Domingo
10° del Tiempo Ordinario Ciclo C 9-06-13
Qué difícil es creer
en un solo Dios
Jesús
ordenó a un muerto: “¡Levántate!”. El difunto se incorporó y comenzó a hablar.
Nadie había pedido ese milagro al Maestro, sino que fue fruto de su mirada
cariñosa a la madre, que, viuda, quedaba en una penosa situación, en este
mundo. Con tanta gente en busca de sanaciones, imaginemos a un religioso de hoy
de cualquier rito, que simule milagros de este calibre… Arrasaría a nivel
mundial.Bien nos cabe una definición de Jesús sobre la sociedad de su tiempo:
“generación incrédula”. No obstante, nos vemos tan necesitados de magia y
profecías apocalípticas... “No creo que lleguen los tres días de tinieblas,
pero, por las dudas, me compro las velas bendecidas… y pido en la parroquia un
litro de agua bendita”. “No creo que el santo o la santa me castigue si no paro
en su santuario… pero, por las dudas, paro y dejo mi ofrenda…”. “No creo que
otros tengan poder para hacerme el mal,pero, por las dudas, que no falten agua
debajo de la cama, velas, oraciones y aceites para alejar todo daño…”. “No creo
en las cadenas de milagros y amenazas, pero, por las dudas, las difundo…”. Tal
vez, a veces pensamos todo eso… Qué difícil es creer en un solo Dios. Creemos,
pero, “por las dudas”, le ponemos también una ficha a las otras creencias. El
Evangelio nos muestra, en muchas ocasiones, que la fe es la que obra milagros y
que los milagros no hacen la fe. A Jesús lo veían realizar milagros, pero no
creían, y lo liquidaron porque molestaba. También hoy lo que molesta no son los
milagros, las apariciones, las visiones… sino la fe centrada en el Señor Jesús
resucitado y presente en este mundo en nuestros hermanos, a quienes tenemos que
tratar como a él mismo. Sobre esto seremos juzgados, y no en si hemos creído o
no en otras cosas.
P.
Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA
LECTURA
1Rey
17, 17-24
Lectura
del primer libro de los Reyes.
En
aquellos días, cayó enfermo el hijo de la viuda que había socorrido al profeta
Elías, y su enfermedad se agravó tanto que no quedó en él aliento de vida.
Entonces la mujer dijo a Elías: "¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de
Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar mi culpa y hacer morir a mi
hijo!". "Dame a tu hijo", respondió Elías. Luego lo tomó del
regazo de su madre, lo subió a la habitación alta donde se alojaba y lo acostó
sobre su lecho. E invocó al Señor, diciendo: "Señor, Dios mío, ¿también a
esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir a su
hijo?". Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y
dijo: "¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este niño!". El Señor
escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió.
Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a
su madre. Luego dijo: "Mira, tu hijo vive". La mujer dijo entonces a
Elías: "Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra
del Señor está verdaderamente en tu boca".
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
Yo te
glorifico, Señor, porque tú me libraste.
Yo te
glorifico, Señor, porque tú me libraste
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.
Canten
al Señor, sus fieles;
den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante,
y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría.
den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante,
y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría.
"Escucha,
Señor, ten piedad de mí;
ven a ayudarme, Señor".
Tú convertiste mi lamento en júbilo:
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!
ven a ayudarme, Señor".
Tú convertiste mi lamento en júbilo:
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!
SEGUNDA
LECTURA
Gál
1, 11-19
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia.
Quiero
que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los
hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por
revelación de Jesucristo. Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta
anterior en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la
arrasaba, y cómo aventajaba en el Judaísmo a muchos compatriotas de mi edad, en
mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió
desde el vientre de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en
revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato,
sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran
Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años
más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él
quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano
del Señor.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 7,
11-17
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús
se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una
gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban
a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la
acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores".
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús
dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". El muerto se incorporó y
empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos
de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en
medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo". El rumor de lo que
Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región
vecina.
Palabra del Señor.
Palabra del Señor.
PAPA
FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza
de San Pedro
Domingo 9 de junio de 2013
Domingo 9 de junio de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El mes de junio está tradicionalmente dedicado al Sagrado Corazón
de Jesús, máxima expresión humana del amor divino. Precisamente el viernes
pasado, en efecto, hemos celebrado la solemnidad del Corazón de Cristo, y esta
fiesta da el tono a todo el mes. La piedad popular valora mucho los símbolos, y
el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios;
pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro,
la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad.
En los Evangelios encontramos diversas referencias al Corazón de
Jesús, por ejemplo en el pasaje donde Cristo mismo dice: «Venid a mí todos los
que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 28-29). Es fundamental, luego, el
relato de la muerte de Cristo según san Juan. Este evangelista, en efecto,
testimonia lo que vio en el Calvario, es decir, que un soldado, cuando Jesús ya
estaba muerto, le atravesó el costado con la lanza y de la herida brotaron
sangre y agua (cf. Jn 19, 33-34). Juan reconoce en ese
signo, aparentemente casual, el cumplimiento de las profecías: del corazón de
Jesús, Cordero inmolado en la cruz, brota el perdón y la vida para todos los
hombres.
Pero la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una
fuerza que da vida, que resucita al hombre! Nos lo dice también el Evangelio de
hoy, en el episodio de la viuda de Naín (Lc 7, 11-17). Jesús, con sus discípulos,
está llegando precisamente a Naín, un poblado de Galilea, justo en el momento
que tiene lugar un funeral: llevan a sepultar a un joven, hijo único de una
mujer viuda. La mirada de Jesús se fija inmediatamente en la madre que llora.
Dice el evangelista Lucas: «Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13).
Esta «compasión» es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, es
decir, la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra
indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico
«compasión» remite a las entrañas maternas: la madre, en efecto, experimenta
una reacción que le es propia ante el dolor de los hijos. Así nos ama Dios,
dice la Escritura.
Y ¿cuál es el fruto de este amor, de esta misericordia? ¡Es la
vida! Jesús dijo a la viuda de Naín: «No llores», y luego llamó al muchacho
muerto y le despertó como de un sueño (cf. vv. 13-15). Pensemos esto, es
hermoso: la misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte.
El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre
con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos
a Él. Tiene un corazón misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas
interiores, nuestros pecados, Él siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia!
Vayamos a Jesús.
Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de
madre, compartió al máximo la «compasión» de Dios, especialmente en la hora de
la pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y
misericordiosos con nuestros hermanos.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en Cracovia se proclaman beatas a dos religiosas polacas: Sofía Czeska Maciejowska, que en la primera mitad del siglo XVII fundó la congregación de las Vírgenes de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María; y Margarita Lucía Szewczyk, que en el siglo XIX fundó la congregación de las Hijas de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa. Demos gracias al Señor con la Iglesia que está en Cracovia.
No olvidemos hoy el amor de Dios, el amor de Jesús: Él nos mira,
nos ama y nos espera. Es todo corazón y todo misericordia. Vayamos con
confianza a Jesús, Él nos perdona siempre.
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