Jesús
pregunta: "Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?". En realidad esta es
la misma pregunta que vuelve a dirigir el Señor a cada uno de nosotros, para
que revisemos qué lugar está ocupando él en este momento de nuestras vidas.
Pedro toma la iniciativa, y es lo que Jesús estaba esperando. Y Pedro,
iluminado por el Padre Celestial, responde con una clara confesión de fe:
"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Jesús elogia a
Pedro por haberse dejado iluminar de esa manera y le hace notar que su
respuesta no viene de su inteligencia humana o de sus luces naturales. Su
respuesta viene de Dios que lo ha iluminado. Pero al mismo tiempo, el Señor
anuncia el lugar particular que ocupará Pedro en su Iglesia para
mantenerla en la verdadera fe. De ahí que Jesús le diga en otro momento:
"Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, por tu parte,
confirma a tus hermanos. " (Lc. 22,32).
Pablo, por otra
parte, ha sido el gran evangelizador de la Iglesia primitiva; incansable e
infatigable viajero, fundador de comunidades en el mundo pagano. Gracias a él,
la Iglesia no quedó encerrada en las comunidades de Jerusalén, sino que pudo
abrirse al mundo.
Pedro y Pablo juntos nos recuerdan el llamado a comunicar a los
hermanos la fe que hemos recibido, sabiendo que el mundo necesita de ese
anuncio. Creemos que la fe puede hacer nacer un mundo nuevo. De hecho, Pedro y
Pablo, con su misión, ayudaron a cambiar la sociedad pagana de aquella época.
Ellos nos enseñan a
alimentar una esperanza comunitaria, porque no esperamos sólo para nosotros,
sino para el mundo y la historia donde estamos insertos. En realidad esta es la
dinámica propia del amor, por el cual se hace particularmente presente en la
historia el dinamismo del Espíritu Santo, que nos arroja a lo insospechado.
Estamos llamados a vivir el gozo de cooperar con la novedad del Espíritu. Pero
hay que dejar la cómoda orilla y arrojarse "mar adentro" (Lc 5,
1-11), venciendo los miedos (Mc 4, 35-41) con la mirada puesta en Cristo (Mt.
14, 22-33). Es el gozo de decir a los demás que "hemos encontrado al
Mesias." (Jn. 1, 41-45).
Cuando dejamos que el Espíritu Santo -que brota del corazón del
Resucitado- nos impulse en esta tarea, seguramente experimentamos las
maravillas que él puede hacer en los corazones, y nos admiramos viendo lo que
puede lograr su gracia.
Eso es lo que
vivió intensamente san Pablo, que predicaba el Evangelio "no sólo con
palabras, sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena
persuasión" (1 Tes. 1, 5). También san Pedro hablaba de este precioso
Evangelio predicado "en el Espíritu Santo" (1Ped 1, 12).
Es el mismo gozo de los discípulos de
Emaus que sintieron "arder su corazón" junto a cristo y por eso
salieron a comunicarlo a los demás: " ¡Es verdad, el Señor ha
resucitado!" (Lc 24, 34).
Oración:
Señor,
derrama sobre nosotros la esperanza activa, la confianza de que el mundo puede
ser mejor si en él penetran tu luz, tu verdad, tu amor, tu vida. Danos la
certeza de que comunicando tu Evangelio podremos cambiar el mundo, y derrama tu
espíritu para que podamos hacerlo.
Fuente: El Evangelio de cada día
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