El domingo 24 de junio, Fiesta de San Juan Bautista, el precursor del Señor, se cumplieron 31 años de la primera visita de nuestra Madre, la Virgen María, al pueblo de Medjugorje. No es casualidad la fecha y el lugar que eligió la Virgen para comenzar a dar sus mensajes al mundo a través de 6 jóvenes (Vicka, Mirjana, Ivan, Marija, Ivanka y Jakov), hoy ya adultos pero que aún siguen teniendo visitas y recibiendo los mensajes dirigidos al mundo cada día 25, los días 2 para llamar a la conversión a los que nuestra Madre llama, "aquellos que no conocen el amor de Dios" y mensajes particulares que los videntes comparten también con el mundo.
Si leemos el Evangelio, vemos que San Juan Bautista se preparó toda su
vida para llevar a cabo una misión: preparar el camino del Señor, su Venida al
mundo y al pueblo de Israel para que este lo recibiera como Mesías. Dios
mismo le habló en el desierto y Juan deja ese lugar y comienza a recorrer la
zona del río Jordán y a predicar, y nunca habló al pueblo con palabras suaves
sino duras, para que la gente tomara conciencia de la vida que llevaba:
«Este
comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en
el libro del profeta Isaías:
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados,
las montañas y las colinas
serán aplanadas.
Serán enderezados los
senderos sinuosos
y nivelados los caminos
desparejos.
Entonces, todos los hombres
verán la Salvación de Dios.
Juan predicaba al pueblo exhortándolo a un verdadero cambio y bautizaba
a la gente con un bautismo de conversión. Decía que él bautizaba con agua pero
aquel que venía detrás de él los bautizaría en el Espíritu Santo y en el fuego.
Recuerdan
lo que le preguntaba la gente del pueblo y los soldados romanos sobre aquello
que debían hacer y él les respondía:
«El
que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga
otro tanto». Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le
preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». Él les respondió: «No exijan
más de lo estipulado». A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y
nosotros, ¿qué debemos hacer?». Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no
hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo».
Nuestra Madre, la Virgen María, la Reina de la Paz, como ocurrió con
Juan, también es enviada por Dios al mundo con una misión: la
de llamarnos a todos, a quienes no conocen a Dios y a quienes nos llamamos
seguidores de su Hijo, a la conversión
definitiva. Sus actuales apariciones tienen como fin despertarnos del
letargo en el que estamos sumidos debido a las características del tiempo que
nos toca vivir: el ritmo de trabajo incesante, la panacea de los adelantos
científicos y técnicos que nos lleva a un interminable consumismo, la luchas
por la defensa de los derechos del hombre y por el poder político y económico,
lucha por el propio poder adquisitivo, siempre en demanda de más comodidades y
confort. El bombardeo constante de los medio de comunicación con noticias de
todo tipo y con el mundo farandulesco y que no pocas veces nos distrae de lo
realmente importante: vivir nuestra vida para Dios y para el servicio de
nuestros hermanos.
Estamos en el "fin de los
tiempos" y es urgente que respondamos al llamado de nuestra Madre. En 1982
decía a los videntes de Medjugorje:
«He venido por última vez a
llamar al mundo a la conversión. Luego no apareceré más en esta tierra... Éstas
son las últimas apariciones en el mundo (Según el Padre Tomislav Vlasic, la
respuesta no se refiere únicamente a Medjugorje sino en general a todas las
reales apariciones que acontecen en el mundo).
La preocupación por la
comunicación mediante las redes sociales acaparan nuestra atención de modo que
cada vez más nos vemos inmersos en un mundo que prima lo tecnológico y virtual,
pero que olvida algo muy importante: no sólo tenemos una dimensión corporal
(algo a lo que en este tiempo también se le da demasiada importancia) sino que
también tenemos una dimensión espiritual que sostiene nuestra misma existencia.
Así como nos
preocupamos por alimentar nuestro cuerpo, este tiempo debiera ser un tiempo en
que dejemos de lado tanto tiempo dedicado a las redes (que, si somos honestos
con nosotros mismos, lo que hacemos en ellas es estar siempre al corriente de
la vida ajena y tal vez descuidando la nuestra, con nuestro deberes y
obligaciones) o pendientes de las noticias y de lo que acontece con personajes
y artistas del mundo de la tv o el cine, y que dediquemos de verdad y con
un verdadero compromiso, un tiempo exclusivo para el encuentro en
el silencio con Cristo, por medio de la oración para alimentar nuestro
espíritu.
Si usamos
las redes sociales o los blogs, que sea para difundir el Evangelio, los
mensajes de nuestra Madre, nuestra fe, aquello en lo que los cristianos creemos
y que instemos a otros a rezar por nuestra Iglesia, los sacerdotes, el Santo
Padre y el mundo, que en estos instantes de nuestra historia, está atravesando
por lo que nuestra Madre reveló como "la gran tribulación" y
el "tiempo de la gran apostasía".
Nuestra
Madre desde diversos lugares donde ella se ha aparecido a lo largo de los
siglos y especialmente durante el siglo
XX (La Salette, Lourdes,
Fátima, Garabandal, San Nicolás, Conyers, Naju, Akita y otros lugares) por
medio de personas comunes y humildes, casi siempre niños y jóvenes como por
ejemplo: Bernardette en Lourdes, Lucía, Francisco y Jacinta en Fátima, Mari Loli, Conchita, Mari Cruz y Jacinta en Garabandal y ahora Vicka, Mirjana, Ivan, Marija, Ivanka y Jakov en Medjugorje,
por medio de sus mensajes nos llama siempre a lo mismo: a la conversión, a la oración, al ayuno, a la vida sacramental, a la lectura de la Palabra de Dios,
que es Palabra de Vida para el cristiano, a
la participación de la Misa especialmente el domingo, a rezar por el Santo Padre y por la
Iglesia y al rezo
del Rosario y la Consagración al Inmaculado
Corazón de María.
No estamos solos. María nos acompaña constantemente a nosotros, que somos la
Iglesia peregrinante, con su oración, con sus mensajes, así como lo hace la
Iglesia Triunfante: los Santos, los Ángeles y los Bienaventurados. Todos oran e
interceden por nosotros, que somos la Iglesia que aún peregrina hacia el Cielo.
Y no olvidar que por quien se hace todo aquello que pedimos a través de María,
de los Ángeles y de los Santos es por medio de Jesús, nuestro único Salvador.
El cristiano no puede
/no debe prescindir de la Eucaristía, que es Jesús mismo que se nos da todo
entero: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad para alimento nuestro, ni de la
oración, porque solamente Cristo es el sostén de nuestra fe. La Iglesia y su
misión no prospera si no se alimenta continuamente de los sacramentos
(Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Eucaristía, Matrimonio, Unción de los
Enfermos, Orden Sagrado) y estos son dispensados por los sacerdotes. No hay
Iglesia sin el sostén y alimento de los sacramentos, no hay sacramentos sin los
sacerdotes, que son quienes congregan al Pueblo de Dios, lo intruyen y por
medio de la consagración del pan y el vino lo alimentan con el Cuerpo y la
Sangre de Jesús.
El ofrecimiento diario de nuestras actividades, alegrías, sufrimientos,
sacrificios y oraciones también es importante y que con nuestra oraciones
roguemos por otros que pasan por algún momento difícil (falta de fe, de
trabajo, una enfermedad, una muerte familiar). También lo es orar por la
conversión de los pecadores y por aquellos que no creen, para su
conversión.
Es fundamental que el cristiano participe en la
comunidad parroquial, que participe en sus grupos y misiones, pero que a
la vez participe de la liturgia del domingo y rece
por los sacerdotes y por su
perseverancia, así como por el surgimiento de nuevas vocaciones sacerdotales y
religiosas. Todos somos importantes y esto me recuerda lo que decía San Pablo
en la Carta a los Corintios (1 Cor, 4 -20):
«Ciertamente, hay diversidad de dones, pero
todos proceden del mismo Espíritu.
Hay diversidad de
ministerios, pero un solo Señor. Hay
diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en
todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El
Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar,
según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también el mismo Espíritu. A este
se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don
de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el
valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de
interpretarlas.
Pero en
todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a
cada uno en particular como él quiere. Así
como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros,
a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con
Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar
un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos
bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro
sino de muchos.
Si el pie dijera: «Como no
soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿acaso por eso no seguiría siendo parte
de él? Y si el oído dijera: «Ya que no soy
ojo, no formo parte del cuerpo», ¿acaso dejaría de ser parte de él? Si
todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde
estaría el olfato? Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el
cuerpo, según un plan establecido. Porque si todos fueran un solo miembro,
¿dónde estaría el cuerpo? De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es
uno solo.»
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