sábado, 26 de mayo de 2012

El Espíritu Santo nos abre a la libertad y a la verdad.

     ¿Dónde y cómo comenzó la misión de los primeros cristianos? Es decir, realizar lo que Jesús les había encomendado: anunciar su Reino y proclamar su Resurrección, tal como rezamos en la misa (anunciamos tu Reino, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven Señor Jesús!) 
      ¿Qué relación tiene esto con lo que nos toca hacer a nosotros, los cristianos del tercer milenio, para llevar a cabo esta misma misión? 
      ¿Por qué es tan necesaria la presencia del Espíritu Santo entre nosotros, así como lo fue para los Apóstoles luego de la partida de Jesús?
      Algunas preguntas que podemos hacernos y ver como éstas tienen su respuesta...

      Si retrocedemos unos días en las lecturas de este Tiempo Pascual, que va llegando a su fin, y volvemos al pasaje del Evangelio de Juan que se leyó el miércoles de la sexta semana de Pascua (16 de mayo) dice:

"Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.  Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. 
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes". 

      Me gustaría transcribirles un comentario a este pasaje, extraido de la página El Evangelio del día:


        «La "llave del conocimiento"(Lc 11,52) no es otra cosa que la gracia del Espíritu Santo.  Se da por la fe. Por la iluminación, produce realmente el conocimiento y hasta el conocimiento pleno. Despierta nuestro espíritu encerrado y oscurecido, a menudo con parábolas y símbolos, pero también con afirmaciones más claras... hechas atención en el sentido espiritual de la palabra. Si la llave no es buena, la puerta no se abre. Porque, dice el Buen Pastor, " es a él a quien el portero abre " (Jn 10,3). Pero si la puerta no se abre, nadie entra en la casa del Padre, porque Cristo dijo: "Nadie va al Padre sin pasar por mí" (Jn 14,6).
        Por tanto, es el Espíritu Santo, el primero, que despierta nuestro espíritu y nos enseña lo que concierne al Padre y el Hijo. Cristo nos dice esto también: "Cuando venga, él, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, dará testimonio en mi favor, y os guiará hacia la verdad plena" (Jn 15,26; 16,13). Ved cómo, por el Espíritu o más bien en el Espíritu, el Padre y el Hijo se dan a conocer, inseparablemente...
        Si se llama llave al Espíritu Santo, es porque, por él y en él primero, tenemos el espíritu iluminado. Una vez purificados, somos iluminados por la luz del conocimiento. Somos bautizados desde lo alto, recibimos un nuevo nacimiento y llegamos a ser hijos de Dios, como dice san Pablo: "El Espíritu Santo clama por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8,26). Y todavía más: "Dios derramó su Espíritu en nuestros corazones que grita: ' Abba, Padre'" (Ga 4,6). Es pues él quien nos muestra la puerta, puerta que es luz, y la puerta nos enseña que, aquel que habita en la casa ,es él también luz inaccesible.

      Entendemos entonces que para comprender este misterio en el que intervienen siempre las tres personas de la Trinidad necesitamos la inspiración, la fuerza que viene de lo alto porque no podemos comprender, con nuestra sola inteligencia humana, y creer ciertas cosas si no nos dejamos purificar, invadir, iluminar, influenciar e impulsar por el Espíritu Santo, procedente del amor del Padre y del Hijo. ¿Por qué? Porque la Evangelización y el anuncio del Reino son en primera medida, obra de las mismas personas de la Trinidad. Todo procede de ellos, nosotros somos instrumentos, que, dispuestos a través de la oración y la unión en Cristo, iluminados y fortalecidos por el Espíritu, somos capaces de realizar esta obra. 

     En ese sentido dijo alguna vez Jesús a sus Apóstoles:  "El que permanece en mí, y yo en él da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer." (Jn 15, 5). 

      Esto mismo se aplica a la importancia del Espíritu Santo en medio de la comunidad de aquellos que seguimos a Jesús: la Iglesia. Somos los Apóstoles de los últimos tiempos, y hoy como ayer necesitamos de los dones del Espíritu Santo si queremos que la obra de Jesús se realice en nosotros y en aquellos a los cuales nos toca anunciarlo. 

      Ahora, si vamos hacia atrás en el tiempo, en el plan de Dios y vemos con un poco más de atención, ¿desde dónde podemos ver la obra del Espíritu Santo actuando para que se lleve a cabo lo que el Padre dispuso desde la eternidad? Todo comenzó con el Anuncio del Ángel a la Virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra." 
      
      La obra de Dios excede lo puramente humano, aquello que podemos realizar con nuestras solas fuerzas o nuestra voluntad. ¿Por qué debemos recordar esto? Porque necesitamos un corazón humilde, como el de la Virgen María, que sea capaz de aceptar lo que Dios dispone para que su obra se lleve a cabo. Nuevamente lo dicho antes, somos instrumentos de Dios y mientras aceptemos su intervención y oremos continuamente al Espíritu, nuestra obra evangelizadora prosperará, de modo que no quede en un puro activismo. 

      Otro momento importante en el cuál se ve la acción del Espíritu Santo es en el bautismo de Jesús en el río Jordán, luego del cual se retira al desierto por espacio de 40 días para orar, ayunar y prepararse a realizar la misión para la cuál había venido al mundo: "Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días."

     Al comenzar su misión se dirigió a Galilea, el evangelista san Lucas hace referencia a esto diciendo: "Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan."

     Luego el mismo Jesús diría que lo que decía la Escritura se refería a sí mismo y a su misión: "Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.

     A los Apóstoles les dijo:  "Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir".

      La inspiración siempre viene de arriba, de lo alto y pone en boca del profeta y del misionero aquello que debe decir para dar testimonio de su fe.
      Posteriormente Jesús resucitado, se les había aparecido durante 40 días para confirmarlos en la fe pero llegaba la hora decisiva en que los Apóstoles saldrían finalmente para cumplir con su misión.
Días antes a ese gran acontecimiento ocurría esto: (imaginemos esta escena de un pasaje del libro de los Hechos)
      "Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días».  Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». Él les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra»."   




    Pueden escuchar, de la obra Hechos de los Apóstoles, el momento en que Jesús recuerda la promesa a sus Apóstoles de la venida del Espíritu Santo. Los Apóstoles, aún sin tener el Espíritu santo en ellos, piensan que llega el momento en que la situación de Israel por fin cambiará, pero no era Israel lo que cambiaría, sino el interior de sus alma y corazones, que ya no volverían a sentir la prudencia humana y estarían dispuestos a llevar la verdad del Evangelio a todos los pueblos y a hablar de Cristo sin temor, con toda libertad.



     La imagen más clara de la real importancia de la intervención del Espíritu Santo está en lo ocurrido a los Apóstoles y la Virgen María cuando se hallaban rezando en el Cenáculo de Jerusalén en espera de la promesa de Jesús. Se hallaban ocultos y temerosos de lo que les ocurriese si los encontraban, por ser seguidores de Jesús, pero no se apartaban de allí porque a pesar de su temor, en su corazón esperaban en oración la llegada del Paráclito, aquel que los llenaría del fuego divino y hablaría a través de ellos, lanzándolos a la evangelización.




   Al Pentecostés judío sucede el Pentecostés cristiano. Así se cumple el anuncio profético: «Derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres» (Jl. 3. 1). Este bautismo «en el Espíritu Santo» (Lc. 3. 16) es el acta de nacimiento de la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza. La fuerza arrolladora de ese Espíritu –simbolizada en el «viento» impetuoso y en las «lenguas de fuego»– renueva todas las cosas y convierte a los Apóstoles en «testigos» decididos de la Buena Noticia de Jesucristo muerto y resucitado.
Al comienzo, la acción evangelizadora se limita a Jerusalén. Sus primeros destinatarios son los miembros del Pueblo elegido. A ellos Pedro les recuerda en su segundo discurso: «Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades» (3. 26). Con ellos se forma la primera comunidad cristiana, cuyo rasgo distintivo es el profundo sentido de comunión fraternal (2. 42-47; 4. 32-37). Esta comunidad no aparece todavía desvinculada del Judaísmo y sólo poco a poco, bajo la acción del Espíritu, irá adquiriendo su propia identidad.
Sin embargo, pronto surgen tensiones entre los creyentes de origen palestinense y los provenientes del mundo griego (6. 1-6). Contra estos últimos, en particular, se desata una violenta persecución por parte de las autoridades religiosas de Jerusalén. El factor desencadenante de esta persecución es el discurso de Esteban, uno de los siete «auxiliares» de los Apóstoles, pronunciado ante el Sanedrín (6. 8 - 7. 53). Su martirio provoca la primera expansión misionera de la Iglesia más allá de las fronteras de Israel. La conversión de Pablo (9. 1-19) y el bautismo de un centurión pagano (10. 1-48) son dos momentos decisivos de esa apertura, que anticipa y prepara la evangelización del mundo no judío.

  Les dejo aquí dos tracks más de esta hermosa obra, Hechos de los Apóstoles. Escuchamos el discurso de Pedro



la Comunidad



y el martirio de San Esteban

 

 Recuerden, necesitamos orar siempre al Espíritu Santo, en cada momento del día: al iniciar la jornada, al disponernos a realizar nuestro trabajo diario. Al emprender una misión y cada vez que debamos dirigirnos a la gente para transmitir el evangelio, porque sabemos que sin Él nuestra obra es estéril. 


Aprendamos a agradecer por nuestra jornada y el trabajo realizado. 
Algo más, siempre ofrezcamos todo aquello que hagamos, por medio de las manos de la Virgen María, quien siempre estuvo presente entre los Apóstoles, pues no hacemos esto para nosotros mismos. Como instrumentos de Cristo y de María ofrecemos a los demás aquello que nos viene de sus manos y volvemos a ofrecérselo a ellos, porque nada es nuestro, todo es obra suya, cumplida a través de nuestras manos.
 Pidamos a María, Madre de la Evangelización, que ruegue y nos conceda la gracia de mantenernos unidos a su Hijo y llenos de su Espíritu siempre.


Fuente: 

El Evangelio del día
Evangelio de San Lucas
Hechos de los Apóstoles
Musical Hechos de los Apóstoles

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