HOMILÍA DE MONS. HÉCTOR CARDELLI 25 DE SETIEMBRE DE 2011
Evangelio de Mt.21, 28-32 .
El valor supremo de la vida humana es hacer la voluntad de Dios. Estos servidores del Evangelio nos lo enseñan en el ejemplo que el mismo Jesús nos propone:
Voy, Señor, pero luego no va;
No voy, Señor, pero luego va .
No se trata de una veleidad, sino de una decisión libre de la voluntad: decido ir! En este proceso de ir o no ir, la voluntad humana tiene la última decisión; la invitación viene siempre de Dios, Él toma la iniciativa desde su voluntad salvífica, pero la última palabra la da el hombre, haciendo uso de su libre decisión.
Nuestra vida se debate entre estos dos extremos: Dios me da la capacidad de decidir libremente para dignificarme en la comunión, con su voluntad, y yo le respondo de acuerdo a una decisión personal que de no estar en sintonía con la voluntad divina, corro el riesgo de equivocarme.
Hoy contemplamos a María, iniciando su séptimo mes de embarazo. La comunicación de la Virgen con su Hijo es contemplación y adoración. María ve con el corazón de Madre el corazón de su Hijo que le revela el misterio de Dios. Contempla y adora la vida divina que hay en esa vida humana que le muestra toda la divinidad de Dios.
La experiencia de la grandeza de Dios en la pequeñez de su Hijo, a María le hace experimentar su propia pequeñez y la grandeza de lo que Dios realiza en Ella. En Ella, todo es adoración y amor.
Así nuestra vida, a ejemplo de la de María, debe transcurrir entre estos dos modos: adoración a Dios que nos interviene para salvarnos y amor a Él, para corresponderle a su voluntad.
Es un ejercicio de espiritualidad mariana que nos convoca a hacer de nuestra vida un calco de la de Jesús, que quiere crecer en nosotros hasta poder decirle a Dios, que no se haga mi voluntad , sino la tuya.
En María, la mujer perfecta, esta armónica sintonía de las voluntades de Dios y de Ella, han sido acompasadas durante su vida.
En nosotros, muchas veces hemos dicho sí y luego lo desdijimos con nuestro rechazo, pero este comportamiento, iluminado por la gracia, nos lleva a un gradual ajuste entre la voluntad frágil de nosotros y la voluntad salvadora de Dios.
Poco a poco nuestros “no voy” se transforman en respuestas positivas, haciendo sintonía con lo que Dios quiere de cada uno. Este proceso de santificación nos asemeja a María y especialmente, a Jesús, que vino a dar cumplimiento a la voluntad del Padre, hasta la cruz.
Hoy, 25 de septiembre, hemos venido a este “bendito lugar” elegido por María. Las motivaciones que nos trajeron hasta aquí pueden ser variadas, cada uno conoce las de su corazón.
En algunos pueden ser movidas por una resistencia a aceptar la voluntad de Dios que exige un mayor discernimiento para esclarecerla; tal vez, pedir que “pase de nosotros un cáliz amargo”, como vivió Jesús en el calvario y el encuentro con Él revierta la situación y adecue mi voluntad a la suya, pudiendo exclamar con paz, dame fuerzas para aceptar tu designio en lugar de rechazarlo. Sería el caso de haber dicho “no voy”, pero el Señor convierte mi “no” en un “sí”, que abre las puertas al caudal de gracia preparado para cada uno, en consonancia con la respuesta, acorde a lo que nos pide. No se haga mi Voluntad, sino la Tuya!
El espíritu de adoración y amor al proyecto de Dios nos convierte; renueva nuestra vida infundiendo a nuestra mirada y criterio natural y egoísta la dimensión sobrenatural y eterna, necesaria para ingresar a su viña.
No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino, sino sólo aquél que hace la voluntad de Dios, que es el valor supremo que renueva nuestra vida.
Peregrinos: Ella no convoca no para complacer aquella voluntad que no nos acerca a Jesús, sino para que hagamos lo que Él dice para plenificar y asociar nuestra voluntad a la suya.
Hoy es el momento de pedir a la Madre y Maestra la gracia de la conversión a Él, a fin de que los publicanos y pecadores sean edificados por nuestra maleabilidad a la gracia, en lugar de que nos precedan cuantos en el comienzo dijeron “no voy”, a diferencia de quienes hemos dicho “sí voy” y terminamos no respondiendo a esa invitación.
Aquí, María, quiero decirte con humildad, amor y una infinita confianza: “Madre, no te merezco, pero te necesito”
Mons. Héctor Cardelli
Obispo diocesano de San Nicolás
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