Jesús es la Buena
Noticia
La antigua ciudad de Cesárea de Filipo, estaba situada en lo que
hoy es el parque nacional del Hermán en el actual Israel. El lugar es hermoso y
está? justo en los manantiales del Jordán en el extremo norte de la Galilea, al
límite con el Líbano. Tres siglos antes de Jesús habían construido allí un
templete a Pan, el dios griego de la naturaleza. Filipo era un hijo del Herodes
de la matanza de los niños de Belén. Dos de sus hermanos se habían dividido las
mejores provincias del reino del padre. Filipo, hijo de otra esposa de Herodes,
fue entonces nombrado tetrarca de la alta Galilea, tierra pagana y pobre.
Últimamente, se hicieron excavaciones en la zona y se encontraron restos de
palacios y templos de la antigua ciudad de Cesarea, dedicada por Filipo al emperador
César Augusto en el año 14 d.C. El Evangelio alude a esta zona hermosa, rica de
aguas y de arboledas. Es un pequeño paraíso, bien lejos de la aridez de
Jerusalén, donde Jesús era severamente controlado. Jesús sube hasta allí, pero
no entra en la ciudad, queda en las afueras. El lugar es simbólico. Jesús ha
santificado las aguas del río Jordán, pero ahora el verdadero manantial de agua
viva es él mismo (Jn 7, 37-39). Creo que Jesús eligió de propósito esta tierra
pagana, porque la pregunta que les plante? a sus discípulos necesitaba
reflexión y paz, sin las presiones acostumbradas de volubilidad de las
multitudes o de las ideólogas obstinadas de las autoridades. Jesús quiere saber
con claridad qué habían entendido con relación a su persona, por eso primero
pregunta por la gente y después los interpela directamente. Pedro responde que
Jesús es el Mesías. Y el Maestro revela que sufrir, morir y resucitar se invita
a todos a seguirlo.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA
LECTURA
Is 50, 5-9ª
Lectura del libro de Isaías.
El Señor abrió mi oído y yo
no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis
mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me
ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé
confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no
seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar?
¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se
acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar?
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 114, 1-6. 8-9
Caminaré en la presencia del Señor. O bien: Aleluya.
Amo al Señor,
porque
él escucha el clamor de mi súplica,
porque
inclina su oído hacia mí,
cuando
yo lo invoco.
Los lazos de la muerte me
envolvieron,
me
alcanzaron las redes del Abismo,
caí
en la angustia y la tristeza;
entonces
invoqué al Señor:
"¡Por
favor, sálvamela vida!".
El Señor es justo y
bondadoso,
nuestro
Dios es compasivo;
el
Señor protege a los sencillos:
yo
estaba en la miseria y me salvó.
Él libró mi vida de la
muerte,
mis
ojos de las lágrimas
y mis
pies de la caída.
Yo
caminaré en la presencia del Señor,
en la
tierra de los vivientes.
SEGUNDA LECTURA
Sant 2, 14-18
Lectura de la carta de
Santiago.
¿De qué le sirve a uno,
hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede
salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana
desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense
y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con
la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. Sin
embargo, alguien puede objetar: "Uno tiene la fe y otro, las obras".
A éste habría que responderle: "Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras.
Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe".
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mc 8, 27-35
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús salió con sus
discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les
preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron:
"Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de
los profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió:
"Tú eres el Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran
nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir
mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas;
que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les
hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a
reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo
reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús,
llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí
y por la Buena Noticia, la salvará".
Palabra
del Señor.
Alocución del
Papa Benedicto XVI previa al rezo del Ángelus del domingo 9 septiembre 2012
En el
centro del Evangelio de hoy (Mc 7,31-37) hay una pequeña palabra, muy
importante. Una palabra que – en su sentido profundo – resume todo el
mensaje y toda la obra de Cristo. El evangelista Marcos la menciona en la misma
lengua en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos más viva aun.
Esta palabra es «efatá», que significa: «ábrete».
Vemos el contexto en el que es colocada. Jesús estaba atravesando la
región llamada «Decápolis», entre el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una
zona por tanto no judaica. Le trajeron un hombre sordo, para que le impusiera
las manos – evidentemente su fama se había difundido hasta ahí. Jesús,
llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y le tocó la lengua, y
después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa:
«Ábrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a
hablar normalmente. (cfr Mc 7,35).
He aquí el significado histórico, literal de esta palabra: aquel
sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba
cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicar; la sanación fue para él
una «apertura» hacia los otros y al mundo, una apertura que, partiendo de los
órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida:
finalmente podía comunicar y por tanto relacionarse de manera nueva.
Pero todos sabemos que el cerrarse del hombre, su aislamiento, no
depende solo de los órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que
concierne el núcleo profundo de la persona, aquel que la Biblia llama el
«corazón». Es esto lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos
capaces de vivir en plenitud las relaciones con Dios y con los demás. He aquí
por qué decía que esta pequeña palabra, «efatá – ábrete», resume en sí toda la
misión de Cristo.
Él se ha hecho hombre para que el hombre, vuelto por el pecado
interiormente sordo y mudo, se vuelva capaz de escuchar la voz de Dios, la voz
del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el
lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los otros.
Por este motivo la palabra y el gesto del «efatá» han sido insertados en
el Rito del Bautismo, como uno de los signos que nos explican su significado:
el sacerdote, tocando la boca y las orejas del neo-bautizado dice: «Efatá»,
orando para que este pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe.
Mediante el Bautismo, la persona humana inicia, por decirlo así, a «respirar»
el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con aquel suspiro,
para curar al sordomudo.
Nos dirigimos ahora en oración a María Santísima, de quien ayer hemos
celebrado la Natividad. Por motivo de su singular relación con el Verbo
encarnado, María está plenamente «abierta» al amor del Señor, su corazón está
constantemente en escucha de su Palabra. Que su maternal intercesión nos
obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del «efatá», para vivir en
comunión con Dios y con los hermanos.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera- RV)
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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