Transfigurarse es
cambiar interiormente
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
A las 12 horas del domingo 24 de marzo, Benedicto XVI ha rezado su último Angelus dominical como Papa. Este es el texto, relativo al evangelio de la Transfiguración del Señor, de la alocución previa a la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.
(MFB – RV).
Fuente:
Mientras rezaba, el
rostro de Jesús cambió de aspecto. Los apóstoles descubrieron otro Señor, el de
la gloria y el triunfo. Su fe se vio robustecida, el testimonio de la voz afianzó
su confianza de que el Mesías estaba con ellos. Hay un antes y un después de la
transfiguración en la vida de los cuatro apóstoles elegidos por Jesús. Se dio
en ellos un gran cambio interior, fruto de haber contemplado al Señor. Creo que
todos hemos hecho la experiencia, al menos una vez, de sentirnos llamados a un
cambio interior profundo en nuestra vida. Quizás, en un momento de oración, en
ocasión de una fiesta, al inicio de una nueva etapa de la vida, en el momento
de recibir un sacramento como la primera comunión o el matrimonio, o en el
nacimiento de un hijo. Fue el momento en que hemos sido llamados a
transfigurarnos; a no tener miedo de cambiar, y dejar que Dios nos transforme;
a no dormirnos en lo que somos, para salir de nuestra carpa, segura pero
angosta, y subirnos a lo desconocido. Pero no es un cambio imposible, un salto
en el vacío, sino real y muy anclado en lo que somos. Si Cristo no transforma
nuestro trabajo diario, la fatiga cotidiana puede volverse un martirio. Si el
amor de una pareja no es transfigurado en una donación total y definitiva,
puede caer en la rutina de la cual se quiere escapar con las recetas de las
revistas faranduleras. Si la amistad no es transfigurada por la lealtad en los
momentos de crisis, termina siendo una relación de conveniencia. Si la
actividad política no es transfigurada por una búsqueda de la justicia y del
bien común, termina por convertirse en un corrupto juego de intereses. Si los
bienes económicos no son transfigurados por la solidaridad y la generosidad,
terminan en la vanidad y la ostentación. Cuando nos exponemos a la luz de
Cristo, cuando escuchamos su palabra, cuando comenzamos a caminar como él
quiere, todo cambia, y también para nosotros hay un antes y un después de
nuestra transfiguración personal.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
Gn
15, 5-12. 17-18
Lectura
del libro del Génesis.
Dios
dijo a Abrám: "Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las
estrellas". Y añadió: "Así será tu descendencia". Abrám creyó en
el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Entonces el
Señor le dijo: "Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos
para darte en posesión esta tierra". "Señor, respondió Abrám, ¿cómo
sabré que la voy a poseer?". El Señor le respondió: "Tráeme una
ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una
tórtola y un pichón de paloma". Él trajo todos estos animales, los cortó
por la mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero no dividió los pájaros.
Las aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám las
espantó. Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un
gran temor, una densa oscuridad. Cuando se puso el sol y estuvo completamente
oscuro, un horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los
animales descuartizados. Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abrám
diciendo: "Yo he dado esta tierra a tu descendencia".
Palabra de Dios.
SALMO
Sal
26, 1. 7-9. 13-14
El
Señor es mi luz y mi salvación.
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién temeré?
El
Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante
quién temblaré?
¡Escucha,
Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate
de mí y respóndeme!
Mi
corazón sabe que dijiste:
"Busquen
mi rostro".
Yo
busco tu rostro, Señor,
no lo
apartes de mí.
No
alejes con ira a tu servidor,
Tú,
que eres mi ayuda;
no me
dejes ni me abandones,
mi
Dios y mi salvador.
Yo
creo que contemplaré
la
bondad del Señor
en la
tierra de los vivientes.
Espera
en el Señor y sé fuerte;
ten
valor y espera en el Señor.
SEGUNDA
LECTURA
Flp
3, 17?4, 1
Lectura
de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos:
Sigan mi ejemplo y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les
he dado. Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay
muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la
perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de
vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos
ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador
el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo
semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las
cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto
deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren
firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 9,
28b-36
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús
tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba,
su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura
deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que
aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a
cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero
permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que
estaban con él. Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro,
¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y
otra para Elías". Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los
cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Éste es mi Hijo, el
Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los
discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra
del Señor.
El texto
íntegro del último Angelus de Benedicto XVI (24-2-2013)
A las 12 horas del domingo 24 de marzo, Benedicto XVI ha rezado su último Angelus dominical como Papa. Este es el texto, relativo al evangelio de la Transfiguración del Señor, de la alocución previa a la oración mariana:
En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta
siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas
resalta de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba:
la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una
especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en compañía de
Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos
de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28).
El Señor, que poco antes había
preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un
anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo,
resuena la voz del Padre celestial: “Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo”
(9, 35).
Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y
los Profetas de la antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la
historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien realiza un
nuevo “éxodo” (9, 31), no hacia la tierra prometida como en tiempos de Moisés,
sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: “¡Maestro, qué bello es estar
aquí!” (9, 33) representa el intento imposible de demorar tal experiencia
mística. Comenta san Agustín: “[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo como
alimento del alma. ¿Por qué habría tenido que descender para regresar a las
fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de sentimientos de
santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una santa conducta?” (Discurso 78,
3).
Meditando este pasaje del Evangelio,
podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la
oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a
activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración,
personal y comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual. Además,
la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor
habría querido hacer Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la
acción.
“La existencia cristiana – he escrito en el Mensaje para
esta Cuaresma – consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios
para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste,
a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios ” (n.
3).Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.
(MFB – RV).
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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