La fe salva y cura
enfermedades
La liturgia del
evangelio de hoy dice que la gente acudía a Jesús “por las señales que
realizaba en los enfermos”. Este tema ya lo vimos, hace unos domingos, con el
jefe de la sinagoga Jairo, donde se vio que sólo la fe que salva es también
capaz de curar las enfermedades y la muerte. Juan identifica esa fe que salva
con la fe no sólo en la Palabra, sino también en la Eucaristía. La lectura del
libro de Reyes nos introduce con un milagro del profeta Eliseo. Es un profeta
de los años 850 a.C. que no dejó ningún libro. Fue famoso por sus milagros y su
figura fue arropada de leyenda. La lectura de hoy parece simplemente una
anticipación de la del evangelio, sin embargo, hay un indicio interesante. Un
hombre le lleva al profeta no un pan, sino “primicias de pan”. La expresión
indica que eran destinadas al culto (Deut 26, 2), y el profeta ordena de
dárselas más bien para alimentar a los discípulos. Un cambio atrevido que nadie
objetó sólo por la autoridad del profeta. También Jesús en el evangelio hace un
cambio atrevido: la gente viene a buscar la salud del cuerpo y Jesús le da de
comer un pan que nadie le había pedido. Sin embargo nadie se queja. Juan habla
a sus lectores: nadie se queja del cambio, porque ese pan es capaz de salvar el
alma y el cuerpo, es decir al ser humano en su integridad. En el Levítico ese
pan era un memorial de la comunión entre Dios y su pueblo, una “cosa
sacratísima” (Lev 24, 5-9). El pan eucarístico es también un memorial, el de su
muerte y su resurrección.
P. Aldo Ranieri
PRIMERA
LECTURA
2Rey
4, 42-44
Lectura
del segundo libro de los Reyes.
En aquellos días: Llegó un hombre de
Baal Salisá, trayendo pan de los primeros frutos para el profeta Eliseo, veinte
panes de cebada y grano recién cortado, en una alforja. Eliseo dijo:
"Dáselos a la gente para que coma". Pero su servidor respondió:
"¿Cómo voy a servir esto a cien personas?". "Dáselos a la gente
para que coma, replicó él, porque así habla el Señor: 'Comerán y sobrará'".
El servidor se lo sirvió; todos comieron y sobró, conforme a la palabra del
Señor.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal
144, 10-11. 15-18
Abres tu mano, Señor, y nos colmas con tus bienes.
Que todas tus obras te den gracias,
Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen
tu poder.
Los ojos de todos esperan en ti,
y
tú les das la comida a su tiempo;
abres tu mano y colmas de favores
a todos los
vivientes.
El Señor es justo en todos sus
caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquéllos que lo
invocan,
de aquéllos que lo invocan de verdad.
SEGUNDA
LECTURA
Ef 4,
1-6
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Yo, que estoy preso por el
Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han
recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente
por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la
paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a
la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos,
que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Jn 6,
1-15
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús atravesó el mar de Galilea,
llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía
sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus
discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los
ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde
compraremos pan para darles de comer?". Él decía esto para ponerlo a
prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió:
"Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un
pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro,
le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados,
pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos
sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos
cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que
estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que
quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
"Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los
recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco
panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía:
"Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús,
sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo
a la montaña.
Palabra del Señor.
En español, la alocución
del Papa Benedicto XVI previa al rezo del Ángelus del domingo 29 de julio de
2012
Este domingo hemos iniciado la lectura del capítulo
6° del Evangelio de Juan. El capitulo se abre con la escena de la multiplicación
de los panes, que después Jesús comenta en la sinagoga de Cafarnaúm,
indicándose a Si mismo el «pan» que da la vida. Las acciones cumplidas por
Jesús son paralelas a aquellas de la Ultima Cena: «tomó los panes, dio gracias
y los distribuyó a los que estaban sentados» (Jn 6,11). La insistencia sobre el
tema del «pan», que viene compartido, y sobre el dar gracias (v.11, en griego
eucharistesas), recuerdan la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo por la
salvación del mundo.
El Evangelista observa que la Pascua estaba cercana (cfr v. 4). La mirada se orienta hacia la Cruz, el don total de amor, y hacia la Eucaristía, el perpetuarse de este don: Cristo se hace pan de vida para los hombres. San Agustín comenta: «¿quién, si no Cristo, es el pan del cielo? Pero para que el hombre pudiese comer el pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se ha hecho hombre. Si tal no se hubiese hecho, no tendríamos su cuerpo; no teniendo el cuerpo propiamente suyo, no comeríamos el pan del altar» (Sermón 130,2). La Eucaristía es el permanente gran encuentro del hombre con Dios, en el que el Señor se hace nuestro alimento, se da a Si mismo para transformarnos en El.
En la escena de la multiplicación, es
indicada también la presencia de un muchacho, que, frente a la dificultad de
saciar a tanta gente, comparte lo poco que tiene: cinco panes y dos pescados
(cfr Jn 6,8). El milagro no se produce a partir de nada, sino de un primer
modesto compartir de aquello que un simple muchacho llevaba consigo. Jesús no
nos pide aquello que no tenemos, pero nos hace ver que si cada uno ofrece lo
poco que tiene, el milagro puede cumplirse siempre de nuevo: Dios es capaz de
multiplicar cada uno de nuestros pequeños gestos de amor y hacernos partícipes
de su don. La multitud permanece atónita ante el prodigio: ve en Jesús el nuevo
Moisés, digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado, pero se
detiene ante el elemento material, y el Señor, «sabiendo que querían apoderarse
de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15). Jesús
no es un rey terrenal que ejercita el dominio, si no un rey que sirve, que se
inclina sobre el hombre para saciar no sólo el hambre material, si no sobretodo
aquel más profundo, aquel de Dios.
Queridos
hermanos y hermanas, pidamos al Señor hacernos redescubrir la importancia de
nutrirnos del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran consciencia a
la Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a El. De hecho «no es
el alimento eucarístico que se transforma en nosotros, si no que somos nosotros
los misteriosamente transformados. Cristo nos nutre uniéndonos a sí; nos atrae
dentro de sí» (Exhort. Apost. Sacramentum caritatis, 70). Al mismo tiempo,
oremos para que jamás falte a nadie el pan necesario para una vida digna, y
sean derribadas las desigualdades no con las armas de la violencia, si no con
el compartir y el amor.
Nos confiamos a la Virgen María, mientras
invocamos sobre nosotros y nuestros seres queridos su maternal intercesión.
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