“Queridos hijos, como Reina de la Paz deseo
darles a ustedes, mis hijos, la paz, la verdadera paz que viene del Corazón de
Mi Hijo Divino. Como Madre oro para que en sus corazones reine la sabiduría, la
humildad y la bondad: que reine la paz, que reine Mi Hijo. Cuando Mi Hijo sea
el soberano en sus corazones, podrán ayudar a los demás a conocerlo. Cuando la
paz del cielo les conquiste, aquellos que la buscan en lugares equivocados,
dando de esta manera dolor a Mi Corazón materno, la reconocerán. Hijos míos,
grande será mi alegría cuando pueda ver que acogen mis palabras y desean
seguirme. No tengan miedo, no están solos. Entréguenme sus manos y yo los
guiaré. No olviden a sus pastores. Oren para que sus pensamientos estén siempre
con Mi Hijo, que los ha llamado para que lo testimonien. Les agradezco!”
Fuente: Rosas para la Gospa
Fuente: Rosas para la Gospa
La paz verdadera es don mesiánico y viene por Cristo. Es gracia divina, sello de un camino en Dios, que necesita ser preservada, mantenida y propagada. Quien recibe la paz en su corazón no la tiene sólo para sí puesto que, aún sin proponérselo, en su transitar la irradia. Es así como la persona se vuelve paz para otra, se la transmite en cada encuentro y acoge también al otro en la paz.
Que Jesucristo reine en el corazón de alguien significa que esa persona vive en la gracia y se esfuerza por mantenerla. Y si el medio le es hostil, si en su propia familia es contestada, quizás hasta burlada y hostigada por su fe, no por ello la dejará la paz. Sí, en cambio, perderá la paz si por su pecado pierde la gracia. Por eso, nuestra Madre reza, para que seamos humildes, buenos, sabios, para que no caigamos fácilmente y perdamos la gracia y con ella la paz y nos alejemos del autor de la misma gracia.
La soberbia, el orgullo, la maldad, la misma malicia son pecados que apartan de Dios y nos vuelven no instrumentos de paz sino de discordia.
La sabiduría, por la que ora nuestra Madre, no es la del mundo sino la de las cosas de Dios. Es el sabor de las cosas santas, la apreciación y deleitación por lo santo, el conocimiento por el amor de la santidad. Esa sabiduría, cuyo principio –según las Escrituras[6]- es el santo temor de Dios, ilumina la Palabra, profundiza la comprensión del Evangelio de Cristo.
Por ello, quien posee la paz de Cristo y asimila su Palabra encarnándola, se vuelve apóstol de María. El apóstol de la Virgen es su instrumento en la obra de salvación, encomendada por el Hijo a la Madre, en este tiempo que puso bajo su potestad. María es la Enviada de Dios en este tiempo final de la batalla contra los espíritus impuros, contra Satanás y los demás demonios. Ella necesita de nosotros para que reflejemos la bondad de Dios, por el bien que ha hecho en nosotros, por el bien que nosotros seamos capaces de transmitirles. Sólo nos pide que nos dejemos guiar, de su mano, y que no olvidemos de rezar por los pastores porque con ellos, como lo dijo en otro mensaje, ha de triunfar: con los sacerdotes de Cristo, sus sacerdotes[7].
[6] Cf. Pr 1:7; 9:10. Sal 111:10; Jb 28:28 Ese santo temor de Dios es reverencia, piedad, verdadero sentimiento y actitud religiosa.
[7] Este mensaje debe ser leído junto al anterior del 18 de marzo
P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org
No hay comentarios :
Publicar un comentario