El resucitado está
entre nosotros
María Magdalena fue
al sepulcro de madrugada, cuando todavía era oscuro y apenas había terminado el
reposo sabático. Caminaba triste, despacio. Otras mujeres también fueron al
sepulcro para arreglar la tumba y embalsamar el cuerpo de Jesús. Cuando lo habían
bajado de la cruz, habían tenido que hacer todo muy rápido, se habían quedado
sin tiempo. La Magdalena encontró el sepulcro vacío,por eso corrió a buscar a
los hombres. Imaginaba que habían robado el cuerpo del Señor. Pensaría que los
discípulos sabrían mejor qué hacer. Al enterarse, todos comenzaron a correr:
apóstoles y mujeres. El sepulcro estaba vacío, las vendas, cuidadosamente
dobladas, cosa no esperable de un ladrón. Los discípulos fueron, vieron y
creyeron, aunque no habían comprendido que, según las escrituras, Jesús debía
resucitar de entre los muertos. Nunca se había dado algo así. Poco a poco,
fueron comprendiendo el misterio de Jesús, a medida que la fe iba iluminando su
mente. Se parecía al caso de Lázaro, el amigo de Jesús. Pero Lázaro estaba vivo
y vivía entre ellos. En cambio, esto de Jesús, se parecía más a un fantasma que
a un resucitado como Lázaro. A Lázaro lo resucitó el Señor, pero volvería a
morir. Cristo, por el contrario, resucitó para vivir para siempre. La
resurrección de Cristo era el único dato que cambiaría definitivamente la vida
de esas mujeres y de los apóstoles, así como puede y debe cambiar la
perspectiva con la que nosotros miramos la vida. Celebrar la Pascua es mucho
más que participar de todas las funciones de Semana Santa. Es el cambio que da
nuestra vida cuando creemos verdaderamente en Cristo resucitado. La
resurrección de Jesús es la gran noticia del evangelio, la que realmente cambia
la historia de la humanidad. Celebrar la Pascua es pasar de una fe superficial
a creer que el resucitado está vivo entre nosotros y en el mundo.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
Hech 10, 34a. 37-43
Lectura de los Hechos
de los Apóstoles.
Pedro, tomando la palabra, dijo: “Ustedes
ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del
bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu
Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que
habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos
testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos
lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día
y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos
de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su
resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue
constituido por Dios juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio
de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en
virtud de su Nombre”.
Palabra de
Dios.
SALMO
Sal 117, 1-2. 16-17.
22-23
Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en
él.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque
es eterno su amor!
Que
lo diga el pueblo de Israel:
¡es
eterno su amor!
La mano del Señor es sublime,
la
mano del Señor hace proezas.
No,
no moriré: viviré para publicar
lo
que hizo el Señor.
La piedra que desecharon los constructores
es
ahora la piedra angular.
Esto
ha sido hecho por el Señor
y
es admirable a nuestros ojos.
SEGUNDA LECTURA
Col 3, 1-4
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas.
Hermanos: ya que ustedes han resucitado con
Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de
Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la
tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes,
entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Jn 20, 1-9
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Juan.
El primer día de la semana, de madrugada,
cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la
piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron
al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discí- pulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en
el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en
el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había
cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar
aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él
también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él
debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
MENSAJE
URBI ET ORBI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PASCUA 2013
Domingo 31 de marzo de 2013
Queridos hermanos y hermanas de Roma y
de todo el mundo: ¡Feliz Pascua! ¡Feliz Pascua!
Es una gran alegría para mí poderos dar
este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a
todas las familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los
hospitales, en las cárceles...
Quisiera que llegara sobre todo al
corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva:
Jesús ha resucitado, hay la esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del
pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia. La
misericordia de Dios siempre vence.
También nosotros, como las mujeres
discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, podemos
preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc 24,4). ¿Qué
significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte
que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede transformar
nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro
corazón. Y esto lo puede hacer el amor de Dios.
Este mismo amor por el que el Hijo de
Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y
de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la
separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo
muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna.
Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado
en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha
abierto a un futuro de esperanza.
He aquí lo que es la Pascua: el éxodo,
el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor
y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria somos nosotros: es el
hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).
Queridos hermanos y hermanas, Cristo
murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el poder de la
resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del bien, debe
ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos de nuestra
vida, en nuestra vida cotidiana. Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano
también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor
de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo
que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede hacer
florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos
secos (cf. Ez 37,1-14).
He aquí, pues, la invitación que hago a
todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por
la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su
amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta
misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra,
custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.
Así, pues, pidamos a Jesús resucitado,
que transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en
perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de
él la paz para el mundo entero.
Paz para Oriente Medio, en particular
entre israelíes y palestinos, que tienen dificultades para encontrar el camino
de la concordia, para que reanuden las negociaciones con determinación y
disponibilidad, con el fin de poner fin a un conflicto que dura ya demasiado
tiempo. Paz para Irak, y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre
todo, para la amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los
tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre
derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga
encontrar una solución política a la crisis?
Paz para África, escenario aún de
conflictos sangrientos. Para Malí, para que vuelva a encontrar unidad y
estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan los atentados, que
amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y donde muchas personas,
incluso niños, están siendo rehenes de grupos terroristas. Paz para el Este la
República Democrática del Congo y la República Centroafricana, donde muchos se
ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo.
Paz en Asia, sobre todo en la península
coreana, para que se superen las divergencias y madure un renovado espíritu de
reconciliación.
Paz a todo el mundo, aún tan dividido
por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias, herido por el egoísmo que
amenaza la vida humana y la familia; egoísmo que continúa en la trata de
personas, la esclavitud más extendida en este siglo veintiuno: la trata de
personas es precisamente la esclavitud más extendida en este siglo ventiuno.
Paz a todo el mundo, desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y
la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra. Que
Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades
naturales y nos haga custodios responsables de la creación.
Queridos hermanos y hermanas, a todos
los que me escuchan en Roma y en todo el mundo, les dirijo la invitación del
Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su
misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su misericordia”» (Sal 117,1-2).
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