Los paisanos de
Nazaret
La buena fama había llegado antes que Jesús a la sinagoga de Nazaret. Sus paisanos estaban ansiosos por verificar los dones extraordinarios que se le atribuían. Habían convivido treinta años con él, muchas veces lo habían contratado como artesano para sus necesidades; todos los sábados se habían encontrado en la sinagoga y no habían notado nada especial. Desde Cafarnaúm habían llegado noticias asombrosas. Jesús se había mudado a ese pueblo, y contaban que había sanado a mucha gente de sus dolencias y había echado los demonios de muchos poseídos. El pueblo había ido a la sinagoga para escuchar a Jesús, pero, sobre todo, estaba ansioso por presenciar algunos milagros dignos de su fama. Querían ver qué haría Jesús por ellos y sus intereses particulares. Imaginaban que tenían más derechos que los de Cafarnaúm. Algunos seguramente llegaron a pensar que Jesús podría volver a instalarse en Nazaret. Eso los enorgullecería y ayudaría a mejorar la situación de todos porque sería un imán para atraer gente. Todos concordaron en que Jesús había hablado muy bien. Lo admiraban. Pero los desilusionó cuando les dijo que los grandes profetas, Elías y Eliseo, habían obrado milagros para los extranjeros y no para sus paisanos. Entendieron inmediatamente que Jesús se comportaría con ellos de la misma manera, y pasaron rápidamente de la admiración a la rabia, a la expulsión de la sinagoga y a querer despeñarlo. Jesús, sereno, dueño de la situación, porque los conocía uno a uno, se abrió paso y se marchó. Atrás quedó su pueblo, con sus paisanos arraigados de tener un profeta según sus necesidades y proyectos. El Señor también hoy puede hacer maravillas, en todas partes, en todas las personas, donde lo dejen ser el único Señor y siempre y cuando no quieran ponerlo al servicio de los intereses particulares.
La buena fama había llegado antes que Jesús a la sinagoga de Nazaret. Sus paisanos estaban ansiosos por verificar los dones extraordinarios que se le atribuían. Habían convivido treinta años con él, muchas veces lo habían contratado como artesano para sus necesidades; todos los sábados se habían encontrado en la sinagoga y no habían notado nada especial. Desde Cafarnaúm habían llegado noticias asombrosas. Jesús se había mudado a ese pueblo, y contaban que había sanado a mucha gente de sus dolencias y había echado los demonios de muchos poseídos. El pueblo había ido a la sinagoga para escuchar a Jesús, pero, sobre todo, estaba ansioso por presenciar algunos milagros dignos de su fama. Querían ver qué haría Jesús por ellos y sus intereses particulares. Imaginaban que tenían más derechos que los de Cafarnaúm. Algunos seguramente llegaron a pensar que Jesús podría volver a instalarse en Nazaret. Eso los enorgullecería y ayudaría a mejorar la situación de todos porque sería un imán para atraer gente. Todos concordaron en que Jesús había hablado muy bien. Lo admiraban. Pero los desilusionó cuando les dijo que los grandes profetas, Elías y Eliseo, habían obrado milagros para los extranjeros y no para sus paisanos. Entendieron inmediatamente que Jesús se comportaría con ellos de la misma manera, y pasaron rápidamente de la admiración a la rabia, a la expulsión de la sinagoga y a querer despeñarlo. Jesús, sereno, dueño de la situación, porque los conocía uno a uno, se abrió paso y se marchó. Atrás quedó su pueblo, con sus paisanos arraigados de tener un profeta según sus necesidades y proyectos. El Señor también hoy puede hacer maravillas, en todas partes, en todas las personas, donde lo dejen ser el único Señor y siempre y cuando no quieran ponerlo al servicio de los intereses particulares.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA
LECTURA
Jer
1, 4-5. 17-19
Lectura
del libro del profeta Jeremías.
En
tiempos del rey Josías, la palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras
del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las
naciones. En cuanto a ti, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo
te ordene. No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide yo delante
de ellos. Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una
muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y a sus
jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país. Ellos combatirán contra ti, pero
no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal
70, 1-4a. 5-6ab. 15ab. 17
Mi boca, Señor, anunciará tu salvación.
Yo me refugio en
ti, Señor,
¡que nunca tenga
que avergonzarme!
Por tu justicia,
líbrame y rescátame,
inclina tu oído
hacia mí, y sálvame.
Sé para mí una roca
protectora,
tú que decidiste
venir siempre en mi ayuda,
porque tú eres mi
Roca y mi fortaleza.
¡Líbrame, Dios mío,
de las manos del impío!
Porque Tú, Señor,
eres mi esperanza
y mi seguridad
desde mi juventud.
En ti me apoyé
desde las entrañas de mi madre;
desde el vientre
materno fuiste mi protector.
Mi boca anunciará
incesantemente
tus actos de
justicia y salvación,
Dios mío, tú me enseñaste
desde mi juventud,
y hasta hoy he
narrado tus maravillas.
SEGUNDA
LECTURA
1Cor
12, 31-13, 13
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos:
Aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más
perfecto todavía. Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los
ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que
retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y
toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas,
si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para
alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo para hacer alarde, si no tengo
amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es
envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su
propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra
de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las
profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá;
porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando
llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño,
hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando
me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un
espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo
imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una palabra,
ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de
todas es el amor.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 4,
21-30
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Después
que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de
él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su
boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?". Pero él les
respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, sánate a ti
mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió
en Cafarnaúm". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es
bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en
el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del
cielo y el hambre azotó todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue
enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había
muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de
ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los
que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera
de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba
la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos,
continuó su camino.
Palabra
de Señor.
En español, el texto del Ángelus del Papa
para el domingo 3 febrero 2013
El Evangelio de hoy – tomado del capítulo cuarto de
san Lucas – es la continuación de aquel del pasado domingo. Nos encontramos aun
en la sinagoga el Nazaret, el pueblo donde Jesús ha crecido y donde todos
conocen a él y a su familia.
Ahora,
luego de un tiempo de ausencia, Él ha regresado en una manera nueva: durante la
liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y anuncia su
cumplimiento, haciendo entender que aquella palabra se refiere a Él.
Este hecho suscita el desconcierto de los
nazarenos: por una parte, « Todos daban testimonio a favor de él y estaban
llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc
4,22); san Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué
sabiduría es esa que le ha sido dada?» (6,2). Pero por otra parte, sus paisanos
lo conocen muy bien: «Es uno como nosotros – dicen –. Su reclamo no puede que
ser más que presunción» (La infancia de Jesús, 11). «¿No es este el hijo de
José?» (Lc 4,22), que es como preguntarse: ¿qué aspiraciones puede tener un
carpintero de Nazaret?
Justamente conociendo esta cerrazón, que confirma
el proverbio «nadie es profeta en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la
sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros cumplidos
por los grandes profetas Elías y Eliseo a favor de personas no israelitas, para
demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. A este punto la reacción es
unánime: todos se levantan y lo echan fuera, y hasta tratan de lanzarlo a un
precipicio, pero Él, con soberana tranquilidad, pasa en medio de la gente
enfurecida y se va. A este punto es espontáneo preguntarse: ¿cómo así Jesús ha
querido provocar esta fractura? Al inicio la gente se admiraba de él, y quizás
habría podido obtener cierto consenso… pero justamente este es el punto: Jesús
no ha venido para buscar el consenso de los hombres, sino – como dirá a la
final a Pilato – para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). El verdadero
profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad,
listo a responder personalmente. Es verdad que Jesús es el profeta del amor,
pero también el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de
la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia de hoy resuenan también
estas palabras de san Pablo: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es
envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su
propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra
de la injusticia, sino que se regocija con la verdad» (1 Cor 13,4-6).
Creer en Dios significa renunciar a los propios
prejuicios y acoger el rostro concreto con el que Él se ha revelado: el hombre
Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerlo y a servirlo en
los demás.
En esto la actitud de María es iluminante. ¿Quién
más que ella tuvo familiaridad con la humanidad de Jesús? Pero jamás se
escandalizo como los paisanos de Nazaret. Ella custodiaba en su corazón el
misterio y supo acogerlo una y otra vez, cada vez más, en el camino de la fe,
hasta la noche de la Cruz y a la plena luz de la Resurrección. Que María nos
ayude a recorrer con fidelidad y con gozo este camino.
(Traducción del italiano, Raúl Cabrera- Radio Vaticano)
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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