lunes, 4 de febrero de 2013

Mensaje de María Reina de la Paz 2-2-13

       
       Queridos hijos, el amor me conduce a ustedes -el amor que también deseo enseñarles- el verdadero amor. El amor que mi Hijo les mostró cuando murió en la cruz por amor hacia ustedes. El amor que está siempre listo a perdonar y a pedir perdón. ¿Cuán grande es el amor de ustedes? Mi Corazón materno se entristece cuando busca el amor en sus corazones. No están dispuestos a someter por amor vuestra voluntad a la voluntad de Dios. No pueden ayudarme a hacer que aquellos que no han conocido el amor de Dios lo conozcan, porque no tienen el amor verdadero. Conságrenme sus corazones y yo los guiaré. Les enseñaré a perdonar, a amar al enemigo y a vivir según mi Hijo. No teman por ustedes. Mi Hijo no olvida en la aflicción a los que aman. Estaré junto a ustedes. Rezaré al Padre Celestial para que la luz de la eterna verdad y del amor los ilumine. Recen por sus pastores para que, a través de vuestro ayuno y vuestra oración, puedan guiarles en el amor. Gracias.

Comentario


         Al contemplar la cruz de Cristo, meditando su Pasión se aprende el verdadero significado del amor. Amor, no es sentirse atraído por las pasiones del momento, tratando de satisfacer los instintos, disfrutando del otro como si fuese un objeto desechable. ¡Eso no es amor! El amor es darse y procurar siempre el bien, ese bien que viene de Dios, que es seguir su perfecta voluntad. No es un apropiarse sino un respetar y darse. El verdadero amor requiere perdón. El perdón dado y perdón pedido, y primero de todo a Dios. Perdonar es purificar el corazón. Sin un corazón puro, no se puede subir a la montaña espiritual del amor.           Todos necesitamos ser perdonados por Dios, somos necesitados de su misericordia, y también tenemos que perdonar para que nada oscurezca nuestras almas, para que ningún sentimiento negativo nos aleje del Señor.
          Hay muchos que ni siquiera saben que han pecado, porque se ha perdido la noción de pecado y entonces la conciencia es ofuscada o sofocada por la contumacia en el pecado. Sin embargo, esto no quita que el pecado igualmente tenga un efecto devastador sobre la persona. Lo mismo ocurre con el perdón que no es dado: el rencor como todo sentimiento negativo corroe el alma, el odio la destruye. Al no querer perdonar, la persona se autoexcluye del perdón de Dios, porque el perdón de Dios está condicionado a nuestro perdón. Lo decimos en cada Padrenuestro: perdona nuestras pecados -"nuestras ofensas"-, es decir nuestras ofensas a Dios que son los pecados que cometemos, “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden", es decir aquellos que nos hieren de tantos modos como ridiculizándonos, ignorándonos, calumniando, cometiendo violencia.
          Por ello, debemos pedir perdón a Dios por nuestra falta de amor y de verdad. Reconozcamos el mal que anida en nuestro corazón, el mal que hemos cometido y cometemos y pidámosle perdón. Que Él nos perdone por nuestra arrogancia y orgullo que se ponen de manifiesto cuando la menor cosa nos hiere. Que nos dé su perdón por las veces que no somos instrumentos de paz sino de discordia, y por las veces que hemos endurecido el corazón y no vimos el dolor de los demás o que no hemos sido capaces de dar una palabra de consuelo, de conforto, de cercanía a quien de ello tenía necesidad. El Señor tenga misericordia de nosotros cuando permanecimos en el odio, el rencor. Que nos perdone por no haber perdonado, por las veces que no hemos sido misericordiosos. Misericordia y perdón van juntos. Ser misericordioso es la condición que el Señor requiere de nosotros para recibir su misericordia. "Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará: una medida buena, apretada y rebosante, será derramada en vuestro regazo, porque con la medida con la que medís se os medirá a vosotros" (Lc 6:36-38), y también "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia "(Mt 5:7). 


          Tenemos que llegarnos ante el Santísimo Sacramento o ante un Crucifijo y arrodillados dirigir nuestra mirada y nuestros corazones a Él, diciendo: "En tu nombre, Señor, renuncio al odio y perdono a todos los que, a lo largo de mi vida, me han herido con insultos, calumnias, violencias, burlas, desprecios, indiferencia. Yo los perdono, perdónales Tú, oh Señor. Bendícelos y bendíceme".

          Tenemos miedo de Dios, de Su Voluntad. ¿Qué me ha de pedir Dios? Esto se debe a que somos mezquinos. Tenemos que dejar de ser mezquinos en la ofrenda a Dios y en el dar a los demás. Tenemos la mano abierta para pedir y el puño cerrado para dar. Requerimos atención para nosotros y no somos capaces de dar nuestro tiempo a Dios y a los demás. Donde hay mezquindad no hay amor. Para el mezquino todo es pequeño, muy pequeño, su corazón es pequeño y cerrado. Está cerrado al amor, que es cerrado a la gracia. Quién no da no puede recibir.
          Y como la voluntad sin la gracia nada puede, para recibir la gracia la Santísima Virgen nos pide que consagremos nuestros corazones a su Corazón Inmaculado, para que podamos -como el niño que se alimenta de la madre- recibir de Ella sus mismos sentimientos. Nuestra Madre celestial busca ensanchar nuestro corazón, enseñándonos a amar como Ella ha amado y ama, como el Señor quiere que se ame. Ella que como su Hijo ha amado y perdonado hasta el extremo, nos enseñará qué significa perdonar y nos mostrará que el perdón es la condición y la consecuencia del verdadero amor.
          Ella busca nuestro propio bien y al mismo tiempo sabe que el amor que recibimos, no acaba en nosotros. Cuando se ama se va siempre hacia el otro. Así sí podremos ser sus instrumentos para la salvación de otros hijos que no conocen el amor de Dios.
          Nuestra Señora nos llevará a la Fuente del Amor: Dios mismo. El camino es Cristo. Jesucristo es el Camino al Padre, y al otro que -de alejado e ignorado que lo teníamos- se convierte en prójimo. Ella está siempre con nosotros, junto a nosotros e intercediendo por nosotros. Intercede ante nuestro Padre Celestial para que envíe el Espíritu Santo sobre nosotros, para que el Espíritu, que viene por Jesús, nos ilumine con la verdad y el amor verdadero.
          Como ya es un hábito, dictado por la necesidad y la urgencia de los tiempos, la Reina de la Paz pide oración y ayuno por los pastores. A esto hay que añadir ahora la noticia de la renuncia del Santo Padre. Oremos a Dios por nuestro querido Papa, Benedicto XVI, y también oremos por todos los cardenales que elegirán al nuevo Papa y por él. Recemos por todos los sacerdotes:

          Señor Jesús, que has querido edificar tu Iglesia sobre la roca de Pedro, te damos gracias por la luminosa guía de Benedicto XVI en estos tiempos oscuros, por su sabiduría unida a la humildad y por todas las gracias con que Tú lo has revestido. Que ahora reencuentre las fuerzas del alma y también del cuerpo y pueda aún darnos esas valiosas reflexiones recibidas en los encuentros íntimos Contigo. Te rogamos también por el Cónclave de los cardenales y por el nuevo Papa que deberá guiar tu Barca en estos tiempos tan difíciles.
          Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento del altar, que has querido perpetuar tu presencia entre nosotros a través de tus sacerdotes, dispón siempre para que sus palabras sean las tuyas, sus gestos sean tus gestos, su vida sea fiel reflejo de tu vida, su amor por ti en la Eucaristía se refleje en sus celebraciones y predicaciones; que sean hombres que hablan a Dios de los hombres y a los hombres de Dios; que no tengan miedo de tener que servir, servir a la Iglesia en el modo que ella tiene de ser servida; que sean testigos del Señor en nuestro tiempo caminando por las calles de la historia con tus propios pasos y haciendo el bien a todos; que sean fieles a sus compromisos, celosos de su vocación y de su donación, espejo luminoso de su propia identidad, viviendo en la alegría por el don recibido.
          Te lo pedimos por tu Madre María Santísima: Ella que estuvo presente en tu vida estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amén.
P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org



Fuente: Mensajeros de la Reina de la Paz

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reinadelapaz@mensajerosdelareinadelapaz.org.

Publicado con el permiso de Mensajeros de la Reina de la paz

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