sábado, 2 de julio de 2011

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. 1-07-11

Deuteronomio 7,6-11.
 
        Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios: él te eligió para que fueras su pueblo y su propiedad exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.
        El Señor se prendó de ustedes y los eligió, no porque sean el más numeroso de todos los pueblos. Al contrario, tú eres el más insignificante de todos.
       Pero por el amor que les tiene, y para cumplir el juramento que hizo a tus padres, el Señor los hizo salir de Egipto con mano poderosa, y los libró de la esclavitud y del poder del Faraón, rey de Egipto.
        Reconoce, entonces, que el Señor, tu Dios, es el verdadero Dios, el Dios fiel, que a lo largo de mil generaciones, mantiene su alianza y su fidelidad con aquellos que lo aman y observan sus mandamientos; pero que no tarda en dar su merecido a aquel que lo aborrece, a él mismo en persona, haciéndolo desaparecer.
         Por eso, observa los mandamientos, los preceptos y las leyes que hoy te ordeno poner en práctica.

Salmo 103(102),1-2.3-4.6-7.8.10.
 
De David. Bendice al Señor, alma mía, 
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía, 
y nunca olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas 
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro, 
te corona de amor y de ternura.

El Señor hace obras de justicia 
y otorga el derecho a los oprimidos;
él mostró sus caminos a Moisés 
y sus proezas al pueblo de Israel.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.


Epístola I de San Juan 4,7-16. 
 
        Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él.
        Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
       Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu.
       Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo.
          El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él.
         Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.

Evangelio según San Mateo 11,25-30.
 
        En esa oportunidad, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
        Sí, Padre, porque así lo has querido.
       Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
        Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
     Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
        Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".

Reflexión. Fuente: "Encuentro con la Palabra" y "Cristo Hoy"

          El mismo Jesús nos pide que vayamos a Él y seremos nosotros los que aceptemos o no esa invitación. El mundo está lleno de vacío, de caras serias, de vidas aceleradas, de múltiples preocupaciones. Mucha tecnología, mucha superficialidad y poca compasión. Muchos egoísmos y pocos héroes. En circunstancias así no es aconsejable perder la esperanza: eso es lo que los poderosos de este mundo quieren. Pero no aceptemos su juego. Mantengamos viva la fe, vivamos con esperanza activa y acudamos al Corazón de Jesús: allí encontraremos la paz, allí hay amor a raudales, allí somos lo que siempre fuimos: hijos del Padre, amados por Él, por Él comprendidos. Volvamos al Corazón de Jesús. Ahí está nuestro verdadero hogar.

Mirar al traspasado

        "El culto al Corazón de Jesús exhorta a los creyentes a abrirse al misterio de Dios y de su amor, dejándose transformar por Él [...], para reavivar en sí mismos la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo cada vez mejor en su propia vida.

         El costado traspasado del Redentor es el manantial al que nos invita a acudir la encíclica Haurietis aquas: debemos recurrir a este manantial para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. De este modo, podremos comprender mejor qué significa "conocer" en Jesucristo el amor de Dios, "experimentarlo" manteniendo fija la mirada en Él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo "testimoniar" a los demás. De hecho, retomando una expresión de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, "junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el auténtico y único sentido de la vida y de su propio destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a permanecer alejado de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo. De este modo - y ésta es la verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo" (Insegnamenti. vol.IX/2 1986, p.843).

Conocer el amor de Dios en Jesucristo.

        En la encíclica Deus caritas est he citado la afirmación de la primera carta de san Juan: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él" para subrayar que en el origen de la vida cristiana está el encuentro con una Persona (cf.n.1). Dado que Dios se ha manifestado de la manera más profunda a través de la Encarnación de su Hijo, haciéndose "visible" en Él, en la relación con Cristo podemos reconocer quién es verdaderamente Dios (cf.encíclica Haurietis aquas, 29-41; encíclica Deus caritas est, 12-15). Es más, dado que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la Cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3, 16).

          Por otro lado, este misterio del amor de Dios por nosotros no constituye sólo el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por tanto, es importante subrayar que el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el mismo cristianismo. De hecho sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro Redentor, «a quien traspasaron» (Juan 19, 37; Cf. Zacarías 12, 10). La encíclica «Haurietis aquas» recuerda que la herida del costado y las de los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez más incisivamente su vida (Cf. número 52). Reconocer el amor de Dios en el Crucificado se ha convertido para ellas en una experiencia interior que les ha llevado a confesar, junto a Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20, 28), permitiéndoles alcanzar una fe más profunda en la acogida sin reservas del amor de Dios (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 49).

        Experimentar el amor de Dios dirigiendo la mirada al Corazón de Jesucristo El significado más profundo de este culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se considera más atentamente su contribución no sólo al conocimiento sino también y sobre todo a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su servicio (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 62). Obviamente, experiencia y conocimiento no pueden separarse: la una hace referencia a la otra. Además, es necesario subrayar que un auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible en el contexto de una actitud de oración humilde y de generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta en el costado traspasado de la lanza se transforma en silenciosa adoración. La mirada en el costado traspasado del Señor, del que salen «sangre y agua» (Cf. Gv 19, 34), nos ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de ahí proceden (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 34-41) y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.


                                                                                                                Benedicto XVI

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