miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mensaje de María Reina de la Paz 25-11-11



      ¡Queridos hijos! Hoy deseo darles esperanza y alegría. Todo lo que está en torno a ustedes, hijitos, los conduce hacia las cosas terrenales. Sin embargo, yo deseo conducirlos hacia el tiempo de gracia, para que durante ese tiempo estén lo más cerca de mi Hijo, a fin de que Él los pueda guiar hacia Su amor y hacia la vida eterna que todo corazón anhela. Ustedes hijitos oren, y que este tiempo sea para ustedes tiempo de gracia para vuestra alma. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

Comentario

Veamos lo primero que nos dice la Santísima Virgen: “Hoy deseo traerles esperanza y alegría”. A continuación, para indicarnos qué se opone a su deseo, dice: “Todo lo que está en torno a ustedes los lleva a las cosas terrenales, pero yo deseo llevarlos hacia el tiempo de la gracia, para que en ese tiempo estén siempre cerca de mi Hijo...”

         Vivimos inmersos en un mundo que provoca un fuerte influjo de atracción hacia las cosas terrenales. Ese mundo -en el que estamos pero al que no debemos pertenecer- atrapa, distrae, desvía, desorienta, anestesia y corrompe. A esas fuerzas, que de perniciosas se vuelven destructivas, se opone la fuerza de la gracia que nos trae la Madre de Dios para llevarnos a su Hijo, único Salvador de los hombres.
         Nuestra Madre viene a traernos o a despertar en nosotros la esperanza y la alegría y todas las gracias y bendiciones que vienen de la cercanía con Cristo. 
         Las cosas del mundo –que prometen felicidad y grandes logros- acaban dejándonos en la desesperanza, cuando no en la desesperación, y en la tristeza y depresión. 
         Un ejemplo: Hace muy poco llegó una noticia sobre grandísimas ofertas comerciales que acabaron en tragedia. Fue en los Estados Unidos, pero podría haber sido en cualquier otra parte del mundo. Más que pujar, la gente se desesperaba por ser los primeros para aprovechar lo que daban a bajísimo precio o regalaban, y hubo peleas y muertes. Un caso como ese es límite pero, aún así, muestra una realidad: cómo se busca la falsa felicidad en las cosas materiales y en bienes terrenales, que por ser tales son pasajeros y no han de dejar traza alguna. La avidez por las cosas de este mundo ahoga el anhelo de Dios. Comprobamos, por ejemplo, que cuando las personas suplantan la celebración dominical por los ídolos, sean éstos el Shopping o el deporte o cualquier otro, y pasan horas y horas en centros comerciales o agolpados en estadios o frente a una pantalla, rechazando honrar al Señor en su día; por más que pueda parecer que gocen de la jornada, al final en el corazón experimentan vacío, tedio y finalmente hartazgo de la vida. 
         ¡Cuántas horas van desperdiciadas, cuando no contaminadas, frente al televisor o a una computadora u ordenador! La Santísima Virgen decía a uno de los grupos de oración, que había sugerido formar en Medjugorje, que después de ver la televisión se perdía la voluntad de orar. Sobre todo ahora que los contenidos de la televisión suelen ser veneno para el alma, abstenerse de la televisión es de gran provecho y éste podría ser uno de los modos de preparar este Adviento, este tiempo de gracia y de esperanzadora espera del Señor. 
         Se suele decir: “hay que matar el tiempo”, porque no se soporta “no hacer nada”. La Madre de Dios viene, en cambio, para que hagamos, del tiempo que nos es dado, tiempo de vida, tiempo de gracia, de la gracia que Ella viene a traernos. 

“Yo deseo llevarlos hacia el tiempo de la gracia, para que en ese tiempo estén siempre cerca de mi Hijo, para que Él pueda guiarlos hacia su amor y hacia la vida eterna, a la que todo corazón anhela” 


         El corazón humano jamás puede ser saciado de cosas materiales ni de glorias terrenas. Aquellas sabias palabras de san Agustín: “Nuestro corazón no encuentra paz hasta que no reposa en Ti”, reflejan una verdad permanente. 
         En otoño, si las hojas caídas cubren el sendero no se sabe por dónde ir. Basta que sople el viento para que se descubra nuevamente el camino. Así ocurre con las hojas del orgullo, de la vanidad de las cosas del mundo, de todo lo terreno que está destinado a morir, de todo lo que por pertenecer a la tierra en la tierra quedará (cosas meramente materiales que se acumulan junto a honores y vanaglorias de este mundo). Todo eso impide ver el camino de la vida y llegar a destino. El destino para el que fuimos creados es el Cielo y al Cielo lo alcanzamos sólo por Jesucristo. 
         La Santísima Virgen viene para que el Espíritu Santo con su soplido barra toda la hojarasca de las cosas terrenales y quede descubierto el Camino, Jesucristo, que nos conduce a la plenitud del amor y a la vida del gozo eterno. 
         Tiempo de gracia es tiempo de cercanía de Dios. Tiempo de gracia es tiempo de adoración; es tiempo de escucha de la Palabra que, acogida, se encarna como lo fue en María, y es atesorada en el corazón para volverse vida fecunda. 
         La Eucaristía, ha dicho el Santo Padre, es la respuesta de Dios al hombre. Es la respuesta al corazón en su anhelo de infinito y eternidad, de belleza y bondad, de paz y alegría. 
         Uno de los más importantes frutos de Medjugorje es mostrar la centralidad y primacía de la Eucaristía. El programa vespertino fue pedido por la misma Virgen. Las dos series de misterios del Rosario, que se rezan al inicio, son en preparación a la celebración de la Santa Misa. Tres días a la semana hay adoración comunitaria al Santísimo Sacramento. Allí, en la Eucaristía celebrada y contemplada, está el centro de Mejdjugorje. Alrededor del centro de la presencia eucarística del Señor, están los Rosarios que anteceden y siguen a la Misa y la confesión sacramental que reconcilia el alma con Dios, la purifica y la prepara para recibir al Señor. 
          En la adoración se experimenta la cercanía del Hijo de María e Hijo de Dios. En la Eucaristía celebrada y especialmente en la culminación de la comunión sacramental, se produce el encuentro con el Emanuel, con el Dios con nosotros y por nosotros; con Dios que más cerca e íntimo no puede estar. En la adoración eucarística queda expuesta nuestra vida ante el Santísimo expuesto, y el encuentro se vuelve más íntimo, profundo, intenso. 
         Dijo el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6:56). Y también ha dicho: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Cf. Jn 15:5). Sólo una vida intensamente y verdaderamente eucarística es portadora de mucho fruto. Quien, purificado el corazón, vive la Santa Misa y adora al Santísimo permanece en el amor del Señor y lleva ese amor y toda gracia recibida a los demás. 
          Este tiempo de gracia se manifiesta en el amor, hacia Dios y hacia los demás. Por el amor se amplía cada vez más el círculo de las personas a las que volvemos nuestra atención, nuestros cuidados, nuestra intercesión a Dios por ellas. Este tiempo de gracia nos hace comprender y vivir lo que decía san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. 
         ¿Qué nos cabe hacer a nosotros para acoger y aprovechar este tiempo de gracia? Pues, abrir el corazón, acercarnos al Señor en adoración y oración. Para muchos significará dejar un mundo artificial para recuperar la sencillez de la vida. Para todos, aceptar dócilmente lo que la Madre de Dios nos propone: dejarnos llevar al Señor, para que Él, Jesucristo, nos guíe hacia el amor, hacia la vida eterna. 
         Madre, que la presencia de tu Hijo nos fascine con su belleza, nos envuelva en su amor, nos muestre la vanidad de las cosas del mundo que pasa, nos renueve y nos libre de caer en la esclavitud del pecado. 
         Enséñanos, Señor, a apreciar con sabiduría los bienes de la tierra, en la continua búsqueda de los bienes del cielo. Colma con tu presencia en nuestras vidas, con la cercanía a la que nos llamas, el anhelo más profundo de nuestro corazón. Amén. 

P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org


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