Cada día 2 del mes, nuestra Madre, la Virgen María, da un mensaje especial al mundo para los que ella llama "mis hijos que no conocen el amor de Dios". Concretamente para todos aquellos que no creen en Dios ni aceptan a Cristo como su Salvador.
"Queridos hijos, hoy los invito a dar un paso difícil y doloroso para alcanzar vuestra unión con mi Hijo. Los invito al completo reconocimiento y confesión de los pecados, a la purificación. Un corazón impuro no puede estar en mi Hijo y con mi Hijo. Un corazón impuro no puede dar un fruto de amor y de unidad. Un corazón impuro no puede llevar a cabo cosas rectas y justas; no es un ejemplo de la belleza del Amor de Dios ante quienes están alrededor suyo y que no han conocido ese amor. Ustedes, hijos míos, se reúnen en torno a mí llenos de entusiasmo, de deseos y de expectativas, y yo imploro al Padre Bueno que, por medio del Espíritu de mi Hijo, ponga la fe en sus corazones purificados. Hijos míos, escúchenme, pónganse en camino conmigo. "
Comentario del Padre Justo Antonio Lofeudo
Después de la aparición, Mirjana comentó: “Mientras la Virgen se marchaba, mostró la tiniebla a su lado izquierdo y a su derecho una cruz en una luz dorada”. La vidente lo interpreta como que la Virgen quiso mostrar la diferencia entre un corazón purificado y uno no purificado.
Queridos hijos, hoy los invito a dar un paso difícil y doloroso para alcanzar vuestra unión con mi Hijo.
Queridos hijos, hoy los invito a dar un paso difícil y doloroso para alcanzar vuestra unión con mi Hijo.
Este comienzo del mensaje nos dice mucho de la seriedad con que debemos tomar lo que nos pide y también de la perentoria necesidad de hacerlo. “Un paso difícil y doloroso”, significa que no podremos tomar lo que sigue a la ligera, porque ya nos está advirtiendo que será arduo llevarlo a cabo. A continuación aclara de qué se trata cuando dice:
Los invito al completo reconocimiento y confesión de los pecados, a la purificación.
Los invito al completo reconocimiento y confesión de los pecados, a la purificación.
Éste es el paso difícil: reconocer el pecado que anida en nosotros y se oculta porque no lo enfrentamos. No queremos enfrentarlo, no queremos romper la imagen que hemos hecho de nosotros mismos.
Leyendo a san Agustín (Sermón 19, 2-3) encuentro una meditación muy a propósito: “No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y al no poder excusarse a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás…. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar… Para que sea creado el corazón puro, hay que quebrantar antes el corazón impuro”.
Es precisamente lo que, confirmando la aserción del santo, dice a continuación la Santísima Virgen:
Un corazón impuro no puede estar en mi Hijo y con mi Hijo. Un corazón impuro no puede dar un fruto de amor y de unidad. Un corazón impuro no puede llevar a cabo cosas rectas y justas; no es un ejemplo de la belleza del Amor de Dios ante quienes están alrededor suyo y que no han conocido ese amor.
Un corazón impuro no puede estar en mi Hijo y con mi Hijo. Un corazón impuro no puede dar un fruto de amor y de unidad. Un corazón impuro no puede llevar a cabo cosas rectas y justas; no es un ejemplo de la belleza del Amor de Dios ante quienes están alrededor suyo y que no han conocido ese amor.
En el llamado sermón de la montaña, el Señor pronuncia las bienaventuranzas y entre ellas proclama: “Bienaventurados los de corazón puro porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8). Contrariamente, se puede afirmar que aquél cuyo corazón sea impuro no verá a Dios. O dicho de otro modo, para ver a Dios, para estar unido a Cristo, (es así como comienza el mensaje: “para alcanzar vuestra unión con mi Hijo”), y así poder dar frutos de amor y unidad, es necesaria la purificación.
La purificación requiere un verdadero y profundo examen de conciencia que, partiendo del reconocimiento de la gravedad del pecado ante Dios, quien es absoluta y totalmente Santo, ponga a la luz la verdad de nuestra vida.
Por ello, hay que navegar en lo profundo de la propia alma, desnudándonos de falsas imágenes de bondad que pretendemos dar a los demás y a nosotros mismos, y confesar toda miseria apelando a la misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación (confesión).
En estos tiempos que vivimos, corremos un gran peligro porque se ha sustituido la conciencia de pecado y la verdad objetiva del mal por la idea relativista y subjetivista que la conducta depende de las circunstancias y que éstas muchas veces nos justifican; mientras se ha suplantado el confesionario por el gabinete del psicoterapeuta, de modo que cuando se hacen las confesiones suele en ellas estar ausente el arrepentimiento, la asunción de la responsabilidad por los propios actos y la culpa, y estar pronta la autojustificación.
En cambio, un corazón puro es aquel que habiendo descubierto su miseria acude a Dios buscando su perdón y misericordia. Es un corazón de ojos atentos –como los de María- a la necesidad de los demás, que no se distraen en la banalidad y cuya mirada es de amor y misericordia. Un corazón puro con el decidido rechazo a la impureza que se complace en exhibir el mundo a través de sus medios de contaminación (la mayoría de la publicidad y de programas de TV, cine, Internet, cierto llamado a sí mismo “arte”).
Un corazón puro es humilde, manso. Es el de aquel que no maldice, ni insulta, ni murmura, ni se presta a escuchar blasfemias ni sucias historias. Que reprime todo mal pensamiento y medita el misterio del amor de Dios. Un corazón puro es de quien se inclina y levanta al caído. Es el corazón pacífico que sabe perdonar y pedir perdón y que abraza a los suyos con tierno amor.
Así, sólo así, con el corazón puro, podremos comenzar a caminar por un luminoso camino de santidad en que podamos reflejar el amor y la belleza de Dios ante los demás. Sólo así no contradeciremos la fe que decimos confesar.
Ustedes, hijos míos, se reúnen en torno a mí llenos de entusiasmo, de deseos y de expectativas, y yo imploro al Padre Bueno que, por medio del Espíritu de mi Hijo, ponga la fe en sus corazones purificados. Hijos míos, escúchenme, pónganse en camino conmigo.
Ustedes, hijos míos, se reúnen en torno a mí llenos de entusiasmo, de deseos y de expectativas, y yo imploro al Padre Bueno que, por medio del Espíritu de mi Hijo, ponga la fe en sus corazones purificados. Hijos míos, escúchenme, pónganse en camino conmigo.
Más de una vez hemos comentado que no habla sólo a aquellos que están alejados sino también a nosotros, que somos quienes expresamos gran entusiasmo por esta presencia extraordinaria y cercana de la Madre de Dios y creemos que Ella verdaderamente se aparece en Medjugorje desde hace 30 años. Sí, se dirige también a nosotros que hablamos de sus mensajes y los comentamos y nos reunimos en grupos de oración y rezamos el Rosario y tal vez también adoramos al Señor. Eso significa que el mensaje contiene la advertencia que no debemos pensar en no hacer nada más, porque puede que en lo que hacemos nos mueva sólo la rutina o que sean gestos y ritos exteriores y no de un corazón purificado y anclado en la fe.
En el mensaje del 30º aniversario -25 de junio de 2011- había dicho:
Muchos de ustedes han respondido, pero espero y busco a todos los corazones adormecidos que se despierten del sueño de la incredulidad.
En la vida espiritual existe siempre el peligro del adormecimiento, del cansancio y el letargo; de la fe que se apaga por falta de alimento espiritual; de la confusión a la que lleva el mundo donde no existe una verdad absoluta sino verdades circunstanciales y de cada uno; de la falacia de la falsa tolerancia, que en verdad es tolerancia al mal e intolerancia a la verdad y al bien.
En el mensaje del 30º aniversario -25 de junio de 2011- había dicho:
Muchos de ustedes han respondido, pero espero y busco a todos los corazones adormecidos que se despierten del sueño de la incredulidad.
En la vida espiritual existe siempre el peligro del adormecimiento, del cansancio y el letargo; de la fe que se apaga por falta de alimento espiritual; de la confusión a la que lleva el mundo donde no existe una verdad absoluta sino verdades circunstanciales y de cada uno; de la falacia de la falsa tolerancia, que en verdad es tolerancia al mal e intolerancia a la verdad y al bien.
Por eso, en este mensaje del día 2 de julio, que es continuidad del 25 de Junio, la Reina de la Paz pide a Dios por nosotros, pide que el Espíritu Santo, que viene por su Hijo, nos purifique y nos reavive el don de la fe verdadera que se muestra en las obras de amor. Pide que nuestra fe no sea simplemente declamada sino probada y vivida.
Para finalizar quiero comentar lo aparecido en algunas traducciones que he visto, tanto en italiano como en inglés. En inglés, en lugar de “escúchenme” han puesto “obedézcanme”, lo cual pone más énfasis en el pedido. Eso nos muestra que la Santísima Virgen está muy seria. Urge nuestra conversión. Lo que no hagamos voluntariamente deberemos sufrirlo luego. Se trata de aceptar purificarse o sino padecer la purificación.
Escuchemos y obedezcamos a nuestra Madre. Quizás estemos más lejos, de lo que querríamos e imaginamos, de disipar todas las tinieblas de nuestro corazón. Aceptemos la cruz y el dolor de la purificación, ya que vienen de Dios, para que la cruz (como en la visión que mostró a Mirjana) sea iluminada y luminosa. En ello está nuestra salvación y felicidad.
Nota: He visto -tanto en español como en italiano- que, en la última parte del mensaje, figura: “imploro (a Dios Padre) por medio del Espíritu Santo de mi Hijo”. En inglés –quizás en el afán de corregir- han hecho de ese párrafo algo incomprensible. Por eso, me parece oportuno aclarar que hemos quitado “el Espíritu Santo de mi Hijo” y poner en cambio “el Espíritu de mi Hijo”. Lo primero crea confusión porque el Espíritu Santo, aunque consubstancial con el Padre y el Hijo, es una Persona diferenciada en la Santísima Trinidad. El término “Espíritu de mi Hijo” sí significa el Espíritu Santo. San Pablo, en Ga 4:6, habla del Espíritu de su Hijo (refiriéndose al Padre); en Rm 8:11 lo llama Espíritu de Cristo, y en 2 Co 3:17, Espíritu del Señor.
Nota: He visto -tanto en español como en italiano- que, en la última parte del mensaje, figura: “imploro (a Dios Padre) por medio del Espíritu Santo de mi Hijo”. En inglés –quizás en el afán de corregir- han hecho de ese párrafo algo incomprensible. Por eso, me parece oportuno aclarar que hemos quitado “el Espíritu Santo de mi Hijo” y poner en cambio “el Espíritu de mi Hijo”. Lo primero crea confusión porque el Espíritu Santo, aunque consubstancial con el Padre y el Hijo, es una Persona diferenciada en la Santísima Trinidad. El término “Espíritu de mi Hijo” sí significa el Espíritu Santo. San Pablo, en Ga 4:6, habla del Espíritu de su Hijo (refiriéndose al Padre); en Rm 8:11 lo llama Espíritu de Cristo, y en 2 Co 3:17, Espíritu del Señor.
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