Cuando meditamos la pasión de Nuestro Señor, debemos examinar nuestra conciencia para ver cuáles son esos pecados que más le duelen a Jesús. Así podremos repararlos y compartirlos redoblando nuestra penitencia.
Guardaremos una estricta custodia de nuestros ojos. Tendremos pensamientos limpios en nuestras mentes. Observaremos un gran silencio en nuestros corazones. En ese silencio escucharemos sus palabras de consuelo y, al mismo tiempo, nos sentiremos capaces de consolar a Jesús escondido en los pobres.
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