¡El Señor está cerca, preparémonos!
La idea que Juan el Bautista tenía del desierto no estaba muy
equivocada; para él no era ciertamente el lugar del desposorio de Israel con su
Dios, sino tierra de escorpiones y serpientes. No era, en efecto, Juan un
místico ajeno al ajetreo del mundo, porque cuando se le acer caron la clase de
gente que enumera el evangelio de hoy, sabía muy bien con quienes tenía que
ver. Pero eso sí, Juan tenía fe de que el ser humano podía ser mejor: alguien,
con el poder del Espíritu y del fuego purificador, estaba por venir. Hay
diferencias entre los que se le acercan. Al primer grupo, "la gente",
las personas del quehacer cotidiano de la casa, el trabajo, la familia y los
hijos, los anima a que sean solidarias con las necesidades básicas de sus
vecinos: el vestido y el alimento. Con los otros dos grupos, "publicanos y
soldados", la cosa cambia. Los publicanos eran ladrones de guantes
blancos. Adelantaban, de su propio capital, la suma de los impuestos
anuales que los súbditos debían al emperador de Roma, y después, al amparo de
los soldados del procura dor romano, recuperaban lo que habían adelantado sobre
los artesanos y campesinos, pero con creces. Zaqueo, cuando se convirtió, dijo
que iba a devolver cuatro veces tanto (Lc 19, 8). Los soldados eran mercenarios
del emperador, provenían de diferentes regiones extranjeras y eran gente
desarraigada, sin hogar ni familia. Aprovechando el amparo del imperio, la
violencia era su costumbre y el dinero su meta. Dentro de su miseria humana,
Juan los comprende, no los rechaza, pero los invita a convertirse. Esa misma
invitación llega hoy a las puertas de nuestro corazón. Practicar la justicia y
la verdad porque el Señor está cerca.
P.
Aldo Ranieri
PRIMERA LECTURA
Sof 3, 14-18ª
Lectura de la profecía de Sofonías.
¡Grita de alegría,
hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de
Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha
expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya
no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no
desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero
victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza
por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta.
Palabra de Dios.
SALMO
[Sal] Is 12, 2-6
¡Aclamemos al Señor con alegría!
Éste es el Dios de mi salvación:
yo tengo confianza y no temo,
porque el Señor es mi fuerza y mi
protección;
él fue mi salvación.
Ustedes sacarán agua con alegría
de las fuentes de la salvación.
Den gracias al Señor, invoquen su
Nombre,
anuncien entre los pueblos sus
proezas,
proclamen qué sublime es su Nombre.
Canten al Señor porque ha hecho algo
grandioso:
¡que sea conocido en toda la
tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante
de Sión,
porque es grande en medio de ti el
Santo de Israel!
SEGUNDA LECTURA
Flp 4, 4-7
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos:
Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de
ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se
angustien por nada y, en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la
súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a
Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará
bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 3, 2b-3. 10-18
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas.
Dios dirigió su
palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste
comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: "¿Qué
debemos hacer entonces?". Él les respondía: "El que tenga dos
túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro
tanto". Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le
preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?". Él les respondió:
"No exijan más de lo estipulado". A su vez, unos soldados le
preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió:
"No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería
el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con
agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de
desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en
el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo
en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por
medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra del Señor.
Alocución de Benedicto XVI para el
Ángelus del domingo 3 Adviento (16-12-2012)
El Evangelio de este tercer Domingo de Adviento
presenta nuevamente la figura de Juan el Bautista, y lo representa mientras
habla a la gente que se dirige hacia él en el río Jordán para hacerse bautizar.
Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la
venida del Mesías, algunos se preguntan: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,
10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad.
La primera respuesta está
dirigida a la muchedumbre en general. El Bautista dice: “El que tenga dos
túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga
lo mismo” (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la
caridad. La justicia pide que se supere el desequilibrio entre quien tiene lo
superfluo y a quien le falta lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al
otro y a salir al encuentro de su necesidad, en lugar de encontrar
justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se
oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. “El amor
siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa”, porque “siempre se
darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una
ayuda que muestre un amor concreto al prójimo” (Encíclica Deus caritas est,
28).
Y después vemos la
segunda respuesta a algunos “publicanos”, es decir, recaudadores de impuestos
por cuenta de los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, y
también porque con frecuencia se aprovechaban de su posición para robar. A
ellos el Bautista no les dice que cambien de oficio, sino que exijan sólo
cuanto ha sido fijado (Cfr. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide
gestos excepcionales sino, ante todo, el cumplimiento honrado de su propio deber.
El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los
mandamientos; en este caso el séptimo: “No robar” (Cfr. Es 20, 15).
La tercera respuesta se
refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder y, por tanto,
tentada de abusar de él. A los soldados Juan les dice: “No hagan extorsión a
nadie (…), y conténtense con su salario” (v. 14). También aquí, la conversión
comienza con la honradez y el respeto de los demás: una indicación que vale
para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.
Considerando en su conjunto estos diálogos, llama la atención lo
concreto de las palabras de Juan: desde el momento en que Dios nos juzgará
según nuestras obras es allí, en los comportamientos, donde es necesario demostrar
que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista
son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo, las cosas irían
mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Oremos entonces al
Señor, por intercesión de María Santísima, a fin de que nos ayude a prepararnos
a la Navidad dando buenos frutos de conversión (Cfr. Lc 3, 8).
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital.
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