Jesús es la
herencia de vida eterna
El
evangelio nos presenta el encuentro entre un joven rico y Jesús. Dos caminos
diversos que se cruzaron en un punto. El joven recorría el camino de la Ley,
Jesús enseñaba la conducta del Reino. Los dos caminos no se fundieron en uno
solo, el muchacho ante la propuesta de Jesús se alejó apenado. Y, sin embargo,
era un joven perfecto; Jesús “lo amó”. Diríamos que tenía todo en regla para
llegar a ser un “discípulo de Jesús”. ¿Por qué falló la cosa? Marcos nos dice
que “tenía muchos bienes”, que no quiere decir que “amaba la riqueza”. En el
tiempo de Jesús, se pensaba que tener riquezas y ser misericordioso con los
demás quería decir que estaba bendecido por Dios, como dice el libro de
Proverbios (Prov 10, 22. 25). El muchacho administraba bien su hacienda y era
generoso, claro signo de que Dios estaba con él, lo mismo que decía Job (Jb 31,
24-25. 35). Las palabras del muchacho manifiestan su rectitud: “qué tengo que hacer,
para tener en herencia la vida eterna”. Ninguno de los discípulos de Jesús le
había dicho algo parecido; Jesús lo sintió muy cercano y le hizo su propuesta.
Jesús es la “herencia de vida eterna”, la verdadera riqueza. “Ser rico”
consiste en unirse a él en la fe. Desde ahí se construye el Reino de la
justicia y de la paz. La frase “vende y dáselo a los pobres” no es fácil de
interpretar hoy. “Vender” sería como “desprenderse” y “dar a los pobres” sería
como “crear fuentes de trabajo”, una idea del Papa Pablo VI en su encíclica
Populorum Progressio que podemos resumir así: cuando el capital supera ciertos
niveles, el que lo tiene no puede disponer de él como quiere, sino que debe
reinvertirlo creando fuentes de trabajo para sus conciudadanos.
P.
Aldo Ranieri
PRIMERA
LECTURA
Sab
7, 7-11
Lectura
del libro de la Sabiduría.
Oré,
y me fue dada la prudencia, supliqué, y descendió sobre mí el espíritu de la
Sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y tuve por nada las riquezas
en comparación con ella. No la igualé a la piedra más preciosa, porque todo el
oro, comparado con ella, es un poco de arena; y la plata, a su lado, será
considerada como barro. La amé más que a la salud y a la hermosura, y la quise
más que a la luz del día, porque su resplandor no tiene ocaso. Junto con ella
me vinieron todos los bienes, y ella tenía en sus manos una riqueza
incalculable.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
89, 12-17
Señor,
sácianos con tu amor.
Enséñanos
a calcular nuestros años,
para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores.
Sácianos
en seguida con tu amor,
y cantaremos felices toda nuestra vida.
Alégranos por
los días en que nos afligiste,
por los años en que soportamos la desgracia.
Que
tu obra se manifieste a tus servidores,
y que tu esplendor esté sobre tus
hijos.
Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro
Dios,
haga prosperar la obra de nuestras manos.
SEGUNDA
LECTURA
Heb
4, 12-13
Lectura
de la carta a los Hebreos.
Hermanos:
La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de
doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las
articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones
del corazón. Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo
y descubierto a los ojos de Aquél a quien debemos rendir cuentas.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Mc
10, 17-30
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús
se puso en camino. Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó:
"Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús
le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los
mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso
testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El
hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi
juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa:
ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo.
Después, ven y sígueme". Él, al oír estas palabras, se entristeció y se
fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor,
dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el
Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero
Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino
de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico
entre en el Reino de Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se
preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús,
fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero
no para Dios, porque para él todo es posible". Pedro le dijo: "Tú
sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús
respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas,
madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en
este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres,
hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la
Vida eterna".
Palabra
del Señor.
En español, la alocución del Papa Benedicto XVI
previa al rezo del ángelus del domingo 14 octubre 2012
Queridos hermanos y hermanas: El Evangelio de este
domingo (Mc 10,17-30) lleva como tema principal el de la riqueza. Jesús enseña
que para un rico es muy difícil entrar en el Reino de Dios, pero no es imposible.
En efecto,
Dios puede conquistar el corazón de una persona que posee muchos bienes e
impulsarla a la solidaridad y a compartir con quien tiene necesidad, con los
pobres, es decir, a entrar en la lógica del don. En este modo se coloca sobre
el camino de Jesucristo, el cual –como escribe el apóstol Pablo- «siendo rico,
se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).
Como muchas
veces sucede en los Evangelios, todo inicia de un encuentro: el de Jesús con un
hombre que «poseía muchos bienes» (Mc 10,22). Él era una persona que desde su
juventud observaba con fidelidad todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero
que no había encontrado la verdadera felicidad; y por esto le pregunta a Jesús
sobre cómo hacer para «para heredar la Vida eterna» (v. 17). Por una parte él
se siente atraído, como todos, por la plenitud de la vida; por la otra, estando
acostumbrado a contar sobre sus propias riquezas, piensa que también la vida
eterna se pueda de alguna manera «adquirir», tal vez observando algún
mandamiento especial. Jesús comprende el deseo profundo que hay en aquella
persona, y –señala el evangelista- posa su mirada llena de amor sobre de él: la
mirada de Dios (cfr v. 21). Pero Jesús, también comprende cual es el punto
débil de aquel hombre: y es el de su apego a sus muchos bienes; y por ello le
propone de darlo todo a los pobres, de modo que así, su tesoro –y por lo tanto
su corazón- ya no esté más sobre la tierra, sino en el cielo, y añade, «ven y
sígueme» (v. 22). Aquel tal, sin embargo, en vez de acoger con gozo la
invitación de Jesús, se fue apenado (cfr v.23), porque no es capaz de
despegarse de sus riquezas, que nunca podrán darle la felicidad y la vida
eterna.
Es a este
punto que Jesús da a sus discípulos –y también a nosotros hoy- su enseñanza:
«¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» (v. 23). Ante
estas palabras, los discípulos permanecieron desconcertados; y todavía más aún
después de que Jesús hubo añadido: «Es más fácil que un camello pase por el ojo
de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». Pero, viéndolos atónitos
les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él
todo es posible» (cfr vv. 24-27). Así comenta San Clemente de Alejandría: «Que
esta parábola enseñe a los ricos que no deben descuidar su salvación como si ya
fuesen sido condenados, ni deben arrojar al mar la riqueza ni condenarla como
insidiosa y hostil a la vida, sino que deben aprender en algún modo a usar la
riqueza y procurarse la vida» (¿Quién será el rico que se salvará? Tratado, 27,
1-2). La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas, que
han usado los propios bienes en modo evangélico, alcanzando también ellos la
santidad. Pensemos en san Francisco, en santa Isabel de Hungría o san Carlos
Borromeo. Que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, nos ayude para acoger con
gozo la invitación de Jesús, para entrar en la plenitud de la vida.
Traducción
de Patricia L. Jáuregui Romero
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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