Hoy, luego de salir de mi clase del curso de Diseño Web que hago el sábado por la mañana, crucé la Avenida Mitre, la Plaza Alsina y luego de pasar por la Santería (a veces allí compro libros) entré a la Catedral de Avellaneda (Ntra. Sra. de la Asunción) para hacer una breve visita a Nuestro Señor, pero hoy algo me impulsó a seguir unos metros más hacia donde se hallaba la cartelera, que hacía referencia al mes de la Biblia y leí la siguiente Palabra de Vida que me hizo reflexionar por un buen rato, espero que logre eso mismo con quien entre a leer este post:
Más allá de la obediencia.
"Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15, 32) (1)
Esta frase pertenece al final de la parábola del hijo pródigo, la del hijo arrepentido y perdonado, ciertamente conocida, que quiere manifestar la grandeza de la misericordia divina. Concluye todo un capítulo del evangelio de Lucas en el que Jesús narra otras dos parábolas para ilustrar el mismo argumento.
¿Recuerdas el episodio de la oveja perdida, a la que su dueño sale a buscar, dejando solas a las otras noventa y nueve en el desierto? (2)
¿Recuerdas también la narración sobre la moneda perdida (dracma) y la alegría de la mujer que, ala encontrarla, llama a sus amigas y vecinas para que se alegren con ella? (3)
Estas palabras son una invitación que Dios nos dirige a todos los cristianos para gozar con Él y festejar su alegría por el regreso del hombre pecador que se había perdido y que luego es reencontrado. Y estas palabras de la parábola están pronunciadas por el padre a su hijo mayor, con quien había compartido toda su vida, pero que después de un día de duro trabajo no quiere entrar en la casa donde se festeja el regreso de su hermano.
El padre va al encuentro del hijo fiel, tal como lo había hecho con el hijo perdido, y trata de convencerlo. Pero es evidente que el contraste entre lo que sienten el padre y el hijo mayor: el padre, con un amor sin medida e inmensa alegría, querría que todos compartieran sus sentimientos; el hijo está lleno de desprecio y de celos para con su hermano, al que no reconoce como tal. En efecto, refiriéndose a él, dice: "Ese hijo tuyo ha vuelto después de haber gastado tus bienes" (4).
El amor y la alegría del padre para con el hijo que ha vuelto pone más de relieve el rencor del otro, sentimiento que evidencia una relación fría y , hasta podría decirse, falsa para con el padre. A este hijo le preocupa el trabajo, el cumplimiento de su deber, pero no ama a su padre como un hijo. Se diría más bien que lo obedece como a un patrón.
Con estas palabras, Jesús denuncia un peligro en el que también nosotros podemos caer: el de una vida transitada para ser una persona correcta, en busca de la perfección, juzgando a los hermanos menos ejemplares. En efecto, si uno está "apegado" a la perfección se llena de sí mismo, de admiración por la propia persona. Y estamos tentados de actuar como el hijo que quedó en casa, enumerándole al padre los propios méritos: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes" (5).
Con estas palabras, Jesús se enfrenta con la actitud de quien entiende la relación con Dios sólo desde el cumplimiento de los mandamientos. Pero no basta. También la tradición judía es conciente de esto.
En esta parábola, Jesús pone de relieve el amor divino mostrando que Dios, que es Amor, da el primer paso hacia el hombre sin considerar si él lo merece o no, porque quiere que el hombre se abra a él para establecer una auténtica obstáculo comunión de vida. Naturalmente, el mayor obstáculo a Dios-Amor es precisamente la vida de quienes acumulan acciones, obras, cuando Dios querría su corazón.
Con estas palabras Jesús nos invita a tener, con respecto al pecador, el mismos amor sin medida que el Padre tiene por él. Jesús nos llama a no juzgar según nuestra medida el amor que el Padre experimenta por cualquier persona. Al invitar al hijo mayor a compartir su alegría por el hijo reencontrado, el Padre nos pide un cambio de mentalidad: debemos acoger como hermanos y hermanas a todos los hombres y mujeres que podrían suscitar en nosotros sentimientos de desprecio o de superioridad. Esto provocará en nosotros una verdadera conversión, porque nos purifica de la convicción de ser mejores, nos impide caer en la intolerancia religiosa y nos ayuda a recibir la salvación que Jesús nos ofrece como puro regalo del amor de Dios.
1. Palabra de Vida publicada por primera vez en marzo de 2001.
2. Cf. Lucas 15,4-7.
3. Cf. Lucas 15,8-10
4. Lucas 15, 30.
5. Lucas 15, 29
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