que satisfacen más
bien la necesidad humana de sentirse bien con Dios. Éste es el grave riesgo de
cada religión, que Jesús individuó en su tiempo, pero que también se puede verificar,
lamentablemente, en la cristianidad. Por tanto, las palabras de Jesús en el
Evangelio de hoy contra los escribas y los fariseos deben hacernos pensar
también en nosotros. Jesús hace propias las palabras del profeta Isaías: «Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me
rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Mc 7,
6-7; Cfr. Is 29,13). Y después concluye: «Dejando el precepto de Dios, se
aferran a la tradición de los hombres» (Mc 7, 8).
También el
apóstol Santiago, en su Carta, advierte acerca del peligro de una falsa
religiosidad. Él escribe a los cristianos: «Pongan por obra la Palabra y no se
contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos» (Santiago 1, 22). Que
la Virgen María, a quien ahora nos dirigimos en oración, nos ayude a escuchar
con corazón abierto y sincero la Palabra de Dios, para que oriente nuestros
pensamientos, nuestras elecciones y nuestras acciones, cada día.
(Traducción: María Fernanda Bernasconi- RV).Fuente:
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