¿Qué nombres están escritos en el cielo?
En
el capítulo 9 y en el comienzo del capítulo 10 de Lucas, el Señor hace tres
envíos a misionar. Primero manda a los 12 a predicar y sanar sin su presencia.
Después envía a los mensajeros para preparar su llegada a pueblos y aldeas. Y
finalmente da la consigna a los 72 discípulos, de ir como “ovejas en medio de
lobos” para dos tareas: preparar su venida y predicar. Los 72 entendían muy
bien qué significaban esas palabras: estaban en el territorio enemigo de los
samaritanos, muy hostil para los judíos por religión, cultura e
idiosincrasia. Más incomprensible es la promesa y la tarea que les encomienda
Jesús: la mies es mucha, la cosecha es abundante, pero lo que falta son
obreros. Es decir, el territorio puede ser hostil, pero contrariamente a lo que
ellos se imaginan, les aclara que hay mucha y muy buena cosecha, pero que ellos
son muy pocos... Hay necesidad de más discípulos, no de más cosecha... Quien
quiera ser discípulo del Señor, tiene que tener un corazón muy grande, que
acepte a todos los que desean trabajar en la cosecha.
Cuando ellos ven cuánto cosechan y hasta los milagros que suceden bajo sus ojos, parece que se marean un poco... Jesús los llama y les aclara que eso no tiene importancia: “No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. ¿Podemos traducir este mensaje a nuestra actualidad? ¿Cuál es el territorio hostil para el evangelio? ¿Nuestra cultura es como la de los samaritanos, y transitamos por ella como los judíos? ¿Qué falta: vocaciones o cosecha? ¿Tenemos que cambiar nosotros o nuestra cultura? El Padre cosecha donde no imaginamos. Sólo nos pide que nos sintamos como grano de trigo ya cosechado y que él custodia en su granero del cielo, y no como dueños o administradores de la cosecha y de los obreros. Porque todo es de él, nosotros también.
Cuando ellos ven cuánto cosechan y hasta los milagros que suceden bajo sus ojos, parece que se marean un poco... Jesús los llama y les aclara que eso no tiene importancia: “No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. ¿Podemos traducir este mensaje a nuestra actualidad? ¿Cuál es el territorio hostil para el evangelio? ¿Nuestra cultura es como la de los samaritanos, y transitamos por ella como los judíos? ¿Qué falta: vocaciones o cosecha? ¿Tenemos que cambiar nosotros o nuestra cultura? El Padre cosecha donde no imaginamos. Sólo nos pide que nos sintamos como grano de trigo ya cosechado y que él custodia en su granero del cielo, y no como dueños o administradores de la cosecha y de los obreros. Porque todo es de él, nosotros también.
P.
Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
Is 66, 10-14
Lectura del libro de Isaías.
¡Alégrense con Jerusalén y regocíjense a causa de
ella, todos los que la aman! ¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo
por ella, para ser amamantados y saciarse en sus pechos consoladores, para
gustar las delicias de sus senos gloriosos! Porque así habla el Señor: Yo haré
correr hacia ella la prosperidad como un río, y la riqueza de las naciones como
un torrente que se desborda. Sus niños de pecho serán llevados en brazos y
acariciados sobre las rodillas. Como un hombre es consolado por su madre, así
yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén. Al ver
esto, se llenarán de gozo, y sus huesos florecerán como la hierba. La mano del
Señor se manifestará a sus servidores, y a sus enemigos, su indignación.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 65, 1-3a. 4-7a. 16. 20
¡Aclame
al Señor toda la tierra!
¡Aclame al Señor toda la tierra!
¡Canten la gloria
de su Nombre!
Tribútenle una alabanza gloriosa,
digan al Señor: "¡Qué
admirables son tus obras!".
Toda la tierra se postra ante ti,
y canta en tu
honor, en honor de tu Nombre.
Vengan a ver las obras del Señor,
las cosas
admirables que hizo por los hombres.
Él convirtió el mar en tierra firme,
a pie
atravesaron el Río.
Por eso, alegrémonos en él,
que gobierna eternamente con su
fuerza.
Los que temen al Señor, vengan a escuchar,
yo les
contaré lo que hizo por mí.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración
ni
apartó de mí su misericordia.
SEGUNDA LECTURA
Gál 6, 14-18
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
cristianos de Galacia.
Hermanos: Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy
para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia:
lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta
norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios. Que nadie me
moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús. Hermanos, que
la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 10, 1-12. 17-20
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas.
El Señor designó a otros setenta y dos, además de
los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las
ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es
abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados
que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en
medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan
a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero:
"¡Que descienda la paz sobre esta casa!". Y si hay allí alguien digno
de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el
que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde
entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan
a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes". Pero en todas
las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:
"¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos
sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca". Les
aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa
ciudad". Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo:
"Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". Él les dijo:
"Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para
caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del
enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus
se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el
cielo".
Palabra del Señor.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 7 de julio de 2013
Domingo 7 de julio de 2013
Queridos
hermanos y hermanas:
Ya ayer tuve la alegría de
encontrarme con ustedes, y hoy nuestra fiesta es todavía mayor porque nos
reunimos de nuevo para celebrar la Eucaristía, en el día del Señor. Ustedes son
seminaristas, novicios y novicias, jóvenes en el camino vocacional,
provenientes de todas las partes del mundo: ¡representan a la juventud de la
Iglesia! Si la Iglesia es la Esposa de Cristo, en cierto sentido ustedes
constituyen el momento del noviazgo, la primavera de la vocación, la estación
del descubrimiento, de la prueba, de la formación. Y es una etapa muy bonita,
en la que se ponen las bases para el futuro. ¡Gracias por haber venido!
Hoy la palabra de Dios nos habla
de la misión. ¿De dónde nace la misión? La respuesta es sencilla: nace de una
llamada que nos hace el Señor, y quien es llamado por Él lo es para ser
enviado. ¿Cuál debe ser el estilo del enviado? ¿Cuáles son los puntos de
referencia de la misión cristiana? Las lecturas que hemos escuchado nos
sugieren tres: la alegría de la consolación, la cruz y la oración.
1. El primer elemento: la alegría
de la consolación. El profeta Isaías se dirige a un pueblo que ha atravesado el
periodo oscuro del exilio, ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora, para
Jerusalén, ha llegado el tiempo de la consolación; la tristeza y el miedo deben
dejar paso a la alegría: “Festejad… gozad… alegraos”, dice el Profeta (66,10).
Es una gran invitación a la alegría. ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo de esta
invitación a la alegría? Porque el Señor hará derivar hacia la santa Ciudad y
sus habitantes un “torrente” de consolación, un torrente de consolación –así
llenos de consolación-, un torrente de ternura materna: “Llevarán en brazos a
sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán” (v. 12). Como la mamá pone
al niño sobre sus rodillas y lo acaricia, así el Señor hará con nosotros y hace
con nosotros. Éste es el torrente de ternura que nos da tanta consolación. “Como
a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (v. 13). Todo
cristiano, y sobre todo nosotros, estamos llamados a ser portadores de este
mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su
ternura para con todos. Pero sólo podremos ser portadores si nosotros
experimentamos antes la alegría de ser consolados por Él, de ser amados por Él.
Esto es importante para que nuestra misión sea fecunda: sentir la consolación
de Dios y transmitirla. A veces me he encontrado con personas consagradas que
tienen miedo a la consolación de Dios, y… pobres, se atormentan, porque tienen
miedo a esta ternura de Dios. Pero no tengan miedo. No tengan miedo, el Señor
es el Señor de la consolación, el Señor de la ternura. El Señor es padre y Él dice
que nos tratará como una mamá a su niño, con su ternura. No tengan miedo de la
consolación del Señor. La invitación de Isaías ha de resonar en nuestro
corazón: “Consolad, consolad a mi pueblo” (40,1), y esto convertirse en misión.
Encontrar al Señor que nos consuela e ir a consolar al pueblo de Dios, ésta es
la misión. La gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre
todo tiene necesidad de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del
Señor, que enardece el corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el bien.
¡La alegría de llevar la consolación de Dios!
2. El segundo punto de referencia
de la misión es la cruz de Cristo. San Pablo, escribiendo a los Gálatas, dice:
“Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”
(6,14). Y habla de las “marcas”, es decir, de las llagas de Cristo Crucificado,
como el cuño, la señal distintiva de su existencia de Apóstol del Evangelio. En
su ministerio, Pablo ha experimentado el sufrimiento, la debilidad y la derrota,
pero también la alegría y la consolación. He aquí el misterio pascual de Jesús:
misterio de muerte y resurrección. Y precisamente haberse dejado conformar con
la muerte de Jesús ha hecho a San Pablo participar en su resurrección, en su
victoria. En la hora de la oscuridad, en la hora de la prueba está ya presente
y activa el alba de la luz y de la salvación. ¡El misterio pascual es el
corazón palpitante de la misión de la Iglesia! Y si permanecemos dentro de este
misterio, estamos a salvo tanto de una visión mundana y triunfalista de la
misión, como del desánimo que puede nacer ante las pruebas y los fracasos. La
fecundidad pastoral, la fecundidad del anuncio del Evangelio no procede ni del
éxito ni del fracaso según los criterios de valoración humana, sino de
conformarse con la lógica de la Cruz de Jesús, que es la lógica del salir de sí
mismos y darse, la lógica del amor. Es la Cruz –siempre la Cruz con Cristo,
porque a veces nos ofrecen la cruz sin Cristo: ésa no sirve–. Es la Cruz,
siempre la Cruz con Cristo, la que garantiza la fecundidad de nuestra misión. Y
desde la Cruz, acto supremo de misericordia y de amor, renacemos como “criatura
nueva” (Ga 6,15).
3. Finalmente, el tercer
elemento: la oración. En el Evangelio hemos escuchado: “Rogad, pues, al dueño
de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10,2). Los obreros para
la mies no son elegidos mediante campañas publicitarias o llamadas al servicio
de la generosidad, sino que son “elegidos” y “mandados” por Dios. Él es quien
elige, Él es quien manda, Él es quien manda, Él es quien encomienda la misión.
Por eso es importante la oración. La Iglesia, nos ha repetido Benedicto XVI, no
es nuestra, sino de Dios; ¡y cuántas veces nosotros, los consagrados, pensamos
que es nuestra! La convertimos… en lo que se nos ocurre. Pero no es nuestra, es
de Dios. El campo a cultivar es suyo. Así pues, la misión es sobre todo gracia.
La misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la oración, encontrará en ella
la luz y la fuerza de su acción. En efecto, nuestra misión pierde su
fecundidad, e incluso se apaga, en el mismo momento en que se interrumpe la
conexión con la fuente, con el Señor.
Queridos seminaristas, queridas
novicias y queridos novicios, queridos jóvenes en el camino vocacional. Uno de
ustedes, uno de sus formadores, me decía el otro día: évangéliser on le
fait à genoux, la evangelización se hace de rodillas. Óiganlo bien:
“la evangelización se hace de rodillas”. ¡Sean siempre hombres y mujeres de
oración! Sin la relación constante con Dios la misión se convierte en función.
Pero, ¿en qué trabajas tú? ¿Eres sastre, cocinera, sacerdote, trabajas como
sacerdote, trabajas como religiosa? No. No es un oficio, es otra cosa. El
riesgo del activismo, de confiar demasiado en las estructuras, está siempre al
acecho. Si miramos a Jesús, vemos que la víspera de cada decisión y
acontecimiento importante, se recogía en oración intensa y prolongada.
Cultivemos la dimensión contemplativa, incluso en la vorágine de los
compromisos más urgentes y duros. Cuanto más les llame la misión a ir a las
periferias existenciales, más unido ha de estar su corazón a Cristo, lleno de
misericordia y de amor. ¡Aquí reside el secreto de la fecundidad pastoral, de
la fecundidad de un discípulo del Señor!
Jesús manda a los suyos sin
“talega, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10,4). La difusión del
Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio
de la institución, ni por la cantidad de recursos disponibles. Lo que cuenta es
estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e
injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la Cruz del Señor.
Queridos amigos y amigas,
con gran confianza les pongo bajo la intercesión de María Santísima. Ella es la
Madre que nos ayuda a tomar las decisiones definitivas con libertad, sin miedo.
Que Ella les ayude a dar testimonio de la alegría de la consolación de Dios,
sin tener miedo a la alegría; que Ella les ayude a conformarse con la lógica de
amor de la Cruz, a crecer en una unión cada vez más intensa con el Señor en la
oración. ¡Así su vida será rica y fecunda! Amén.
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