Jesús, ¡Hijo de David, ten piedad de mí!
El milagro
de hoy concluye el largo camino de Jesús, que llegó así a las puertas de
Jerusalén. Aquí, la verdad de sus enseñanzas será corroborada por su
resurrección y ascensión al cielo. La figura del ciego es muy simpática. Marcos
la contrapone a todas las figuras encontradas a lo largo del camino recorrido.
Marcos le da mucho realce: el ciego no tiene nombre, sino una ascendencia: el
hijo de Timeo, es decir: “hijo de la justicia”, como san José (Mt 1, 19); era
mendigo y ciego; nadie necesitaba de Jesús, él sí, y lo invoca. Marcos añade
que estaba “sentado junto al camino”. Si el “camino” es el conjunto de las
enseñanzas que fue dando Jesús, todos estaban junto al camino: Juan y su
hermano querían el poder, el muchacho rico que no lo entendió, los fariseos que
defendían la dureza de corazón en el matrimonio, los discípulos que no querían
aceptar sus enseñanzas sobre el Mesías, el padre del joven epiléptico con su
poca fe, los que habían asistido a la multiplicación de los panes sin entender,
etc., en fin una multitud de ciegos y mendigos espirituales, pero nadie
necesitaba de Jesús. Sólo “el hijo de la justicia” estaba en la actitud justa
frente a Jesús: sabía que si él no le abría los ojos y le daba la fuerza, no lo
hubiera podido seguir nunca en el camino. Se lo pidió contra viento y marea,
todos le gritaban y le reprochaban, pero no se dio por vencido. Jesús lo oyó y
lo mandó llamar. Es como decir que puso unos intermediarios. Éstos le dicen:
“Levántate. Te llama”. Un verbo de resurrección y otro de vocación, el mismo de
los apóstoles. El hombre “dio un brinco.y lo siguió en el camino”. Fue el único
que lo siguió, los demás aparentemente continuaron remoloneando al lado del
camino.
P.
Aldo Ranieri
PRIMERA
LECTURA
Jer 31, 7-9
Lectura del libro de
Jeremías.
Así habla el Señor: ¡Griten jubilosos por
Jacob, aclamen a la primera de las naciones! Háganse oír, alaben y digan:
"¡El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!". Yo los hago
venir del país del Norte y los reúno desde los extremos de la tierra; hay entre
ellos ciegos y lisiados, mujeres embarazadas y parturientas: ¡es una gran
asamblea la que vuelve aquí! Habían partido llorando, pero yo los traigo llenos
de consuelo; los conduciré a los torrentes de agua por un camino llano, donde
ellos no tropezarán. Porque yo soy un padre para Israel y Efraím es mi
primogénito.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 125, 1-6
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que
soñábamos:
nuestra boca se
llenó de risas
y nuestros labios,
de canciones.
Hasta los mismos paganos decían:
"¡El Señor
hizo por ellos grandes cosas!".
¡Grandes cosas hizo
el Señor por nosotros
y estamos
rebosantes de alegría!
¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes
del Négueb!
Los que siembran
entre lágrimas
cosecharán entre
canciones.
El sembrador va llorando
cuando esparce la
semilla,
pero vuelve
cantando
cuando trae las
gavillas.
SEGUNDA LECTURA
Heb 5, 1-6
Lectura
de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Todo Sumo Sacerdote del culto
antiguo es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los
hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer
dones y sacrificios por los pecados. Él puede mostrarse indulgente con los que
pecan por ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la
debilidad humana. Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por los
pecados del pueblo, sino también por sus propios pecados. Y nadie se arroga
esta dignidad, si no es llamado por Dios como lo fue Aarón. Por eso, Cristo no
se atribuyó a sí mismo la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que la recibió de
Aquél que le dijo: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy". Como
también dice en otro lugar: "Tú eres sacerdote para siempre, según el
orden de Melquisedec".
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mc 10, 46-52
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de
sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo ?Bartimeo, un mendigo
ciego? estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el
Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de
mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más
fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo:
"Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo,
levántate! Él te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de
un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por
ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le
dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo
siguió por el camino.
En español, la homilía del Papa Benedicto XVI en la Misa de clausura del Sínodo de la Nueva Evangelización (28-10-2012)
El milagro de la curación del ciego
Bartimeo ocupa un lugar relevante en la estructura del Evangelio de Marcos. En
efecto, está colocado al final de la sección llamada «viaje a Jerusalén», es
decir, la última peregrinación de Jesús a la Ciudad Santa para la Pascua, en
donde él sabe que lo espera la pasión, la muerte y la resurrección.
Para
subir a Jerusalén, desde el valle del Jordán, Jesús pasó por Jericó, y el
encuentro con Bartimeo tuvo lugar a las afueras de la ciudad, mientras Jesús,
como anota el evangelista, salía «de Jericó con sus discípulos y bastante
gente» (10, 46); gente que, poco después, aclamará a Jesús como Mesías en su entrada
a Jerusalén. Bartimeo, cuyo nombre, como dice el mismo evangelista, significa
«hijo de Timeo», estaba precisamente sentado al borde del camino pidiendo
limosna.
Todo el Evangelio de Marcos es un
itinerario de fe, que se desarrolla gradualmente en el seguimiento de Jesús.
Los discípulos son los primeros protagonistas de este paulatino descubrimiento,
pero hay también otros personajes que desempeñan un papel importante, y
Bartimeo es uno de éstos. La suya es la última curación prodigiosa que Jesús
realiza antes de su pasión, y no es casual que sea la de un ciego, es decir una
persona que ha perdido la luz de sus ojos. Sabemos también por otros textos que
en los evangelios la ceguera tiene un importante significado. Representa al
hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer
verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Es esencial
reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo contrario se es ciego para
siempre (cf. Jn 9,39-41).
Bartimeo, pues, en este punto estratégico
del relato de Marcos, está puesto como modelo. Él no es ciego de nacimiento,
sino que ha perdido la vista: es el hombre que ha perdido la luz y es
consciente de ello, pero no ha perdido la esperanza, sabe percibir la
posibilidad de un encuentro con Jesús y confía en él para ser curado. En
efecto, cuando siente que el Maestro pasa por el camino, grita: «Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47), y lo repite con fuerza (v.
48). Y cuando Jesús lo llama y le pregunta qué quiere de él, responde:
«Maestro, que pueda ver» (v. 51). Bartimeo representa al hombre que reconoce el
propio mal y grita al Señor, con la confianza de ser curado. Su invocación,
simple y sincera, es ejemplar, y de hecho –al igual que la del publicano en el
templo: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13)– ha
entrado en la tradición de la oración cristiana. En el encuentro con Cristo,
realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había perdido, y con ella la
plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma el camino, que desde
aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre. El
evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él nos muestra quién es
el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue a Jesús «por el camino» (v.
52).
San Agustín, en uno de sus escritos, hace
una observación muy particular sobre la figura de Bartimeo, que puede resultar
también interesante y significativa para nosotros. El santo obispo de Hipona
reflexiona sobre el hecho de que Marcos, en este caso, indica el nombre no sólo
de la persona que ha sido curada, sino también del padre, y concluye que
«Bartimeo, hijo de Timeo, era un personaje que de una gran prosperidad cayó en
la miseria, y que ésta condición suya de miseria debía ser conocida por todos y
de dominio público, puesto que no era solamente un ciego, sino un mendigo
sentado al borde del camino. Por esta razón Marcos lo recuerda solamente a él,
porque la recuperación de su vista hizo que ese milagro tuviera una resonancia
tan grande como la fama de la desventura que le sucedió» (Concordancia de
los evangelios, 2, 65, 125: PL 34, 1138). Hasta aquí san Agustín.
Esta interpretación, que ve a Bartimeo
como una persona caída en la miseria desde una condición de «gran prosperidad»,
nos hace pensar; nos invita a reflexionar sobre el hecho de que hay riquezas
preciosas para nuestra vida, y que no son materiales, que podemos perder. En
esta perspectiva, Bartimeo podría ser la representación de cuantos viven en
regiones de antigua evangelización, donde la luz de la fe se ha debilitado, y
se han alejado de Dios, ya no lo consideran importante para la vida: personas
que por eso han perdido una gran riqueza, han «caído en la miseria» desde una
alta dignidad –no económica o de poder terreno, sino cristiana–, han perdido la
orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia
inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia. Son las numerosas
personas que tienen necesidad de una nueva evangelización, es decir de un nuevo
encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1),
que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino. Es significativo
que, mientras concluimos la Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización, la
liturgia nos proponga el Evangelio de Bartimeo. Esta Palabra de Dios tiene algo
que decirnos de modo particular a nosotros, que en estos días hemos
reflexionado sobre la urgencia de anunciar nuevamente a Cristo allá donde la
luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo,
que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a toda la
casa.
La
nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia. Ella se refiere, en
primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe estar más animada por el fuego
del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente
frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su
Palabra y del Pan de vida eterna.
Deseo subrayar tres líneas pastorales que
han surgido del Sínodo. La primera corresponde a los sacramentos de la
iniciación cristiana. Se ha reafirmado la necesidad de acompañar con una
catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la
Eucaristía. También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento
de la misericordia de Dios. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a
todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental. En efecto,
se ha repetido muchas veces que los verdaderos protagonistas de la nueva
evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible para
todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad.
En segundo lugar, la nueva evangelización
está esencialmente conectada con la misión ad gentes. La Iglesia
tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a los
hombres que aún no conocen a Jesucristo. En el transcurso de las reflexiones
sinodales, se ha subrayado también que existen muchos lugares en África,
Asía y Oceanía en donde los habitantes, muchas veces sin ser plenamente
conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por
tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un
renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los
agentes pastorales y los fieles laicos. La globalización ha causado un notable
desplazamiento de poblaciones; por tanto el primer anuncio se impone también en
los países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el derecho de
conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde el deber de los
cristianos, de todos los cristianos – sacerdotes, religiosos y laicos -, de
anunciar la Buena Noticia.
Un tercer aspecto tiene que ver con las
personas bautizadas pero que no viven las exigencias del bautismo.
Durante los trabajos sinodales se ha puesto de manifiesto que estas personas se
encuentran en todos los continentes, especialmente en los países más
secularizados. La Iglesia les dedica una atención particular, para que
encuentren nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y
regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles. Además de
los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la Iglesia intenta
utilizar también métodos nuevos, usando asimismo nuevos lenguajes, apropiados a
las diferentes culturas del mundo, proponiendo la verdad de Cristo con una
actitud de diálogo y de amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor.
En varias partes del mundo, la Iglesia ya ha emprendido dicho camino de
creatividad pastoral, para acercarse a las personas alejadas y en busca del
sentido de la vida, de la felicidad y, en definitiva, de Dios. Recordamos algunas
importantes misiones ciudadanas, el «Atrio de los gentiles», la Misión
Continental, etcétera. Sin duda el Señor, Buen Pastor, bendecirá abundantemente
dichos esfuerzos que provienen del celo por su Persona y su Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, Bartimeo,
una vez recuperada la vista gracias a Jesús, se unió al grupo de los
discípulos, entre los cuales seguramente había otros que, como él, habían sido
curados por el Maestro. Así son los nuevos evangelizadores: personas que han
tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su
característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: «El Señor
ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3).
También nosotros hoy, nos dirigimos al Señor, Redemptor hominis y Lumen
gentium, con gozoso agradecimiento, haciendo nuestra una oración de san
Clemente de Alejandría: «Hasta ahora me he equivocado en la esperanza de
encontrar a Dios, pero puesto que tú me iluminas, oh Señor, encuentro a Dios
por medio de ti, y recibo al Padre de ti, me hago tu coheredero, porque no te
has avergonzado de tenerme por hermano. Cancelemos, pues, cancelemos el olvido
de la verdad, la ignorancia; y removiendo las tinieblas que nos impiden la
vista como niebla en los ojos, contemplemos al verdadero Dios…; ya que una luz
del cielo brilló sobre nosotros sepultados en las tinieblas y prisioneros de la
sombra de muerte, [una luz] más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí
abajo» (Protrettico, 113, 2- 114,1). Amén.
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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