“No
temas, basta que creas”
Una
hija de doce años a punto de morir y una mujer con doce años de sufrimiento:
ambas iban perdiendo la vida. ¿No es rara la coincidencia de números? Dos
personas se presentan a Jesús: el padre, jefe de la sinagoga, le suplica que
cure a su hija para que viva; la mujer, anónima, desea ser curada ella misma.
Pero la fe de Jairo, puesta a prueba por la muerte, se extingue. Jesús lo debe
agarrar para que no se le vaya, y le reprocha la poca fe. La mujer no pide
nada, calladita se le acerca y recibe la palabra de vida: “Tu fe te ha salvado…
entonces también quedas curada de tu enfermedad” (v. 34). Según estas palabras,
Jesús le reconoció a la mujer una fe capaz de “salvarla” y que, como
consecuencia, la “cura” de su enfermedad corporal. Parece que Marcos introduce
una jerarquía entre salvación y sanación. La fe que obtiene la salvación es
capaz de curar las enfermedades, pero no viceversa. En el relato de la nena,
Marcos cambia el registro. Jesús le dice: “¡Levántate!”, y el narrador añade
que la muchacha se levanta. ¡El mismo verbo! Pero en el texto griego, el
primero sería: “¡Despiértate del sueño!”, que se corresponde con lo que Jesús
había dicho antes: “no está muerta; está dormida!”. El sentido del segundo
verbo es “ponerse parado”, en efecto: “la nena se puso de pié…”. Los dos verbos
son usados para la resurrección de Jesús (Hech 3, 15; 2, 24.32). La nena, ya
muerta, necesitó al principio de la fe, aunque débil, de su padre. Jesús hizo
el resto. ¿A quién se dirigió Jesús para que le dieran de comer? ¿A los padres?
¿Con qué se puede alimentar alguien resucitado (Jn 6, 51)? El hecho de que
estuvieran presentes Pedro, Juan y Santiago, los mismos de la transfiguración,
primicia de su resurrección, algo sugiere.
P.
Aldo Ranieri
PRIMERA LECTURA
Sab 1, 13-15; 2, 23-24
Lectura del libro de la
Sabiduría.
Dios no ha hecho la muerte ni
se complace en la perdición de los vivientes. Él ha creado todas las cosas para
que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún
veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra. Porque la
justicia es inmortal. Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo
hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la
muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
Yo te glorifico, Señor, porque tú me
libraste.
Yo te glorifico, Señor,
porque tú me libraste
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú,
Señor, me levantaste del Abismo
y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los
que bajan al sepulcro.
Canten al Señor, sus fieles;
den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante,
y su bondad,
toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la
alegría.
Escucha, Señor, ten piedad de
mí;
ven a ayudarme, Señor.
Tú convertiste mi lamento en júbilo.
¡Señor, Dios
mío,
te daré gracias eternamente!
SEGUNDA LECTURA
2Cor 8, 7. 9. 13-15
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Ya que ustedes se
distinguen en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en toda clase de
solicitud por los demás, y en el amor que nosotros les hemos comunicado, espero
que también se distingan en generosidad. Ya conocen la generosidad de nuestro
Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de
enriquecernos con su pobreza. No se trata de que ustedes sufran necesidad para
que otros vivan en la abundancia, sino de que haya igualdad. En el caso
presente, la abundancia de ustedes suple la necesidad de ellos, para que un
día, la abundancia de ellos supla la necesidad de ustedes. Así habrá igualdad,
de acuerdo con lo que dice la Escritura: "El que había recogido mucho no
tuvo de sobra, y el que había recogido poco no sufrió escasez".
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mc 5, 21-43
Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús regresó en la
barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se
quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado
Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi
hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de
Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque
pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré sanada". Inmediatamente
cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio
vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi
manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por
todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero El seguía mirando a su
alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y
temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus
pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha
salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad". Todavía estaba
hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le
dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al
Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de
la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo
acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa
del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y
gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no
está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir
a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían
con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá
kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!". En
seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos,
entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se
enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.
En español, la alocución del
Papa Benedicto XVI para el Ángelus del 30 de junio de 2012.
Queridos hermanos y hermanas: este
domingo, el evangelista Marcos nos presenta el relato de dos curaciones
milagrosas que Jesús realiza en favor de dos mujeres: la hija de unos de los
jefes de la Sinagoga, llamado Jairo, y de una mujer que sufría de hemorragia
(Cfr. Mc 5, 21-43).
Son dos
episodios en los que están presentes dos niveles de lectura; el puramente
físico: Jesús se inclina sobre el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el
espiritual: Jesús ha venido curar el corazón del hombre, a dar la salvación y
pide la fe en Él.
En efecto, en el
primer episodio, ante la noticia de que la hijita de Jairo ha muerto,Jesús dice
al jefe de la Sinagoga: “¡No temas; solamente ten fe!” (v. 36), lo lleva
consigo hasta donde estaba la niña y exclama: “¡Muchacha, a ti te digo,
levántate”! (v. 41). Y ella se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo
comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: “Muchacha,
levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Levántate por tanto
por mí: el hecho de ser curada no ha dependido de tus virtudes” (Homilías
sobre el Evangelio de Marcos, 3).
El segundo
episodio, el de la mujer afectada por hemorragias, pone nuevamente de
manifiesto que Jesús ha venido para liberar al ser humano en su totalidad. En
efecto, el milagro se realiza en dos fases: primero se produce la curación
física, pero ésta está estrechamente ligada a la curación más profunda, la que
dona la gracia de Dios a quien se abre a Él con fe. Jesús dice a la mujer:
“¡Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad!” (Mc 5,
34).
Estos dos
relatos de curación son para nosotros una invitación a superar una visión
puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios nosotros le pedimos
tantas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y es justo, pero lo
que le debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más firme, para que el
Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia
que no nos abandona.
Jesús se hace
atento al sufrimiento humano y nos hace pensar también en todos aquellos que
ayudan a los enfermos a llevar su cruz, en particular a los médicos, a los
agentes sanitarios y cuantos aseguran la asistencia religiosa en los nosocomios.
Ellos son
“reservas de amor”, que llevan serenidad y esperanza a los que sufren. En
la Encíclica Deus caritas est observaba que, en este precioso
servicio, es necesaria ante todo la competencia profesional – esta es una
primera y fundamental necesidad – pero esta sola no basta. Se trata, en efecto,
de seres humanos, que tienen necesidad de humanidad y de la atención del
corazón. “Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional,
necesitan también y sobre todo una ‘formación del corazón’: se les ha de guiar
hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su
espíritu al otro” (n. 31)
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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