lunes, 4 de febrero de 2013

Domingo 4° del Tiempo Ordinario Ciclo C 2-2-13

Los paisanos de Nazaret

La buena fama había llegado antes que Jesús a la sinagoga de Nazaret. Sus paisanos estaban ansiosos por verificar los dones extraordinarios que se le atribuían. Habían convivido treinta años con él, muchas veces lo habían contratado como artesano para sus necesidades; todos los sábados se habían encontrado en la sinagoga y no habían notado nada especial. Desde Cafarnaúm habían llegado noticias asombrosas. Jesús se había mudado a ese pueblo, y contaban que había sanado a mucha gente de sus dolencias y había echado los demonios de muchos poseídos. El pueblo había ido a la sinagoga para escuchar a Jesús, pero, sobre todo, estaba ansioso por presenciar algunos milagros dignos de su fama. Querían ver qué haría Jesús por ellos y sus intereses particulares. Imaginaban que tenían más derechos que los de Cafarnaúm. Algunos seguramente llegaron a pensar que Jesús podría volver a instalarse en Nazaret. Eso los enorgullecería y ayudaría a mejorar la situación de todos porque sería un imán para atraer gente. Todos concordaron en que Jesús había hablado muy bien. Lo admiraban. Pero los desilusionó cuando les dijo que los grandes profetas, Elías y Eliseo, habían obrado milagros para los extranjeros y no para sus paisanos. Entendieron inmediatamente que Jesús se comportaría con ellos de la misma manera, y pasaron rápidamente de la admiración a la rabia, a la expulsión de la sinagoga y a querer despeñarlo. Jesús, sereno, dueño de la situación, porque los conocía uno a uno, se abrió paso y se marchó. Atrás quedó su pueblo, con sus paisanos arraigados de tener un profeta según sus necesidades y proyectos. El Señor también hoy puede hacer maravillas, en todas partes, en todas las personas, donde lo dejen ser el único Señor y siempre y cuando no quieran ponerlo al servicio de los intereses particulares.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
Jer 1, 4-5. 17-19

Lectura del libro del profeta Jeremías.

En tiempos del rey Josías, la palabra del Señor llegó a mí en estos términos: Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones. En cuanto a ti, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te ordene. No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide yo delante de ellos. Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país. Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte.

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 70, 1-4a. 5-6ab. 15ab. 17

Mi boca, Señor, anunciará tu salvación.

Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca tenga que avergonzarme!
Por tu justicia, líbrame y rescátame,
inclina tu oído hacia mí, y sálvame. 

Sé para mí una roca protectora,
tú que decidiste venir siempre en mi ayuda,
porque tú eres mi Roca y mi fortaleza.
¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! 

Porque Tú, Señor, eres mi esperanza
y mi seguridad desde mi juventud.
En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;
desde el vientre materno fuiste mi protector. 

Mi boca anunciará incesantemente
tus actos de justicia y salvación,
Dios mío, tú me enseñaste desde mi juventud,
y hasta hoy he narrado tus maravillas. 

SEGUNDA LECTURA
1Cor 12, 31-13, 13

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Hermanos: Aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más perfecto todavía. Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo para hacer alarde, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lc 4, 21-30

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Después que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, sánate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra de Señor.


En español, el texto del Ángelus del Papa para el domingo 3 febrero 2013
El Evangelio de hoy – tomado del capítulo cuarto de san Lucas – es la continuación de aquel del pasado domingo. Nos encontramos aun en la sinagoga el Nazaret, el pueblo donde Jesús ha crecido y donde todos conocen a él y a su familia.
Ahora, luego de un tiempo de ausencia, Él ha regresado en una manera nueva: durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y anuncia su cumplimiento, haciendo entender que aquella palabra se refiere a Él.
Este hecho suscita el desconcierto de los nazarenos: por una parte, « Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); san Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?» (6,2). Pero por otra parte, sus paisanos lo conocen muy bien: «Es uno como nosotros – dicen –. Su reclamo no puede que ser más que presunción» (La infancia de Jesús, 11). «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22), que es como preguntarse: ¿qué aspiraciones puede tener un carpintero de Nazaret?

Justamente conociendo esta cerrazón, que confirma el proverbio «nadie es profeta en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros cumplidos por los grandes profetas Elías y Eliseo a favor de personas no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. A este punto la reacción es unánime: todos se levantan y lo echan fuera, y hasta tratan de lanzarlo a un precipicio, pero Él, con soberana tranquilidad, pasa en medio de la gente enfurecida y se va. A este punto es espontáneo preguntarse: ¿cómo así Jesús ha querido provocar esta fractura? Al inicio la gente se admiraba de él, y quizás habría podido obtener cierto consenso… pero justamente este es el punto: Jesús no ha venido para buscar el consenso de los hombres, sino – como dirá a la final a Pilato – para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, listo a responder personalmente. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero también el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia de hoy resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad» (1 Cor 13,4-6).
Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto con el que Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerlo y a servirlo en los demás.
En esto la actitud de María es iluminante. ¿Quién más que ella tuvo familiaridad con la humanidad de Jesús? Pero jamás se escandalizo como los paisanos de Nazaret. Ella custodiaba en su corazón el misterio y supo acogerlo una y otra vez, cada vez más, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y a la plena luz de la Resurrección. Que María nos ayude a recorrer con fidelidad y con gozo este camino.
(Traducción del italiano, Raúl Cabrera- Radio Vaticano)
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital




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