y un retoño brotará de sus raíces.
Sobre él reposará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor
–y lo inspirará el temor del Señor–.
Él no juzgará según las apariencias
ni decidirá por lo que oiga decir:
juzgará con justicia a los débiles
y decidirá con rectitud para los pobres del país;
herirá al violento con la vara de su boca
y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia ceñirá su cintura
y la fidelidad ceñirá sus caderas.
El lobo habitará con el cordero
y el leopardo se recostará junto al cabrito;
el ternero y el cachorro de león pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá;
la vaca y la osa vivirán en compañía,
sus crías se recostarán juntas,
y el león comerá paja lo mismo que el buey.
El niño de pecho jugará
sobre el agujero de la cobra,
y en la cueva de la víbora
meterá la mano el niño apenas destetado.
No se hará daño ni estragos
en toda mi Montaña santa,
porque el conocimiento del Señor llenará la tierra
como las aguas cubren el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé
se erigirá como emblema para los pueblos:
las naciones la buscarán
y la gloria será su morada.
Aquel día, el Señor alzará otra vez su mano
para rescatar al resto de su pueblo,
a los que hayan quedado de Asiria y de Egipto,
de Patrós, de Cus, de Elám, de Senaar,
de Jamat y de las costas del mar.
Él levantará un emblema para las naciones,
reunirá a los deportados de Israel
y congregará a los dispersos de Judá,
desde los cuatro puntos cardinales.
Al comenzar el tiempo de Adviento recordamos que estamos ante el comienzo de un nuevo año litúrgico iniciándose un nuevo ciclo. Los ciclos litúrgicos se distinguen con las tres primeras letras del alfabeto. Éste que recién inicia se identifica con la letra B, en el que leeremos cada domingo la lecturas del Evangelio de san Marcos. Durante el ciclo A, que concluyó con la solemnidad de Cristo Rey, leímos las lecturas del evangelio según san Mateo, y en el 2013, en el ciclo C leeremos las de san Lucas.
Adviento significa "advenimiento", "venida". Sabemos que ante la llegada de alguien importante (y más si es un ser querido), aquel que espera se prepara con sumo cuidado, poniendo toda su atención para recibir con alegría y sobre todo con mucho amor a aquel que es el motivo de su existencia.
Por lo tanto, el tiempo de Adviento se caracteriza por ser el tiempo de la "vigilancia", de la "espera", en el que nos preparamos espiritualmente para recibir en nuestro corazón a Jesús, motivo de nuestra esperanza y alegría, en medio de un mundo que vive en tinieblas, dolor, desesperanza e indiferencia ante Dios, que viene en la persona de Jesús, el Emanuel, el "Dios con nosotros".
Jesús en su primera venida vino como niño para significar la pequeñez y la humildad que nosotros debemos imitar para agradar al Padre, pero recordemos que luego de esta venida suya en humildad y pequeñez, se producirá su segunda venida en poder y majestad, en toda su gloria. Por lo que el tiempo de Adviento, a su vez nos recuerda que debemos esperar a Jesús siempre, ya que nos encontramos no sólo en el fin de los tiempos, caminando hacia "el día del Señor", sino que nuestra vida, a medida que transcurre, se acerca a su último día.
Para esto debemos estar preparados, ya que no sabemos cuando llegará ese día, pues nadie tiene su vida asegurada, debemos estar vigilantes como lo hicieron las jóvenes prudentes de la parábola de las diez doncellas, cuyas lámparas debían mantener encendidas a la espera del Esposo.
Ese aceite que mantiene encendidas nuestras lámparas es nuestra fe, que debe ser cultivada y acrecentada, de modo que cuando el Maestro reclame nuestra presencia y debamos enfrentar el juicio, que será sobre como hemos obrado con nuestro prójimo, si supimos amarlo o no, ciertamente no podemos ir a ciegas, sino que debemos procurar caminar siempre hacia la luz, que es Cristo, iluminados por la luz de la fe.
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