La fe de María nos
ayuda a creer
Isabel y María eran parientes, pero Isabel no la llama por su
nombre, sino: "...la madre de mi Señor". "Mi Señor", frase
que aparece otras veces, indica al Jesús resucitado. Ella, aquí es la primera
creyente en María y, a través de ella, siente que Jesús viene a su encuentro
como "el Mesías". María iba a ayudar a Isabel, pero Lucas pone sobre
los labios de ésta una confesión de fe: el Hijo de María es el Mesías y su
Dios. Esta fe es don del Espíritu. San Pablo dice: "Nadie puede decir:
‘Jesús es el Señor’, sino en el Espíritu Santo (1Cor 12, 3). Lucas nos presenta
a Isabel como el creyente que, movido por el Espíritu Santo, reconoce a Cristo
como Dios "su Señor", y lo adora como Hijo de María. Isabel
interpreta el movimiento del niño en su seno como la revelación de una nueva
presencia de Dios, ahora no en los cielos, sino escondido en el seno de María.
Es la fe en la Encarnación, pero también en la resurrección y ascensión al
cielo. La ayuda de María a Isabel fue material, pero al mismo tiempo fue espiritual:
la ayudó a creer en su Hijo, sin verlo. Fue la Madre que la introdujo en
la fe. Es la función normal de María que viene al encuentro de sus hijos que le
tienen mucha devoción y la necesitan. María nos lleva a sentir la presencia
de Jesús en nuestras vidas. Pero Isabel fue, al mismo tiempo, la voz de Dios
que le revelaba a María que su fe en las palabras del ángel había realizado lo
que le había sido anunciado: ahora estaba embarazada, sin conocer varón. A María le faltaban otras cosas por conocer, y se las revelaron personas muy
simples: Isabel, Simeón, los pastores y como humilde servidora, aceptó que
todos ellos fueran la voz de Dios que le revelaba su misión.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA
LECTURA
Miq 5, 1-4ª
Lectura de la profecía
de Miqueas.
Así habla el Señor: "Tú,
Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que
debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo
inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz
la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los
israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor,
con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos,
porque él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la
paz!".
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 79, 2ac. 3b.
15-16. 18-19
Restáuranos, Señor del universo.
Escucha, Pastor de Israel,
tú
que tienes el trono sobre los querubines,
resplandece, reafirma tu poder
y ven
a salvarnos.
Vuélvete, Señor de los
ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid,
la cepa que
plantó tu mano,
el retoño que tú hiciste vigoroso.
Que tu mano sostenga al que
está a tu derecha,
al hombre que tú fortaleciste,
y nunca nos apartaremos de
ti:
devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre.
SEGUNDA LECTURA
Heb 10, 5-10
Lectura de la carta a
los Hebreos.
Hermanos: Cristo, al entrar
en el mundo, dijo: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio,
me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los
sacrificios expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo ?como está
escrito de mí en el libro de la Ley? para hacer tu voluntad". Él comienza
diciendo: "Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los
holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos
por la Ley". Y luego añade: "Aquí estoy, yo vengo para hacer tu
voluntad". Así declara abolido el primer régimen para establecer el
segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del
cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 1, 39-45
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas.
María partió y fue sin demora
a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a
Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su
vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo,
para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño
saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo
que te fue anunciado de parte del Señor".
Palabra
del Señor.
El Ángelus
del Papa Benedicto XVI para el domingo 23-12-2012
En
este IV domingo de Adviento, que precede por poco a la Navidad del Señor, el
Evangelio narra la visita de María a la pariente Isabel. Este episodio no
representa solamente un gesto de cortesía, sino que describe con gran sencillez
el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, las dos
embarazadas, encarnan en efecto la espera y el Esperado.
La
anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras la joven María
lleva consigo el cumplimiento de tal espera, para bien de toda la humanidad. En
las dos mujeres se encuentran y reconocen antes que nada los frutos de sus
vientres, Juan y Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: “El niño
contenido en vientre senil saluda, a través de la boca de su madre, al Señor
hijo de la Virgen” (Apotheosis, 590: PL 59, 970). La Exultación de Juan en el
vientre de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios esta apunto
de visitar a su pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel le había hablado
a María del embarazo de Isabel (cfr Lc 1,36) como prueba de la potencia de
Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en
fertilidad.
Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a
la humanidad y exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es
el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
visitarme? La expresión “bendita eres entre las mujeres” se refiere en el
Antiguo testamento a Yael (Jueces 5,24) y a Judit (Judit 13,1), dos mujeres guerreras
que lucharon por salvar a Israel. Ahora en cambio se ha dirigido a María,
jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo. Así también la
alegría de Juan (cfr Lc 1,44) recuerda la danza que el rey David hizo cuando
acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cfr 1 Cr 15,29). El
Arca que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Arón (cfr Heb.
9,4), era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El recién
nacido Juan exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva
en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
La escena de la Visitación expresa también la belleza de
la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, dar espacio al otro, allí
está Dios y la alegría que viene de Él. Imitemos a María en el tiempo de
Navidad, visitando a cuantos viven en dificultad, en particular los enfermos,
los encarcelados, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que
recibe al huésped como Dios mismo: sin desearlo, no lo conoceremos nunca al
señor, sin esperarlo no lo hallaremos, sin buscarlo no lo encontraremos. Con la
misma alegría de María que va apurada donde Isabel (cfr Lc 1,39), también
nosotros vamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los
hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien primero nos viene
a visitar. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro
corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de
su Navidad.
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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