domingo, 6 de enero de 2013

Solemnidad de la Epifanía del Señor 6-1-13


Los Magos no son historias de chicos
      Pesebres, cantos junto al árbol de Navidad y las historias de los Reyes Magos se conectan con las vivencias de la infancia de los que ya somos grandes. También recordamos hasta cuando le poníamos un poco de agua a los camellos para que siguieran el viaje. Y los que teníamos patio incluso íbamos a rastrear las pisadas... También estaban los que juraban que en su casa las encontraban. Después crecimos, perdimos esa inocencia y tal vez también la fe. Emancipación adolescente o joven y adulta va anexada al abandono de la fe. La crisis de fe que viene con los primeros años del uso de razón es siempre bienvenida: es el paso obligado para que se forme el cristiano adulto y comprometido. En realidad el evangelista nos presenta a unos magos, mejor dicho sabios en filosofía, teología oriental, quizá sacerdotes de Persia y eruditos en ciencias de Oriente, que en su búsqueda habían detectado la proximidad de un ser especial que debía de llegar. Después la devoción popular los convirtió en Reyes, que llegaban con una especie de corte nómade. También nos enseña a los que conocían las escri- turas sagradas y las promesas de que el Mesías estaba llegando. Se trata de personas con poder político, como Herodes, y otros con poder religioso, como los sacerdotes y los escribas que hasta indicaron dónde iba a nacer. Las reacciones de estos dos grupos de personas, frente a la llegada del Mesías, indican un punto que se reitera en la historia: unos se manchan con crímenes que cometen u ocultan y callan, y otros lo reconocen aunque deben huir. La llegada del Mesías, la persona más importante para nosotros, fue un punto de no retorno, cambió el punto de vista de muchos: unos creen y otros lo ignoran. Pero Dios nunca desaparece, nosotros sí. Palabra y experiencia de los Reyes Magos, mejor dicho, de unos sabios de Oriente que, mirando una estrella, descubrieron el infinito
P. Aderico Dolzani, ssP.
PRIMERA LECTURA
Is 60, 1-6

Lectura del libro de Isaías.

      ¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti. Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora. Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón, porque se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti. Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor.

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 71, 1-2. 7-8. 10-13

¡Pueblos de la tierra, alaben al Señor!

Concede, Señor, tu justicia al rey
y tu rectitud al descendiente de reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres con rectitud. 

Que en sus días florezca la justicia
y abunde la paz, mientras dure la luna;
que domine de un mar hasta el otro,
y desde el Río hasta los confines de la tierra. 

Que los reyes de Tarsis
y de las costas lejanas le paguen tributo.
Que los reyes de Arabia y de Sabá
le traigan regalos;
que todos los reyes le rindan homenaje
y lo sirvan todas las naciones. 

Porque él librará al pobre que suplica
y al humilde que está desamparado.
Tendrá compasión del débil y del pobre,
y salvará la vida de los indigentes. 

SEGUNDA LECTURA
Ef 3, 2-6

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.

      Hermanos: Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes. Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras. Al leerlas, se darán cuenta de la comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas. Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Mt 2, 1-12

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

      Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: 'Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel'".  Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje". Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.  Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor.


Homilía en español del Papa Benedicto XVI en la fiesta de la Epifanía del Señor
En la celebración el Papa Benedicto XVI ordenó obispo a su secretario particular y prefecto de la Casa Pontificia, monseñor Georg Gansweim

      Para la Iglesia creyente y orante, los Magos de Oriente que, bajo la guía de la estrella, encontraron el camino hacia el pesebre de Belén, son el comienzo de una gran procesión que recorre la historia. Por eso, la liturgia lee el evangelio que habla del camino de los Magos junto con las espléndidas visiones proféticas de Isaías 60 y del Salmo 72, que ilustran con imágenes audaces la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén.

      Al igual que los pastores que, como primeros huéspedes del Niño recién nacido que yace en el pesebre, son la personificación de los pobres de Israel y, en general, de las almas humildes que viven interiormente muy cerca de Jesús, así también los hombres que vienen de Oriente personifican al mundo de los pueblos, la Iglesia de los gentiles -los hombres que a través de los siglos se dirigen al Niño de Belén, honran en él al Hijo de Dios y se postran ante él. La Iglesia llama a esta fiesta «Epifanía», la aparición del Divino. Si nos fijamos en el hecho de que, desde aquel comienzo, hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo, podemos decir verdaderamente que esta peregrinación y este encuentro con Dios en la figura del Niño es una Epifanía de la bondad de Dios y de su amor por los hombres (cf. Tt 3,4).
      Siguiendo una tradición iniciada por el beato Papa Juan Pablo II, celebramos también en el día de la fiesta de la Epifanía la ordenación episcopal de cuatro sacerdotes que, a partir de ahora, colaborarán en diferentes funciones con el ministerio del Papa al servicio de la unidad de la única Iglesia de Cristo en la pluralidad de las Iglesias particulares. El nexo entre esta ordenación episcopal y el tema de la peregrinación de los pueblos hacia Jesucristo es evidente. La misión del Obispo no es solo la de caminar en esta peregrinación junto a los demás, sino la de preceder e indicar el camino. En esta liturgia, quisiera además reflexionar con vosotros sobre una cuestión más concreta. Basándonos en la historia narrada por Mateo podemos hacernos una cierta idea sobre qué clase de hombres eran aquellos que, a consecuencia del signo de la estrella, se pusieron en camino para encontrar aquel rey que iba a fundar, no sólo para Israel, sino para toda la humanidad, una nueva especie de realeza. Así pues, ¿qué clase de hombres eran? Y nos preguntamos también si, a partir de ellos, a pesar de la diferencia de los tiempos y los encargos, se puede entrever algo de lo que significa ser Obispo y de cómo ha de cumplir su misión.

      Los hombres que entonces partieron hacia lo desconocido eran, en cualquier caso, hombres de corazón inquieto. Hombres movidos por la búsqueda inquieta de Dios y de la salvación del mundo. Hombres que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social. Buscaban la realidad más grande. Tal vez eran hombres doctos que tenían un gran conocimiento de los astros y probablemente disponían también de una formación filosófica. Pero no solo querían saber muchas cosas. Querían saber sobretodo lo que es esencial. Querían saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Y por esto querían saber si Dios existía, donde esta y cómo es. Si él se preocupa de nosotros y cómo podemos encontrarlo. No querían solamente saber. Querían reconocer la verdad sobre nosotros, y sobre Dios y el mundo. Su peregrinación exterior era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y, en definitiva, estaban en camino hacia él. Eran buscadores de Dios.
      Y con eso llegamos a la cuestión: ¿Cómo debe de ser un hombre al que se le imponen las manos por la ordenación episcopal en la Iglesia de Jesucristo? Podemos decir: debe ser sobre todo un hombre cuyo interés esté orientado Dios, porque sólo así se interesará también verdaderamente por los hombres. Podemos decirlo también al revés: un Obispo debe de ser un hombre al que le importan los hombres, que se siente tocado por las vicisitudes de los hombres. Debe de ser un hombre para los demás. Pero solo lo será verdaderamente si es un hombre conquistado por Dios. Si la inquietud por Dios se ha trasformado en él en una inquietud por su criatura, el hombre. Como los Magos de Oriente, un Obispo tampoco ha de ser uno que realiza su trabajo y no quiere nada más. No, ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres. Debe, por así decir, pensar y sentir junto con Dios. No es el hombre el único que tiene en sí la inquietud constitutiva por Dios, sino que esa inquietud es una participación en la inquietud de Dios por nosotros. Puesto que Dios está inquieto con relación a nosotros, él nos sigue hasta el pesebre, hasta la cruz. «Buscándome te sentaste cansado, me has redimido con el suplicio de la cruz: que tanto esfuerzo no sea en vano», así reza la Iglesia en el Dies irae. La inquietud del hombre hacia Dios y, a partir de ella, la inquietud de Dios hacia el hombre, no deben dejar tranquilo al Obispo. A esto nos referimos cuando decimos que el Obispo ha de ser sobre todo un hombre de fe. Porque la fe no es más que estar interiormente tocados por Dios, una condición que nos lleva por la vía de la vida. La fe nos introduce en un estado en el que la inquietud de Dios se apodera de nosotros y nos convierte en peregrinos que están interiormente en camino hacia el verdadero rey del mundo y su promesa de justicia, verdad y amor. En esta peregrinación, el Obispo debe de ir delante, debe ser el que indica a los hombres el camino hacia la fe, la esperanza y el amor.
      La peregrinación interior de la fe hacia Dios se realiza sobre todo en la oración. San Agustín dijo una vez que la oración, en último término, no sería más que la actualización y la radicalización de nuestro deseo de Dios. En lugar de la palabra «deseo» podríamos poner también la palabra «inquietud» y decir que la oración quiere arrancarnos de nuestra falsa comodidad, del estar encerrados en las realidades materiales, visibles y transmitirnos la inquietud por Dios, haciéndonos precisamente así abiertos e inquietos unos hacia otros. El Obispo, como peregrino de Dios, ha de ser sobre todo un hombre que reza. Ha de estar en un permanente contacto interior con Dios; su alma ha de estar completamente abierta a Dios. Ha de llevar a Dios sus dificultades y las de los demás, así como sus alegrías y las de los otros, y así, a su modo, establecer el contacto entre Dios y el mundo en la comunión con Cristo, para que la luz de Cristo resplandezca en el mundo.
      Volvamos a los Magos de Oriente. Ellos eran también y sobre todo hombres que tenían valor, el valor y la humildad de la fe. Se necesitaba tener valentía para recibir el signo de la estrella como una orden de partir, para salir –hacia lo desconocido, lo incierto, por los caminos llenos de multitud peligros al acecho. Podemos imaginarnos las burlas que suscitó la decisión de estos hombres: la irrisión de los realistas que no podían sino burlarse de las fantasías de estos hombres. El que partía apoyándose en promesas tan inciertas, arriesgándolo todo, solo podía aparecer como alguien ridículo. Pero, para estos hombres tocados interiormente por Dios, el camino acorde con las indicaciones divinas era más importante que la opinión de la gente. La búsqueda de la verdad era para ellos más importante que las burlas del mundo, aparentemente inteligente.
      ¿Cómo no pensar, ante una situación semejante, en la misión de un Obispo en nuestro tiempo? La humildad de la fe, del creer junto con la fe de la Iglesia de todos los tiempos, se encontrará siempre en conflicto con la inteligencia dominante de los que se atienen a lo que en apariencia es seguro. Quien vive y anuncia la fe de la Iglesia, en muchos puntos no está de acuerdo con las opiniones dominantes precisamente también en nuestro tiempo. El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios. Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firme con la verdad. «Quien teme al Señor no tiene miedo de nada», dice el Eclesiástico (34,14). El temor de Dios libera del temor de los hombres. Hace libres.

      En este contesto, recuerdo un episodio de los comienzos del cristianismo que san Lucas narra en los Hechos de los Apóstoles. Luego del discurso de Gamaliel, que desaconsejaba la violencia contra la comunidad naciente de los creyentes en Jesús, el Sanedrín llamó a los apóstoles y los mandó azotar. Después les prohibió predicar en nombre de Jesús y los pusieron en libertad. San Lucas continúa: «Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar… anunciando el Evangelio de Jesucristo» (Hch 5,40ss). También los sucesores de los Apóstoles se han de esperar ser constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él. Naturalmente, como los Apóstoles, queremos convencer a las personas y, en este sentido, alcanzar la aprobación. Lógicamente no provocamos, sino todo lo contrario, invitamos a todos a entrar en el gozo de la verdad que muestra el camino. La aprobación de las opiniones dominantes, no es el criterio al que nos sometemos. El criterio es él mismo: el Señor. Si defendemos su causa, conquistaremos siempre, gracias a Dios, personas para el camino del Evangelio. Pero seremos también inevitablemente golpeados por aquellos que, con su vida, están en contraste con el Evangelio, y entonces daremos gracias por ser juzgados dignos de participar en la Pasión de Cristo.

       Los Magos siguieron la estrella, y así llegaron hasta Jesús, a la gran luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). Como peregrinos de la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que brillan en el cielo de la historia y nos muestran el camino. Los santos son las verdaderas constelaciones de Dios, que iluminan las noches de este mundo y nos guían. San Pablo, en la carta a los Filipenses, dijo a sus fieles que deben brillar como lumbreras del mundo (cf. 2,15).

      Queridos amigos, esto tiene que ver también con nosotros. Tiene que ver sobre todo con vosotros que, en este momento, seréis ordenados Obispos de la Iglesia de Jesucristo. Si vivís con Cristo, nuevamente vinculados a él por el sacramento, entonces también vosotros llegaréis a ser sabios. Entonces seréis astros que preceden a los hombres y les indican el camino recto de la vida. En este momento todos aquí oramos por vosotros, para que el Señor os colme con la luz de la fe y del amor. Para que aquella inquietud de Dios por el hombre os toque, para que todos experimenten su cercanía y reciban el don de su alegría. Oramos por vosotros, para que el Señor os done siempre la valentía y la humildad de la fe. Oramos a María que ha mostrado a los Magos el nuevo Rey del mundo (Mt 2,11), para que ella, como Madre amorosa, muestre también a vosotros a Jesucristo y os ayude a ser indicadores del camino que conduce a él. Amén.

Fuente: 
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital


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