lunes, 28 de enero de 2013

Domingo 3° del Tiempo Ordinario Ciclo C 27-1-13


Jesús es la Buena Noticia
       Un sábado, como era su costumbre, Jesús entró en la sinagoga de Nazaret, su pueblo. Ese edificio no era un templo, un lugar de culto, no había sacerdote, pero era el lugar de reunión del pueblo elegido y donde se guardaban los libros sagrados de la ley. La comunidad se congregaba los sábados para leer la ley, escuchar la interpretación de las escrituras, cantar salmos y tratar las cuestiones de la comunidad. Jesús leyó el texto mesiánico de Isaías que dice: "El espíritu del Señor está sobre mí... Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos", y lo explicó afirmando que "hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír". Con estas palabras, Jesús se presentaba a los suyos como el Mesías prometido, anunciado por los profetas y esperado por el pueblo. Todos se admiraban y comentaban fascinados. No podían creer lo que escuchaban. Jesús, el artesano del pueblo, su paisano, les presentaba los textos de los profetas con una visión completa mente nueva e inesperada. El Mesías ya estaba en medio de ellos. Israel en ese tiempo, era una nación ocupada por Roma –la gran potencia que dominaba al mundo de entonces– y con dificultades y contradicciones para practicar con fidelidad su religión y mantener su cultura y costumbres. En ese contexto, las palabras de Jesús traían aire fresco a los espíritus y renovaban la esperanza de tiempos mejores: los del Mesías prometido por los Profetas. Entonces, como hoy, la evangelización de los pobres, la liberación de los cautivos, la libertad de los oprimidos, no son el fruto de un análisis de la situación del momento o una opción para un determinado tiempo, sino que forman parte esencial de la presencia del espíritu de Jesús resucitado en medio de nosotros. Es más, son el sello de autenticidad del que anuncia la verdadera Buena Noticia.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10

Lectura del libro de Nehemías.

       El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Era el primer día del séptimo mes. Luego, desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante la puerta del Agua, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Abrió el libro a la vista de todo el pueblo porque estaba más alto que todos y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "¡Amén! ¡Amén!". Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: "Éste es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren". Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley. Después añadió: "Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque éste es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes".

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 18, 8-10. 15

Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida.

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple. 

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos. 

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. 

¡Ojalá sean de tu agrado
las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor! 

SEGUNDA LECTURA
1Cor 12, 12-30

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

       Hermanos: Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo ?judíos y griegos, esclavos y hombres libres? y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: "Como no soy mano, no formo parte del cuerpo", ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él? Y si el oído dijera: "Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo", ¿acaso dejaría de ser parte de él? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito", ni la cabeza, a los pies: "No tengo necesidad de ustedes". Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios, y los que con-sideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan, a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios. ¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo. En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de sanar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de sanar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lc 1, 1-4; 4, 14-21

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

       Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".

Palabra del Señor.



La alocución del Papa Benedicto XVI en el ángelus del domingo 27 enero 2013
       La liturgia de hoy nos presenta, juntos, dos pasajes distintos del Evangelio de Lucas. El primero (1,1-4) es el prólogo, dirigido a un tal «Teófilo»; porque este nombre en griego significa «amigo de Dios», podemos ver en él a cada creyente que se abre a Dios y quiere conocer el Evangelio. En cambio, el segundo pasaje evangélico (4,14-21) nos presenta a Jesús que «con la potencia del Espíritu» se dirige el sábado a la sinagoga de Nazaret.
       Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus compatriotas en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Tora o de los Profetas, seguida por un comentario. Ese día Jesús se levantó para leer y encontró un pasaje del profeta Isaías que inicia así: «El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque me ha consagrado por la unción./ Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres » (61,1-2).

       Orígenes comenta: «No es una casualidad que haya abierto el libro y encontrado el capítulo de la lectura que profetiza sobre él, sino también esto fue obra de la providencia de Dios» (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32,3). Jesús de hecho, finalizada la lectura, en un silencio cargado de atención, dice: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21). San Cirilo de Alejandría afirma que el «hoy», colocado entre la primera y la última venida de Cristo, está ligado a la capacidad del creyente de escuchar y arrepentirse (cfr PG 69, 1241). Pero, en sentido aún más radical, Jesús mismo es «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término «hoy», muy querido a san Lucas (cfr 19,9; 23,43), nos conduce al título cristológico preferido por el mismo Evangelista, aquel de «salvador» (sōtēr). Ya en los relatos de la infancia, él está presente en las palabras del ángel a los pastores: « Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,11).
       Queridos amigos, este pasaje evangélico interpela «hoy» también a nosotros. Sobre todo nos hace pensar a nuestro modo de vivir el domingo: día del descanso y de la familia, pero antes que nada día que debemos dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, con la cual nos nutrimos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo de dispersión y distracción, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, hay que escucharlo, y la liturgia de la Iglesia es la “escuela” de esta escucha del Señor que nos habla. Por último, nos dice que cualquier momento puede convertirse en un «hoy» propicio para nuestra conversión. Cada día (kathēmeran) puede convertirse el hoy salvífico, porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del «carpe diem»: ¡aprovecha el hoy en el que Dios te llama para donarte la salvación!
      Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía en el saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera-Radio Vaticano)
Fuente: 
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital


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