Jesús dijo que somos
bienaventurados
Como el apóstol
Tomás, todos queremos pruebas de lo que nos dicen. Nadie quiere pasar por
ingenuo con tantos cuentos sobre la religión que dan vueltas. La cultura de hoy
exige el “está científicamente comprobado”, como un sello de garantía. En las
escuelas, en las universidades, se enseña que todo debe ser demostrable,
comprobado. Por eso es que queremos ver para creer. Paradójicamente, la
credulidad se manifiesta por la fe que damos a los medios de comunicación, en
especial a la televisión, que nos muestra lo que aparenta ser verdad en los
líderes ideológicos, la publicidad, los vendedores de espiritualidad… A veces,
se pretenden milagros para creer. Pero no se advierte que estos no proveen la
fe ni la hacen, sino que la fe hace los milagros, cuando Dios quiere dar su
gracia. Tomás tuvo la gracia de “ver” y “creer”. Pero también recibió un
reproche amoroso por incrédulo, y más aún por haberse alejado de la comunidad y
dudar del testimonio que recibía de sus hermanos. No tengamos miedo de
presentar al Señor nuestras faltas de fe, nuestra incredulidad. El Señor no nos
rechazará por eso, sino que se acercará más todavía. El Señor nos quiere
apóstoles, colaboradores. Lo seremos sólo si lo reconocemos libremente, como
Tomás, Pablo, Teresa de Calcuta y muchos otros. Las pruebas y las
demostraciones teológicas no dan la fe, que es un don de Dios que llega a
través de la aceptación del evangelio y del testimonio de la comunidad
creyente. Si no vivimos en la unidad de la comunidad y no compartimos
alegremente, es muy difícil recibir la paz y la alegría que da el resucitado,
esa bienaventuranza que el Señor pronunció para todos los que creen.
P. Aderico Dolzani, ssp.
"La Fiesta de
la Divina Misericordia se celebra el primer Domingo después del Domingo de
Pascua. Sor María Faustina, apóstol de la Divina Misericordia, forma parte del
círculo de santos de la Iglesia más conocidos. A través de ella, el Señor Jesús
transmite al mundo el gran mensaje de la Divina Misericordia y presenta el
modelo de la perfección cristiana basada sobre la confianza en Dios y la
actitud de caridad hacia el prójimo"
(http://es.catholic.net/celebraciones/120/3051/articulo.php?id=16783).
PRIMERA
LECTURA
Hech
5, 12-16
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles.
Los Apóstoles
hacían muchos signos y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos
en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a
unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos.
Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres
como mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en
catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera
a alguno de ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a
Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban
sanados.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal
117, 2-4. 13-15. 22-27a
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su
amor! O bien: Aleluya.
Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es
eterno su amor!
Que lo diga la familia de Aarón: ¡es
eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Éste es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
Sálvanos, Señor, asegúranos la
prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!
Nosotros los bendecimos desde la
Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina.
SEGUNDA
LECTURA
Apoc
1, 9-11a. 12-13. 17-19
Lectura
del libro del Apocalipsis.
Yo, Juan, hermano
de ustedes, con quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera
perseverante en Jesús, estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de
Dios y del testimonio de Jesús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu
y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: "Escribe en
un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias que están en
Asia". Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi
siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de
hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja
de oro. Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su
mano derecha, me dijo: "No temas: Yo soy el Primero y el Último, el
Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la
Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que
sucederá en el futuro".
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Jn
20, 19-31
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al atardecer del
primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas
por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos,
les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les
mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando
vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como
el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto,
sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el
Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le
dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo
la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los
clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde,
estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás.
Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de
ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás:
"Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi
costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás respondió:
"¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me
has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además
muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran
relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Juan de Letrán
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, 7 de abril de 2013
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, 7 de abril de 2013
Con gran alegría celebro por primera vez la Eucaristía en esta
Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma. Saludo con sumo afecto al
querido Cardenal Vicario, a los Obispos auxiliares, al Presbiterio diocesano, a
los Diáconos, a las Religiosas y Religiosos y a todos los fieles
laicos. Saludo asimismo al señor Alcalde, a su esposa y a todas las
Autoridades. Caminemos juntos a la luz del Señor Resucitado.
1. Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también
llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para
nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan
profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra
nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía.
2. En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta
precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de
Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros
Apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta la promesa de Jesús, que había
anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la
señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no abandona al
terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la
puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: «Señor mío y
Dios mío»: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la
paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí,
en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la
confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente.
Y recordemos también a Pedro: que tres veces reniega de Jesús
precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo
encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: «Pedro,
no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí»; y Pedro comprende, siente la
mirada de amor de Jesús y llora. Qué hermosa es esta mirada de Jesús – cuánta
ternura –. Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente
misericordia de Dios.
Pensemos en los dos discípulos de Emaús: el rostro triste, un
caminar errante, sin esperanza. Pero Jesús no les abandona: recorre a su lado
el camino, y no sólo. Con paciencia explica las Escrituras que se referían a Él
y se detiene a compartir con ellos la comida. Éste es el estilo de Dios: no es
impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también
con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama
comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe
perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre,
aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él,
está preparado para abrazarnos.
A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del
Padre misericordioso, me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza.
Pensad en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun
así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más
bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del
calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No,
nunca. Está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada
momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había
abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su
libertad; el Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había
dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre
a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de
reproche: Ha vuelto. Y esta es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está
toda esta alegría: ¡Ha vuelto!. Dios siempre nos espera, no se cansa. Jesús nos
muestra esta paciencia misericordiosa de Dios para que recobremos la confianza,
la esperanza, siempre. Un gran teólogo alemán, Romano Guardini, decía que Dios
responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra
confianza, de nuestra esperanza (cf.Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949,
28). Es como un diálogo entre nuestra debilidad y la paciencia de Dios, es un
diálogo que si lo hacemos, nos da esperanza.
3. Quisiera subrayar otro elemento: la paciencia de Dios debe
encontrar en nosotros la
valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que
haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus
manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos
entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada
vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo, en una bella homilía, dice: «A
través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de
pedernal (cf. Dt 32,13), es decir, puedo gustar y ver
qué bueno es el Señor» (Sermón 61,
4. Sobre el libro del Cantar de los cantares). Es precisamente en las heridas
de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su
corazón. Tomás lo había entendido. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo
poner mi confianza? ¿En mis méritos? Pero «mi único mérito es la misericordia
de Dios. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y,
porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos» (ibid,
5). Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de
confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. San
Bernardo llega a afirmar: «Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si
creció el pecado, más desbordante fue la gracia (Rm 5,20)» (ibid.).Tal vez alguno
de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como
la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo
las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté
esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide
sólo el valor de regresar a Él. Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han
repetido: «Padre, tengo muchos pecados»; y la invitación que he hecho siempre
es: «No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo». Cuántas propuestas
mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la
propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números,
somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aun siendo
pecadores, somos lo que más le importa.
Adán después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el
peso de lo que ha hecho; y sin embargo Dios no lo abandona: si en ese momento,
con el pecado, inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la
posibilidad de volver a Él. Dios pregunta enseguida: «Adán, ¿dónde estás?», lo
busca. Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán, con la
desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado.
Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis
debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi
pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia
Él para recibir su perdón.
En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro
misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la
determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí,
acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he
visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.
Queridos hermanos y
hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su
paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su
casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar
su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa,
sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de
paciencia, de perdón y de amor.
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