Con motivo de la cercanía de la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo voy a dejarles reflexiones de Monseñor Domingo Castagna contenidas en su libro "Eucaristía, anonadamiento y amor" que nos ayudarán a comprender y a profundizar en el significado de la entrega que significa este "Santísimo Sacramento" que es puro amor de Cristo por nosotros y de nuestro Padre, que no escatimó en darnos lo más preciado suyo, su propio Hijo.
El texto referido en la Carta de san Pablo a los filipenses (2,6) proporciona una descripción de la encarnación del Verbo de gran realismo. El amor al hombre empuja a Dios a la humillación, al anonadamiento. No existe una medida más desbordante de amor. Su simple contemplación lograría conmover el corazón más endurecido. Se necesitará mantener, con perseverancia, la atención fija en el hecho expresado por las palabras del apóstol. De esta manera, el interés desmedido depositado en cosas sin importancia se reducirá a nada.
Dios se hace hombre. Hay que conocer a Dios para medir el gesto suyo de hacerse hombre. ya sería abismal el salto con un nivel humano mantenido en la inocencia. Pero ¡el pecado! El hombre por el pecado es otro del que salió de las manos de Dios. Su naturaleza está muy enferma, en estado desesperante. Sólo un milagro, es decir una intervención directa y eficaz de Dios puede recomponerlo. El milagro se produce, pero al modo de Dios. comprometiendo su amor al hombre, es decir, introduciéndose en la realidad humana dolorosa.
San Pablo, para definir lo que intuye con expresiones más o menos cercanas a la realidad del gesto de Dios, nos dice:
"El (Cristo), que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente,
al contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz " (Flp. 2,6)
El amor es así. No tiene en cuenta más que al ser amado. Incluye un olvido de sí mismo que va mucho más allá de lo pensable. No hay límites, sólo es incompatible con la mentira. Las medidas, las condiciones y los alcances premeditados no sintonizan con el amor verdaero, así revelado por Dios.
Por ello, Cristo deja de pensar en su legítima respetabilidad de Dios para aceptar abajarse hasta hacerse nada" es decir, "humillarse". Sólo el amor que el Padre tiene por los hombres consigue explicarlo. Es más manifestación de amor que de poder divino. Aquí se nos revela que el amor divino es el poder que transforma nuestra condición.
Ese misterio de amor, en nuestro actual estado pos-pascual, cuando la resurrección ya recuperó para la vida al Cristo que murió en la cruz, parece hablarnos de un pasado teológicamente superado. ya pasó la humillación y el anonadamiento; Cristo ha vencido al pecado. Es verdad. Pero existe un medio ideado por el mismo Señor que nos recuerda y representa la verdad del amor divino: es la Eucaristía.
En su celebración se actualiza el sacrificio de Jesús, su muerte, que desemboca en la resurrección. Por lo tanto, la Pascua. Cristo es inmolado y, vivo por la resurrección, se nos da como alimento y saludable sustento para nuestro peregrinaje. La Eucaristía que Jesús celebra en la cena del jueves anticipa su inmolación que, después de la Ascención, se prolonga hasta el fin de los tiempos.
La inmolación por amor que culmina en la cruz se inicia en la encarnación. El anonadamiento que tiene su origen allí llega a su perfecta expresión en la cruz. Ese misterio de humillación divina no termina con la muerte, se prolonga en la historia. Por la resurrección trasciende lo temporal -como época en que aconteció el sacrificio- para entrar en cada momento de la historia, hasta el último, con el sacramento de la Iglesia, plenamiente realizado en la Eucaristía.
Dedicaremos nuestras reflexiones a intentar descubrir en la eucaristía la prolongación del anonadamiento del Verbo. Aunque la naturaleza humana de Cristo no puede ya padecer, está definitivamente gloriosa; el "padecer la muerte una vez para siempre" involucra su representación aunténtica siempre que la Iglesia, por el ministerio de sus sacerdotes, celebra la Eucaristía. Nosotros podemos ser partícipes del anonadamiento de Jesús el Verbo y unirnos estrechamente al mismo por amor a los hombres y en obediencia filial al Padre.
Los santos que se sumergieron mas en la pasión del Señor no lo hicieron desde un recuerdo sino desde una presencia viva. La palabra de Dios que relata el hecho no suscita un mero recuerdo, establece un contacto vivo con el acontecimiento mismo que hoy, por el sacramento, se vuelve a presentar. Cuando menciono el término "sacramento" me refiero a cada uno de los sacramentos, desde el bautismo hasta la eucaristía. Cuando san Pablo habla del bautismo afirma:
"No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?" (Rom. 6,3).
Pero será la eucaristía la que nos permitirá mediante la meditación y la contemplación, aproximarnos a ese misterio de amor que es el anonadamiento, prolongado más allá de la resurrección, en la existencia sacramental del cristiano colocado en el corazón del tiempo y del espacio.
Fuente: Eucaristía, anonadamiento y amor. Monseñor Domingo Castagna
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