martes, 4 de septiembre de 2012

Domingo 22° del Tiempo Ordinario Ciclo B 02-09-12

Hacia una renovación del corazón

      Figuras importantes de la sociedad de aquel tiempo se acercan a Jesús: los escribas y los fariseos. Los primeros eran funcionarios del poder central de Jerusalén que cumplían el rol de custodios de la práctica de las tradiciones religiosas de parte de la gente de las pequeñas aldeas. Por eso hablan de: “…las tradiciones de los antepasados”.Jesús estaba en Galilea, 150 km al norte de Jerusalén, en Genesaret. Era, evidentemente, una visita de control acerca del joven Maestro. 

      Le ponen una cuestión crucial, hoy todavía, para el judaísmo: los discípulos de Jesús no procedían de acuerdo con la tradición de los antepasados por comer con las manos impuras. Marcos añade: “es decir no lavadas”; nosotros hoy diríamos “sucias”. Es un problema de higiene, pero para el AT la “impureza” era cosa seria, como dice Pedro en Hech 10, 9-17. 28. Era una categoría ritual-social más que moral. 

      Su sentido es complejo, pero era común a muchas culturas del entorno geográfico del Antiguo Testamento. Se contraía por contacto con cosas o con alguien “impuros”, en el sentido que llevaban dentro de sí oscuros procesos de corrupción que tarde o temprano procurarían la muerte del contaminado. Un ejemplo muy evidente era la lepra (Lev 13, 9-13), que se consideraba peligrosa, pero se eliminaba lavando lo que había sido contaminado: manos, vestidos, etc. 

      La intervención de Jesús es decisiva. Los procesos mortales vienen del corazón, de la conciencia del ser humano, y los va enumerando. 

      Hablamos a veces de “pecados mortales” porque son dinamismos peligrosos que matan tanto al que los cultiva dentro de sí, como a las personas que lo rodean.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA LECTURA
Deut 4, 1-2. 6-8

Lectura del libro del Deuteronomio.

      Moisés habló al pueblo, diciendo: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: "¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!". ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 14, 2-5

Señor, ¿quién habitará en tu Casa?

El que procede rectamente 
y practica la justicia; 
el que dice la verdad de corazón 
y no calumnia con su lengua. 

El que no hace mal a su prójimo 
ni agravia a su vecino, 
el que no estima a quien Dios reprueba 
y honra a los que temen al Señor. 

El que no se retracta de lo que juró, 
aunque salga perjudicado. 
El que no presta su dinero a usura 
ni acepta soborno contra el inocente. 
El que procede así, nunca vacilará. 

SEGUNDA LECTURA
Sant 1, 17-18. 21b-22. 27

Lectura de la carta de Santiago.

      Queridos hermanos: Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación. Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación. Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

      Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos'. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".

Palabra del Señor.

Jesús previene de la falsa religiosidad: Angelus de Benedicto XVI Domingo 2 septiembre 2012.

      En la Liturgia de la Palabra de este domingo, emerge el tema de la Ley de Dios, de su mandamiento: un elemento esencial de la religión hebraica y también de la cristiana, donde encuentra su pleno cumplimiento en el amor (Cfr. Rm 13, 10). La Ley de Dios es su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo hace salir de la esclavitud del egoísmo y lo introduce en la «tierra» de la verdadera libertad y de la vida.

      Por esto en la Biblia la Ley no es vista como un peso, una limitación oprimente, sino como el don más precioso del Señor, el testimonio de su amor paterno, de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de ser su Aliado y escribir con él una historia de amor. Así reza el pío israelita: « En tus preceptos tengo mis delicias, no olvido tu palabra. (…) Llévame por la senda de tus mandamientos, porque mi complacencia tengo en ella» (Sal 119, 16.35).
En el Antiguo Testamento, aquel que en nombre de Dios transmite la Ley al pueblo es Moisés. Él, después del largo camino en el desierto, en el umbral de la tierra prometida, proclama: «Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo te enseño para que las pongas en práctica, a fin de que vivas y entres a tomar posesión de la tierra que te da el Señor, Dios de sus padres» (Dt 4, 1).

      Y he aquí el problema: cuando el pueblo se establece en la tierra, y es depositario de la Ley, se siente tentado a poner su seguridad y su alegría en algo que ya no es la Palabra del Señor: en los bienes, en el poder, en otras “divinidades” que, en realidad son vanas, son ídolos. Ciertamente, la Ley de Dios permanece, pero ya no es lo más importante, la regla de vida; se convierte más bien en un revestimiento, una cobertura, mientras la vida sigue otros caminos, otras reglas, intereses individuales y de grupo con frecuencia egoístas. Y así la religión pierde su sentido auténtico que es vivir en escucha de Dios para hacer su voluntad, y se reduce a práctica de usanzas secundarias, que satisfacen más bien la necesidad humana de sentirse bien con Dios. Éste es el grave riesgo de cada religión, que Jesús individuó en su tiempo, pero que también se puede verificar, lamentablemente, en la cristianidad. Por tanto, las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy contra los escribas y los fariseos deben hacernos pensar también en nosotros. Jesús hace propias las palabras del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Mc 7, 6-7; Cfr. Is 29,13). Y después concluye: «Dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición de los hombres» (Mc 7, 8).
      También el apóstol Santiago, en su Carta, advierte acerca del peligro de una falsa religiosidad. Él escribe a los cristianos: «Pongan por obra la Palabra y no se contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos» (Santiago 1, 22). Que la Virgen María, a quien ahora nos dirigimos en oración, nos ayude a escuchar con corazón abierto y sincero la Palabra de Dios, para que oriente nuestros pensamientos, nuestras elecciones y nuestras acciones, cada día.
(Traducción: María Fernanda Bernasconi- RV).

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