Palabras que cambian
la vida
Jesús
comenzó su misión en soledad. Enseguida, como fruto de su predicación, tuvo
seguidores, algunos más allegados y otros, menos. Hombres y mujeres que
descubrían en él al Mesías, otros que lo tenían por profeta, y otros que se
proponían sacar partido de este nuevo líder, que podría llegar incluso a
liberar Palestina. De alguna manera, para todas estas personas, las palabras de
Jesús eran un llamado a cambiar el rumbo de su vida, aunque no siempre de la
manera esperada. El Señor fue formando a un grupo más reducido, los apóstoles,
para que se continuara su misión. Casi todos eran pescadores; Mateo era un
recaudador de impuestos; algunos eran parientes entre sí, hermanos o primos. No
llamó a ningún ocioso. Por lo que podemos conocer, todos ya habían hecho sus
opciones de vida, de familia y de oficio. Era gente de trabajo, de experiencia,
que sabía lo que era decidirse por algo. No buscó personas perfectas, doctores
o personajes socialmente acomodados. Durante su vida, Jesús recibió muchas
desilusiones de los suyos. También llegó el momento en que los reprendió
fuertemente, hasta llamar “Satanás” a Pedro. El resultado final fue que estos
hombres se transformaron en otros Cristos; como él, fueron por todo el orbe
predicando y haciendo el bien, y cambiaron la historia del mundo. Esta gran
tarea de los apóstoles no fue resultado de su esfuerzo, tampoco solo de la
acción del Espíritu. Fue el fruto de la palabra de Jesús, que cayó en la tierra
fértil de hombres que, al darle espacio a la fuerza su palabra transformadora,
cambiaron con plena libertad el sentido de sus vidas. Jesús sigue llamando
también hoy, a aquellos que generosamente le hacen un amplio espacio en su
vida. Y desde ese momento le dedican tiempo y energía.
P. Aderico Dolzani,
ssp.
PRIMERA
LECTURA
Is 6, 1-2a. 3-8
Lectura del libro de
Isaías.
El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al
Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban
el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de él. Cada uno tenía seis
alas. Y uno gritaba hacia el otro: "¡Santo, santo, santo es el Señor de
los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria". Los fundamentos de
los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo
dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y
habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey,
el Señor de los ejércitos!". Uno de los serafines voló hacia mí, llevando
en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él
le hizo tocar mi boca, y dijo: "Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa
ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado". Yo oí la voz del Señor que
decía: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?". Yo respondí:
"¡Aquí estoy: envíame!".
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 137, 1-5. 7c-8
Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque has oído las
palabras de mi boca.
Te cantaré en
presencia de los ángeles
y me postraré ante
tu santo Templo.
Daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu
fidelidad.
Me respondiste cada
vez que te invoqué
y aumentaste la
fuerza de mi alma.
Que los reyes de la tierra te bendigan
al oír las palabras
de tu boca,
y canten los
designios del Señor,
porque la gloria
del Señor es grande.
Tu derecha me salva.
El Señor lo hará
todo por mí.
Tu amor es eterno,
Señor,
¡no abandones la
obra de tus manos!
SEGUNDA LECTURA
1Cor 15, 1-11
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que
yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles.
Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo
contrario, habrán creído en vano. Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo
mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue
sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a
Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al
mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto.
Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me
apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el
último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he
perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y
su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos,
aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen,
tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 5, 1-11
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas.
En una oportunidad, la multitud se
amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de
pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la
orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara
un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la
barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y
echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la
noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las
redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes
estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la
otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las
dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de
Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El
temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces
que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de
Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora
en adelante serás pescador de hombres". Ellos atracaron las barcas a la
orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.
En español,
el ángelus del Papa para el domingo 10 febrero 2013
En la
liturgia de hoy, el Evangelio según Lucas presenta el relato de la llamada de
los primeros discípulos, con una versión original respecto a los otros dos
Sinópticos, Marcos y Mateo (Cfr. Mc 1, 16-20; Mt 4,
18-22). En efecto, precede la llamada la enseñanza de Jesús a la multitud y una
pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6).
De hecho, mientras la
muchedumbre de agolpa /amontona en la orilla del lago de Genesaret para
escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante
toda la noche. Primero le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la
gente estando a poca distancia de la rivera; después, terminada la predicación,
le pide que vaya mar adentro con sus compañeros y que tire las redes (Cfr v.
5). Simón obedece, y ellos pescan una cantidad increíble de peces.
De este modo, el
evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en
Él, basándose en su Palabra, acompañada también por signos prodigiosos.
Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándolo
«Maestro» (v. 5), mientras después lo llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de
la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe,
como la de Simón que dice: «En tu palabra, echaré las redes» (v. 5).
La
imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san
Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor:
una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas
está representada la entera Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será
después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible
de numerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la
resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248,1). La
experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la
llamada de cada apóstol del Evangelio, que jamás debe desanimarse al anunciar a
Cristo a todos los hombres, hasta los confines del mundo. Sin embargo, el texto
de hoy hace reflexionar sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada.
Ella es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino
respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar temor si
Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en
nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su
misericordia, que transforma y renueva.
Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de Dios
reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas el valor, la
confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los
fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde
echar las redes con fe, el Señor hará el resto. Confiemos también en la
intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. A la llamada del Señor,
Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió con total entrega: «Heme aquí».
Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús,
Maestro y Señor.
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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