Recibamos
a Jesús en los pequeños
Palabra del Señor.
Cuando
Jesús bajó del monte, vio mucha gente alborotada que discutía con sus
discípulos. La dificultad de entendimiento de sus discípulos le era muy
conocida y, hasta ahí, la aceptaba aunque de mala gana. No podía aceptar ese
deseo de sobresalir a toda costa. Pedro era el que había arrimado la bocha más
cerca del bochín cuando le dijo que él era el Mesías, pero andaba muy presumido
por su éxito y los demás estaban sumamente disconformes con él. Todo esto era
causa de acaloradas discusiones. Jesús entonces se fue por su camino. Marcos
une a menudo dos verbos: caminar y enseñar. En realidad son la misma cosa: la
enseñanza de Jesús era un camino hacia el Padre (Hech 9, 2), mientras el de sus
discípulos andaba por direcciones opuestas. La cosa había entrado en un
callejón sin salida y Jesús toma entonces la iniciativa. Sin perder tiempo en
reproches, tomó a un niño y, dice Marcos, que “lo estrechó entre sus brazos”.
El gesto fue bellísimo: Jesús pasó al niño su propia experiencia, la de cuando
se sentía estrechado en los brazos de su Padre (Jn 1, 18), pero al mismo tiempo
puso una condición muy clara: no hay lugar entorno a Jesús, es decir, en la
comunidad cristiana, para el engreimiento. ahora se podría entende lo que les
enseñaba acerca del Mesías: no era, como lo entendían ellos, un rey que
aparecería al frente de su pueblo, lleno de gloria sino un rey que viene a
servir y salvar a la humanidad.
P.
Aldo Ranieri
PRIMERA
LECTURA
Sab 2, 12. 17-20
Lectura del libro de
la Sabiduría.
Dicen los impíos: Tendamos trampas al
justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en
cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza
recibida. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará
al final. Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de
las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para
conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya
que él asegura que Dios lo visitará.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 53, 3-6. 8
El Señor es mi
apoyo verdadero.
Dios mío, sálvame por tu Nombre,
defiéndeme
con tu poder. Dios mío,
escucha mi súplica, presta atención
a las palabras de
mi boca.
Dios mío, sálvame por tu Nombre,
porque
gente soberbia se ha alzado contra mí,
hombres violentos atentan contra mi
vida,
sin tener presente a Dios.
Pero Dios es mi ayuda,
el Señor es mi apoyo
verdadero:
Te ofreceré un sacrificio voluntario,
daré gracias a tu Nombre,
porque es bueno.
SEGUNDA LECTURA
Sant 3, 16?4, 3
Lectura de la carta de
Santiago.
Hermanos: Donde hay rivalidad y discordia,
hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene
de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora;
está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.
Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz.
¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es
precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan,
y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que
pretenden, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden. O
bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus
pasiones.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mc 9, 30-37
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus
discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía:
"El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán
y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no
comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez
que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el
primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después,
tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El
que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me
recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado".
Texto íntegro
en español de la alocución de Benedicto XVI previa al Ángelus del domingo 23 de
septiembre 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
En nuestro camino con el Evangelio de Marcos, el
domingo pasado entramos en la segunda parte, es decir el último viaje hacia
Jerusalén y hacia el culmen de la misión de Jesús. Después de que Pedro, en
nombre de los discípulos, profesó la fe en Él, reconociéndolo como el Mesías
(cfr Mc 8,29).
Jesús inicia a hablar abiertamente de aquello que
le sucederá al final. El Evangelista reporta tres sucesivas predicciones de la
muerte y resurrección en los capítulos 8, 9 y 10: en ellas Jesús anuncia en
modo siempre más claro el destino que le espera y su intrínseca necesidad. El
texto de este domingo contiene el segundo de estos anuncios. Jesús dice: «El
Hijo del Hombre –expresión con la que se designa a sí mismo– será entregado en
manos de hombres, y lo matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer
día» (Mc 9,31). Los discípulos «no entendían estas palabras, y tenían miedo de
preguntarle» (v. 32).
En efecto, leyendo esta parte de la narración de
Marcos, es evidente que entre Jesús y los discípulos hay una profunda distancia
interior; se encuentran, por así decir, sobre dos amplitudes de onda, de manera
que los discursos del Maestro no son comprendidos, o lo son solamente de modo
superficial. El apóstol Pedro, inmediatamente después de haber manifestado su
fe en Jesús, se permite reprenderlo porque ha anunciado que tendrá que ser
rechazado y asesinado. Después del segundo anuncio de la pasión, los discípulos
discuten sobre quién entre ellos es el más grande (cfr Mc 9,34); y después el
tercero, Santiago y Juan piden a Jesús poder sentarse a su derecha y a su
izquierda, cuando esté en la gloria (cfr Mc 10,35-40). Pero hay otros signos
diferentes sobre esta distancia: por ejemplo, los discípulos no pueden aliviar
a un joven epiléptico, que luego Jesús alivia con la fuerza de la oración (cfr
Mc 9,14-29); o cuando son presentados a Jesús algunos niños, los discípulos los
reprenden y Jesús en cambio indignado, los hace permanecer con Él y afirma que
solo quien es como ellos puede entrar en el Reino de Dios (cfr Mc 10,13-16).
¿Qué cosa nos dice todo esto? Nos recuerda que la
lógica de Dios es siempre «otra » respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo
por boca del profeta Isaías «Mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus
caminos son mis caminos» (Is 55,8). Por esto, seguir al Señor requiere siempre
del hombre una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir,
requiere de abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar
interiormente. Un punto clave en el cual Dios y el hombre se diferencian es en
el orgullo: en Dios no existe orgullo, porque Él es total plenitud y tendiente
a amar y donar vida; en nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está
íntimamente radicado y requiere de una constante vigilancia y purificación.
Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a aparecer como grandes, a ser los
primeros, mientras Dios no teme de abajarse y hacerse el último. La Virgen
María está perfectamente «sintonizada» con Dios: invoquémosla confiados, para
que nos enseñe a seguir fielmente a Jesús en el camino del amor y de la
humildad.
(Traducción de Patricia Jáuregui Romero – RV).
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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